AFINADO COMO UNA ORQUESTA
Héctor Larrea cumplió 82 años y Martín Giménez publica su historia
El viernes Héctor Larrea cumplió 82 años. Sigue activo en el aire por la radio pública y hace unos días apareció un libro que relata sus casi seis décadas de vida profesional en televisión y en radio, donde gestó espacios memorables, integró equipos de alto rendimiento y cautivó a audiencias seguidoras de “una radio atorranta, gritona y popular”, como se titula una parte de su biografía.
Su padre, el bandoneonista Emilio Larrea, director del cuarteto de música típica Larrea y sus muchachos, murió cuando Héctor tenía diez años. Desde entonces y durante largo tiempo una bruma de angustia y silencio dominó la casa familiar de Chacabuco 957, en Bragado. La madre de Héctor cumplió sin fisuras todos los protocolos del luto y de la pena establecidos hasta que un mediodía volvió a sonar la radio, un receptor tipo capilla que el padre le había comprado al tío Gregorio en tres cuotas de 5 pesos. Escuchando el programa El relámpago, el niño Larrea volvió a ver sonriente a su mamá. En el libro Héctor Larrea, una vida en la radio, escrito por Martín Giménez (Editorial Gourmet Musical), su protagonista dice: “Con esa risa, que rompió el silencio de la casa, comprendí en ese instante el poder sanador de la comunicación radial. Es una escena que guardo para toda mi vida y justifica mi amor por este medio”.
No parece forzado el señalamiento de una coincidencia a la que el autor le saca provecho informativo. Resulta que Larrea nació el 30 de octubre de 1938, la memorable jornada en que Orson Welles le movió el piso a miles de norteamericanos con la puesta radioteatral de la novela La guerra de dos mundos de H. G. Wells. “Como si esa historia del hemisferio norte desplegara un ADN radial que llega hasta la pampa argentina”, señala Giménez acerca de quien desde chico cumplió con cada paso del nomenclátor radial. A los once se inició en la propaladora de su pueblo, vale decir que su voz de muchacho preadolescente llenó un tiempo desde los parlantes callejeros. Un buen día se animó y le mandó una carta a Antonio Carrizo a Radio El Mundo. En su respuesta Carrizo señaló tres requisitos: tener quinto año aprobado, recibirse de locutor en el ISER y alcanzar un buen nivel cultural. Ya recibido de locutor nacional en el ISER (matrícula 1502) hizo de todo frente a un micrófono: fue tandero, frasero, presentador de radioteatros, animador de festivales y según registró Felisa, su mamá, conductor de programas desde el 15 de abril de 1962. De su tarea como maestro de ceremonias de importantes orquestas de tango en bailes de clubes y confiterías aprendió que “en la radio hay que salir afinado. La radio es sonido y tiene que escucharse como si fuera una orquesta”.
Llamativamente este inequívoco símbolo de la radio trascendió primero por una tarea en televisión. A partir de una recomendación de la actriz Hilda Bernard (vaya casualidades: ella cumplió cien años el jueves pasado) apareció conduciendo El mundo del espectáculo por Canal 13. Lo enganchaba antes que otra cosa el tango aunque ni el jazz ni el rock ni la música melódica o el pop le resultaban ajenos, al punto que demostró solvencia comentando temas de Louis Armstrong, Lionel Hampton o Ella Fitzgerald.
A partir de ese momento y especialmente en la radio Larrea demostró oído absoluto, atento a una oferta sonora popular y variopinta, con una versatilidad que lo colocó en el lugar de puente musical de muchas generaciones. Ya había sido la voz anfitriona de Alfredo Gobbi y su orquesta y de Sandro cuando obtuvo su primera gran oportunidad radial.
–Necesito dos horas —le contó al ejecutivo que escuchaba su propuesta.
–Sólo tengo media hora, de lunes a viernes, a partir de las 9.30 de la mañana. ¿Entonces?
–Entonces tendré que hacerlo rapidísimo —respondió Larrea sin sospechar que allí nacía una marca artística que recorrió emisoras, tiempos y se transformó en inolvidable.
Rapidísimo gana tiempo
Más temprano que tarde la media horita inicial se alargó y selló una etapa. A partir de 1973 le tocó reemplazar en la mañana de Radio Rivadavia al ciclo de Jorge Fontana. Durante muchos años allí, en la misma emisora donde brillaba su consejero Carrizo, se lo escuchaba como si saliera en cadena. En ese espacio llegó a tener más de 5.000 segundos de publicidad mientras otros anunciantes se anotaban en una lista de espera para contar con un lugar en la tanda. Por muchas de las estrategias y decisiones de programación que Larrea tomó desde las décadas del ‘60 y ‘70 su figura creció hasta convertirse en especialista magistral a la hora de elegir y difundir música y en un maestro accidental en la tarea de entretener con fundamentos y alivianar con humor a la realidad.
No debe ser casual que quien se haya ocupado de compendiar su trayectoria sea Martín Giménez, alguien que ama y respeta mucho a la radio y que en los años recientes en Radio Nacional estuvo muy cerca de las necesidades humanas y profesionales del inefable Hetitor. Los diez tramos principales del libro –atado a un afectuoso destino radial– no se llaman capítulos sino bloques. En la continuidad de un relato extenso, pormenorizado, con mucha tensión e información, aparecen secciones como “Mensajes de Oyentes” (testimonios de periodistas) y “Música Maestro” (el aporte de músicos e intérpretes), una extensa nómina de reconocimientos de figuras sobre Larrea. Hacia el final el trabajo se extiende en otros títulos y sub títulos intencionados y pertinentes. Son imprescindibles no sólo como ayudamemoria las listas completas de sus programas en radio y televisión y de los integrantes de sus equipos. Paralelamente a la tarea retrospectiva de Larrea, Giménez desarrolla otra puesta al día de la historia de la radio, más que oportuna cuando el medio acaba de celebrar sus cien años de actividad. Y como si fuera poco la biografía habilita colectoras a numerosos acontecimientos del país. Como aclara Larrea: “No me pude contener y le puse música al libro. Cada bloque tiene un tema elegido por mí”. Ejemplos: en el 1 recomienda Desdén por Gardel; en el 5 propone No me mires más por Lolita Torres y en el 10 sugiere Tal vez será su voz interpretado por Lidia Borda.
Larrea con sus 82 años recién cumplidos (otra coincidencia: el mismo día en que Maradona cumplió 60. A propósito: en una ocasión el “Diez” se le acercó para decirle: “Héctor, usted es la cocina de mi mamá en Villa Fiorito”) y con casi 60 años en los medios sigue siendo protagonista notable.
Fue oyente, fiel testigo y realizador hasta hoy en sus programas de la radio pública, el de los domingos sobre Gardel junto a Norberto Chab y su espacio diario El carromato de la farsa, además de su rol como voz institucional de la emisora. “Todas las noches me acuesto pensando que mañana quiero hacer un mejor programa que el que hice hoy”, explica el conductor y vuelve excelencia a la exigencia. Dice Giménez que desde hace varios años (que como glosa el refrán “no vienen solos”) Larrea anuncia que la presente temporada será la de su despedida. Volvió a repetir el propósito en este 2020 cruzado por el coronavirus, que también modificó los usos y costumbres dentro de los estudios radiales. Por el momento continúa en el aire, también humilde como siempre. “No creo que mi vida sea muy interesante. Me considero una persona sencilla que tuvo la dicha de realizar lo que soñó en su infancia, cuando escuchaba la radio en la cocina de su casa. Tal vez ahí radique el secreto: los que me siguen siempre han sido los de la base de la pirámide, ese es mi lugar, el de los trabajadores de overol. Sé lo que buscan: ni más ni menos que alguien les hable directo y los acompañe con humor y música”, escribe. Quien quiera oír que oiga a Larrea y que lea a Martín Giménez.
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