En las lecturas de la difícil situación y perspectiva argentina atenazada entre la caída del producto bruto (aumento del desempleo), recalcada por la pandemia y las consecuencias del irracional endeudamiento externo, se recurre al olvido o desdén de los condicionantes derivados de los mercados globales tanto reales como financieros para cargarle la romana al gobierno y amplificar sus cortedades y yerros. No es que una cosa disculpe la otra, sino que hace a la factibilidad del trazado de la salida de la enredada coyuntura. En criollo: a la posibilidad de estabilizar la cotización del dólar.
En medio de las constantes invocaciones a la financiarización, un concepto cuyos fundamentos y alcance preciso están en relación inversa a su difundido uso, es conveniente no perder de vista que las transferencias entre países son siempre y en última instancia transferencias reales. Con esto se quiere decir que las transferencias financieras son un mero reflejo del movimiento de mercancías importadas y exportadas. Si el endeudamiento externo anterior deviene en la capitalización de intereses, eso no quita su origen real, como tampoco que para erogar la pesada hipoteca haya que exportar más e importar menos o exportar menos e importar menos que eso todavía. Esto último sería lo verdaderamente deseable, porque en un entorno de maximización del producto e independiente del grado de endeudamiento externo, significa que se avanza por la senda del desarrollo.
Antes de que la pandemia pusiera al mundo patas para arriba, en términos de los asuntos de las transferencias reales, las cosas acusaban el golpe de la disputa de lo que expresa Trump contra los sectores internos norteamericanos enfrascados en invertir en la periferia principalmente en China, y que tiene como sparring de esa pelea al Imperio Medio. Según datos convergentes de fuentes oficiales y privadas, en 2018 la inversión multinacional había caído 20% y las inversiones chinas en la UE y los Estados Unidos bajaron la friolera de 74%; ambas respecto del año anterior. Los datos provisorios de 2019 confirman que esa tendencia siguió.
Los mercados emergentes están atravesando una sequía, conectada con lo que ocurre en las plazas financieras de los países desarrollados de las cuales son apéndice. El resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas, la magnitud alcanzada por los déficits fiscal y comercial del país que emite la moneda mundial, la respuesta fiscal de la UE a la mala hora, la incertidumbre que campea en Tokio –centro mundial del financiamiento bancario de las multinacionales—, aumentan en su combinación las rispideces de la coyuntura pandémica.
Emergentes
En medio de la infección global los inversores no se amilanaron, y entre abril y julio colocaron fondos en los llamados mercados emergentes. Pero los datos del más reciente informe del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF por sus siglas en inglés), un centro de estudios que responde a los grandes bancos globales, alertan que se está produciendo una marcada reversión de fondos desde los mercados emergentes hacia los de los países desarrollados, cuya importante magnitud prevista la asimila a la de las salidas observadas en 2013 y la devaluación del yuan (moneda china) de 2015. Las estimaciones del IIF dicen que los títulos valores de los mercados emergentes atrajeron alrededor de 2.100 millones de dólares en septiembre. Fue un aumento importante respecto de agosto, durante el cual se hicieron operaciones por 700 millones de dólares. La deuda en moneda local, que se considera más riesgosa, también experimentó un incremento del 16% en el segundo trimestre con respecto al mismo período de 2019.
La reversión ocurre en función de una estrategia de cobertura para la incertidumbre causada por las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, a la que sumó el contagio y convalescencia de Trump. También alimenta ese comportamiento la expansión del rebrote y la incipiente revaluación del dólar. La Asociación de Operadores de Mercados Emergentes (EMTA: Emerging Markets Trading Association), dio a conocer el lunes pasado que el volumen de negociación de deuda de mercados emergentes en el segundo trimestre se situó en 1,31 billones de dólares, un aumento del 8% con respecto al mismo período de 2019 pero un 12% menos que los 1,49 billones de dólares registrados en el primer trimestre de 2020.
No obstante la pandemia y la incertidumbre eleccionaria hay algo más a tener en cuenta en esta saga del regreso que agrega dificultades en la periferia para conseguir dólares necesarios para sostener la actividad a buen ritmo. El índice bursátil más representativo de la bolsa norteamericana, el Standard & Poor 500 (S&P 500) subió un 8,5% en el tercer trimestre. Hay coincidencia entre las consultoras especializadas y los centros de estudios en estimar que durante 2021 el S&P 500 alzará su valor en un 11 ó 12%, un pedazo de rendimiento aunque se espere que la Fed tenga éxito en su política de aliento a la inflación y la coloque más cerca del 4 que del 3% anual. Los analistas esperan que los productos básicos de consumo (+ 7,3%) experimenten el menor aumento de precios. En reversa, que la energía experimente el mayor aumento de precios, con expectativas agregadas de un incremento del 45,9%.
El miércoles pasado NextEra Energy, la generadora de energía solar y eólica más grande del mundo, superó a ExxonMobil en valor de mercado. Pasó de una valoración de 32.000 millones de dólares en octubre de 2010 a más de 145.000 millones de dólares ahora. ExxonMobil, en 2007 alcanzó el status de empresa más valiosa del mundo con una capitalización de 500.000 millones de dólares. Desde principios de año hasta ahora con una capitalización de 141.000 millones de dólares, perdió más de la mitad de su valor. ¿Los inversores apuestan por las energías renovables o por las promesas de las baterías de litio? Es que NextEra genera electricidad con carbón, petróleo y energía nuclear y se describe a sí misma como "uno de los mayores generadores de gas natural en los Estados Unidos”.
El sitio Axios refiere las prevenciones del especialista en mercados John Butters, quién puntualiza que los analistas del sector han sobrestimado el precio del índice S&P 500 en un 3% en promedio durante los últimos 5 años, en un 2,5% en promedio durante los últimos 10 años y en un 9,5% en promedio durante los últimos 15 años. Lo curioso es que estos vaivenes se dan cuando la primera semana de octubre fue la vigésima tercera consecutiva en que los fondos que se mueven en torno a las acciones que cotizan en la bolsa de New York registraron ventas netas; esto es: salieron más fondos de los que ingresaron. Más curioso es que septiembre cerró con importantes ganancias al igual que el trimestre.
Se ve que la percepción del riesgo de las elecciones presidenciales (el llamado presidential day históricamente está fijado el primer martes de noviembre, de ahí que el de ahora cae el día 3) es muy alto según lo expresa el índice de volatilidad Vix, también conocido como indicador del miedo de Wall Street, y subiera mucho el costo de los contratos a futuros. De acuerdo a uno de los análisis de la multinacional financiera Morgan Stanley en lo que va del año, el S&P 500 ha subido un 4%, mientras que el rendimiento bursátil en Europa ha bajado un 5% y en Japón y en los mercados emergentes ha subido solo un 1%. Incluso en medio de la pandemia, las acciones estadounidenses de alguna manera lograron superar a sus pares en la mayoría de las regiones del mundo, un fenómeno que ha persistido durante más de una década. Pero ahora, fuera de los bonos del Tesoro, la especulación con divisas de los países centrales y de la periferia por su menor costo operativo son las especies financieras en que recalan los fondos que salen del recinto bursátil. El mercado de bonos del Tesoro de 20 billones de dólares ofrece una liquidez incomparable, lo que facilita la entrada y salida de operaciones que aun con las tasas por el piso proporciona a los inversores un rendimiento positivo en su cobertura. Eso es lo distinto respecto de las estrategias que requieren que los inversores paguen una prima. Esta cobertura sin costo es el sostén de la especulación global con divisas con consecuencias no desdeñables hacia el nivel de empleo en la periferia. No son buenas noticias para el muy complicado momento cambiario argentino.
Déficits
A estas idas y vueltas que hacen más complicado de lo habitual el manejo macroeconómico en la periferia, no les son ajenos el impacto volátil que genera la combinación de los déficits comercial y fiscal del país que emite la moneda mundial. El déficit comercial de Estados Unidos aumentó en agosto al nivel más alto en 14 años. Las cifras oficiales exteriorizan que la brecha entre los bienes y servicios que vende Estados Unidos y los que compra en el extranjero subió un 5,9% en agosto a 67.100 millones de dólares. Las exportaciones aumentaron un 2,2% a 171.900 mil millones, pero las importaciones aumentaron más, un 3,2% a 239.000 millones. En sentido contrario, el déficit comercial con China cayó un 6,7% a 26.400 millones de dólares. El déficit comercial norteamericano enero-agosto 2020 totaliza un 5,7% más que en enero-agosto de 2019.
El año fiscal norteamericano concluye en septiembre. El de ahora lo hizo con un déficit fiscal récord de más de 3 billones de dólares a consecuencia del gasto por la pandemia. Eso significa entre 16 ó 18% del producto bruto. El déficit actual duplica el récord anterior de 2009, año en que los gastos por encima de los recursos impositivos fueron impulsados por la necesidad de atender la crisis financiera. Se espera que recién en 2022 comience a bajar el déficit fiscal, en tanto a la vera de la elección presidencial, republicanos y demócratas disputan por cómo seguir con los estímulos.
El peludo de regalo que reciben los mercados periféricos no lo produce el déficit comercial norteamericano, sino el fiscal. El primero se financia automáticamente desde el mismo momento en que los extranjeros aceptan vender a los Estados Unidos sus mercancías o sus patrimonios a cambio de moneda inconvertible. En cambio, existe efectivamente una función que relaciona el nivel del déficit exterior con el financiamiento del déficit presupuestario, pero es una función creciente y no decreciente. Mientras más grande es el déficit externo, más grande será la cantidad de dólares de la que disponen los extranjeros para comprar bonos del Tesoro (o para comprar otros títulos y liberar así capitales norteamericanos que se agregaran a la compra de bonos federales). La participación de los extranjeros en las licitaciones de bonos depende de los fondos que les fueron provistos por el déficit externo de los Estados Unidos. De ahí que la Fed nunca es muy partidaria de una reducción más rápida del déficit externo pues conduce a la disminución de la demanda del mercado de títulos federales.
El cuadro de situación que se delinea agrupando datos de organismos multilaterales como el Banco Mundial, el FMI, la Unctad, el Bis entre otros, refleja la dinámica conflictiva que genera la situación de que el saldo de la cuenta corriente de la balanza de pagos de los Estados Unidos amaga no ser suficiente para recobrar el equilibrio global. Los intereses acumulados en las reservas de los bancos centrales que se sobrecargaron de dólares por la expansión monetaria destinada a aliviar la pandemia, conllevan una tendencia a superar los dólares que los Estados Unidos entrega al mundo por medio del déficit comercial. Papeles sin valor a cambio de bienes materiales. Para eludir el momento donde los dólares que adeuda superen a los que emite y para evitar el ajuste que pague esa diferencia que generaría una crisis política interna e internacional inimaginable, las tensiones deben ser pasadas a las cuentas externas del resto del orbe.
Dadas las relaciones de fuerzas realmente existentes, el resto del mundo, incluida la Argentina, únicamente puede encarar maniobras defensivas. Pero esa estrategia para ser efectiva al menos debe considerar la realidad que encontró un economista argentino. Dejando a un lado que en 2020 por la pandemia el déficit fiscal es la norma para casi todas las naciones, entre los 115 países de la muestra y en el lapso de los 14 años entre 2006 y 2020 lo usual es que más del 50% incurra en déficit fiscal, aunque desde hace unos pocos años la práctica de gastar más de lo que ingresa por impuestos comprendió al 80%. Los superávits son raros y duran poco, y además 58 países conviven con déficits fiscales en forma ininterrumpida desde hace una década.
Si esto condiciona el manejo cambiario, no lo es menos que en 1990, cuando la periferia salía de una crisis global de deuda, los pasivos y activos globales significaban 128% y el comercio mundial 39% respectivamente del producto bruto mundial. Actualmente activos y pasivos financieros globales representan el 401% del producto mundial y el comercio internacional algo así como 56%. La diferencia es que el primero va en alza y el segundo en baja. El interés compuesto no perdona y el proteccionismo tampoco. Para salar las heridas, el condimento geopolítico no falta y es así como el ex secretario de Estado Henry Kissinger, a sus 97 años, durante una discusión virtual organizada por el Economic Club de Nueva York señaló que los líderes norteamericanos y chinos “tienen que discutir los límites más allá de los cuales las amenazas no pasarán" y sí se cree que eso "es totalmente imposible", entonces advirtió que "nos deslizaremos hacia una situación similar a la Primera Guerra Mundial".
De manera que superar los espinosos problemas que genera la cotización del dólar requiere como condición necesaria un acuerdo político de fondo que tenga como columna vertebral un genuino programa de desarrollo. Sin eso, el manejo financiero podrá ser más o menos lúcido, incluso podrá estabilizar el tipo de cambio, pero será flor de un día puesto que la única verdad es la posibilidad de las transferencias reales entre países.
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