UNA

La música que escuché mientras escribía

 

Hace algunas semanas Nico Esquibel me recibió en la radio con una versión de Uno, cantada por Roberto Goyeneche, de cuya muerte se cumplían 26 años. Recordé la última vez que lo vi cantar, en el café Homero, de Palermo Viejo. Ya estaba muy mal. Cantaba una pieza y se sentaba cinco minutos a recuperar aliento. A medida que el cigarrillo fue arruinando sus pulmones, modificó su estilo. Cuanto estaba en la plenitud, con la orquesta de Horacio Salgán, junto al Paya Díaz, que le enseñó muchos de los secretos del canto, no tuvo el éxito que alcanzaría más tarde, al convertirse en un diseur, que interpretaba las letras más que cantarlas.

 

 

 

 

No es mi versión preferida de ese tango que Mariano Mores y Enrique Discépolo compusieron cuando yo empezaba a caminar y que fue uno de los hits de aquella década. En mi recuerdo está asociado con la orquesta de Troilo y la voz del Tano Alberto Marino. Con todo respeto por Goyeneche, la grabación de Marino me parece insuperable. Opiná vos.

 

 

 

 

Escuchándolos de nuevo después de tantos años, advierto que Marino omitió la segunda parte de la letra, tal vez la más representativa de la poética discepoliana. En aquellos años, la orquesta prevalecía y el cantor apenas entonaba lo que se llamaba el estribillo. Esta es la poesía completa:

Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina...
Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor,
sufre y se destroza hasta entender
que uno se ha quedao sin corazón...
Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
a un amor que lo engañó...
¡Vacío ya de amar y de llorar
tanta traición!

Si yo tuviera el corazón...
(El corazón que di...)
Si yo pudiera como ayer
querer sin presentir...
Es posible que a tus ojos
que me gritan tu cariño
los cerrara con mis besos...
Sin pensar que eran como esos
otros ojos, los perversos,
los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera el corazón...
(El mismo que perdí...)
Si olvidara a la que ayer
lo destrozó y... pudiera amarte..
me abrazaría a tu ilusión
para llorar tu amor...

Pero, Dios te trajo a mi destino
sin pensar que ya es muy tarde
y no sabré cómo quererte...
Déjame que llore
como aquel que sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte...
Pura como sos, habrías salvado
mi esperanza con tu amor...
Uno está tan solo en su dolor...
Uno está tan ciego en su penar....
Pero un frío cruel
que es peor que el odio
—punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor—
maldijo para siempre y me robó...
toda ilusión...

Además de Goyeneche, hubo otros intérpretes que cantaron la letra completa. Uno fue Leonel, con esa voz única que lo hace distinto a todos.

 

 

 

 

La versión que no conocía y que descubrí ahora es la de Libertad Lamarque. Confieso que nunca le tuve mayor simpatía, en parte por su rol político como contracara de Eva Duarte, con quien había chocado durante la filmación de La cabalgata del circo, a lo cual se atribuyó el exilio mexicano de Liber, cuando aquella actriz devino esposa presidencial e ídola popular.  Tampoco me caía bien su estilo de gran señora plastificada que perduró por décadas, sin nieta a la que endosarle su silla.

Pero olvidate de todo eso y escuchá cómo lo cantó a sus 35 años en la película El fin de la noche, dirigida por Alberto de Zavalía. En ese vestido negro hasta los pies y con su impecable maquillaje de muñeca puro ojos y cabeza suena extraño oirla decir que Uno busca lleno de esperanzas, etc., etc.  Pero al menos cambió una línea, de modo que besaría sus ojos "si olvidara a aquel que ayer", en vez de "a la que ayer" lo destrozó y pudiera amarte.

 

 

Después de escuchar a esta Libertad Lamarque se entiende por qué fue un ídolo popular por tantos años. Eso no se lo regalan a nadie. Hay que tener algo, que no se puede definir pero que encaja en la definición de Carlos Del Peral: la presencia tiene algo de que la ausencia carece.

 

 

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