Una de las primeras promesas del peronismo fue la de transformar las conmemoraciones obreras, hacerlas días de fiesta. Buscaba especialmente arrebatar a las izquierdas la organización del 1° de Mayo, terminar con su sentido de protesta, algo que, con otras propuestas y ninguna eficacia, habían intentado hacer los nacionalismos reaccionarios en la década de 1930. Pero ahora, el pueblo humilde de la Patria tenía mucho para festejar. Pese a ello, el gran “Cabildo Abierto” del 22 de agosto de 1951, que fue la manifestación más populosa y festiva conocida hasta entonces, estuvo cargado de un dramatismo difícilmente repetible.
La concentración popular había comenzado muy temprano, con trabajadores y trabajadoras provenientes de distintas partes del país. El acto lo organizaba la Confederación General del Trabajo, que había puesto con el gobierno un dineral para la logística y los entretenimientos. Se produjo incluso la primera filmación en color de un acto público.
Film a color del Cabildo Abierto del 22 de agosto de 1951. Archivo General de la Nación, Documento Fílmico t_276_10_16mm
La policía calculó en 250.000 las personas concentradas. El gobierno, en 2 millones. El movimiento obrero peronista pretendía que se anunciara allí mismo el hecho político histórico: que Evita, una mujer, fuera la compañera de fórmula de Juan Perón para la reelección presidencial. Faltaban dos meses y medio para los comicios.
Sobre este acontecimiento hay mucho escrito, pero no se lograron zanjar las especulaciones sobre el resultado que se conoció pocos días después, cuando Eva pronunció por radio su renunciamiento. Se dice que fue la presión de los altos mandos del Ejército, de la Iglesia, del propio Perón o de miembros de su gobierno. Por las señales en Eva de una furiosa enfermedad que se hacía evidente. O porque se dudaba si era, en los hechos, la representante de Perón frente al movimiento obrero o la representante del movimiento obrero y las mujeres en el gobierno de Perón. Lo cierto es que aquel 22 de agosto, ella fue la protagonista, con Perón a su lado y con José Espejo, su leal secretario general en la CGT.
Los diversos nacionalismos
El palco, gigantesco, estaba armado en la intersección de las avenidas 9 de Julio y Belgrano. Los discursos comenzaron bien entrada la tarde, después de horas de espera, pero enseguida se transformaron en un apasionado diálogo entre Evita y la multitud. Ella les recordó los días de esclavitud. Les dijo que Perón los había dignificado y que la oligarquía acechaba desde sus asquerosas guaridas. Que “ellos” no lo perdonarían jamás por haber defendido todo lo que desprecian: los trabajadores, los niños y los ancianos y a la mujer. Ellas y ellos corearon sin descanso: “¡Con Evita! ¡Con Evita!”. Ella no pudo dar certezas. Pidió tiempo, semanas, días y luego horas. Después de varios entreactos, pidió que desconcentraran, explicó que ya era tarde y que no había que dar argumentos a los revanchistas (los patrones) para el día siguiente. La sensación fue que había aceptado, que habría fórmula Perón-Evita, pero Eva había asegurado que, si tomar la vicepresidencia hubiese sido una solución, hubiera dicho que sí.
En la nota de la semana pasada recordé que los nacionalismos que se fueron desarrollando desde la llegada de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1916 y que se habían mostrado con fuerza tras el regreso del viejo líder radical en 1928, eran mayormente de derecha, antidemocráticos y anticomunistas. El peronismo fue también un movimiento nacionalista, y juntó muchos de esos elementos. Las fuerzas políticas que se decían democráticas, radicales, comunistas y socialistas lo llamaron fascismo. Pero muchos nacionalistas reaccionarios y el grueso de la clase dominante lo enfrentaron por su profundo sentido democratizador y obrerista. Su desarrollo, en el seno del gobierno instaurado con el golpe de junio de 1943, dio vuelta el tablero y no faltaron radicales, anarquistas y comunistas que se integraran al nuevo movimiento.
La irrupción de la mujer
En este torbellino histórico, Evita expresaba otra novedad radical: la irrupción masiva de las mujeres en la política. Después de su muerte, en julio de 1952, Esther Fadul la homenajeó en el Congreso de la Nación, donde promovió que el territorio fueguino cambiara su nombre por el de Gobernación Marítima Evita. Fadul había sido una de las primeras mujeres en entrar con cargo al Congreso. Fue electa delegada por Tierra del Fuego. Aunque el nombre de Eva quedó finalmente para la provincialización de La Pampa, Fadul fundamentó su reclamo: “Lo merece por todo cuanto ha hecho por levantar la condición social de todos los que habitan el suelo de esta Nueva Argentina, y especialmente porque nos colocó en la condición de iguales, a nosotras, las mujeres, eternas postergadas, venciendo ella sola la gran batalla librada en nombre de la Justicia y la Equidad”.
Como ya advertimos, los nacionalistas reaccionarios se opusieron férreamente al avance de la mujer en todos los planos. Pero en verdad su rechazo era la expresión más exagerada de una concepción con la que era solidaria la mayor parte de la sociedad. Por eso, resultó llamativo que Perón se comprometiera a cumplir con los tratados para la posguerra firmados en Chapultepec, México, y hacer votar los derechos políticos para las mujeres, aumentar sus salarios y abrirles el acceso a cargos políticos. En octubre de 1944, además, Perón había creado la Dirección de Trabajo y Asistencia de la Mujer, dirigida por la abogada Lucila De Gregorio Lavié, y luego la Comisión Pro-Sufragio Femenino encabezada por Rosa Bazán de Cámara. Desde fines de 1946, impulsó los proyectos para aprobar el sufragio femenino. Dijo que se trataba de una “hermosa iniciativa”. Entonces, la Asamblea Nacional de Mujeres, que reunía a 400 pensadoras y luchadoras de distintas tendencias, lo acusó de oportunista y rechazó el proyecto. Después de años de dictaduras y fraude electoral, exigían que el proyecto por el cual habían luchado tanto fuera sancionado por un régimen democrático.
El voto femenino
No hay manera de quitarle el mérito a la lucha histórica de quienes aprobaron el voto de la mujer a nivel municipal en San Juan en 1862 y en Santa Fe en 1921 (implementado fugazmente en 1932 por los demoprogresistas), y las peleas de las mujeres feministas de comienzos de siglo XX, que llegaron a presentar en aquella primera mitad del siglo proyectos para conseguir los derechos políticos y también civiles, de los cuales el que más lejos llegó fue el que señalamos la semana pasada, votado sólo por Diputados en 1932. Fue la reforma constitucional y la posibilidad de votar y ser votadas a nivel provincial en San Juan en 1927, el hecho que marcó un primer quiebre con la Ley Sáenz Peña de 1912, fundamental para pensar la ciudadanía política de las mujeres. Pero no hay continuidad ni contexto histórico que puedan soldar el quiebre y la apuesta política que significó la llegada de la ley Nº 13.010, sancionada el 9 de septiembre de 1947.
El salto al vacío no se hizo sin escalas. El oportunismo, entendido políticamente, tenía un fin inmediato: canalizar, organizar y potenciar una fuerza que había sido clave para las elecciones de febrero de 1946 y lograr la reelección de Perón. En el medio se precisaba la reforma constitucional también. Eva y otras mujeres se hicieron cargo del desafío. La organización del Partido Peronista Femenino contrastó notablemente con la del Partido Peronista de los hombres e incluso con el movimiento obrero organizado por la CGT, que en aquellos primeros años de gobierno eran río revuelto. Perón había ordenado tempranamente disolver los partidos que lo habían apoyado y fusionarse en el Partido Único de la Revolución, pero ni así había frenado la interna entre los “diputados obreros” (los laboristas) y los “diputados abogados” (los radicales renovadores, esencialmente). Sin demora y no sin dificultad se transformó el PUR en el Partido Peronista, aplacando personalmente Perón las disidencias.
El Partido Peronista Femenino fue, por el contrario, un partido internamente cohesionado y obediente. No pocos peronistas, quizás la mayoría, veían mal este nuevo fenómeno. Se estaban ensanchando los horizontes de lo socialmente aceptable, sobre todo para las clases populares donde el peronismo calaba más hondo. La mujer salía a militar y no sólo se politizaba afuera del hogar, sino que abría las puertas de su casa a la política. La necesidad de cuidar este inicial y masivo espacio de politización quedó claro, al formarse como partido separado del de los hombres, prohibiéndose expresamente cualquier tipo de influencia. Se buscaba preservar además el nuevo poder que se acumulaba en Eva, que tenía su canal fundamental en la Fundación Eva Perón. Las socialistas, que tenían una rama femenina dentro de un mismo partido con los hombres, criticaron aquel celo. Pero sus experiencias y realidades eran mayores y diferentes.
Muy pronto, el partido de las mujeres peronistas ancló en distintos territorios del país. Se crearon Unidades Básicas Femeninas, que llegaron a funcionar en Petit Hotels y en garages de hogares obreros. Se ofrecieron cursos para todo tipo de mujeres, aunque especialmente para las más humildes. Funcionaron como centros de gestión y orientación. El partido se formó además con delegadas y subdelegadas, que tuvieron la tarea de iniciar un censo de mujeres. El crecimiento fue notable. En la localidad bonaerense de Pergamino, que entonces tenía 70.000 habitantes, la primera UBF se creó el 26 de junio de 1950 y al año siguiente ya había siete, sin relación entre ellas. Cuando llegó el tiempo de las listas, el PPF logró colar a sus militantes en importantes lugares. Poco más de 3,8 millones de mujeres votaron en las elecciones. Casi el 64% lo hizo por Perón. Ganaron sus cargos las 23 candidatas a diputadas y las seis candidatas a senadoras para el Congreso Nacional y las 58 y 19 candidatas a diputadas y senadoras provinciales.
Eva fue refractaria al comunismo y a lo extranjerizante. También al feminismo entonces existente de las mujeres de las clases acomodadas, de las profesionales y de las militantes de izquierda. Pero se llamó a sí misma una “feminista moderna” del movimiento nacional. Eva le habló especialmente a la mujer trabajadora, a las “heroínas del hogar humilde” y participó y promovió —con todas sus ambigüedades— la elección de la “Reina del Trabajo”, que impulsó el diario El Laborista para el 1° de mayo de 1948. En aquellos años, las mujeres componían más de un 30% de la mano de obra industrial, especialmente en el rubro textil. Su discurso estuvo cargado de tradicionalismo: la mujer y el hogar eran inseparables. Pero orientó las políticas del PPF y de la Fundación Eva Perón a fortalecer la independencia de esa mujer hogareña.
Nada más y nada menos
Aquel 22 de agosto de 1951, el acto que ponía a Eva en el lugar protagónico, había sido convocado por la ya monolítica CGT. En perspectiva electoral, era la alianza de las dos fuerzas más disruptivas de la escena política que había traído el peronismo y que pugnaban por incidir directamente en los asuntos públicos. Aquel acto agrietaba los moldes de la sociedad tradicional en muchos sentidos, especialmente el del universo social poco democrático y masculinizado. No era más que eso y era todo eso. En aquel inusitado diálogo, Eva llegó a mostrarse vacilante ante el pedido popular. Se habrán sonreído aquellos que creían que la mujer era incapaz, inmadura y dominada por las emociones. Pero Eva consumía ella sola, en ese mismo momento, todas las contradicciones de la sociedad.
El 11 de noviembre de 1951, las mujeres eligieron y fueron electas por primera vez en la historia a nivel nacional y el peronismo volvió a ganar las elecciones. El grito “¡Con Evita! ¡Con Evita!” no había germinado. El Vicepresidente en ejercicio, el radical renovador Hortensio Quijano, volvió a ser el compañero de fórmula de Perón, pero falleció en abril de 1952. Dos meses más tarde, el 4 de junio, se renovó el mandato presidencial. Con 33 años y 38 kilos, Eva pudo presenciar la ceremonia oficial. Acompañó a su esposo, sentada en el sillón de la vicepresidencia que nunca ocupó.
Sugerencias para seguir viendo y leyendo
Alejandra Marino, documental “Las muchachas”
Julia Rosemberg, Eva y las mujeres: historia de una irreverencia.
Alejandra de Arce y Alejandra Salomón, “Fronteras flexibles. Género, peronismo y sociabilidad política en Pergamino (Buenos Aires, Argentina, 1946-1953)”.
Sol Peláez y Adriana Valobra, ““Sea legisladora…” Una aproximación a la representación de las primeras legisladoras nacionales argentinas (1952-1955)”.
Noemí Girbal Blacha. “El hogar o la fábrica”. De costureras y tejedoras en la Argentina Peronista
(1946-1955).
Carolina Barry, Eva Perón y la organización política de las mujeres.
María Sofiía Vasallo, “El diálogo entre Evita y la Multitud del 22 de agosto de 1951”.
Mirta Lobato, María Damilakou, Lizey Tornai, “Belleza femenina, estética e ideología. Las reinas del trabajo durante el peronismo”.
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