Suelo sentirme incómodo con los escépticos. Habitualmente ignoran más de lo que rechazan. Pero además adoptan en los distintos temas esa actitud preventiva de “ya vas a ver, todo esto va a salir mal”. Lo especificó Jorge Asís, en algún momento: “En la Argentina todo termina mal”, aseveró, como si en las Islas Fiji o en Francia o en Perú la mayor parte de las situaciones evolucionaran “bien”. La pose nihilista le ha dado resultados. Humillar a los compañeros de redacción es más inocuo para una carrera que denunciar al poder.
Los escépticos se hacen los pijas. Descreen de “los políticos” y hacen montoncito con los dedos en gesto de “¡andá…!” Una linda película política norteamericana, Colores Primarios, aborda el asunto. Aunque no recuerdo los nombres, sí el desarrollo. Una radicalizada descreída indica a un militante: “Yo no me desilusiono, porque no creo en nadie”. El muchacho, que sabe que las cosas pueden complicarse, replica: “Ese es tu problema, nunca te desilusionás”.
Hace poco, el actor Oscar Martínez afirmó “abandoné toda esperanza en este país”. Me alegró, porque tras filmar –y adherir conceptualmente a— El ciudadano ilustre, no me parece alguien con quien resulte grato compartir expectativas. En la Argentina, especialmente, es curioso carecer de sueños realizables. Y sin embargo, a cada paso uno se encuentra con gente que se ha adormecido en la medianía y nada crea, porque nada cree. Total, todo va a malir sal, así que para qué zambullirse.
Me recuerda a quienes cada tanto preguntan: “¿Seguís apasionado por el fútbol? ¡Pero no te diste cuenta que es un negocio! ¿No ves que a los jugadores solo les importa la plata?” Tienen “razón”, pasa que se pierden ese juego, y esa pasión. En la cancha todos fingimos un poco, y hacemos como que somos un solo sentimiento con los ñatos en camiseta y calzoncillos que corren ahí abajo. Por supuesto que sabemos –a veces, hasta el detalle— cuánto ganan. Y nos dejamos ir, voluntariamente, con el sencillo objetivo de disfrutar y abrazarnos, sufrir y putear; sentir.
Esto no implica ser salame, aunque lo parezca. Creer en Macri, por ejemplo, es propio de esa zona de la sociedad lista para estafar o ser estafada. Pero confiar en el pueblo argentino no es una inversión para tontos. El escéptico pasa por superado, explica que nadie lo engañará, supone conocer el decurso de todos los acontecimientos. Se corre del juego y resta su aporte para que las cosas salgan más o menos bien. Quizás augurando las esquirlas de algunos debates nacionales presentes, una compañera me hizo llegar el segmento de Woody Allen que incluyo aquí.
Me pareció ejemplificativo.
* Publicado en La Señal Medios
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