Vivimos a mil. Hiperconectados. Antes, mucho antes de la pandemia, los mensajes no paraban de llegar. Desde el momento que surgieron los teléfonos celulares inteligentes o “Smartphones” y entregamos el número a nuestro espacio de trabajo, se volvió una herramienta fundamental. Ese número telefónico, que hoy desconocemos en muchos casos, nos conecta de manera jamás pensada y fusiona nuestra vida familiar y laboral.
Llega el fin de semana y la hiperconectividad continúa. Mensajes automáticos, mails de clientes, mensajes de colegas y esa sensación de que “ok, de esto me encargo el lunes”, de quedarnos pensando en la catarata de asuntos pendientes que esperan apenas arranque la semana.
En 2019 la OMS listó al síndrome de burn out o de agotamiento crónico como una nueva enfermedad laboral. Causa fatiga, cansancio, dolor de cabeza y afecta psicológicamente, ya que el individuo se siente insuficiente, apenado y triste.
“Donde existe una necesidad, nace un derecho”, inmortalizó Eva Perón, y la necesidad de recobrar la soberanía de nuestro tiempo libre hizo surgir el derecho a la desconexión digital como un nuevo bastión a conquistar.
Se lo suele relacionar con el teletrabajo y con el derecho de cada trabajador o trabajadora a “apagar la computadora” para delimitar su jornada. También se suele decir que es el “derecho a clavarle el visto al jefe”, cosa que ya podemos hacer si tenemos las agallas o la posibilidad. Pero es mucho más que eso. Es el derecho a no recibir cualquier forma de comunicación entre el ámbito de trabajo y el trabajador o trabajadora: un email, una notificación automática o mensaje instantáneo por temas laborales tanto de la jefa o jefe, supervisores, compañeros/as o clientes, etc., fuera del horario de trabajo y durante los períodos de descanso, vacaciones o licencias. .
Conquistar el derecho a desconexión para lograr comunicaciones más sanas y, por ende, salud mental es fundamental, pero hay otro aspecto que a menudo no es tenido en cuenta y que conforma una herramienta más para lograr la igualdad de género tan ansiada.
En los últimos años, contestar mensajes fuera de horario, atender jefes y jefas demandantes y estar disponible a cualquier hora del día, empezó a considerarse como una habilidad adicional en el trabajo: es aquel o aquella que “tiene la camiseta puesta”, que está comprometido o comprometida y que, por ende, es más plausible de ser electo o electa para futuros ascensos.
Mensajes y mails que se acumulan por responder y la realidad de siempre: ¿quién puede responder cuando llega a casa y le espera otra interminable lista de tareas hogareñas por hacer? Las mujeres definitivamente tenemos menos oportunidad de poder conseguir esa habilidad adicional, al estar demandadas responsabilidades domésticas.
No solo eso, sino que se nos suele molestar más y por motivos más intrascendentes. “Haceme acordar de que…”, “agendá la reunión para…”, “acordate de que mañana viene…”, son mensajes comunes en cientos de miles de teléfonos de mujeres en ámbitos de trabajo. Ser la agenda del mundo, parece ser una nueva tarea que nos ha asignado el patriarcado.
El derecho a la desconexión digital busca lograr también que esas comunicaciones pasen a ser recordatorios automáticos que uno mismo se programe en caso de ser necesarios. Y es que algunos jefes y jefas solo dejaran de usarnos de agenda si se los obliga por medio de penalizaciones.
¿Es solo eso? No, tiene también una dimensión adicional y sumamente importante.
Trabaje o no la mujer, el derecho a la desconexión digital puede cooperar para lograr la igualdad de género, ya que la excusa (muchas veces válida) de “tener que responder” se interpone frente a la posible voluntad del hombre de participar en la división de tareas en el hogar.
Si comenzamos a respetar los tiempos libres y de descanso, asumiendo que las comunicaciones fuera de horario de trabajo son una falta de respeto al otro, contribuiremos a que los hogares puedan organizarse mejor respecto a los cuidados.
Muchos países como Francia, España, Italia, Bélgica, Canadá, Estados Unidos e India, entre otros, ya cuentan con legislaciones al respecto. Los abordajes son múltiples. Desde multas, sistemas de control, comités de evaluación dentro de cada organización y mecanismos de denuncia frente a incumplimiento. No existe la receta única y cada país (¡y cada sector de la economía!) debe hacer su propio camino sobre qué entiende y cómo regularlo.
Se trata de organizar las comunicaciones institucionales en los espacios de trabajo de manera más amigable con los tiempos libres de cada uno, de entender que la tecnología puede ser nuestra mejor aliada en la lucha contra la hiperconectividad: advertencias automatizadas de que se está enviando un mensaje fuera de horario, servidores que retengan mensajes hasta el otro día, sistemas de mensajerías que permitan programar el envío de mensajes para determinada hora pueden ser herramientas sumamente útiles en el respeto por el tiempo ajeno.
Hoy producto de la pandemia estamos siendo fuertemente afectados por la ola de hiperconectividad y todos sufrimos las consecuencias de una realidad virtual que se fusiona con la realidad analógica. Quizá es el momento propicio de que, entre todos, desde los ciudadanos hasta las instituciones, nos planteemos cómo lograr comunicaciones más sanas, logrando soberanía de nuestro tiempo libre y cooperando con una herramienta más hacia la igualdad de género.
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