Doctrina Cabrera

Creer que el déficit es porque se exporta poco y no porque se importa mucho es suicida

 

Durante 2018 se proyecta que el déficit de nuestra cuenta corriente, tanto comercial como financiero, alcance una magnitud inédita, aún para los antecedentes argentinos en la materia, lo cual es mucho decir. La cuenta corriente de la balanza de pagos registra el llamado saldo comercial, exportaciones menos importaciones de bienes y servicios, más el llamado saldo financier”, los intereses y los beneficios de las empresas que cobramos del exterior menos los intereses y los beneficios que pagamos al exterior. Nos acercamos de frente a la pared a buen ritmo y sin freno porque por los dos conceptos cobramos muchos menos dólares que los muchos más que debemos pagar.

Por más que demos vuelta, y con sobradas razones, alrededor del albur del vertiginoso crecimiento de la deuda externa, que por el momento narcotiza la situación deficitaria, la solución de fondo al problema siempre la proporciona la cuenta comercial, porque en última instancia las transferencias entre países siempre son reales, en el sentido de que se trata de exportaciones e importaciones. Cualquier deuda externa se paga de una sola manera: con superávit comercial, o sea exportando algo más de lo que se importa, de suerte que el saldo positivo se aplica a erogar la deuda.

Frente al presente y la perspectiva del enorme déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, el ministro de la Producción, Francisco Adolfo Cabrera, ha enunciado un diagnóstico sobre su origen, y como en el pecado está la virtud, su solución: No es que importamos mucho sino que exportamos poco, ergo hay que exportar más para lo cual es menester bajar los costos. Resume en esta forma la mirada estratégica del oficialismo. Si la impugnamos como se merece, señalando la obviedad de que hay más importaciones porque abrieron imprudentemente la economía (aumento del desempleo) y, además, que subir las exportaciones a esas alturas no es nada fácil (si es que fuese posible, incluso sin el marcado proteccionismo actual), nos perdemos de avizorar los ductos por los cuales la Doctrina Cabrera nos va a dejar en Pampa y la vía.

Esta doctrina o bien significa que la conflictiva geopolítica mundial ha vivido equivocada buscando afanosamente lo contrario al menos en los últimos seis siglos: exportar lo que se pueda, siempre importar lo mínimo necesario, vender como sea y comprar lo menos posible; o bien que  la trama y el revés de la trama de las relaciones internacionales no incurrieron en ningún error técnico que las llevaron a disputas a cuál más sangrientas e inhumanas y, entonces, la hipótesis de máxima de Cabrera más que una simple estupidez y una coartada discursiva nada atinada,  se trata de lo que realmente cree el gobierno. Y actúa en consecuencia. Más allá de su inopia, eso es lo verdaderamente preocupante.

 

Cerca de la revolución

Sucede que la inquietud que provoca la Doctrina Cabrera comienza ni bien se repara en la insistencia de bajar costos, (eufemismo por bajar salarios)  para exportar más. Por fuera del hecho de que las exportaciones responden poco y nada al sube y baja de los precios, lo cual ya descalifica en sí la meta perseguida para un sector político que se amargaba por el favor que el supuesto viento de cola le hizo al gobierno anterior, es paradójico que quieran menos precios de exportación habiendo manifestado una y otra vez la ventaja de sus altos precios. Por supuesto, el viento de cola es un mito, tenaz y persistente como tal. Los términos de intercambio (relación precio de exportaciones/precio de importaciones) no tienen que ver directamente con el desarrollo, pero sí en forma indirecta cuando son causados por las subas salariales o pasan a engrosar los salarios por efecto de la acción redistributiva estatal. Con ello alientan el consumo, que incentiva la inversión. El actual gobierno va en dirección contraria y, encima, ¡buscando deliberadamente peores términos de intercambio!

La revolución de la alegría, enfocada en el comercio exterior, considera al precio internacional como un dato primario a partir del cual se selecciona la estrategia de desarrollo basada en la rentabilidad intrínseca de cada especialidad y cada etapa de desarrollo de un material. Una pura ilusión que irónicamente comparten, en cierto grado, con buena parte de sus detractores y que puede ser afamada de tal ni bien consideramos un ejemplo hipotético donde, de paso, podremos aislar una alternativa a la actitud similar de tirios y troyanos, aunque difieran en matices importantes. Una tonelada de cables de cobre vale $ 1000, la cantidad de cobre necesaria para producir una tonelada de esos cables vale 200. Por lo tanto, el valor agregado en la etapa de extracción es de 200, mientras que el de la etapa de procesamiento es 800. El valor agregado por trabajador empleado es, por ejemplo, $ 10 en la extracción y 50 o 60 en la transformación. La Doctrina Cabrera quiere bajar el salario minero a $ 7, y amén de que se desentiende de la transformación, el mayor excedente que busca, estropeando los salarios, no será jamás reinvertido en la Argentina, por la simple razón de que no hay mercado. El equilibrio de la balanza comercial que procura resultará de volver más pobre al país.

En cambio, muchos de sus detractores inferirán que la transformación es más rentable que la minería y hay que ir sin más en esa dirección. Así, esos otros pasan por alto que si el cable de cobre vale $ 1000 y si en la etapa de procesamiento genera un valor agregado total de 800 y un valor agregado por trabajador empleado de 50 o 60, es precisamente porque los países en donde se encuentra implantada esa etapa son países desarrollados y, por lo tanto, las remuneraciones de los factores en esa etapa corresponden a los precios de esos países. De ello se sigue que si la Argentina puede tomar ventaja de esta situación e implantar la etapa de procesamiento en su territorio, ya no producirá un valor agregado de $ 800 por tonelada sino, tal vez y a raíz de sus salarios, de 300 o 400, y una tonelada de cables de cobre no valdrá $ 1000, sino 500 o 600. Así pasó en la historia del capitalismo con un montón de industrias comenzando por la textil, que casualmente en estos días, de la fría mano de los robots, está en trance de abandonar la periferia y volver al centro.

Los unos y los otros pasan olímpicamente de largo el dato clave de que los salarios se forman en el ámbito nacional y la tasa de ganancia en el internacional, lo que significa que el capital es móvil, en el sentido de que busca igualar su rendimiento entre las alternativas globales que se le presentan. La Doctrina Cabrera, con la idea de bajar los salarios, agrava el cuadro de la punción del excedente nacional y le pone un obstáculo insalvable a la tecnificación. Los otros no lo empeoran, pero tampoco lo mejoran. No es gratis. La Reina de Corazones le decía a Alicia que, en sus dominios, para estar siempre en el mismo lugar había que correr dos veces más rápido. Entonces, menos de tres es darle de comer y espacio a la Doctrina Cabrera.

 

Tu vicio

Lo que un país consume en bienes finales e intermedios es igual a lo que produce más lo que importa menos lo que exporta. Entonces decir que el consumo excede a la producción equivale a decir que las importaciones exceden a las exportaciones. Pero aquí nos encontramos frente a dos conjuntos heterogéneos de bienes que son comparables sólo a través de los precios. Desde el momento en que esto último se pone en tela de juicio, la Doctrina Cabrera se vuelve irrelevante y, por lo mismo, políticamente peligrosa porque busca precios más bajos. Al conjunto de los precios actuales, las importaciones argentinas de bienes y servicios en el largo plazo exceden significativamente sus exportaciones. Sin embargo, a otro conjunto de precios, las exportaciones argentinas pueden perfectamente valer varias veces sus importaciones.

Si se decide ponerle el cascabel al gato, en lo posible más temprano que tarde, y proceder a una rectificación de la situación por medio de una transferencia unilateral opuesta a favor de la Argentina, esta transferencia no podrá, a su turno, ser materializada más que bajo la forma final de bienes y servicios adicionales que van desde la frontera nacional hacia las otras. Como, por otra parte, ni las balanzas ni las deudas pueden ser acrecentadas hasta el infinito, el único vehículo posible de esos bienes y servicios será, una vez más, una modificación en los términos de intercambio. Es todo una cuestión de precios. Para que sean ventajosos los nuestros, hay que hacer todo lo que haya que hacer para subir los salarios. Con restaurar lo perdido no alcanza.

 

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