“Te echamos o te pasa algo peor”
Vicentin en el recuerdo del delegado Cacho Zarza, detenido durante la dictadura cívico militar
Oscar Cacho Zarza es histórico dirigente del sindicato de aceiteros santafesino, uno de los 23 delegados de sección chupados en dos operativos entre enero y noviembre de 1976. Sobreviviente testimonial de una etapa particularmente ensañada con el norte santafesino, donde los trabajadores, agrupaciones estudiantiles, militantes de las Ligas Agrarias y los Sacerdotes del Tercer Mundo enfrentaron a las fuerzas policiales, federales, al control operacional de las fuerzas armadas, las burocracias sindicales y la complicidad civil de empresas como Cargill, Molinos Río de La Plata y por supuesto el Grupo Vicentin. Declaró el 25 de junio pasado en el Juzgado Federal de primera instancia de Reconquista ante el fiscal Roberto Salum, en una causa que ha tomado nuevos bríos pero viene pisada porque los nombres involucrados son “los que hicieron Reconquista y Avellaneda”, los que financian la política y todo lo demás, ponen y sacan intendentes.
—¿Qué recuerda de esa época?
—Nosotros hicimos un movimiento sindical allá por el '73, un tiempito antes de que entre Cámpora a la presidencia, en el Sindicato de Aceiteros de Reconquista y Avellaneda (Departamento General Obligado). Había elecciones y organizamos una lista opositora para lograr un sindicato que nos defendiera realmente, que no arreglara con la patronal en contra de los trabajadores. Cuando el oficialismo ve que la pueden perder se decide la intervención del sindicato. En ese momento habría unos 1.300 obreros efectivos de Vicentín y Buyatti, las fábricas más importantes de la zona, más algunos obreros desmotadores de algodón de Villa Ocampo, Las Toscas, Florencia y Romang, unos 1.500 trabajadores con posibilidades de votar.
—¿Se pudieron presentar a elecciones, la democracia sindical era real o formal?
—El Sindicato de Aceiteros daba elecciones cada dos años pero arreglaban con Vicentin y primero venía una amenaza: “Quedate piola o te echamos”, y no había nada que hacerle. Muchísima gente quedó en el camino. Pero nosotros estábamos muy bien organizados y teníamos un 80% de los compañeros, hacíamos asambleas enormes y ellos vieron eso. Cuando se eligió la Junta Electoral le ganamos los 12 miembros, los 9 titulares y los 3 suplentes y entonces la cosa se puso brava, nos apretaban pero éramos fuertes. Nosotros respondimos con movilizaciones y asambleas extraordinarias, apoyados por dirigentes de la Intersindical nacional como Jorge Di Pasquale (que había sido pro secretario de la CGT de Los Argentinos) y Lito Sorbellini, un viejo dirigente del Partido Comunista de la ciudad de Santa Fe. Ellos nos alentaron y nos asesoraban también en la posibilidad de hacer un paro general y tomar las fábricas o el sindicato, dos mociones que surgieron de los mismos compañeros y que sometidas a votación, ganó el paro con la toma del sindicato.
—¿Esas medidas de acción directa pudieron concretarse?
—Lo hicimos un 31 de mayo de 1973 y pensamos que esa demostración de fuerza iba a alivianar la represión, pero en esa época estábamos con inundaciones y entonces el control operacional lo asumió la Brigada Aérea, que era como la fuerza de choque de la fábrica. El paro se hizo igual en Vicentín y Buyatti. Y fue grande, parar una fábrica de aquella envergadura, con muchísima maquinaria en producción y energía (turbinas, generadores de electricidad y las calderas) es cosa de varias horas. El acta de la toma la firmamos 320 compañeros frente a un escribano que certificaba todo. Nos hicieron una causa por usurpación de propiedad que nos condenó a los primeros cinco que ingresamos a dos meses de prisión en suspenso. Pero finalmente conseguimos ser sobreseídos y eso les dolió mucho tanto a la conducción del sindicato de entonces como a los Vicentin.
—Pero ustedes no podían firmar la homologación de ese acuerdo. ¿Cómo lo resolvieron?
—El tema fue al momento de firmar porque al homologar en el Ministerio de Trabajo no quedó otra que movilizar al sindicato, amenazando con una toma hasta que los interventores fueran a firmar lo que nosotros habíamos conseguido. Hasta el día de hoy esas conquistas son las que hicieron que los sueldos de los aceiteros sean muy buenos e incluso los que se jubilaron lo pudieron hacer con buenas cifras. Esas mejoras nunca fueron resignadas y se mantienen. Eso es fruto de nuestra lucha y la gente hoy lo agradece. El Sindicato de Aceiteros convocó finalmente a elecciones a mediados de 1975, un poco tarde para todo y para nosotros difícil porque ya el gobierno era otro, la represión se había puesto brava y el golpe militar estaba ahí nomás. Ahí llovieron las detenciones y eso fue otra cosa.
—Que no empezó después del 24 de marzo sino antes, como las intimidaciones y detenciones de delegados sindicales de Vicentin…
—Exactamente, todavía en el gobierno de Isabel. Aníbal Gall y yo fuimos los primeros detenidos, él era un líder absoluto en Vicentin, un Jefe general de fábrica muy querido por sus compañeros y por la gente. Era el tercero en importancia en la línea de mando operativa y era Jefe de Calderas. Él tenía la llave para disponer la parada total de las maquinarias y por su afinidad con nosotros andaba medio clandestino, lo buscaban para detenerlo y cuando lo llevaron le vaciaron la casa y le incautaron mucha documentación. A mí me detienen trabajando un 30 de enero de 1976, a eso de las 9 de la mañana me llaman a una oficina de los directivos de la empresa para entrevistarme con personal de inteligencia, que me labra un acta de detención donde se me informa que quedaba detenido y a disposición del Poder Ejecutivo. El acta la redactan en la misma máquina de escribir de la oficina y me piden que busque a dos compañeros para testificar que estaba en buenas condiciones de salud. De ahí me llevan a la III Brigada Aérea, a unos 10 kilómetros de Vicentin. En el camino les pido por favor pasar por mi casa. “Cómo me van a llevar así todo sucio y sin ropa decente”, les digo. Me llevaron pero sin dejarme bajar del auto y me hacen pedirle a mi familia una muda de ropa y documentos. Pero fue la sumariante de la Jefatura de Policía la que le contó a mi esposa Norma adónde o por qué me llevaban, una angustia tremenda. Cuando llegamos, veo a otras 40 personas. De ahí nos cargan a todos en un colectivo de la empresa El Norte, yo conocía al chofer de nombre Palacios y nos llevan a Santa Fe. Ahí nos torturaron bárbaramente y no se salvó nadie, ni siquiera los que fueron arriados por casualidad, por estar justo trabajando de repartidores, carniceros que iban a buscar la carne al frigorífico, todo en la noche del operativo. Por supuesto que los largaron antes que a nosotros, pero se comieron una biaba tremenda. Y no había forma de contestarles nada, porque te pegaban el doble, no tenían sentido la preguntas que hacían ni les importaba lo que les contestábamos.
—¿Y qué les preguntaban?
—Las preguntas eran bien básicas, nombres de guerrilleros, dónde estaban ocultos o escondían las armas, el “embute” le decían ellos. Y nosotros éramos delegados de sección y trabajadores, no sabíamos eso. Estaba también Raúl Borsatti, el Lolo, que era periodista, cubría nuestras asambleas y nos ofrecía la posibilidad de salir en el diario El Mundo de Buenos Aires, actualmente está en la Asociación Norte de los Derechos Humanos aquí en Reconquista. Yo conocía a los muchachos de la revista Militancia Peronista para la Liberación, tuve la suerte de conversar con Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, porque ellos eran amigos de nuestro abogado. A Ortega Peña lo conocí en Buenos Aires tres días antes de que la Triple A lo acribillara. También conocí a muchos compañeros de la Juventud Trabajadora Peronista que trabajaban en Molinos Río de la Plata y que ahora están todos desaparecidos. Nosotros viajábamos para bancarlos en la lucha allá y ellos venían para Reconquista y Avellaneda también, fueron entregados por su empresa por supuesto. Nosotros fuimos querellantes con la Federación de Aceiteros en estas causas y logramos algunas condenas a policías y alguno murió en cautiverio, pero hay muchos que zafaron. Lo que más cuesta es el enjuiciamiento a los civiles cómplices, porque acá son amos y señores de todo.
—Si tuviera que mencionar a civiles, miembros del directorio o empleados jerárquicos de la fábrica que estaban al tanto o colaboraban activamente con la represión y la desaparición de trabajadores, ¿a quiénes incluiría?
—Si hay que hablar de cómplices civiles que aún estén vinculados a la actividad de la empresa hay que señalar al Beto Padoán, también Héctor Vicentin que tanto sale a hablar zonceras en los diarios, él era el que nos perseguía y apretaba dentro de los talleres de la empresa. Un ingeniero con esa vocecita cínica que tenía. Y después hay otros que ya murieron con esta demora, uno de los jefes administrativos que era don Francisco Vicentín, a quien le decíamos El Sapo. Y los viejos socios fundadores que sabían todo, la empresa todavía no había cambiado a SAIC y era Sociedad de Responsabilidad Limitada.
—¿Cómo fue su cautiverio y su vuelta a una libertad condicional o muy vigilada?
—A mí me torturan bastante y me liberan a dos días del golpe y vuelvo a la fábrica que ya estaba casi militarizada, a los delegados nos perseguían continuamente y algunos compañeros de limpieza y mantenimiento nos avisaban, nos protegían haciéndonos de campana porque algunos estaban de civil. Luego me detienen de nuevo el 2 de noviembre de 1976 junto a un grupo de más de 20 compañeros de la Comisión Directiva del sindicato, todos delegados. Quedamos 7 detenidos por un par de años y fue lo mismo que la vez anterior, interrogatorios largos, torturas y preguntas todo el tiempo, algunas eran disparates.
—Las movilizaciones en defensa de Vicentin, de la propiedad privada y en contra de la expropiación anunciada por el Presidente, ¿cuántas fueron en realidad? Por TV parecía el norte sublevado, una especie de 125 versión 2020. ¿Fue para tanto?
—Fue mucha gente, pero hay que ver esto: no fue una movilización de avellanedenses, fue regional. Había gente de Reconquista y de todos los parajes, comunas y ciudades cercanas, como Margarita, Las Toscas, Villa Ocampo, Florencia, Malabrigo. Y ahora los van renovando, hay un trabajo detrás de eso, sin dejar de reconocer que hay gente que tiene su ideología y sus motivos; y por supuesto la gran cobertura de prensa que tuvieron. Pero no tiene comparación con las grandes movilizaciones que hacíamos nosotros o las que puede hacer el Sindicato de Aceiteros en Reconquista o Avellaneda. Acá hay una gran tradición de lucha, particularmente en Reconquista o en Villa Ocampo, que juntaron 40.000 personas en la famosa “Marcha del Hambre” (1969 contra el cierre de ingenios de Onganía), cuando llegamos hasta la base aérea y de no ser por la intervención de algunos curas hubiese sido una masacre, porque hubo represión y mucha. Esas eran manifestaciones, el pueblo en las calles no una pequeña caravana con dos personas por auto.
—El norte santafesino en el departamento Reconquista es más de la Unión Cívica Radical que otra cosa.
—Acá hay una larguísima tradición del radicalismo, una continuidad apenas interrumpida por el peronismo que tal vez cometió algunos errores y por la complicidad de algunas organizaciones sindicales peronistas como las 62 Organizaciones con la Triple A y con los militares después; eso no cayó bien acá, metió mucho miedo; después de Alfonsín todo fue radicalismo, acá. No existe tampoco el Frente Progresista, en esta zona es todo radicalismo PRO y con intereses muy fuertes con Vicentin y la Mesa de Enlace, están muy unidos y no hay casi oposición. En Villa Ocampo y Las Toscas se alternan radicales y peronistas, pero en Avellaneda tenemos radicalismo desde el '73. Muchos radicales fueron interventores o funcionarios de dictaduras, o funcionarios de alto rango como Delki Scarpín, el padre de Dionisio Scarpín y actual intendente, que fue Secretario Administrativo del interventor militar de Onganía, Secretario de Hacienda del interventor militar hasta 1980 y después fue el primer intendente con la vuelta de la democracia. Es muy difícil ir contra eso, son muchos años de tradición radical de derecha.
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