En enero y febrero pasados, el establishment de Estados Unidos miraba alborozado el imprevisto espectáculo de minúsculas fieras devorando a los ciudadanos chinos. Una epidemia paralizaba su vida social y actividad económica, triturando el orgullo del Partido Comunista Chino luego de su marcha triunfal de cuarenta años.
Para fines de marzo esa inocultable satisfacción se había trocado en desesperación. China comenzaba a dominar la expansión del virus y los contagios se expandieron a Europa, Estados Unidos y luego al resto del mundo. El virus se había transformado en pandemia, a pesar de las alertas previas enviadas por China y la Organización Mundial de la Salud. Las arenas del circo romano tienen otros cristianos para devorar, con los Estados Unidos al frente del pelotón, pero ahora sin espectadores en las gradas.
La pandemia crece al compás del incremento de contagios en Estados Unidos, Brasil, Rusia e India, entre tantos otros, mientras su virulencia se reduce sólo en Europa, sin extinguirse y con rebrotes. El verano boreal no trajo el esperado fin de una enfermedad que continúa sin remedios efectivos de cura, ni vacuna. Menos aún en el invierno austral que nos incluye, con una curva de contagios en pronunciado ascenso. Mundialmente, más de 10 millones de contagiados y 500.000 muertos. China logró controlarlo en abril pero hubo un nuevo brote en Beijing, con menos de 300 casos a la fecha. Pareciera estar dominado, pero el temor a la repetición es evidente en las duras medidas adoptadas, a un alto costo.
El costo económico de la pandemia
Las consecuencias económicas de la pandemia han sido evaluadas por distintos organismos internacionales. A fines de junio el FMI (Actualización de Perspectivas) proyecta que la caída de la actividad mundial alcanzará el 4,9 % en 2020, un 1,9 % peor que las proyecciones del pasado abril.
Pronostican una caída del 8 % para Estados Unidos y un aumento del 1% para China.
Más estrepitosa será la caída del comercio internacional. Luego de consignar una caída del 3 % en 2019, la Organización Mundial del Comercio estima que la caída para 2020 puede oscilar entre el 12 % y el 32 %.
Con datos a mediados de junio, la UNCTAD confirma que las exportaciones mundiales cayeron un 5 % en el primer trimestre del año y los datos parciales apuntan a una caída del 27 % en el segundo trimestre, con un estimado de un 20 % de caída anual. La caída del intercambio de servicios también será muy fuerte, comenzando por el turismo. Las quiebras y cierres temporarios de empresas, pérdidas de ingresos personales y aumento de la desocupación son elevadísimas en todos los países, y con ello un fuerte aumento de la pobreza y la marginalidad.
El intercambio entre Estados Unidos y China ha sufrido una caída drástica en el primer cuatrimestre de 2020, resultado de dos causas que se suman, la previa presión norteamericana y la caída como consecuencia de la pandemia.
En 2019, en el medio de la guerra comercial, la presión norteamericana logró una caída de las importaciones chinas del 16 % y una reducción de su déficit comercial del 18 %. Entre enero y abril de 2020 las importaciones desde China cayeron un 24 % y el déficit un 29 %.
Estados Unidos y China frente a la pandemia
Mientras China, una vez que hubo identificado la gravedad del virus, priorizó la salud de la población con drásticas medidas, Estados Unidos las desestimó al inicio priorizando el mantenimiento de la actividad económica y la ganancia de las empresas. No sólo desoyó los avisos, sino que cuando le estalló el virus acusó a China de su deliberada expansión y a la OMS de estar al servicio de Beijing. Luego el clamor de los ciudadanos frente a la emergencia sanitaria provocó cambios en la miope política inicial, pero ya era tarde. A nivel económico, las principales medidas han sido monetarias, con la mayor expansión monetaria en tiempos de paz, incluyendo préstamos a baja o nula tasa de interés, aumento de la emisión en U$S 3 billones (trillions) reducción de impuestos y cargas sociales a las empresas, compras de acciones, incluidas las de baja calificación, pagos de nóminas salariales, transferencias a particulares, seguro de desempleo, etc. Parte importante de los esfuerzos del gobierno son canalizados, utilizados y aprovechados por los intermediarios privados más concentrados de la economía, los bancos y las grandes empresas.
Endeudamientos a tasa cero multiplican nuevos esquemas de apalancamiento de compras especulativas, con muchas empresas recomprando sus propias acciones. Estas compras producen una divergencia entre los valores técnicos en empresas afectadas por la pandemia y su cotización renacida gracias al pulmotor gubernamental: “Los tres índices de Wall Street registraron sus mejores resultados trimestrales en más de 20 años. El Dow Jones creció un 18% entre abril y junio mientras que el S&P500 trepó un 20%” (Ámbito Financiero 1.7.2020). En el medio de la emergencia, el aprovechamiento privado produce una adicional concentración de patrimonios e ingresos, mientras la desocupación crece aceleradamente. Stephen Roach (Bloomberg 8.6.2020) indica que es probable que “el déficit del presupuesto federal se dispare a un récord en tiempo de paz del 17,9% del PIB en 2020 antes de retroceder al 9,8% en 2021”.
Los montos de salvataje desplegados en Estados Unidos son mucho más importantes que los que ha anunciado China, actualmente en una etapa prácticamente de post-pandemia. El déficit fiscal superará el 3,6 % del Producto Bruto, sumando un incremento de 1 billón (trillion) de Yuanes, a lo que se agregarán otro billón de Yuanes de bonos para el Covid-19. Estos 2 billones (equivalente a U$S 280.000 millones) serán transferidos a los gobiernos provinciales, con un mecanismo especial para que llegue directamente a los distritos designados y beneficie a sus empresas y ciudadanos, sin intermediarios privados que distorsionen el objetivo buscado.
En reducción de impuestos se agregarán el equivalente a U$S 70.000 millones, y las inversiones en infraestructura llegarán a los U$S 518.000 millones, con un incremento de U$S 224.000 millones sobre el año anterior.
El conjunto de medidas monetarias y de gasto público suman el equivalente a U$S 575.000 millones por sobre 2019. Con un paquete de ayuda muy superior al de los chinos, en Estados Unidos la caída del producto y la ocupación en 2020 será muy superior.
Las diferentes políticas aplicadas y los resultados proyectados por los organismos internacionales, en última instancia, son y serán consecuencia de las características políticas y económicas de cada país.
El sistema político de Estados Unidos se caracteriza por la hegemonía del gran capital en ambos partidos, dirimiendo en las elecciones que fracción del mismo conducirá el país en cada período. En muchos Estados es resistida la participación en elecciones de minorías étnicas, económicamente más postergadas. Los aportes de campaña sin límites para personas y empresas, aceptados por la Corte Suprema hace pocos años, garantizan la elección de candidatos adinerados o sus representantes, que gobiernan apoyando sus intereses. Las preferencias de los votantes pueden torcer algunas decisiones, en general en temas de índole política interna, pero no en la esfera económica y menos en la internacional. Las desregulaciones financieras, las reducciones de impuestos a los ricos, la elusión impositiva y creciente fuga de ganancias de las grandes corporaciones a guaridas fiscales, entre tantos otros temas, no son sometidos a votación aunque los electores piensen lo contrario. Lo impide una maquinaria de poder y dinero que domina a ambos partidos y a sus representantes en los poderes políticos y la burocracia del Estado.
En el sistema político de partido único en China intervienen casi 90 millones de afiliados. Desde Deng Tsiao-ping ha habido dos alas, los más pro-mercado y los que quieren la preminencia de la política sobre la economía privada, con decisiones en uno u otro sentido que van cambiando con total pragmatismo. Es claro que ante cada disyuntiva la decisión final la toma la dirección, pero quien decide es el partido y no el dirigente de turno, por más poder que aquel le haya delegado. El control social se ejerce con un amplio aparato de supervisión de las actividades sociales, con formas diferentes a los de Occidente, donde también existe aunque no sea reconocido. Es claro que la conducción del partido no es representante del gran capital privado como en Estados Unidos.
Derivado de lo anterior, la otra diferencia está en la estructura económica. En Estados Unidos la fracción del capital financiero (entendido como la amalgama de bancos, entidades financieras y empresas oligopólicas) es hegemónica sobre el resto del capital y controla y condiciona al Estado al margen del partido político en el gobierno. En China el sector financiero es básicamente estatal. Los bancos no persiguen sólo beneficios sino que son los instrumentos de la conducción política para lograr los fines económicos que llevarán adelante las empresas, tanto privadas como públicas. No existen derivados financieros ni la especulación de bolsa está basada en el grado de apalancamiento que ha conducido a reiteradas crisis en Estados Unidos. La banca en la sombra es una fracción menor comparada con la americana. Las empresas privadas significan cerca del 70 % de la actividad económica, mientras la parte más concentrada de los sectores industriales básicos y estructurales, los servicios de infraestructura, el sistema financiero, la educación, la salud y los medios de comunicación, son estatales.
Este Capitalismo de Estado (llamado “Socialismo con Características Chinas”) no despierta resquemores en Estados Unidos por su denominación oficial, ni por ser el Partido Comunista el que dirige el país. Como dice Liu Mingfu, coronel retirado del ejército chino: “Estados Unidos no tiene miedo de una China socialista, tiene miedo de una China fuerte. Estados Unidos preferiría una China socialista pobre que una China capitalista poderosa”. La guerra comercial, las acusaciones al “virus chino”, las manifestaciones en Hong Kong, etc., se utilizan como campos de batalla para debilitar a China, así como la emergencia de conflictos raciales debilitan la posición de Estados Unidos. La capacidad de acción rápida le está permitiendo a China controlar al coronavirus y encaminar su economía hacia la recuperación. Los costos que China ha pagado y continuará pagando son muy importantes, así como los retrocesos a que lo obliga la presión americana en la llamada disputa comercial.
China es un Estado-Civilización de 5000 años, desarrollando un camino propio no repetible por su historia e idiosincrasia. No es un modelo universal ni pretende serlo. Estados Unidos sí lo pretende. La riqueza de su experiencia merece mayores análisis y reflexiones en los países que estamos a medio camino en nuestro desarrollo.
La Argentina y la pandemia
Fuimos uno de los primeros países en adoptar el distanciamiento social y luego la cuarentena con muy buenos resultados durante varios meses. El Presidente Alberto Fernández repitió muchas veces los argumentos básicos: ante un mal que aún no tiene cura ni vacuna debemos hacer como en la Edad Media, aislarnos, buscando aplanar la curva de contagios y ganar tiempo preparándonos para cuando la temporada invernal haga más resistente al virus. Ahora estamos en esa etapa y los contagios se han empinado. En poco tiempo superaremos los casi 85.000 casos de China. No tenemos las mismas capacidades con que cuentan China y un puñado de países desarrollados en medicina, laboratorios, producción de insumos de salud, tecnología de la información para seguir la cadena de contagios, y tampoco la capacidad financiera de esos países. En ese aspecto se está haciendo todo lo que está al alcance de nuestras limitadas capacidades, que no son ni muchas ni pocas.
Nuestro problema pasa por la política, no sólo por las limitadas capacidades. En un momento de crisis múltiples, el intento destituyente está más vigente que nunca. El foco de infecciones de la opositora Capital Federal se desparrama al Conurbano multiplicando los casos. El macrismo obtuvo el 40 % de los votos y no tenemos quórum propio en Diputados. El poder económico concentrado, muchos jueces, la embajada y los medios de confusión están abierta o solapadamente en contra del gobierno del Frente de Todos. Nuestra situación es más complicada por la renegociación de la deuda externa que nos dejó la fuga orquestada por Cambiemos, y recientemente añadimos Vicentín con decisiones que deberían haber sido más pensadas.
Las situaciones difíciles hay que enfrentarlas a partir de su reconocimiento. Nada es imposible si se logra la participación activa de la población, su organización y la toma de decisiones claras. Pero todo parte de la clara identificación de los problemas, sin falsas ilusiones que nos impidan medir los esfuerzos necesarios para superar las encerronas del presente.
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