Plandemia y terraplanismo
Después de meses de repliegue vuelve al Cohete nuestra gran escritora Luisa Valenzuela
Plandemic es, o era, un video que antes de ser suprimido por falso se volvió viral en las redes. Tiene por protagonista a la doctora Judy Milkovits, científica famosa sobre todo sus posiciones controversiales. La doctora Milkovits se solaza en lo que hoy conocemos como una conspirodemia, afirma que "está muy claro que este virus fue manipulado. Algunos animales fueron llevados a los laboratorios y eso fue lo que liberó el virus, ya sea deliberadamente o no. Esto no puede ocurrir de forma natural". También acusa a Bill Gates de querer "sacrificar y vigilar a la población mundial" enriqueciéndose con ciertas vacunas.
También afirmó la amable doctora que “usar un tapabocas literalmente activa tu propio virus", en un artículo que vinculaba un retrovirus de ratón con la enfermedad de la fatiga crónica. Lo interesante (o mejor dicho alarmante) es que en las actuales y aciagas circunstancias hay quienes repiten estas y otras lindezas, prefiriendo reproducirse por emulación al mejor estilo virus, en lugar de pensar por cuenta propia.
Nada debe sorprendernos. Al tiempo surgieron los llamados Corona Parties, con festivos juerguistas al mejor estilo La máscara de la muerte roja de Poe, apostando a una inmunidad de rebaño que nunca ha sido probada. Cabe preguntarse: ¿estos propulsores del rebaño aprobarán la violencia y las violaciones en manada, su gregarismo llegará a semejantes extremos? ¿Manada o jauría? Menos mal que quienes constituimos la inmensa mayoría de ovejas negras descreemos del rebaño por considerarlo altamente infeccioso al divino botón y en más de un sentido.
Sin embargo disidentes nunca faltan. De la Plandemia al Terraplanismo, un solo paso. Más allá de la homofonía, responde a la convocatoria sesentista: ¡La imaginación al poder! Un poder destructivo o al menos desconcertante, pero imaginativo en exceso.
Con respecto a la plandemia, a los anticuarentena y antivacunas y toda esa caterva, nada me asombra, pero los terraplanistas me tienen muy intrigada. ¿Cómo hacen para dar la vuelta al mundo, me pregunté, si la tierra es un gran plato? Y no, no me hice el plato, no me burlé ni morí de risa como la frase indica. Me puse a investigar seriamente el tema. Y encontré el planisferio (término nunca mejor aplicado) de la plana Tierra, la Chatapachamama, y supe. Supe que en el centro del plato, es decir de la Tierra como disco cuyo mapa estoy viendo, aparece el Polo Norte, y las aguas de los océanos no caen al vacío porque este plato playo, no sopero, está circunvalado por el Polo Sur, alto muro de hielo que ejerce de límite y contención. Por ahora el calentamiento global no desvela a los terraplanistas que se niegan a creer en patrañas científicas, como tampoco parecería desvelarlos la inutilidad de las brújulas o del sistema GPS que funciona por triangulación atendiendo a la trigonometría de la esfera. De hecho, leo hoy con maravillamiento y a la vez gran desencanto, contra todo pronóstico de los marinos avezados —viejos lobos de mar que insisten con que navegar en línea recta es imposible porque lo único que harían sería dar vueltas en redondo— tenían ya apalabrado un crucero para llegar hasta los confines del mundo, alcanzar la pared de hielo y demostrar su teoría. El tal crucero fue anunciado con bombos y sobre todo platillos para este mismo año, el sacrosanto 2020. El Covid-19 los salvó del bochorno. Con razón están agradecidos al coronavirus y combaten vacunas y cuarentenas y barbijos (¿o no son los mismos, terraplanistas y antivacunas?).
Junio 10
Casi un mes atrás asocié la “plandemia” con los terraplanistas. Ahora sé que no fui para nada original. Salieron las hordas (limitadas, pero hordas al fin) a las calles a vociferar contra la cuarentena, las vacunos y varios a favor de la tierra plana. No sé cómo reaccionar ante tamaños dislates, pero hay opciones:
- Resignarnos, atendiendo a Michio Kaku, el genial divulgador científico, quien opina que a los irracionales disidentes los tendremos en la Tierra –plana o esférica— hasta el final de los siglos. La superstición, afirma Kaku, está en los genes de algunas personas desde tiempo inmemorial y por ende es inevitable. En nueve de cada diez casos la superstición, cualquiera que sea, nunca sirvió de nada y muchas veces resultó nefasta, pero en el caso restante pudo ser salvadora. Por eso perdura y perdurará en el cableado cerebral de ciertos homo sapiens (más o menos sapiens, pero eso Kaku no lo especifica).
- Ignorarlos porque, como bien dice Mad Bear, chamán iroqués, “es un error pensar en cualquier grupo o persona como un oponente, porque cuando lo haces, ese grupo o persona se convertirá en otro tú. Es más útil pensar en cada individuo como un representante más del universo”.
- Desentenderse y reír, seguros de que nunca serán Unamuno aunque repitan con él “¡No sé de qué se trata, pero me opongo!”
Por lo pronto, yo disfruto escuchando la pegadiza e inspirada canción de Ignacio Copani. “Yo soy anti, yo soy anticuarentena. Y ante todo, yo soy anti todo lo que sea”. Y el terraplanista no se lo iba a perder.
Tampoco me lo iba a perder yo, que caí de nuevo en la red de las sincronicidades. Mi serendipia personal.
Sí, por la mañana hablé con un amigo Dedé, fotógrafo en Mendoza, con quien teníamos un proyecto sobre los tramontos. En eso se me ocurrió preguntar cómo explicarán los terraplanistas las salidas y puestas del sol. Eppur si muove? Nada de eso, aparentemente. Al menos no nuestro aplanado planeta.
Más tarde me divertí grabando Eustaquio, mi cuentito sobre el escarabajo devenido mascota, y quise ilustrarlo. Busqué entonces en la web una imagen de Khepri, el dios escarabajo de los egipcios, ¿y qué encontré? ¡La explicación de todo! ¡Viva el terraplanismo! (Así cualquiera…)
Me enteré entonces (faltaba más) que el bello y austero Khepri, que tiene un escarabajo por cabeza, es el autoproclamado dios de las salidas del sol. Y empuja el disco solar cada mañana a través del firmamento hasta que, llegado el anochecer, retorna con el sol a su mundo subterráneo. Infatigable Khepri aún en días borrascosos. Mi amiga Miti, amante de los cascarudos, me dirá que se trata de un escarabajo estercolero, pero supongo que también ella tiene una mejor imagen del Padre Sol como para considerarlo una simple bola de bosta ardiente, y tampoco espera que se hunda en el sucio submundo por las noches. Cabe suponer que el dios escarabajo, con patitas de velcro, camina subrepticiamente durante toda la noche atravesando el lado B del disco-Tierra, para volver a escalar cada amanecer —y sin resfriarse a pesar de su escasa indumentaria, es un dios, no olvidemos— el alto muro de hielo que circunvala el planoplaneta, la Chatapachamama como la deben apodar nuestros pueblos originarios del norte. (Pero, ¿cuál norte? ¿El que no debe perderse, o el central?). Cabe ahora averiguar –los terraplanistas lo explicarán—como es que siendo noche en un continente es día en sus antípodas, en el caso de que existan las antípodas. También el cambio de estaciones resulta un dilema. Quizá la respuesta se encuentre en alguna deidad hindú de múltiples avatares.
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