Todos conocemos el soft power del imperialismo, a través de su impresionante industria cultural. Pero también existen algunas redes públicas que realizan un excelente trabajo que podríamos llamar contracultural. Entre ellas, Open Culture y Public Broadcasting Service, PBS, que están entre las fuentes de inspiración de nuestro canal Encuentro. A raíz de las masivas protestas por el racismo, la violencia institucional y la desigualdad social, ambas redes han dedicado programas al rol de la música popular en la lucha por los derechos civiles en las últimas siete décadas. Con esos materiales preciosos armé esta selección, que estuve escuchando toda la semana.
En 1957 el gobernador de Arkansas, Orval Faubus, convocó a la Guardia Nacional para impedir que nueve estudiantes negros pudieran ingresar a la escuela integrada, en cumplimiento del fallo de la Corte Suprema de Justicia Brown vs. Board of Education. El Presidente Dwight Eisenhower, que era blanco y fue el general en jefe de las fuerzas de su país en la Segunda Guerra Mundial, mandó al Ejército para garantizar que esos chicos pudieran estudiar en la misma aula que los blancos de su Estado. Esa decisión de Eisenhower fue citada hace pocos días por el también general Jim Mattis, al repudiar la orden del Presidente Donald Trump de llamar al Ejército para reprimir las protestas en Washington y otras ciudades. En aquel caso, la decisión se justificó por la necesidad de garantizar los derechos de los ciudadanos, no como ahora para violarlos, dijo.
El compositor, director, bajista y pianista Charles Mingus respondió con el tema Fábulas de Faubus. Su letra decía algo así como:
¡Oh, Señor, no dejes que nos disparen!
¡Oh, Señor, no dejes que nos apuñalen!
¡Oh, Señor, no dejes que nos pongan en alquitrán y nos emplumen!
¡Oh, Señor, no más esvásticas!
¡Oh, Señor, no más Ku Klux Klan!
Pero cuando Columbia Records lo incluyó en el álbum Mingus Ah Um, de 1959, omitió la letra por considerarla incendiaria. Recién al año siguiente una versión completa fue incluida en el álbum Mingus presenta a Mingus, por el sello Candid, dirigido por el crítico y activista por los derechos civiles Nat Hentoff. El propio Mingus recita el texto, con boos al supremacismo nazi-fascista, el Klan y su plan Jim Crow.
Increíble mezcla racial de chino, negro, indio (o como le dicen allí, native american), inglés y sueca, estaba casado con una blanca, Sue Graham, quien escribió una hermosa biografía del músico, Esta noche, a mediodía. Él ya había publicado su autobiografía, Menos que un perro. Allí afirma: “Soy mulato, soy de piel amarilla… medio amarilla… apenas amarilla, no soy lo bastante blanco para dejar de pasar por negro ni lo bastante claro para que me llamen blanco. Yo me declaro negro. Soy Charles Mingus: para mí, no tengo color… Charles Mingus es un músico, un músico mestizo que toca con belleza, que toca con fealdad, que toca con amor, que toca masculinamente, que toca femeninamente, que toca música, que toca todos los sonidos, fuertes, suaves, sonidos que no se oyen, sonidos, sonidos, sonidos…”. Es tan bella esa frase como sus Fábulas de Faubus, que constituyen una de las más memorables piezas de jazz.
Hentoff también editó la suite Insistimos, Libertad ya!, compuesta por el baterista Max Roach y cantada por quien entonces era su esposa, la descomunal Abbey Lincoln, quien además de cantar militaba por los derechos civiles.
El diálogo final entre ambos, jóvenes, bellos y orgullosos, es de antología.
En 1963 un atentado del KKK en Birmingham, Alabama, mató a cuatro pibitas afroamericanas que oraban en una iglesia. Ese mismo año John Coltrane les dedicó el tema Alabama, que interpretó con su cuarteto, formado por McCoy Tyner, Elvin Jones, y Jimmy Garrison. Grande entre los grandes, para Coltrane era parte de una búsqueda espiritual que continuó por el resto de su vida.
Como involuntario síntoma de cuántas cosas aún no han cambiado, los hijos de dos de ellos, Ravi Coltrane y Matthew Garrison, volvieron a grabarlo en 2015, conducidos por Jack DeJohnette, quien llegó a tocar con sus padres.
El mismo atentado y otros, como el asesinato del activista por la igualdad de derechos civiles y políticos Medgard Evers, inspiraron a Nina Simone para componer Mississippi Goddam (una interjección que podríamos traducir al porteño como carajo o mierda). La estrenó en un concierto en el Carnegie Hall en 1964, y dejó helada a la audiencia cuando gritó: “¡Todos van a morir!”. Es desde entonces un himno de los derechos civiles, que ha vuelto a resonar en estos días.
Otro tema electrizante que cantó fue Backlash Blues, sobre uno de los últimos poemas que llegó a escribir Langston Hughes, el nombre clave del renacimiento negro de Harlem hace un siglo. Hughes fue el autor de I too, o Yo también, un poema que describe la discriminación al “hermano más oscuro”, al que mandan a comer a la cocina cuando vienen visitas, pero se ríe, come bien y crece fuerte, pensando que llegará el día en que
Me sentaré a la mesa
cuando vengan visitas
Nadie se atreverá a decirme
que coma en la cocina
Entonces verán qué soy hermoso
y se avergonzarán
Yo también soy América.
Backlash quiere decir contragolpe, reacción, en especial violenta. O como diría Paco Urondo, que te salga el culo por la tiranta. Y blues, además de ser un género musical, quiere decir tristeza.
La letra dice algo aproximado a esto:
Sr. Backlash, Sr. Backlash
¿Quién te crees que soy?
Me subís los impuestos, me congelás el salario
Mandás a mi hijo a Vietnam
Me das casas de segunda
Y escuelas de segunda
¿Crees que todas las personas de color
son solo tontos de segunda?
Sr. Backlash, te voy a dejar
Con el blues de la reacción
Cuando trato de encontrar trabajo
Para ganar un poco de mosca
¿Todo lo que tenés para ofrecer
es tu mezquina vieja reacción blanca?
Pero el mundo es grande
Grande, brillante y redondo
Y está lleno de personas como yo
que son negras, amarillas, beige y marrones
Sr. Backlash, te voy a dejar
Con el blues de la reacción
Sr. Backlash, Sr. Backlash
¿Qué te crees que tengo para perder?
Te voy a dejar
Con el blues de la reacción
Vos tendrás el blues
No yo, solo espera y mira.
Y Nina Simone la cantó así en el festival canadiense de Montreux de 1976:
Cierro con una intimidad. El último verso del poema de Langston Hughes inspiró a mi padre el título de su libro Villa Miseria también es América, que en 1956 dio nombre a un fenómeno que no ha dejado de crecer, marcó mi vida con la fuerza de un mandato y deja en claro por qué nos concierne lo que está pasando ahora en Estados Unidos.
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