Finalizaba agosto de 1963, cuando un pastor evangélico negro hacía arder los corazones de la multitud, reunida a los pies del monumento a Lincoln, con un mensaje de fe: I have a dream. Yo tengo un sueño.
Tras años de luchas, el 4 de abril de 1968, una bala atravesó su garganta, después de haber profetizado sobre sí mismo la noche anterior al cerrar su prédica diciendo: “He subido a lo alto de la montaña y he visto la tierra prometida, yo no entraré pero ustedes la disfrutarán”.
Cincuenta y dos años después de su muerte, el pasado 25 de mayo de 2020, otro cuello negro, el de George Floyd, sufría la misma violencia fatal. Sus últimas palabras fueron: “No puedo respirar”, frase que se transformó rápidamente en el lema de las manifestaciones espontáneas que le arrebataron la tranquilidad al Presidente Trump.
El sueño de Martin se transformó en la pesadilla de Donald.
Furioso, el mandatario quiso fotografiarse frente a un templo cristiano y eligió la histórica Iglesia Episcopal St John, por su cercanía con la Casa Blanca. La guardia presidencial, memoriosa de la represión ejercida sobre la multitud que gritaba horas antes "No puedo respirar", desalojó con violencia el lugar para el arribo de su jefe. Con furia, expulsó a la pastora reverenda Gini Gerbasi. Habiéndose enterado la reverenda Mariann Budde, obispa episcopal de Washington, reaccionó criticando a Trump por usar la iglesia "como telón de fondo de un mensaje antiético, contrario a las enseñanzas de Jesús y a todo lo que nuestras iglesias representan”.
Trump obtuvo su foto Biblia en mano, con la cual pudo enfervorizar a las y los pastores evangelicales acólitos. El Presidente insiste en la reapertura de la economía, a pesar de la catastrófica cantidad de muertos e infectados que sus políticas han generado. Buscando apoyos, insta a la apertura de los templos religiosos, ganándose la voluntad de fundamentalistas de todos los colores.
Es pavoroso el silencio de dichas religiosas y religiosos ante la muerte por la violencia policial y la represión feroz que subleva a la ciudadanía norteamericana de toda raza.
El sueño de Martin se transformó en la pesadilla de Donald y de unos cuantos más.
El sermón de Martin
Ante tanto estruendoso silencio, me abrazo al púlpito de Martin, para imaginar el sermón que predicaría este domingo.
Seguramente, estaría basado en el Evangelio de Lucas 13.1-3:
“En ese momento algunos le contaron a Jesús el caso de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios que ellos ofrecían.
Jesús les dijo: «¿Y creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que el resto solo porque padecieron así? ¡Pues les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos”. RVC abreviado
Hilando sus frases, que resonaron en tantas iglesias, sindicatos, cárceles y calles, abriendo ojos, oídos, mentes y corazones, puedo oírlo decir nuevamente:
“Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.
Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.
No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética... Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.
Nuestra generación tendrá que dar cuenta no solo de las palabras y de los actos odiosos de los malvados, sino también de los silencios inexplicables de la gente de bien. Aceptar pasivamente un sistema injusto es cooperar con este mismo sistema y, por tanto, convertirnos en partícipes de su maldad. Nuestra cobardía ante la injusticia del mundo, contribuye a armar —con la piedra, la porra o el fusil— la mano del agresor; la cobardía, donde quiera que exista, engendra la violencia. Y de la muerte de los justos todos somos culpables.
Al final, no nos acordaremos tanto de las palabras de nuestros enemigos, sino de los silencios de nuestros amigos”.
No puedo respirar
Esta frase se ha vuelto una proclama de justicia de las y los indignados que hacen tambalear al imperio.
Con su garganta perforada por aquella bala, Martin clama: “No puedo respirar”.
George Floyd, desde el asfalto del vecindario de Powderhorn, gime: “No puedo respirar”.
Cada enfermo moribundo contagiado de Covid-19, grita: “No puedo respirar”.
La voz entrecortada de quien sufre un femicidio solloza: “No puedo respirar”.
Los sulfatos de pobreza, desigualdad e injusticia, se unen con los gases de dolor, represión y muerte, cubiertos por las cortinas de humo religiosas justificadoras del horror.
Nos asfixian, no podemos respirar, no queremos respirar.
Menta una canción con aire de bulerías:
“Quiero respirar tu aire y beber de tu agua viva;
y que no me aparte nadie, quiero ser un alma tuya”.
Desde sus pulmones, llenos de la fragancia del aliento de amor divino, Martin exhala su último mensaje, que quedó grabado en el mármol de su mausoleo:
Free at last, free at last. Thank God almighty, I’m free at last.
“Libre al fin, libre al fin. Gracias Dios todopoderoso, soy libre al fin”.
Respiremos el aire fresco de libertad, para así renovar fuerzas y, entonces, no bajar los brazos hasta alcanzar la que fue su meta, que ahora es también la nuestra: “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”.
Pero atención, a cuidarse mucho siguiendo el consejo que Pablo le escribió a Timoteo, advirtiendo los días peligrosos que nos azotarían. Sin ahorrar apelativos, describe la calaña de las y los malvados que nos toca enfrentar. Tras ello, y para no morir con el monóxido que emanan las fauces de estas malas bestias, su consejo es simple: “…A estos evita”. (*)
(*) 2ª a Timoteo 3.1-5, la Biblia versión Reina Valera 1960
--------------------------------Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí