Pensar la ESMA desde un sillón

A cinco años de la apertura, el Museo de Memoria se repiensa en clave de pandemia

 

El martes se cumplirán cinco años de la apertura del Museo Sitio de Memoria ESMA. El 19 de mayo de 2015 Cristina Fernández de Kirchner habló antes: sabía que después de recorrer un lugar que cruza emociones distintas, no iba poder hacerlo. Llovía. Ella recordó el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner se presentó como parte de la generación de los desaparecidos, pidió perdón en nombre del Estado y entró al predio en un gesto de apertura inaugural a toda la sociedad. Poco antes había hablado Juan Cabandié de su primera presentación pública como hijo de desaparecidos, del nacimiento en la vieja maternidad del Casino de Oficiales que ahora devenía Museo y de cierta protección en la figura de esos presidentes. Cristina le agradeció, pero dijo que esas protecciones no podían quedar en manos de un presidente.

Yo quiero agradecerte Juan, dijo, pero quiero pedirle a los 40 millones de compatriotas que ya no tenemos que esperar que nos proteja un presidente o una presidenta. Y agregó: La memoria, la verdad y la justicia no pueden quedar en manos de un presidente, de un parlamento, ni de un poder judicial, es el pueblo el que se tiene que empoderar de su propia historia.

 

 

 

 

Cinco años después, esas palabras se escuchan de otra manera. No sólo como legado, más como el hilo secreto que permitió que el Museo de la ESMA llegue a celebrar cinco años.

Durante ese período, desfinanciado y sin presupuesto, no sólo permaneció abierto, sostenido por los y las sobrevivientes, organismos de derechos humanos, trabajadores y público. Recibió a miles y miles de estudiantes, diplomáticos, presidentes, inventó sólo con la creatividad dispositivos como La Visita de las Cinco que hoy son estudiados en el mundo y se posicionó en la lista de candidatos del Patrimonio del Nunca Más de Unesco.

Horacio Pietragalla sabe que así como este año no pudo conmemorarse el 24 de marzo en las calles, tampoco habrá celebración en vivo de los cinco años del Museo. Actual secretario de derechos humanos, es uno de los convencidos del poder trasformador del espacio. “La ESMA fue emblema de la persecución, la tortura y el terror y hoy es símbolo del trabajo de memoria reconocido en el país, en la región y en el mundo”.

Alejandra Naftal es su directora ejecutiva, museóloga y sobreviviente ella misma de otro centro clandestino, el Vesubio. “Llegar a estos cinco años fue un desafío –dice--. El Museo es el resultado de 40 años de lucha del pueblo argentino, del trabajo de las organizaciones de derechos humanos y de una laboriosa búsqueda de consensos. A pocos meses de la apertura hubo un cambio de gestión, pero pudimos mantener los mismos contenidos, generando consensos en un lugar que se transformó en espacio de escucha para las víctimas y de difusión. Tuvimos muchas dificultades, pero pudimos continuar con nuestra misión que es trasmitir lo que ocurrió en este centro clandestino a través de las voces de las víctimas y los y las sobrevivientes. Hoy lo importante es que con nuevas autoridades, el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, la ministra de Justicia, Marcela Losardo, el Museo sale de esta etapa de trabajo solamente interno y se incorpora a la agenda del gobierno nacional que fortalece las políticas públicas de derechos humanos”.

Los cinco años llegan en confinamiento, dice Naftal. ¿Qué pasa en los museos y sitios de memoria en pandemia? Museos de arte, memoriales y sitios de conciencia del mundo están barajando de nuevo. Desde el punto de vista sanitario, diseñan políticas de bioseguridad a corto plazo y aceleran vertiginosamente procesos de virtualización. La oferta sobre saturada de contenidos muestra opciones de colecciones a la carta, repertorios de objetos de la experiencia pandémica, charlas y visitas en 360 que en espacios de memoria bordea el juego del horror. ¿Cómo circular en las redes? ¿Puede hacer lo mismo un museo de arte que un sitio pensando originalmente como experiencia física de contacto con el lugar y con otros?

 

Las temporalidades (Camilo del Cerro)

 

Un museo de científicos

Estela de Carlotto en confinamiento con 90 años de edad dialoga con alguna de las palabras de Alberto Fernández para pensar el Museo. Pero antes, dice, necesita ir un poco para atrás.

“Me gustaría hacer un poquito de historia, las veces que nos hemos levantado en emergencia ante ese edificio monumental, reclamando por los desaparecidos y por los niños que nacieron en ese lugar. También, del día que se abrió con Néstor Kirchner, cuando pudimos mirar por dentro, ya no afuera de las rejas, sino dentro. Fue muy conmovedor. Esa memoria enternece y emociona porque cuando entramos era no saber si estábamos pisando los restos de los desaparecidos porque los comentarios de los sobrevivientes eran feroces”. A partir de ese antecedente comenzó “a pensarse en convertirlo en un sitio de memoria junto con el Estado que era un Estado solidario total”.

Hoy el lugar es un ejemplo, dice. Lo visitan no solamente delegaciones argentinas sino de todo el mundo. Emociona, y está hecho con –y busca las palabras--… una disciplina científica. Alejandra viajó por todo el mundo, mirando lo que existe, lo que se hace, lo que se recuerda”. Y no lo hicimos a imagen y semejanza de lo que ha sido, por ejemplo, el Holocausto, dice. “Yo estuve viendo en Israel. Acá se hizo con una espacie de optimismo, para que no vuelva a pasar y es muy importante para asegurar un legado a las generaciones actuales, jóvenes y niños, y a las futuras”.

Ana María Testa es una de las sobrevivientes de la ESMA que atravesó la historia del espacio en todas las épocas. Entró con los sobrevivientes que entraron por primera vez en 2004, en la apertura de 2015, volvió desde entonces y, empujada por los feminismos, revisó su paso en el centro clandestino desde su condición de mujer. Hoy retoma dos cosas.

“Lo más importante, más allá del simbólico internacional que no lo perdió ni en la época de Macri, lo más importante, es la cantidad de miles de chicos, adolescentes, jóvenes, que han podido ir a ese lugar. Yo he recibido infinidad de mensajes, pibes que me dicen: estuve el día que estuviste. Y que un chico de 18 años, a más de 40 años de esta historia, le pase esto, es magnífico. Y son miles, de Ciudad de Buenos Aires, del Gran Buenos Aires, de la Provincia y de lugares remotos. Chicos de mi pueblo, a 600 kilómetros de Buenos Aires, que fueron y me llamaron por teléfono para ver si podían a venir un ratito a charlar. En ese sentido remarco la tarea docente, y la capacidad de aggionarse con las últimas tendencias como con la muestra Ser Mujeres”.

 

 

Abril, 2018 (Camilo del Cerro)

 

Valeria Barbuto preside el directorio de Organismos de Derechos Humanos del predio de la exESMA. Piensa en los efectos sociales y políticos de la primera etapa, con un presidente que retomó un reclamo de las víctimas que otros presidentes habían rechazado, en un lugar que durante los ´90 se había transformado en el símbolo del menemismo para clausurar juicios y pedir la reconciliación. Y piensa en la segunda etapa, bajo la administración del macrismo, cuando el Museo encontró fortalezas en la comunidad internacional.

“El valor de esa puesta inaugurada en 2015 resuena luego de cuatro años duros, aún cuando las políticas no se interesaron por el lugar y los recortes presupuestarios atentaron permanentemente”, dice. "En estos años, el lugar mostró que somos parte de las memorias de la comunidad internacional, con sitios que en otros países recuerdan los genocidios, las guerras, los conflictos armados. En todos los casos, aún con democracias que sostienen patrones gravísimos de violaciones a los derechos humanos, los sitios de memoria son la afirmación oficial de lo intolerable de estos crímenes, son una muestra del empeño de los pueblos por la memoria y son los que nos recuerdan que en los peores momentos, cuando hay que reconstruir instituciones, vínculos o políticas sólo se hace con más derechos”.

Elizabeth Jelin, trabajadora del campo de las memorias, señaló durante estos años la capacidad del Museo al reescribir el guión con la perspectiva de género en diálogo con el movimiento de mujeres en la calle. "Me vienen dos palabras para describir este tiempo --dice--: resistencia y persistencia de parte del equipo. ¿Qué será el futuro? ¿Cómo pensar algo nuevo?"

 

Diciembre, 2018 (Camilo del Cerro)

 

 

El límite horroroso

Los museos eran hasta ahora espacios pensados para presencias físicas, visitas reales y experiencias cuerpo a cuerpo, o cuerpo a objeto, señala Viviana Usubiaga, doctora en artes y directora nacional de gestión patrimonial. Ahora todo se está pensando de nuevo. Los espacios compiten por fidelizar comunidades. Los museos están en crisis con boleterías cerradas, agrega Naftal, como Louvre o el Guggenheim, grandes recaudadoras de dinero, que se sostenían con el cobro de entradas.

¿Por qué no inspeccionar la sonrisa de la Mona Lisa desde la cama?, propone un reciente artículo del National Greographic. El Museo de Londres diseña una colección de objetos con catálogo de pantuflas pandémicas. Y bajo el eslogan de El Prado Contigo, el Museo de El Padro suma a su colección fotos de ventanas de visitantes remotos. “Os proponemos un recorrido por las ventanas de las obras expuestas en el Museo, publicando una nueva ventana cada miércoles a las 10 h, para que vosotros hagáis lo propio y nos mandéis las vistas desde vuestros lugares de confinamiento”.

Los lugares de memoria reciclan stock de reservas.  La Coalición de Sitios de Conciencia, por ejemplo, ofrece charlas virtuales para compartir estrategias de cuidado personal, mantener el interés de visitantes durante las preocupaciones de salud pública y abre preguntas sobre el ingreso al mundo de las casas: ¿Como podemos crear políticas éticas para eventos privados e interacciones de los visitantes en los sitios?

Pero estos repertorios, ¿son posibles en el Museo de la ESMA? ¿Cómo trasladar a las redes un espacio pensando como experiencia física? ¿Es posible pensar el Sótano desde un sillón?

 

(Laura Rivas)

 

Patrizia Violi es semióloga, heredera de la cátedra de Umberto Eco en la universidad de Bolonia y de su escritorio. Explora experiencias de diversos países sobre el impacto de legados traumáticos, y dirige un proyecto de la Unión Europea con cuatro memoriales y universidades de Holanda, Colombia, Bolonia y Buenos Aires, entre ellos la ESMA.

¿Qué hacer ahora?, pregunta Violi. “Me parece que mucho depende de cuánto dure todo esto --dice--. Un tiempo largo es difícil sostener para un sitio como el Museo. Personalmente no me gustan mucho las visitas virtuales, entiendo que un museo de arte pueda hacerlas, pero ¿cómo hacer algo así en la ESMA? Me parece que no tiene sentido porque la visita de la Esma es una experiencia de participación con el cuerpo, de estar en el lugar, no hay muchas cosas para ver. La virtualidad me parece muy pobre y creo que se necesita pensar algo diferente”.

Violi mira experiencias en Bolonia. “Cuando empezó la pandemia, un colectivo de artistas inició encuentros con Zoom sobre la cuarentena. En la plataforma online, cada uno leía textos o compartía imágenes, después se retiraba, elaboraba algo de una manera diferente con textos verbales, objetos o collage y después volvía a encontrarse. En esos encuentros posteriores todos miran lo que hicieron y se produce una elaboración común. La única posibilidad que hay hoy de hacer algo es en red. Con la red. Pero me parece que sería mejor intentar hacer, apelar al hacer, hacer algo. Que no sea una escucha pasiva, si no algo mucho más participado. Y creo que el cruce entre el tiempo presente y la memoria del pasado tiene muchas cosas para decir”.

Uno de los trabajos del Museo durante estos cinco años fue sobre los vínculos. Las fronteras. El trabajo sobre la ampliación de audiencias tradicionalmente ligadas a las víctimas directas. Diversos dispositivos como La Visita de las Cinco activaron un tipo de memoria entre visitantes que se movían en un espacio escenario, pasillo, escalera, sala de reclusión, donde alternaban lugares,  voces e intervenciones con los protagonistas. La pandemia vuelve a poner en escena los vínculos.

“El contacto con otro como un limite horroroso --dice Violi--, pero parte del trabajo pendiente tal vez en las redes puede ser cómo estos lugares contribuyen a atravesarlos”.

 

Un Zoom con otro tiempo

Cecilia Sosa es doctora en drama, socióloga argentina, trabaja sobre nuevas filiaciones y la puesta en escena de pasados conflictivos, y vive la pandemia desde una pequeña casa cerca de Nottingham, Inglaterra. “Si la memoria tiene que ver necesariamente con el presente --dice--, con el modo en el que se inscribe y resuena de manera diferencial ese pasado en lo cotidiano, ¿qué sucede cuando lo real ingresa en el museo de manera intempestiva? ¿Qué nuevas preguntas pueden generar esos encuentros, esos contactos, esos relampagueos en instantes de peligro que tanto esperaba Walter Benjamin? Tal vez la irrupción de lo real, del llamado estado de excepción o el estadio de laboratorio global, pueda alumbrar nuevas preguntas. En ese caso, los museos podrían ayudar a desplegarlas. Veo una oportunidad para repensar su propia práctica, una suerte de Zoom desplegado en otra cronología, una cronología no lineal sino abierta a la posibilidad de construir comunidades afectivas a través del tiempo.”

Consignas como Tapate la boca podrían ser leídas en resonancia con experiencias ligadas al pasado traumático. “En la instrucción sanitaria repetida hasta el mantra de taparse la boca también duerme la anticipación de la fantasía dictatorial de El silencio es salud --sigue Sosa--. ¿O cómo leer el taparse la boca por fuera del silencio y en diálogo con los feminismos y el centenar de femicidios ocurridos desde el inicio del confinamiento cuando el ‘quedate en casa’ también mostró que podía transformarse en el mayor de los peligros? ¿O acaso los fantasmas de la complicidad civil y la vigilancia cruzada no resuenan en los mil ojos de vecinos que salen a certificar quién usa la terraza, sale a comprar con un bebé, o aún peor podría traer el virus al consorcio de Belgrano porque tiene el tupé de trabajar en un hospital público. En fin, agitar algunas de estas preguntas que entrelazan temporalidades de manera conflictiva también podría ser tarea de curadores e instituciones museísticas dedicadas al trabajo de la memoria”.

 

Junio, 2019 (Camilo del Cerro)

 

 

La mediación del bit a bit

La red respira algo de lo físico. Lo vivo. Lo que aún es posible capturar. “Si una presta atención a lo que hace en las redes, se da cuenta que presta atención a algo que alguien querido envió”, agrega Viviana Usubiaga. “De la misma manera, sigue habiendo roles de mediación que todavía necesitamos para acceder a cierta información de interés. Estoy pensando en esas relaciones entre lo físico y lo virtual: en lo físico hay mediaciones; en lo virtual también. Esa parte de contacto humano que no será de cuerpo a cuerpo sino de bit a bit, pixel a pixel, pero en algún punto está, por lo menos hasta que las inteligencias artificiales no decidan todo por nosotros. Y lo que hasta ahora transcurría de manera más presencial vamos a tener que pensarlo en nuevos formatos. Todo esto que los museos que dependen de la gestión del ministerio de Cultura de Nación ya implicaba un desafío creativo, esta pandemia lo acrecienta”.

En Nación, existen lugares como el Museo de Malvinas ahora convertido en museo fábrica con la elaboración de máscaras pandémicas. Y lugares como El Faro de la Memoria de Mar del Plata trabajan en asistencia alimentaria. Natalia Barreiro es subsecretaria de Promoción de Derechos Humanos. Señala que si bien El Faro siempre tuvo un rol social activo, ahora lo profundiza en un escenario que “nos pone a prueba y nos desafía a reinventarnos”.

 

En las mismas pantallas

Daniel Feierstein entiende que hay algo que ir a buscar al stock de experiencias. “El sentido de la recuperación de espacios que funcionaron como campos de concentración es, justamente, la posibilidad de aprovechar el efecto complejo y desestructurante que el propio lugar impone en el visitante. Obviamente se pueden pensar formas de construir herramientas virtualizadas para trabajar con los efectos simbólicos de todo proceso genocida, pero eso lo puede hacer cualquier ámbito, áreas de educación o derechos humanos, cátedras universitarias, equipos de educación media. No se vincula con la especificidad de un campo de concentración. En este sentido, entonces, imagino más protocolos para permitir y estimular el retorno de visitas al sitio, que puedan sostener un espacio de reflexión respetando las normativas sanitarias. Y en lo que hace a la virtualización, formas de cooperación y articulación con las áreas de educación, y demás, para producir materiales que permitan aprovechar los aprendizajes de estos años en formas de interpelación”.

 

Junio 2018 (Camilo del Cerro)

 

El Museo está cubierto con una piel de vidrio con la imagen de los y de las desaparecidas. Como espacio de memoria, el museo es permeable, orgánico. Vive y respira el presente, su presente. Es también una zona de contacto entre tiempos, un lugar de pasajes, agrega Cecilia Sosa. “Una suerte de borde donde se entra en contacto con el pasado para abismarse y acaso avizorar el futuro”.

La experiencia virtual tal vez sea parte de esas zonas. En tanto, ya empieza. No hay tiempo. Hay una cita prevista: la próxima Visita de las Cinco se hará en formato digital el ultimo sábado de mayo. El tema será el caso de Dagmar Hagelin, una adolescente argentina de origen sueco, de 17 años de edad, a quien Alfredo Astiz le disparó un tiro en la cabeza al confundirla con María Antonia Berger, sobreviviente de la masacre de Trelew. Acaso habrá que pensarla ahora a ella misma no sólo en clave de conmemoración: la imagen de Dagmar ocupará una pantalla como lo harán invitados e invitadas.

 

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