Escucho y leo con optimismo a los pensadores y dirigentes que auguran que el mundo post Covid-19 será un mundo mejor. Que la sociedad, al menos la sociedad occidental ha comprendido raíz de esta tragedia que ni la salud ni muchos de los servicios relevantes para una sociedad no pueden estar en manos de privados. Que el tan denostado Estado ha recuperado su presencia en el imaginario de los ciudadanos. El mundo, tal y como lo conocíamos, ha cambiado
Como escribió magistralmente ayer Ignacio Ramonet, el director de Le Monde Diplomatique en un notable artículo, “angustiados, los ciudadanos vuelven sus ojos hacia la ciencia y los científicos —como antaño hacia la religión— implorando el descubrimiento de una vacuna salvadora cuyo proceso requerirá largos meses. Porque el sistema inmunitario humano necesita tiempo para producir anticuerpos, y algunos efectos secundarios peligrosos pueden tardar en manifestarse".
"La gente busca también refugio y protección en el Estado que, tras la pandemia, podría regresar con fuerza en detrimento del Mercado. En general, el miedo colectivo cuanto más traumático más aviva el deseo de Estado, de Autoridad, de Orientación. En cambio, las organizaciones internacionales y multilaterales de todo tipo (ONU, Cruz Roja Internacional, G7, G20, FMI, OTAN, Banco Mundial, OMC, etc.) no han estado a la altura de la tragedia, por su silencio o por su incongruencia. El planeta descubre, estupefacto, que no hay comandante a bordo… Desacreditada por su complicidad estructural con las multinacionales farmacéuticas, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha carecido de suficiente autoridad para asumir, como le correspondía, la conducción de la lucha global contra la nueva plaga”.
Añade un par de párrafos más adelante: “El largo autismo neoliberal es ampliamente criticado, en particular a causa de sus políticas devastadoras de privatización a ultranza de los sistemas públicos de salud que han resultado criminales, y se revelan absurdas. Como ha dicho Yuval Noah Harari: «Los Gobiernos que ahorraron gastos en los últimos años recortando los servicios de salud, ahora gastarán mucho más a causa de la epidemia». Los gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) condenan para largo tiempo a los fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas de austeridad.
Se habla ahora abiertamente de nacionalizar, de relocalizar, de reindustrializar, de soberanía farmacéutica y sanitaria. La economía mundial se encuentra paralizada por la primera cuarentena global de la historia. En el mundo entero hay crisis, a la vez, de la demanda y de la oferta. Unos ciento setenta países (de los ciento noventa y cinco que existen) tendrán un crecimiento negativo en 2020. O sea, una peor tragedia económica que la Gran Recesión de 1929. Millones de empresarios y de trabajadores se preguntan si morirán del virus o de la quiebra y del paro. Nadie sabe quién se ocupará del campo, si se perderán las cosechas, si faltarán los alimentos, si regresaremos al racionamiento… El apocalipsis está golpeando a nuestra puerta.
La única lucecita de esperanza es que, con el planeta en modo pausa, el medio ambiente ha tenido un respiro. El aire es más transparente, la vegetación más expansiva, la vida animal más libre. Ha retrocedido la contaminación atmosférica que cada año mata a millones de personas. De pronto, la naturaleza ha vuelto a lucir tan hermosa… Como si el ultimátum a la Tierra que nos lanza el coronavirus fuese también una desesperada alerta final en nuestra ruta suicida hacia el cambio climático: «¡Ojo! Próxima parada: colapso».
En la escena geopolítica, la espectacular irrupción de un actor desconocido —el nuevo coronavirus— ha desbaratado por completo el tablero de ajedrez del sistema-mundo. En todos los frentes de guerra —Libia, Siria, Yemen, Afganistán, Sahel, Gaza, etc.—, los combates se han suspendido. La peste ha impuesto de facto, con más autoridad que el propio Consejo de Seguridad, una efectiva Pax Coronavírica.
En política internacional, la pavorosa gestión de esta crisis por el Presidente Donald Trump asesta un golpe muy duro al liderazgo mundial de los Estados Unidos, que no han sabido ayudarse ellos ni ayudar a nadie. China en cambio, después de un comienzo errático en el combate contra la nueva plaga, ha conseguido recobrarse, enviar ayuda a un centenar de países, y parece sobreponerse al mayor trauma sufrido por la humanidad desde hace siglos. El devenir del nuevo orden mundial podría estar jugándose en estos momentos”.
Vale el esfuerzo leerlo. Si bien advierto, como spoiler alert, que no es de los que calificaríamos de optimistas.
Todo el relato de horror televisado de esta pandemia, ¿puede cambiar al mundo desigual que conocíamos? Mi amigo Sabino Vaca Narvaja, que es un optimista por naturaleza, escribió hace unas semanas un párrafo impresionante en una nota en la que hablaba de un hipotético nuevo orden mundial. Pero este párrafo me impacto porque resumía muy bien lo que yo venia pensando con menos optimismo. Escribió Sabino: “Otros analistas saludan con fervor la creciente intervención de los gobiernos ante la crisis e imaginan una suerte de abandono progresivo de las políticas de cuño neoliberal y un retorno a una forma renovada de keynesianismo. Creo fervientemente que debe ser la decisión política del Estado la encargada de llevar adelante y profundizar las políticas públicas en tiempo de normalidad, con mayor razón en un momento como el que nos toca enfrentar".
"Pero sería un error identificar las políticas intervencionistas de los gobiernos enrolados detrás de severos programas de austeridad y ajuste estatal como el fin del neoliberalismo, como bien señaló en una reciente entrevista el economista griego Yanis Varoufakis. Para los gobiernos neoliberales, las crisis se han convertido en una forma de gobierno. Catástrofes como las que estamos viviendo pueden convertirse en un marco propicio para consolidar la lógica neoliberal. El miedo emerge como un gran disciplinador, decía Naomi Klein, y en situaciones de crisis muchos gobiernos se valen del pánico existente en la sociedad para imponer políticas que de otro modo serían muy cuestionadas de no existir una excepcionalidad. El pasado mes de marzo el Presidente Trump anunció un paquete de estímulo —básicamente corporativo— de 2 billones de dólares. Quizás porque le trajese algún recuerdo de la debacle del sistema financiero estadounidense de los años 2008-2009, cuando el Estado salió al rescate de las entidades financieras, el senador demócrata Charles Schumer votó en contra del proyecto de ley, argumentando que “(el paquete de medidas) no es en absoluto pro-trabajador y, en cambio, coloca a las corporaciones muy por delante de los trabajadores".
Algo de eso vemos estos días en la Argentina donde hay empresas que se endeudan para pagar el salario de sus trabajadores y otras que negocian la baja del salario de los trabajadores con un fervor que jamás negociaron la participación en las ganancias. Y otras empresas que ejercen su poder pagándole el sueldo en cuotas a los trabajadores, mientras que en esa misma semana reparten ganancias entre sus accionistas por 800 millones de pesos, como contó Ari Lijalad en El Destape.
Verán que el ajuste no llega a todos por igual. Y verán también que el poder sigue teniendo privilegios aun en la emergencia del Covid-19.
Ello sin contar que el Estado argentino dispuso una medida inédita: pagará el 50% de los salarios de las empresas. Entonces se topo con algo que las empresas hacen, que muchos saben y frente a lo cual pocos denuncian. Que son los altísimos niveles de empleo en negro y de trabajadores que están parcialmente en negro, y que reciben por salario un monto muy diferente al que se consigna en su recibo de sueldo.
Eso sin contar despidos que aun prohibidos siguen sucediendo, suspensiones y recortes decididos por las patronales. Y en un mundo donde el dinero es lo que te permite comer, moverte, comprar remedios, pocas cosas parecen mas aterrorizantes que verte privado de él, sobre todo si no tenés excedentes que te permitan afrontar un eventual periodo de carestía. Y déjenme decirles, después de cuatro años de gobierno neoliberal como el de Macri, si hay algo de lo que carecieron los trabajadores fue de capacidad de ahorro.
Ahora bien, los miles de trabajadores afectados no salieron a protestar por esa dura realidad que les ha sido impuesta por el poder de capital. Salieron a protestar y lo hicieron fuertemente por una amenaza casi por completo imaginaria.
¿A qué se debe este el estado de histeria colectiva que llevó a miles de argentinos a hacer sonar las cacerolas porque, según informaban en una suerte de cadena nacional, el gobierno había ordenado liberar presos peligrosos y los estaba de hecho liberando?
Desde una cínica Patricia Bullrich agitando fantasmas, un paroxístico Luis Juez y otro alarmado y furibundo Luis y hasta dos delirantes eran protagonistas de entrevistas, citadas como fuente de referencia y transmitidas casi sin más interrupciones que las de los periodistas horrorizados asintiendo.
Pero todo lo que había era una brutal mentira.
¿Se estaban liberando a diestras y siniestra a presos peligrosos? La respuesta es que no. Pero ello merece una explicación.
Primero los numero generales [2]. Entre el 17 de marzo pasado y el 17 de abril salieron de las cárceles bonaerenses 2.244 presos. La mayoría, 1.607, fueron liberados por haber cumplido las penas que les fueron impuestas o porque ya estaban en periodo de libertad condicionales. Los otros 637 reclusos recibieron el beneficio del arresto domiciliario. De ese grupo, 439 lo hicieron por pertenecer al grupo de riesgo de contagio de Covid-19.
Expresa Gabriel Di Nicola en La Nación que “a modo comparativo surge que entre el 17 de marzo y 17 de abril de 2019 egresaron de las cárceles bonaerenses por pena cumplida, libertad condicional o libertad asistida, 1.713 presos. En tanto que fueron beneficiados con prisiones domiciliarias 30 detenidos, por lo que al sumar ambas variables se llega a la cifra de 1.743.”
Básicamente se verá que en el mismo periodo de 2019 se liberaron más presos que en el 2020. Pero nadie salió a tocar la cacerola en 2019.
Agreguemos que el sistema federal cuenta con “320 reclusos 'externados' de prisiones que dependen del Servicio Penitenciario Federal (SPF)”.
Verán que los números están bastante lejos de los 3.500 internos liberados en California y de los 1.100 presos enviados a domiciliaria en Nueva York, por citar dos Estados de Estados Unidos. Ni que hablar de los más de 4.000 liberados en el Reino Unido. Ni de los los 9.923 liberados al 13 de abril por Francia.
Es justo decir que algunos jueces liberaron a ciertos presos que indudablemente y a criterio de quien escribe esta nota no debieron haber liberado. Presos peligrosos, asesinos, violadores. Deberá analizarse en cada caso por qué lo hizo. Pero y principalmente las personas que salieron de prisión son mayoritariamente personas que o bien ya habían cumplido su pena o bien no estaban dentro de la categoría de presos peligrosos.
También es justo decir que las medidas de morigeración de las penas y las prisiones no se toman por un súbito y colectivo arranque de perdón universal. Se toman porque las cárceles son focos de contagio y, salvo que pretendamos encerrar a los miembros de los servicios penitenciarios, a los médicos, enfermeros, asistentes sociales, cocineros y a todos cuantos trabajen en una cárcel hasta que se vaya el coronavirus, difícilmente se pueda aislar una prisión. Y si no se aísla a todos allí dentro, inocentes y culpables, el virus primero ingresa a los penales y desde allí se esparce a buena parte de la sociedad. Y todavía a ningún gobierno le ha parecido del todo civilizado tapiar las cárceles, tirar las llaves y que sea lo que Dios quiera con quienes están ahí adentro.
¿Por qué entonces, si la información que acabo de contar está publicada y la he sacado de medios argentinos, una parte de la sociedad cayó en pánico? ¿Qué fantasmas agitaron y mas importante: por qué los agitaron?
La sociedad cayó en pánico porque estamos en cuarentena y una buena parte de nosotros pasamos los días ultra conectados, recibiendo información que asimilamos casi sin reflexionar sobre ella. Un experimento de ingeniería social inaudito, y que solo un genial George Orwell pudo imaginar cuando escribió 1984. ¿Oceanía está en guerra con Eurasia o con Asia Oriental?
Tal vez la respuesta sea que no está en guerra realmente. Porque los actos atroces que nos describieron realmente no pasaron. Pero nos asustamos. Nos asustamos y enojamos y salimos a cacerolear por algo que NO era cierto. Pero las cacerolas no sonaban contra los jueces que se habían equivocado. Las cacerolas sonaban contra el gobierno que está haciendo todo lo posible para mantenernos sanos y vivos. Contra el gobierno que está intentando pagar los sueldos de los trabajadores privados para que no los despidan. El gobierno que está pagando ayudas económicas para que los que no pueden salir a trabajar reciban asistencia económica. El gobierno que está haciendo todo lo que se puede hacer y al que los organismos internacionales felicitan por el modo en el que combate al Covid-19.
Justo contra ese gobierno, que no controla a los jueces porque desde el minuto uno declinó hacerlo. Justo contra ese gobierno fuimos a cacerolear.
Y mientras tanto el poder real, el que pagó para que te mintieran, para que te asustaran, para que te enojaran, ya te descontó el 25 % de tu salario. Y decidió pagártelo en cuotas, además.
¿Sabés por qué te quieren asustado enojado y caceroleando? ¿Sabés por qué nos tienen peleando cuando deberíamos estar todos remando?
Porque así como vos y como yo estamos dando la batalla para no enfermarnos y no morir, el poder real, ese que nunca te invita a sus festejos, ese que ni las sobras te da, ese poder esta también peleando. Pelea para que el mundo desigual que conocíamos no cambie. Para que siga tan desigual y tan injusto como era antes del Covid-19. Y en sus batallas, las armas que usa el poder somos vos y yo. Verdaderos escudos humanos que utilizan para proteger sus intereses.
¿Saben cuál es el desafío en estas épocas de coronavirus? No enfermarse y sobrevivir y que no se enfermen los demás. Y que no se mueran.
Y que luego de sobrevivir podamos hacer un mundo más justo, más humano. Un mundo donde no te mientan aquellos en los que confías tanto que les abrís todos los días la puerta de tu casa y de tu mente. Un mundo donde las cacerolas se usen para cocinar. Un mundo mejor. Aquí. Donde ya hubo tanto dolor.
[2] https://www.lanacion.com.ar/seguridad/carceles-bonaerenses-salieron-prision-2244-presos-439-nid2360195
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