Postergaciones y desigualdades históricas se agravaron con la implementación de medidas sanitarias por el Covid-19 en las áreas rurales de Neuquén, tanto en las periferias de las grandes ciudades como en los amplios territorios del interior. La autonomía alimentaria y la producción agropecuaria tradicional de pequeños productores, crianceros y comunidades mapuche sufren las políticas que no respetan ni atienden las formas de vida propias, políticas que de no modificarse en forma urgente pueden asfixiar las fuentes de ingresos esenciales ante la proximidad del invierno.
Los productores de la colonia rural Nueva Esperanza ubicada a las afueras de la ciudad de Neuquén; la lof Cayupán en el centro de la provincia; y cientos de familias campesinas del noroeste, pelean por hacer valer sus derechos en medio de la emergencia sanitaria. Las políticas de salud centradas en los casos clínicos de Covid-19, las de seguridad en el control del aislamiento, las sociales en la asistencia alimentaria y las económicas en las demandas de las empresas y trabajadores urbanos dejan poco margen para introducir la agenda propia de la vida comunitaria del campo.
Terminó la veranada (período de engorde de animales en las tierras altas) sin que la gran mayoría de los pequeños productores hayan podido hacer las ventas de estación por las restricciones a la movilidad. Si el Ministerio de la Producción no resuelve alternativas urgentes en las próximas dos semanas, los crianceros no contarán con dinero en efectivo para hacer las compras estacionales indispensables para pasar el invierno. Están muriendo animales de granja por falta de forraje, el que no se puede ir a buscar por el aislamiento o por los precios remarcados en el mercado minorista más próximo.
La falta de alimento para los animales trajo a la memoria la mortandad masiva durante la nevada grande de 1984 y, más próximo en la experiencia, las mermas por la pluma de ceniza que esparció el volcán Puyehue (Chile) con la última erupción en 2011. Forraje, leña y combustible son insumos esenciales para mantener la vida en el campo, donde hay poca y mala señal para la comunicación por celulares y los vehículos se destruyen en los caminos de tierra sin mantenimiento
El desfinanciamiento y debilitamiento de organismos nacionales estratégicos dejó todo en manos del Estado provincial y del Movimiento Popular Neuquino (MPN), cuya visión fragmentada del conflicto estructural por la vida en el territorio se potenció con esta emergencia sanitaria.
Aislada y silenciada
Ya a fin del año pasado fue difícil vender a precio justo un chivito en Zapala, resumió Sonia Reuque, lonko de la lof Cayupán. Por semanas intentó en vano ser escuchada por funcionarios públicos por la situación de las 150 familias que integran la comunidad cuyas tierras de veranada (sierras de El Chachil y Espinazo del Zorro) y las de invernada (parajes Las Cortaderas, El Overo, puente Picún Leufú, La Pileta) están a unos 60 kilómetros al oeste de Zapala.
La provincia no hizo todavía la entrega de leña, a pesar de que las lluvias están próximas; los pozones que hicieron las tormentas harán más difícil el ingreso de los camiones para la distribución. El año pasado, sin pandemia, no estuvo antes del invierno. El territorio de Cayupán tiene muy poca vegetación para leña, por lo que por ahora la gente usa “chamiza”, ramitas cortas secas que arden con facilidad. Arroyos y aguadas desaparecieron por las sequías, así es que prácticamente no pueden sostener la cría de animales y menos pensar en la siembra. Para el consumo humano dependen del suministro agua potable en un camión cisterna del municipio de Las Coloradas, que tampoco tiene agua, a buscarla a Zapala, a 124 kilómetros, de donde regresa a los parajes para su entrega.
Sonia es agente sanitaria. Asegura que Salud no está visitando a las familias para que no tengan miedo. El año pasado se quemó el puesto sanitario de Las Coloradas, el que no se reemplazó. Los ancianos solos, en sus rukas aisladas. Algunas familias tienen más de diez integrantes. El bolsón de mercadería que reparte la provincia no cubre casi nada de las necesidades nutricionales. Unos pocos fueron entregados esta última semana después que la lonko hiciera pública la situación. Quince bolsones para 150 familias, que en realidad estaban destinados a los comedores escolares.
Algunas familias cuentan con algún ingreso estatal, pero se quedaron sin la venta de los animales que les permite hacer el pedido grande para el invierno. Los más jóvenes no tienen nada, relató Sonia sin dramatismo, en tono firme. El año pasado se entregaron dos fardos de pasto por familia; los caballos son cruciales para trasladarse y para cuidar los piños (rebaños) que mermaron por la sequía, por la ceniza, por falta de tierra apta y suficiente.
Todo este panorama se agravó el 26 de marzo, cuando el gobierno municipal de Zapala dispuso un anillo de protección sanitaria ante los casos positivos de Covid-19 en esa ciudad. El Ejecutivo local protegió su ejido municipal, pero la provincia no instrumentó las medidas complementarias para toda la población rural que depende de esa ciudad para servicios esenciales.
Ovejas negras
La colonia Nueva Esperanza es considerada un barrio periférico de la ciudad de Neuquén. En realidad, es el esfuerzo de unas 150 familias por recrear las formas de vida tradicionales en un espacio donde toda la fuerza y recursos están al servicio de la explotación e industrialización de los bienes de la naturaleza. Caballos, aves de corral, cerdos, chivas y huertas en pequeñas unidades productivas con el basurero municipal a pocos metros de unos de los extremos de la colonia, y los galpones de las petroleras del otro.
Osvaldo lleva 25 años en casi dos hectáreas, donde “vivimos y producimos”. Los hijos crecieron y también se desarrollan en la granja. Las restricciones por la pandemia impiden ingresar al basurero para tomar elementos que reciclan, así como ir a buscar pasto a localidades cercanas a mejor precio que las forrajeras de la ciudad. Es uno de los productores independientes que reclama que Facundo López Raggi, ministro de Producción e Industria, instrumente medidas urgentes para que los animales no mueran por falta de alimento.
“Las chanchas madres no producen leche por falta de alimentos y los lechoncitos están muriendo. Las gallinas van a dejar de poner huevos”, contó, a ver si se entiende que el ciclo de la naturaleza no espera. Tienen unas 150 gallinas criadas a campo abierto. “Nosotros vivimos el día a día. Producimos para la venta y el consumo propio”. La bolsa de maíz de treinta kilos pasó de quinientos a ochocientos pesos en las forrajeras de la ciudad; otros distribuidores cercanos agotaron stock y no pueden reponer por la paralización del transporte. Para los chanchos usan una mezcla de sorgo, maíz y soja; para verduras acudían al Mercado Concentrador cuando estaba abierto. Para el movimiento de los animales para carne acudían al matadero municipal, que iban a las chacras con personal del Senasa que garantizaba condiciones de higiene y sanidad.
Todo parado, hasta la búsqueda en el basurero de aluminio, cobre y otros materiales. “Ahora entramos de noche, a escondidas. Hay que seguir”.
Dónde queda el norte
En Neuquén el norte es, en realidad, el horizonte extendido de los departamentos Minas, Chos Malal, Pehuenches y Ñorquín, salpicados por una pequeñas localidades y parajes. Aún Chos Malal, la centenaria ciudad más poblada, tiene su zona de chacras y está rodeada de campos ganaderos.
Un puñado de organizaciones de base se declararon en estado de emergencia alimentaria días atrás, pronunciamiento impulsado por la Unión de Trabajadores/as de la Economía Popular (UTEP), la Mesa Campesina del Norte Neuquino, Crianceros Unidos del Norte y Barrios de Pie Chos Malal. La decisión cuajó ante la imposibilidad de vender animales al final de la veranada, el impacto del aislamiento de Loncopué tras los numerosos casos positivos de Covid-19 y la dificultad de acceder a programas nacionales donde la mala calidad de las comunicaciones no permite ni siquiera completar un formulario online.
La falta de venta en el campo y la falta de comida en el pueblo van juntas para las familias crianceras, sintetizó Silverio “Chilo” Alarcón, uno de los referentes de la Mesa Campesina, organización que tiene más de quince años de andar en todo el norte e integra el Movimiento Nacional Campesino Indígena Somos Tierra. Con el aporte de toda la comunidad, entregaron 500 bolsones de alimentos en una ciudad de 25.000 habitantes.
Según un cálculo conservador, al menos unas 150 familias tienen paralizada la venta de animales en el mercado directo habitual de temporada, por lo que reclaman que el Estado intervenga para compensar. Los animales pierden peso y valor en el mercado. Las familias necesitan esas operaciones para poder hacer la compra grande previa al invierno.
“No hay forma de comprar forraje. Disminuyó la oferta por las restricciones a la circulación”. La organización propia les está permitiendo sortear algunos cuellos de botella. El jueves pasado descargaron 600 fardos en Chos Malal que podrán comprar los productores a precios subsidiados, los que consiguieron en acuerdo con el Consejo de Planificación de Desarrollo (Copade). José Méndez, productor e integrante de la Mesa, coordinó la operación de la alfalfa que marchaba bien, así es que su voz sonaba esperanzadora, a diferencia de otros testimonios.
El Cholar tiene dos mil habitantes en la zona urbana, está a 65 kilómetros al norte de Loncopué, más cercano a la cordillera de los Andes. Casi al límite con Chile, en las tierras altas, los crianceros hicieron engordar los piños desde noviembre hasta estos días, en que están terminando de arribar a las tierras bajas para pasar el invierno. El intendente Néstor Fuentes (MPN) preside el comité de crisis local que incorporó a la Mesa, alentadora apertura política que le permite ofrecer el vínculo directo con las familias en función de la emergencia desatada y expuesta por el Covid-19.
“Mi familia tiene la veranada en Vilú Mallín. Más de cien años yendo”, relató Eduardo Oses. El caso de Felidoro “Pocho” Oses, su tío, permite acercarnos a las condiciones particulares del conflicto. Trabaja con unas 500 chivas para carne, 60 ovejas, 40 vacas, más los yeguarizos. Con su hijo ahora está en el campo de invernada en El Cholar Arriba, paraje cercano, sin poder vender por lo menos unas 150 chivas, 10 vacas y 15 terneros mamones. “El municipio es un actor clave para enfrentar el problema en el aislamiento”, resumió Eduardo.
Para esta época siempre entraba un camión jaula de Neuquén a comprar chivas y vacas. Tampoco ingresa el transporte con forraje desde Añelo, Senillosa y Mendoza. La mercadería para consumo humano que llega bajó mucho en la calidad, señaló hilando más fino en los alcances de las restricciones.
En Cholar Arriba y en forma comunitaria, compartiendo motosierra, cortan sauce y álamo blanco que crece en los arroyos cercanos. Aún con leña, la sombra es el invierno, la sombra es la helada y la nieve que se acercan. Hay otras sombras que no se descuidan. También por decisión comunitaria, tres familias de Cayupán permanecen en la veranada, a pesar del clima, donde en noviembre recuperaron una fracción del territorio de manos de un profesional de Zapala.
Javier Grosso realizó la cartografía para este informe.
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