En 1983, luego de una dictadura militar que ejerció el terrorismo de Estado en forma sistemática, la Argentina inició el retorno a la democracia. Fue una etapa de euforia y liberación para la sociedad, marcada por un profundo reclamo de justicia.
Sin embargo, las Fuerzas Armadas no aceptarían ser juzgadas por sus crímenes, ejerciendo una constante amenaza sobre la frágil democracia. Pronto los gobiernos de Alfonsín y Menem claudicaron, y las Fuerzas Armadas obtuvieron leyes que garantizarían la impunidad de sus crímenes.
El clima de esos años, para los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado, era de una profunda frustración ante una impunidad que parecía instalarse para siempre.
Peor aún, la democracia no producía milagros y los sectores antidemocráticos fomentaban el mito de la dictadura como un tiempo de “orden y seguridad”. Hacia finales de los '80, dentro de este marco de desencanto, la provincia de Tucumán tuvo la triste iniciativa de postular a un represor de la dictadura como candidato a gobernador.
En 1995, el general Bussi —uno de los mayores criminales de la dictadura argentina— obtuvo la gobernación de la provincia. Bussi era responsable impune del secuestro, tortura y asesinato de cientos de ciudadanos, entre ellos mi padre, Máximo Jaroslavsky, un médico cardiólogo, secuestrado mientras visitaba a sus pacientes.
Esto fue uno de los detonantes que me empujaron a dejar la provincia de Tucumán y radicarme en Córdoba. Allí en Córdoba supe a través de un amigo que se estaba formando una agrupación que reunía a hijos de desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado y que había adoptado como nombre la sigla HIJOS, Hijos por la Identidad contra el Olvido y el Silencio. HIJOS pronto se convirtió en un lugar de pertenencia, tanto afectiva como de militancia.
Algunos años después decidí volver a Tucumán a terminar mis estudios universitarios, que había dejado inconclusos. El general Bussi llegaba al final de su mandato en medio de escándalos de corrupción. Sin embargo su partido –Fuerza Republicana— presentaba al hijo del general como candidato a gobernador, garantizando así su continuidad en el poder.
Fui elegido secretario de coordinación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Tucumán y participé activamente en la campaña para impedir la reelección de Fuerza Republicana.
Allí comencé a trabajar en la idea de escribir un libro que recogiese testimonios de jóvenes y que, a través de sus recuerdos de infancia, pudiesen desenmascarar ese mito heredado de la dictadura como un tiempo de orden y seguridad.
Este libro debería reflejar los distintos casos de jóvenes cuyos padres fueron víctimas del terrorismo de Estado: hijos de desaparecidos, hijos de asesinados por la dictadura, hijos de personas exiliadas o encarceladas por el régimen, hijos de jóvenes que al nacer fueron apropiados por militares. Un libro a través del cual ellos pudiesen compartir con otros jóvenes sus vivencias durante la dictadura.
Para garantizar la veracidad de los testimonios incorporé al libro documentos que demostraban el carácter medieval y paranoico del régimen, incluyendo especialmente los discursos militares.
Todo esto resultó en más de noventa entrevistas realizadas en las principales ciudades de la Argentina, más la búsqueda de un gran número de documentos y recortes de prensa; trabajo realizado durante mi tiempo libre y que tomó casi dos años.
A comienzos del 2000, mi entonces esposa ganó una beca para realizar sus estudios de doctorado en Inglaterra y por esta razón nos radicamos en York. Allí organicé todo este material y comencé la rutina de enviar decenas de copias a distintas editoriales.
Tuve la suerte de que una de estas copias cayese en manos de Marcela Lopez Levy, quien conducía entonces Latin America Bureau, en Londres. Han pasado veinte años desde que escribí este trabajo que hoy forma parte del programa de estudios latinoamericanos en algunas universidades de Inglaterra, (aunque nunca se publicó en la Argentina).
La ocasional invitación de alguna universidad a dar una charla sobre la última dictadura me obliga a revisitar El futuro de la memoria y comprobar con alegría los profundos cambios que ocurrieron desde que fue publicado. La lucha de los organismos de derechos humanos, junto a un gobierno con claros principios en esta materia resultaron finalmente en la nulidad de las leyes de impunidad. Argentina maduró y dejó de ver en las Fuerzas Armadas la solución a sus conflictos sociales.
En lo personal este libro contribuyó a fortalecer mi compromiso y trabajo en Derechos Humanos: continúo escribiendo, trabajé como Coordinador para Amnesty International y fui coordinador del programa York Ciudad de los Derechos Humanos en el Center for Applied Human Rights en la Universidad de York.
Hago esto dentro de los de los márgenes que me permite mi trabajo y dos terremotos que han cambiado mi vida también: uno llamado Anna, de once años y ojos hermosos, y el otro Max, de nueve, quien lleva el nombre de su abuelo, aquel médico desaparecido mientras visitaba a sus pacientes. Guardo un par de copias de El futuro de la memoria para ellos.
Esta semana se cumplen 25 años del nacimiento de HIJOS y El Cohete a la Luna me permite compartir estos testimonios con quien quiera leerlos. Un puente para conectar la memoria de aquellos HIJOS con nuestros hijos. El texto se ofrece en dos versiones: una para leer en pantalla, la otra para descargar e imprimir.
Ojalá este trabajo contribuya a fortalecer aquella ambiciosa promesa que surgió en un campamento de jóvenes hace 25 años: luchar siempre por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio.
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