Socializar el conocimiento

El conocimiento al que arribamos no es "hecho" en un país particular, sino patrimonio de la humanidad

 

La siguiente descripción va a contener múltiples imprecisiones. Las va a tener porque dependen de mis recuerdos y por lo tanto, como lo que quiero contar pasó hace 45 años, es muy probable que haya distorsionado algunos hechos para ajustarlos a lo que "me parece que pasó". Como voy a usar muchos nombres propios, habrá diferentes actores que podrán disputar el episodio, pero pidiéndoles disculpas de antemano, verá que voy a poder usar lo que los italianos dicen:

“E vero, ma se non e vero, e ben trovato” [1].

Corría el primer lustro de la década del ’70. Un grupo de licenciados en matemática de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales pugnábamos por conseguir "algo más". El título de licenciado no era suficiente: todos queríamos doctorarnos. Graduados ya estábamos, pero todos queríamos tener un título extra que nos validara como matemáticos profesionales. Para obtener el tal título, no solo había que cursar (y aprobar) una cantidad de materias del doctorado, sino hacer una tesis. Y esta es (y fue siempre) la parte más difícil.

El alumno elige un tema que le interesó en la carrera. Por ejemplo, si uno si hubiera graduado como médico, todos tienen un conocimiento básico, de todas las especialidades. Después, eventualmente eligen una particular: cardiología, obstetricia, pediatría, oftalmología, etc. En matemática es igual. Tener el título de licenciado [2] es garantía de que uno cubrió los conocimientos mínimos que todo buen matemático tiene que tener. Más adelante, aquellos que quieren perseguir un lugar en el mundo académico aspirarán a ese título de doctor. Pero eso tiene varias etapas. Primero, uno elige el tema. Después, necesita conseguir que haya un especialista en ese tema particular en la facultad en donde uno ha cursado su licenciatura. En general eso no sucede, y es por eso que muchos científicos se van al exterior, en búsqueda de los mejores de la especialidad elegida. Pero no me quiero desviar tanto. Una vez que uno encontró su mentor, él/ella servirá de guía sobre qué materias cursar, qué conocimientos adquirir y sobre el final, el profesor le ofrece al alumno un problema que todavía no ha resuelto nadie. En el mundo. Algo totalmente nuevo. Y allí comienza otra historia, una historia diferente de la que uno sigue para licenciarse. Aquél que estudia y cubre las materias establecidas por la facultad sabe que llegará un momento en el que obtendrá el título (de licenciado). Es una carrera con final cierto. Depende de uno y de nadie más.

En cambio, para obtener el título de doctor uno necesita resolver algo que no resolvió nunca nadie antes. Producir un trabajo original. Naturalmente, no hay garantías de lograrlo. Depende de múltiples factores, pero el tipo y dificultad del problema que elige el mentor es también determinante. No es el único, pero es decisivo.

¿Por qué conté esta historia? Corría el año 1974. Uno de los mejores matemáticos que ofreció la Argentina, Angel Rafael (“Pucho”) Larotonda (1939-2005), tenía un grupo de alumnos de doctorado. Los que recuerdo: Gustavo Corach [3], Patricia Fauring, Flora Gutierrez, Bibiana Russo [4], Nestor Búcari, Eduardo Antín, Ricardo Noriega, María Pérez [5] y yo. La especialidad de Pucho era la Topología General, Álgebras de Banach, Topología Algebraica y Diferencial. Y más, pero no me quiero desviar demasiado.

Quiero invitarla/o a que se traslade conmigo esos 46 años hacia atrás. Las revistas científicas más prestigiosas del mundo llegaban al país ¡con dos años de retraso! Algún día voy a contar la historia de cómo sorteamos este inconveniente, pero es tema de otro artículo. El hecho es que ni bien llegaban, se distribuían por departamento (Física, Química, Biología, Geología, etc) y luego se ubicaban en una mesa en la hemeroteca correspondiente. Una vez que aparecían los nuevos ejemplares, el bibliotecario/hemerotecario (Luis Mouriño, en nuestro caso, un verdadero héroe), ubicaba las viejas en su respectivo estante y la ‘nueva’ perduraba un mes allí.

El hecho es que un día, revisando una de esas revistas, sucedió lo (in)esperado: el problema que tenía María Pérez como ‘tema de tesis’ apareció publicado en una de esas revistas. ¿Se imagina? María había estado años pensando en cómo resolver un problema, con Larotonda ayudándola y estimulándola, sin saber que simultáneamente, en otra parte del mundo, había otra/o matemática/o estado pensando lo mismo y encima, lo había resuelto. Chau tesis. Al menos esa tesis.

Así de cortante y así de brutal. Nunca fue culpa de nadie, porque nadie nos ubicó a nosotros en este lugar del globo, en el hemisferio sur, y tan distante de todo lo que sucedía en los centros más importantes del mundo: la otra mitad de la esfera, ‘el norte’. Nosotros estamos en el ‘lado oscuro de la luna’.

Esa situación me quedó grabada por el resto de mis días. ¿Por qué contarla hoy? Porque hoy la pandemia nos ha puesto en un lugar diferente. Por supuesto, no solamente la pandemia: la tecnología le permite trabajar a un científico argentino en colaboración con múltiples otros investigadores especialistas (o no) en el mismo tema, y hacerlo en tiempo real. No hay más fronteras.

De todas formas, hay un paso extra que quiero enfatizar. Durante muchísimos años, y en diferentes oportunidades, expresé mi opinión de que ‘hay que socializar el conocimiento’. Si ‘alguien’ sabe algo, lo tiene que compartir, no importa qué credenciales tenga, ni qué edad tenga. Si lo que dice está bien y está verificado que está bien, ¡hay que compartirlo! No importa que una joven de 14 años todavía no esté formada con las reglas del protocolo que tenemos en todos los colegios, escuelas, universidades, lo que sea. Si ella lo sabe, no importa en qué estadio de su formación se encuentra, lo comunica a todos, lo comparte con todos. Esa es una manera de igualar hacia arriba. Todos aprendemos al mismo tiempo, y no importa quién se queda con el crédito de nada. Es una manera de educarnos horizontalmente y no solo con la estructura tradicional, vertical, en donde el profesor es quien dicta clase. ¿Se imagina? ¡Dicta! Se para en el frente, y dicta… Los alumnos mientras tanto, copian. Y recuerdo que mi ‘viejo’ me decía que en algunos colegios no se les permitía siquiera levantar la cabeza.

No se me escapa que esto que estoy escribiendo respecto del conocimiento suena a ‘mundo ideal’, o ‘Argentina año verde’. No importa. Pero fíjese lo que ha pasado con el tema del coronavirus o Covid-19 o como sea que se llame.

Históricamente, los científicos publican únicamente sus aciertos. Es decir: un/a investigador/a de cualquier especialidad estuvo trabajando durante un tiempo en tratar de resolver un problema. Cuando lo logra, lo somete al referato de sus pares, editores de una revista científica. Si el descubrimiento o solución lo merece, esa misma revista publica los resultados y, de esa forma, la comunidad internacional toda incorpora nuevos conocimientos.

Pero todo esta descripción tiene múltiples aristas para discutir. Me quiero referir a una muy específica: esa científica/o ¡no publica todas las estaciones intermedias en donde probó y no le salió! ¡No publica los supuestos ‘errores’! ¿Se imagina si usted está tratando de resolver un problema (buscar un antídoto para evitar la replicación del virus o el desarrollo de una vacuna) y de pronto una investigadora en Toulouse o en Munich o en Tokio o Jakarta publica que ella ¡ya intentó por allí pero no la llevó a ninguna parte! O lo hicieron otros grupos probando una cierta combinación de drogas (estoy inventando acá, porque no soy biólogo y no sé cómo se hacen los ensayos clínicos para producir una vacuna, pero concédame la generosidad de comprenderme), decía, un grupo de investigadores YA PROBÓ con lo que ustedes están haciendo y sabe que ese particular camino es inconducente. ESO, muy en particular, es socializar el conocimiento también. Forma parte del ‘saber’, el saber que ‘esto’ o ‘eso’ no sirvió.

Mientras los países y los políticos que están al frente levantan paredes, muros, no se ayudan, se celan, cierran fronteras, piensan en patentes, en quién llegará primero, los científicos de todo el mundo están trabajando en cooperación.

No se me escapa que nada es ‘blanco’ o ‘negro’, y que los investigadores que están trabajando no vienen de Marte, y tienen/tenemos las mismas miserias que todos los humanos. De acuerdo. Pero al publicar en forma abierta, y para que todos puedan ver lo que se está haciendo en China o en Corea del Sur o en Brasil o en Singapur o en la Argentina, es e-sen-cial.

Un artículo de la revista Nature, publicado hace un par de días (2 de abril del 2020) [6], decía que nunca hubo una empresa en la que convergieran más científicos de todo el mundo, decenas de miles de especialistas de todo el planeta, tirando todos para el mismo lado. Por último, el doctor Francisco Perrone, que lidera un ensayo clínico en Italia, uno de los países más devastados por el virus, le dijo al New York Times:

“Yo nunca escucho a los científicos, a los verdaderos científicos, a los científicos de calidad, hablar en términos de nacionalidad. Mi nación, tu nación, mi idioma, tu idioma, mi ubicación geográfica, tu ubicación geográfica. Esta forma de hablar no se corresponde con el idioma universal que hablamos todos los científicos”. 

Más allá de quienes trabajan específicamente en conseguir drogas/vacunas, están los matemáticos que se han hecho altamente visibles con modelos, proyecciones, curvas y demás. Cada provincia o mejor dicho, cada región, cada país aprovecha de sus científicos para programar y predecir lo que viene. Los modelos se ajustan diariamente, o a cada hora. Cada nuevo dato incluido modifica las expectativas. El gobernador de New York, Andrew Cuomo, le dice al mundo: “Miren para acá porque este es el futuro. Esto es lo que les va a pasar a ustedes”. Y se prepara para conseguir 140.000 camas y 40.000 respiradores. Pero no sabe para cuándo (todavía). Y los matemáticos del mundo se juntan para cooperar también, para ofrecer mejoras a los modelos que vemos. Cada grupo trata de ayudar a predecir el futuro, ese futuro que inexorablemente nos llegará a todos, mientras esperamos que otro grupo de científicos encuentre la solución.

Seguro que habrá múltiples conclusiones para sacar cuando este drama mundial se termine. Pero de lo que estoy seguro, viva para verlo o no, es que cuando alguien llegue, cuando alguien o álguienes lo logren, no vendrá con una ‘marca en el orillo’ que diga “Made in Argentina” o “Made in China” o “Made in France”. Frente a este brutal ataque de la naturaleza, en el paquete que contenga la vacuna o la droga que evita la replicación del virus, deberá decir: “Made on Earth” (“Hecho en la Tierra”).

 

 

 

Datos útiles

Algunos sitios donde los científicos comparten sus trabajos:

a) https://wellcome.ac.uk/coronavirus-covid-19/open-data

Acá hay una lista de las instituciones que han adherido con todos los científicos que trabajan en ella:

b) https://theconversation.com/the-hunt-for-a-coronavirus-cure-is-showing-how-science-can-change-for-the-better-132130

c)  https://www.nytimes.com/2020/04/01/world/europe/coronavirus-science-research-html Este es el articulo del New York Times.

d) https://www.biorxiv.org/content/10.1101/2020.01.28.922922v2 En este sitio se explicita que hay artículos que no han sido evaluados por referís.

e) https://piccache.cnki.net/index/images2009/other/2020/html aca esta en chino

f) https://wellcome.ac.uk/press-release/publishers-make-coronavirus-covid-19-content-freely-available-and-reusable acá hay más

[1] La idea que subyace es que ‘es cierto, pero si no lo fuera, debería serlo’ o ‘es cierto, pero si no lo fuera, está bien recibido’. O incluso: “Es cierto, pero si no lo fuera, está muy bien inventado”.

[2] Como nota aparte: los conocimientos que uno adquiere EN LA ARGENTINA en una licenciatura en matemática, son muchísimo más vastos y profundos de los que tiene, por ejemplo, un equivalente en EE.UU. y en muchos países de Europa. Nuestros matemáticos son buscados, apreciados y valorados en todo el mundo justamente por ese caudal de conocimiento que no es exigido en otras partes del mundo.

[3] Sí, Gustavo está relacionado con Carlos Corach, el ex ministro del Interior durante el gobierno de Carlos Menem. No recuerdo de qué manera, pero es totalmente irrelevante. Gustavo alcanzó su relevancia como matemático por su capacidad, dedicación y esfuerzo. La calidad de la ciencia no se mide por las conexiones de ningún tipo, ni políticas ni por nepotismo. Gustavo se ganó todo lo que consiguió por mérito propio.

[4] Si, ya sé: parece un error, ¿no es así? Pero curiosamente, el nombre de Bibiana se escribe las dos veces con ‘b’ y no con ‘v’. Los matemáticos somos raros, ¿no es así?

[5] María Pérez es un nombre ficticio. Los otros son correctos. Al menos eso creo. Espero no equivocarme. Y si lo hice, perdón: pasaron 46 años y me fui olvidando con el tiempo.

[6] “Researchers: show world leaders how to behave in a crisis. Scientists are dropping everything to team up and fight Covid-19. Presidents and prime ministers should, too” (“Investigadores: les muestran al mundo cómo comportarse en tiempos de crisis. Los científicos dejan todo lo que están haciendo para unirse y combatir el Covid-19. Presidentes y primeros ministros deberían hacerlo también”) - Nature, Apr 2, 2020, Vol. 580, Pág 7. El artículo completo está acá: https://www.nature.com/articles/d41586-020-00926-4

 

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