El amor en tiempos del Ya-Sabemos-Qué

Las jornadas de cuarentena proponen el desafío a les amantes de no deshilacharse en el intento

 

Sería inútil subirse con El Amor a un vapor de la carrera y navegar por siempre, sin tocar tierra. Hay, por los mares del mundo, una cantidad de cruceros infectados más abandonados que el Holandés Errante. Y nuestros ríos mesopotámicos están tan atestados de mosquitos portadores de dengue que, probablemente, sería peor el remedio que la enfermedad. Además, las formas del amor han mudado sustancialmente desde los días de aquella pasión cortés de principios del siglo pasado en la que la seducción estaba atravesada de un romanticismo que hoy, hiede.

Tiempos de poliamor, complejidad en las identidades sexuales, individuación, culto de la soledad, relaciones líquidas. Las parejas —cualquiera sea su conformación identitaria, rango o edad— enfrentan en las jornadas de cuarentena, acaso el más grande de los desafíos que les proponga la época: no deshilacharse en el intento.

Como diagnóstico primigenio, Dora Barrancos, una de las pensadoras argentinas más importantes de estos días (y de todos los días) sentencia: “Cuando la convivencia se estrecha por lo menguado de los metros cuadrados cotidianamente trajinados —sin solución de continuidad, porque la cuarentena parece infinita— los vínculos pueden estallar. El aislamiento que confina a la estrictez doméstica es una prueba de fuego. La vida replegada a los órdenes de la domesticidad esmerila hasta los lazos más afiatados”.

Lazos. Palabra de resonancias plurales. Algunos, ni atados quisieran quedarse a bancar la cuarentena en pareja. Otros, en cambio, asumen mansamente, con una inocente alegría, diría, esa decisión que, creen, los ampara de la muerte.

“El primer efecto del aislamiento social obligatorio es que, bajo la premisa de la protección, nos hemos atomizado en infinitas cantidad de naves intertemporales donde la mayoría transportan a las mínimas expresiones de convivencia de una sociedad: familias, parejas, hermanos, jóvenes estudiantes que se hallan bajo un mismo techo de manera contingente o incluso sujetos en solitario. Formas todas en las cuales se siente o vive de manera diferente a la ya instituida”, explica Alejandro Pestarini, psicoanalista, especializado en configuraciones vinculares.

Naves intertemporales, distintas, seguramente, del barco elegido por Florentino Ariza para alejar a Fermina Daza de la peste en la novela de García Márquez; pero embarcaciones al fin. Con las inconveniencias que suele presentar tomar el mando de esas naves con cajas de cuatro velocidades, cuando se está tan acostumbrado a los cambios automáticos. Con las incógnitas que provoca el recorrer nuevas rutas cuando se tiene el GPS prefijado. Porque la pareja, esa que marchaba sobre los rieles de la comodidad, la rutina o el desencanto asumido, está ahora interpelada por cuestiones de pandemia.

Guillermina Lopata, psicóloga, magister en política internacional e iniciada en saberes especiales, hace su aporte proponiéndonos algunas preguntas:

¿Cuáles son los valores que te enamoran de tu pareja, y con cuáles le, la, lo enamorás vos?

¿Desde cuándo la palabra dejó de ser parte del encuentro entre ambos?

¿Por qué das más valor a todo aquello que hace mal, en vez de reconocer aquello que hace bien?

¿Se han olvidado de reírse juntxs?

¿Hace cuánto tiempo que dejaron de sorprenderse con detalles simples?

Reproches, quejas, intolerancia, reclamos, ¿anulan la templanza, la negociación, la empatía?

¿En qué momento la sensualidad, la seducción y la sexualidad dejó de liderar el encuentro?

¿Desde cuándo la sexualidad se volvió́ una tarea más del hogar, de la que intentas zafar porque estás aburrida o aburrido con tu propia realidad?

¿Por qué te permitís desplegar las fantasías sexuales sólo con tu amante? ¿O acaso te has enamorado también de tu amante pero te es más cómodo actuar el amor en tu matrimonio?

¿Son dos? ¿Hay otres? ¿Ocultos? ¿Escondides? ¿Hablados o negados? ¿Se necesitan o se desean?

Una gama infinita de tonalidades del amor y el desamor articulando sobre el resbaloso escenario al que Peter Ducker llamó, alguna vez, “nuevas realidades”. No es un test: claro que no. No me animaría a golpe tan bajo, pero: ¿serían capaces, pretendidos lectores, de responder sinceramente el cuestionario? Para ustedes, nomás, tranquilos.

 

 

 

Secuela de los Amantes

Apenas unas horas después de decretada la cuarentena, la Policía de la Ciudad allanó un hotel alojamiento en el barrio de Once y detuvo a “siete parejas” (aunque el número de personas detenidas, según el parte policial, era de 13, por lo que nunca pudo saberse cómo se conformaban las parejas). Muchos elevaron la voz por “estos irresponsables” pero algunas tímidas manifestaciones afloraron (en las redes) para “bancar” la actitud de los amantes, porque, al fin y al cabo, como señalaba Oscar Wilde, “la única cosa seria es la pasión, no la inteligencia”.

Lo relevante es que, como explica la licenciada Lopata, “todas las relaciones de pareja se verán interpeladas más temprano que tarde, sin excepción, sin diferencia de clases. Vendrán muchas horas ininterrumpidas de convivencia si la cuarentena les tocó juntes. Días de interminables distancias si la cuarentena les tocó separades”. Los amantes no serán excepción. Y así como ese infierno tan temido de la repetición de los días idénticos asolará a las parejas “bien constituidas”, la imposibilidad del contacto, la distancia obscena de la cuarentena, la ausencia sostenida por días, operará sobre los imaginarios de las relaciones “informales”, incluso aquellas que ni siquiera tienen la “informalidad legalizada” de las parejas paralelas. “Vine a buscar una prostituta, estoy cansado de la cuarentena solo”, la frase apareció en las redes del periodista Iván Schargrodsky destacada como una de las respuestas llamativas que recibieron las autoridades en los controles de los accesos a Capital. ¿Por qué no? De carne somos.

 

 

Tiempo de Féminas

Cambio de hábitos, la vida en un idéntico espacio diferente, el descubrimiento de una temporalidad extraña a lo sabido: eso y más puede operar de detonante. La luz roja se enciende: opinadores, analistas, cuentapropistas del periodismo, cronistas, historiadores y hasta los mercenarios de la idea coinciden hoy en que “cuando esto termine, el mundo ya no va a ser el mismo”. Aleluya… ¡Y cobrás por decir eso! Pero, más allá del entramado político-económico-social resultante del fin de la pandemia: ¿qué, con lo que ya estaba? Porque en lo que va del siglo (y estamos acercándonos al primer cuarto) la única revolución relevante, con carnadura y cuerpo (lleno de curvas, claro… lo admito machirulamente) es el feminismo.

Dora Barrancos pone orden: “En nuestras sociedades, los varones —por mandatos de género— guardan una relación cuasi contingente con la vida doméstica. Lo suyo es lo público, por insignificante que resulte. Expelen la domesticidad, aunque hay excepciones. Lo doméstico puede contrariar lo intimo. Pueden entrar en crisis con el mundo, al final nada monocorde, de la organización doméstica. No quiero insinuar que las mujeres están indemnes. Seguramente muchas se darán cuenta de que los lazos ya estaban rotos. Pero lo que sí subrayo es que, entre los varones, esta crisis inédita que nos repliega al cóncavo doméstico les será mucho menos soportable”.

¿Será así?, me pregunto mientras lavo los platos después de cocinar. En las calles y en las plazas he visto noches tapizadas de pañuelos verdes acompañados por barbas que no saben muy bien donde pararse (acaso porque es muy difícil estar parado ante la acometida arrolladora) pero, ¿en la intimidad, ante la presencia perentoria de la muerte, lo tradicional no se sobrepondrá a lo revolucionario? “En la clínica se observa a parejas que, viniendo desde situaciones muy recientes de infidelidad, ante este nuevo contexto donde para protegerse hay que aislarse de los otros, disminuyen de manera paralela las ansiedades del miembro vulnerado”, redondea el licenciado Pestarini.

¿Es patriarcal, entonces, el coronavirus? ¿Llegó para frenar la hora de las féminas? No sería raro que, en pocos días más, algún extraño pastor de alguna nueva iglesia de los centenares que se expanden por el mundo avise que un dios para nada misericordioso castiga a la humanidad por la impudicia de algunas prácticas actuales… Y lo peor es que, seguramente, habrá quien replique tamañas idioteces.

 

 

 

Pero el Amor

Hay, sin embargo, en todos y en Todo, una apuesta a un final feliz, donde el amor se imponga (en cualquiera de sus formas). Alejandro Pestarini cree que “en esta ocasión se demostrará una vez más que dicha institución por algo es que ha atravesado a tantas épocas y civilizaciones por lo cual no creo que este virus logre lo que hasta este momento nunca se pudo, destruir a un número significativo de naves”.

María Seoane, periodista, historiadora, degustadora de la realidad, nos regala también una mirada esperanzadora: “La cuarentena puede precipitar una crisis de pareja si la pareja estaba en crisis —dice, pero agrega—; no hay nada que pase que no esté ya en curso. Y sólo si esa situación es muy fuerte, porque el miedo a la muerte que impone la peste es muy grande, por lo cual la gente tiende a sentirse afortunada de estar con un ser querido a pesar de los conflictos… Peor es estar solo, así que, la verdad es que lo más probable es que resistan. Ahora, cuando termine la cuarentena, cuando vuelva la libertad de poder elegir y estar separados…”.

Final abierto. Todo relato requiere la posibilidad de una esperanza. Como lo sintetiza Guillermina Lopata, en un tono que mezcla la científica con la Iniciada en saberes tan antiguos que nos exceden: “Mitos, cuentos que crean realidad y que nos pueden ayudar en este nuevo inicio. Caos, desorden, gritos, lágrimas, peleas, reproches, asfixia, hartazgo, queja; que vengan; sí, que vengan, sin miedo, es necesario que caos circule, para que en algún momento Eros, desee surgir nuevamente y desde la paciencia, empatía, templanza, generosidad, honestidad, valentía, amorosidad, dulzura, comience a dar forma una vez más y así volver a empezar. ¿Juntes? ¿Separades? No lo sé… Tampoco importa. Lo que sí importa es que en este nuevo inicio, no quede ningún hueco para jugar a les distraídes”.

Ojalá así sea. La serpiente siempre muerde su cola. Como en política y en economía, hay un después incierto que sólo permite desear algo distinto. Algo mejor, si fuera esto posible. Ya lo ha explicado Horacio, el de Rayuela, cuando se dice a si mismo:  “Pero el amor… esa palabra”.

 

 

 

 

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