POPULISMOS DE AYER Y DE HOY
María Esperanza Casullo descula los mecanismos compartidos por Perón, Chávez y Trump
Cuando se ausentan los argumentos, arriban los adjetivos. Los ejemplos se amontonan en los sumideros de la Historia. Entre los más recientes se destaca el usufructo del sustantivo con el que el agonizante macrismo caracterizaba a su mortal archienemigo: el populismo en general, el peronismo en especial, el kirchnerismo en particular. Serie de elementos diferentes, homologados en la cháchara cambiemita según la práctica totalitaria de anular diversidades. Retóricas que deambulan “en un campo semántico que contrapone populismo, irracionalidad y locura con seriedad, confiabilidad y meritocracia”.
Estrategia, estilo, práctica política, ideología, discurso, el populismo adquiere condición de categoría en la ciencia política, explorado con mayor o menor sistematicidad, en especial a partir de los aportes de Ernesto Laclau (Buenos Aires, 1938-Sevilla, 2014). Discurso “capaz de articular diferentes demandas”, desarrolla “un tipo de narrativa performativa cuyo resultado es la formación de identidades políticas mediante la dicotomización del campo político entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’”. Enhorabuena entonces todo aporte, cuando proviene de la investigación rigurosa y la honestidad intelectual, a una ciencia política con el coraje para pispear en el fondo de esa caverna platónica donde chisporrotean los modos de producción ideológica.
Así lo circunscribe María Esperanza Casullo (Buenos Aires, 1973; neuquina por adopción) al adentrarse en la pesquisa por los mecanismos que hacen de la práctica populista una herramienta eficaz en la lucha por la hegemonía. Formada en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA y especializada en Ciencias Políticas en el exterior, la investigadora patagónica aplica un profundo entrelazamiento discursivo en la magna tarea que da título a su reciente libro ¿Por qué funciona el populismo? Exitoso ensayo (va por la cuarta edición) en el que despliega “el discurso que sabe construir explicaciones de un mundo en crisis”. Subtítulo que condensa los parámetros dentro de los cuales desarrolla los tan sucesivos como superpuestos aspectos que hacen a la funcionalidad de un objeto de estudio que define a medida que lo recorre históricamente.
Entre los muchos problemas que implica abordar el tema está, precisamente, su popularización: cualquiera cree saber qué es el populismo; “es algo obvio, por eso volverlo no obvio y recolocarlo en un lugar de indagación se convierte en un desafío” (…) para “intentar recortar sus límites conceptuales con alguna precisión y abordarlo desde una mirada libre de prejuicios”. Otro obstáculo Casullo lo sitúa en que “el (aparente) fin del populismo de izquierda no dio paso a la universalización de la democracia liberal de partidos universalistas y tecnocráticos, sino a un momento de esplendor del populismo xenófobo y excluyente de derecha”. Sin convertirlo en contradicción, la autora recurre a un bagaje conceptual interdiscursivo que apunta a avanzar más allá de los postulados iniciales de Laclau. En consecuencia, argumenta que los populismos “también tienen su propio discurso ideológico, pero lo expresan utilizando el género mítico, no la proclama programática”. Género antropológico apropiado a fin de desandar los momentos de crisis en que prolifera. Válido para ambas acepciones (de izquierda o derecha), construye un esquema sintético: “Había una vez un gran pueblo, destinado a la grandeza y la prosperidad, que fue traicionado por el villano dual (poder externo y traidor interno), y con la ayuda y el liderazgo de un político redentor este pueblo se rebela contra su adversario para alcanzar, de una vez y por todas, su destino de gloria”.
Sin precipitarse en reduccionismos, ¿Por qué funciona el populismo? aborda puntos oscuros, como la dificultad de generar una sucesión que contraponga la omnipresencia del liderazgo y otorgue continuidad al proyecto político. Como también la inclusión de las minorías (de género, étnicas, religiosas, etarias, etc.), cuyas demandas muchas veces ocupan el espacio tradicionalmente destinado a la lucha de clases. Situación capaz de generar que “una persona puede ser obrera industrial, y al mismo tiempo mujer, joven, lesbiana, creyente de una determinada religión y habitante de una región que tiene una historia e identidad particulares. No está determinado que su pertenencia de clase sea el principio fundamental pata construir su identificación política”. Claro que aquí se hace la diferencia: donde la derecha —populista o no— expulsa, el progresismo incluye.
En este aspecto, Casullo despliega, amplía y circunscribe lo que en su momento Laclau conceptualizó como “sutura”, a fin de dar cuenta de la función ideológica: “El modo de identificación populista, en que la lealtad del grupo no se funda sobre características objetivas sino a partir de la adhesión con una narrativa discursivamente construida que señala a otro como responsable de un daño común, es especialmente potente”.
Hace ruido, cuando no apesta, instalar de un lado a Chávez, Correa, Evo, Lugo… etc, y en el otro plato de la balanza a Trump, Bolsonaro, Le Pen y fauna aledaña. Si bien Casullo retrotrae con amplios fundamentos la irrupción del populismo a Platón, Aristóteles y Maquiavelo, el que ocurre en el siglo XX y lo que va del XXI, por su proximidad conmueve más intensamente, aunque asume distintas características.
Entre nos: de a momentos la noción de populismo da la impresión de tratarse de un eufemismo con el que una izquierda remolona y/o vergonzante camufla sus simpatías por el peronismo. Por más que en ciertas metodologías, manierismos discursivos y tácticas puedan trazarse puentes hacia múltiples archipiélagos, algo o mucho del peronismo seguirá siendo más incomprensible que inaceptable para un creciente sector decidido a acompañar mientras mira para otro lado. Sigue operando en silencio el hecho maldito del país burgués.
FICHA TÉCNICA
¿Por qué funciona el populismo?
María Esperanza Casullo
Buenos Aires, 2019
207 págs.
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