Tu delito nuestro

La historia de la violencia detrás de la violencia

 

1.

Voy a volver sobre el crimen de los rugbiers, pero voy hacerlo eligiendo otro camino, un poco retorcido como se darán cuenta, acaso para ir más allá de estos jóvenes. El crimen, como todo crimen, siempre es la punta de un iceberg: hay una gran masa de hielo que queda siempre por debajo de la línea de flote que merece ser pensada. No es nuestra intención, entonces, abordar los hechos desde la superficie de las cosas, a partir de lo que sale a la luz, lo que quedó sentado en el expediente o ganó la pantalla de televisión. De la superficie del crimen se encargará la Justicia, sea la que administran los operadores judiciales en los tribunales oficiales o los periodistas en la llamada justicia mediática. Por el contrario, me interesa pensar con la profundidad que tienen los hechos, para tratar precisamente de alcanzar aquellos factores que van creando condiciones de posibilidad para que tengan lugar estos hechos que tanta indignación o preocupación provocan. Me interesa, quiero decir, como diría el escritor y sociólogo francés Édouard Louis, pensar la historia de la violencia: porque hay una historia detrás de la violencia, una historia violenta, que también está hecha de violencias simbólicas o físicas naturalizadas, violencias legitimadas, aplaudidas, que luego se cristalizan en un hecho que adquiere otra envergadura o repercusión.

Llamé a este artículo Tu delito nuestro. ¿Por qué tu delito es nuestro? ¿Por qué el delito de los rugbiers nos involucra? Por la misma razón que nos involucraba la masacre de Cromañón, o el linchamiento al joven rosarino David Moreira, para poner otros dos ejemplos. Decir que nos involucra no quiere decir que seamos potencialmente culpables. Le pedimos al lector que no se apresure y ponga un poco de voluntad para seguirnos en nuestra argumentación. No le pedimos que comparta nuestra tesis sino que nos siga.

Nosotros no somos culpables pero somos responsables. Por eso, antes de seguir debemos comenzar distinguiendo la culpa individual de la responsabilidad social. En efecto, como sugirió Karl Jaspers una cosa es la culpa individual y otra muy distinta la responsabilidad social. La culpa individual se tramita ante los tribunales ordinarios, pero la responsabilidad social se ventila en la arena pública, puesto que se trata de pensar con ella los factores sociales que concurren en el crimen en cuestión, es decir, de pensar la historia de la violencia. Se sabe, como dijo alguna vez Hannah Arendt, las estructuras no van a juicio: “En un tribunal no se juzga ningún sistema, ni la Historia ni corriente histórica alguna”. Con ello, no se trata de disculpar a los autores del crimen. Cada uno de ellos deberá rendir cuentas frente a los tribunales estatales. Pero volver sobre la historia de la violencia implica pensar la responsabilidad social, evitar esconder los problemas debajo de la alfombra, cargándoselos a los actores protagonistas que, ahora, están en una situación de mayor vulnerabilidad. Si hay una historia detrás de la violencia, esa historia nos involucra, salpica. Esa misma historia que solemos esconder detrás del telón es precisamente la que queremos reponer ahora. Insisto: no para disculpar a los protagonistas de las acciones sino para poner en crisis o desandar las prácticas que hay detrás de las acciones. Porque las prácticas que hay detrás de aquellas, las prácticas de las que fueron objeto aquellos jóvenes, prácticas que ni siquiera –me atrevo a decir— eligieron o controlan, fueron amasándose durante mucho tiempo al interior de nuestra sociedad, de nuestro universo de relaciones complejo. Y que conste además que digo “complejo”, no por pereza teórica, sino para reponer el carácter desigual y contradictorio de las relaciones sociales de las que formamos parte.

La culpa criminal o legal es una culpa individual. Decir que los actores son culpables de las acciones que se les imputan individualmente no implica que haya que esencializar la culpa. La culpa individual es una culpa vinculada a las acciones. Los individuos no son culpables per se. No hay asesinos sino personas que cometieron un homicidio, no hay ladrones sino individuos que robaron, no hay femicida sino una persona que cometió un femicidio. Lo que los operadores judiciales procesan son las acciones y no a las personas; el reproche se dirige a las acciones que protagonizaron no a su persona. Tal vez sea esta una de las diferencias más importantes con la llamada justicia mediática, una forma de pensar la justicia que nos retrotrae al siglo XIX –y más atrás también— puesto que, está visto, lo que juzgan los periodistas son las personas, los enemigos, el mal asociado a una persona.

En cambio la culpa política o colectiva, lo que Arendt llamó “responsabilidad social”, es un tema que involucra a toda la sociedad o mejor dicho a un grupo social. Cada concepto de culpa muestra realidades diferentes, que tiene consecuencias distintas: “Existe una responsabilidad por las cosas que uno no ha hecho; a uno le pueden pedir cuentas por ello. Pero no existe algo así como el sentirse culpable por cosas que han ocurrido sin que uno participase en ellas”.

La culpa criminal o responsabilidad personal implica el conocimiento preciso de los hechos que se quieren imputar a la persona. En cambio, la culpa política o responsabilidad social supone el conocimiento de la historia detrás de cada uno de aquellos hechos criminales. La culpa, a diferencia de la responsabilidad, siempre se selecciona, es estrictamente personal y se refiere a un acto, ni si quiera a intenciones o potencialidades. Ahora bien, como agrega Arendt, para que haya responsabilidad social o colectiva deben darse dos condiciones: primero, “yo debo ser considerado responsable por algo que no he hecho, y la razón de mi responsabilidad ha de ser mi pertenencia a un grupo (un colectivo) que ningún acto voluntario mío puede disolver, es decir, un tipo de pertenencia totalmente distinta de una asociación mercantil, que puedo disolver cuando quiera”. Hay que tener en cuenta que uno forma parte de diferentes grupos al mismo tiempo, y que cada uno de esos grupos no son mundos compartimentados. Por ejemplo, uno forma parte del grupo jugadores-de-rugby, pero forma parte también del grupo de jóvenes, o de jóvenes de clase media, media alta o con otras aspiraciones, del grupo de varones, del grupo de hinchas de Boca, de la comunidad de Zárate, de la Argentina. Solo podemos escapar de la responsabilidad colectiva abandonando la comunidad, y ello equivaldría a cambiar una comunidad por otra, en consecuencia, asumiendo otro tipo de responsabilidad. Pero convengamos que no podemos desentendernos, de un día para otro, de los grupos de los que formamos parte, no se puede cambiar de grupo como de camiseta. Decir que somos responsables no quiere decir que somos culpables de sus malas acciones, ni moral ni legalmente.

 

 

2.

Después de este largo rodeo estamos en condiciones de volver sobre el título que elegimos para la nota: Tu delito nuestro. No se trata de una frase gramaticalmente imposible, sino prohibida. Porque los diálogos en la vida cotidiana están llenos de este tipo de frases contradictorias, frases que se pueden decir pero no escribir.

Todos sabemos que el lenguaje no es inocente. El lenguaje nos estructura, somos lenguaje y somos hablados por el lenguaje. El lenguaje jurídico es una jerga amasada al interior del lenguaje liberal, un léxico individualista que busca constantemente separar la paja del trigo, que está muy preocupado en distinguir la inocencia de la culpabilidad. Porque para el lenguaje liberal, no hay responsabilidad colectiva sino responsabilidad individual, o en todo caso una responsabilidad compartida, pero nunca responsabilidad social. La responsabilidad social no es materia judiciable – lo cual es cierto, como dijimos arriba. Pero el hecho de que no se ventile en un juicio no significa que no exista, que no merezca ser pensada. Pensar la sociedad más allá de la historia implica despojarla de las circunstancias que nos atraviesan. En efecto, la jerga liberal se caracteriza por descontextualizar y ponerle un telón a las cosas que quedarán entre bambalinas. Sacar de contexto quiere decir acotar los hechos a la punta del iceberg, desautorizando o perdiendo de vista aquella gran masa de hielo que quedó por debajo de la línea de flotación. Por eso, para la jerga liberal tu delito es –siempre— tu delito. Nunca puede ser nuestro lo que es tuyo. Se sabe, zapateros a tus zapatos, la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro. Una sociedad liberal es una sociedad entrenada para no ver la historia que hay en cada una de las acciones que desplegamos individualmente. El liberalismo carga todo o casi todo a la cuenta de las elecciones individuales. No hay condiciones históricas sino individuos que, en tanto gocen de discernimiento, intención y libertad, podrán distinguir el bien del mal y ser individualmente responsables de las acciones que eligieron. Tu delito es tu delito.

Y acá quiero volver a una vieja tesis de Agustín García Calvo formulada en su libro Lalia, que alguna vez le escuché presentar a Christian Ferrer en un Congreso de Derecho Penal y Criminología en la ciudad de Rosario, en octubre de 1992. Ferrer estaba haciendo referencia a diferentes modos de control, controles que no había que acotar al sistema penal, controles más invisibles que practicamos cotidianamente y llegan, por ejemplo, a través de las maneras de hablar: controles gramaticales. La gramática dispone una serie de reglas que van estructurando nuestro universo social. La gramática impone a la población un modelo de habla que jerarquiza el mundo que nos rodea. La manera en que hablamos nos permite, entonces, ver y no ver determinadas cosas. Así, la distinción tajante que se hace entre la primera persona del singular (Yo) y la primera del plural (Nosotros), la pared que se levanta entre la segunda del singular (Vos o Tu) y la segunda del plural (Ustedes), no es gratuita o inocente. Es una distinción que tiene la capacidad de arrancar los hechos de su universo social, de borrar la complejidad que encierran las palabras que usamos. Los individuos están separados de los otros individuos, pero sobre todo de los grupos de individuos.

Ahora bien, si por el contrario decimos “nos amo” o “me amamos”, estamos revinculando la comunidad a la persona, o mejor dicho, poniendo a la vez a la persona y a la comunidad. La frase es rara y suena más rato todavía, parece un equívoco, pero tiene la intención de enlazar al individuo con su grupo, de pensar no solo las discontinuidades sino sobre todo las continuidades entre el individuo con sus grupos. Al cambiar la gramática la persona conserva su múltiple inscripción social. Torcemos el lenguaje hasta que tu delito se transforma en nuestro delito.

Por eso, cuando decimos “nuestro delito mío” o “tu delito nuestro” lo que estamos diciendo es lo siguiente: vos cometiste un acto reprochable, que me molesta, pero es mío también, es decir, yo considero que alguna responsabilidad debo tener.

Se trata de incorporar al sujeto colectivo para pensar mejor; por eso, el pronombre que sugerimos involucrar es el nosotros, compuesto del nos (uno mismo) y otros. Nos-Otros. Así, nuestro delito sería el delito que compartimos nos y otros; que es mío y es tuyo, también, lector.

 

 

 

 

 

3. 

El crimen de los rugbiers es nuestro crimen también. Hay una historia detrás de aquella pelea que nos atraviesa y envuelve. Hay muchas peleas detrás de aquella pelea, peleas que protagonizamos o festejamos, peleas de las que fuimos testigos, peleas que fuimos alimentando, contando, avivando. Las picas y broncas entre jóvenes varones no son un invento del club Náutico Arsenal de Zárate. Cualquiera que haya visto Policías en acción habrá visto que una de las escenas que más fascina a los productores de ese programa desopilante son las peleas nocturnas entre pibes o entre pibas. Peleas que no tienen lugar en la playa, sino en el asfalto de los conurbanos. Peleas y corridas afuera del boliche, la cancha o la escuela, que tienen lugar antes o después del recital, del partido, la clase. Una violencia expresiva y emotiva, ejercida para ganarse la pertenencia de sus pares y construir una cultura de la dureza, que les permitirá luego hacer el aguante o ganarse el respeto de otros actores con los cuales mantiene rivalidades. Violencias que, además, están para reproducir las desigualdades sociales. Violencias que tienen una dimensión emotiva también, que le meten adrenalina y un poco de aventura a la vida cotidiana, que nos sacan del aburrimiento.

Esa es la historia de la violencia, las prácticas sociales que hay detrás del delito en cuestión. El crimen de los jóvenes que juegan al rugby tiene una historia que nos roza o toca de cerca. Volver sobre esa historia es asumir la responsabilidad que nos cabe. La responsabilidad social es una invitación a reflexionar sobre nuestras prácticas que reproducimos o alentamos directa o indirectamente, sin cuestionar ni revisar. Hay muchas violencias detrás de aquella violencia, y aquellas violencias acumuladas merecen también ser pensadas con amplitud, paciente y públicamente. Hay que detenerse y pensar de manera ampliada, poniéndose en el lugar del otro. Indignarse es la manera apasionada de esconder nuestra cuota de responsabilidad social.

 

 

 

* Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control; La máquina de la inseguridad y Vecinocracia: olfato social y linchamientos.
*Quiero agradecer los comentarios y sugerencias de Fernando Alfón. El collage que acompaña la nota fue realizado especialmente por la comunicadora y artista platense Rocío Teves.
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