Este es el momento en el que me gustaría ser un buen escritor, pero no de libros de matemática sino de novelas policiales o de ficción. O en todo caso, los datos permitirían hacer una extraordinaria película con misterio incluido y poniendo a prueba la capacidad reflexiva de quien la esté mirando. Me pregunto si con estos mismos datos, una persona podría unirlos como puntitos en una página, hasta encontrar el contorno de la figura que es ‘la asesina’. Porque sí, fue una mujer. Una asesina serial. Adicta a la heroína y con cómplices de diferentes nacionalidades. Es una historia fascinante que me dejó estupefacto, mientras escuché algunos detalles en la cafetería de una universidad norteamericana, la NYU, en donde una semana atrás, sobre principios de marzo, una matemática alemana nos la contó a quienes estábamos en la mesa. Y encima, se trata de una historia sin final feliz, pero con una intriga que le propongo para que vea si usted… sí, usted... es capaz de descubrir.
Me anticipo a decir que yo no pude. En todo caso, poco importa. Antes de avanzar, quisiera escribir una vez más que me gustaría ver esta historia plasmada en un buen libro o en una película: claramente sería mucho más interesante que leer este texto escrito por mí. Pero es momento de abandonar el preámbulo y comenzar el relato.
Para situarnos temporal y geográficamente, el primer registro se produce a fines del año 1993. El primer crimen de la fantasma ocurrió en Idar-Oberstein, en Alemania. No es una ciudad en la que suceda nada significativo y tampoco ocurrió nada trascendente esta vez, solo que más adelante se supo que allí se había producido el primer asesinato. En esta ciudad, conocida por algunas minas con piedras preciosas y una iglesia muy bonita construida alrededor del año 1200, una mujer de 62 años, Lieslotte Schlanger, ya jubilada, preparaba un arreglo floral que serviría como centro de mesa. Sus invitados habrían de participar de un té para festejar el cumpleaños de una de sus amigas. Esto sucedía en mayo del año 1993.
Lo notable es que ese té con sus amigas nunca se produjo. A Lieslotte la mataron estrangulada con el propio alambre con el que ella había preparado el arreglo floral. La policía encontró una taza vacía al lado del cuerpo inerte. El autor (autora en realidad) no pudo ser detectado, pero lo curioso es que ocho años más tarde, en junio del 2001, aparecieron otras razones para re-abrir el caso. En el borde de esa taza vacía aparecieron muestras del ADN de una mujer. Por supuesto, al menos hasta ahí no era posible sacar una conclusión sobre quién había sido el/la asesina. Lo que sí estaba claro es que el ADN que aparecía en la taza correspondía a una mujer. Este dato pasó a tener significado cuando la policía, después de tener en cuenta lo que había pasado durante esos ocho años, empezó a sospechar que esa mujer, cuyo ADN aparecía en la taza, era la misma mujer que había perpetrado otros crímenes.
Ahora así, en junio del 2001, se podía confirmar que la mujer fantasma o sin rostro había estado en la escena de ese crimen particular… también. Y a partir de allí, aparece por primera vez en la prensa la mención a “la fantasma sin rostro”.
Poco tiempo después de que encontraron asesinada a Lieslotte, el asesino reapareció esta vez en Freiburg (o Friburgo), una ciudad eminentemente universitaria, que se encuentra al borde de la famosa Selva Negra alemana, uno de los lugares más bonitos y de belleza natural más espectaculares que tienen los teutones. Joseph Walzenbach, el dueño de un negocio de antigüedades, fue encontrado en el piso de su propio negocio, estrangulado con el tipo de alambre que usan los jardineros. Una vez más, el ADN de la mujer fantasma aparecía en la escena del crimen, pero lo notable también es que al margen de ese dato (no menor por cierto), no había ninguna otra pista que pudiera seguir la policía.
Pero a partir de allí comenzaron a sucederse acontecimientos diversos, y no todos con muertes, pero sí con robos, hurtos e irrupciones violentas en algunas casas. La fantasma sin rostro dejaba sus datos genéticos en todos estos lugares. Por caso, y confundiendo también a los distintos departamentos policiales que intervenían, la ‘asesina serial’ parecía ser adicta a la heroína. En Gerolstein, otra ciudad alemana, la policía encontró una jeringa que contenía restos de heroína, pero también muestras del ADN de esta mujer intrigante. Pero estos indicadores comenzaron a repetirse con inusitada frecuencia. En un robo en Budenheim, aparecieron en una galletita que la fantasma no había terminado de ingerir. También en una pistola de juguete encontrada en un robo en la ciudad de Arbois, y ya no fue sorpresa que emergiera después de investigar un arma que habían utilizado dos hermanos en una disputa familiar en la ciudad de Worms.
No sé si seguir (si estuviera en una película o escribiendo un libro, seguro que sería mucho más cuidadoso con los detalles y preciso con los datos), pero las huellas genéticas que proliferaban por todos lados la mostraban como una mujer muy ocupada: robos, invasiones de casas, asesinatos, galletitas, tazas, alambres de púas… Y en el pico de la locura, cuando ya nadie entendía nada, aparecen también en un automóvil que la policía utilizaba para transportar... ¡los cadáveres de tres personas nacidos en Georgia!
En el 2007 se produjo un cambio transformador. Lo que terminó incrementando la intensidad en la búsqueda fue el momento en el que la asesina serial mató a una mujer policía. Allí sí, cuando la mujer fantasma asesinó a tiros a Michèle Kiesewetter —una mujer policía quien estaba en ese momento manejando su propio auto y una de las personas más respetadas dentro de las fuerzas policiales—, los fondos dedicados al esclarecimiento de todos los casos, el personal afectado a la búsqueda y los contactos interfuerzas llegaron a su punto máximo. Como este último episodio tuvo lugar en Heilbronn, desde ese momento en adelante la fantasma se conviertió en “La Fantasma de Heilbronn”.
La desesperación por encontrar algo llevó a la policía a ofrecer una recompensa de 300.000 euros en todos los medios públicos. El primero en dar el alerta fue el diario Bild, el más sensacionalista pero de mayor penetración. Pero espere: no se trataba de semejante cantidad de euros para quien la entregara viva o muerta. ¡No! El dinero era para cualquier persona que pudiera dar algún indicio conducente. Cualquier dato servía. ¿Quién era esta mujer?
Como si fuera una burla, sus huellas genéticas comenzaron a aparecer en lugares imprevisibles: en una pileta en desuso, en el robo de una moto, en un departamento cuya puerta apareció violentada y en donde todos los cajones estaban abiertos y los armarios vacíos de ropa. Y aún hubo lugar para un asesinato más: el de una enfermera de 45 años, trabajadora en el hospital municipal de Weinsberg. Pero había lugar para más: la mujer fantasma acababa de ampliar su radio de acción. Aparecieron tres casos en Austria y dos en Francia. Los datos internos de la policía alemana, ahora eran compartidos por sus pares europeos. Y la confusión era aún mayor, cuando en casi todos los casos en donde se habían recogido estas muestras, la fantasma de Heilbronn tenía diferentes tipos de cómplices. Y no sé si era de esperar o no, pero no eran solamente alemanes, sino también aparecían rumanos, albaneses, serbios y eslovacos.
En ese momento, su ADN estaba ligado a 37 crímenes separados. La policía comenzó a tomar muestras de la saliva de más de tres mil mujeres, mujeres sin hogar conocido o adictas a la heroína, siempre en búsqueda de alguna coincidencia reveladora. Pero no, nada.
No sé lo que le estará pasando a usted mientras lee estos datos, pero mientras yo los escuchaba (y después leía) se me ocurrió: si tienen el ADN, ¿por qué no la pudieron encontrar? En ese momento, el doctor Linzi Wilson-Wilde, director del instituto nacional de Ciencias Forenses, la agencia asesora de la policía de Nueva Zelanda y de Australia, hizo una serie de observaciones que quiero replicar: “La investigación se complicó por varios factores: la disparidad geográfica de las escenas del crimen, la falta de patrón en su lista de cómplices, así como el hecho de que las personas condenadas por algunos de los crímenes negaron su existencia. No había una sola muestra registrada o capturada en ninguna cámara de seguridad, y encima varios testigos la describieron como… ¡un hombre!”
Acá voy a parar. Ningún otro dato (y ciertamente faltan muchos más pero son del mismo tipo) podrá contribuir a entender lo que estaba pasando, o lo que había pasado. Nadie podía encontrar a la Fantasma de Heilbronn o a la Fantasma sin Rostro, sencillamente porque… ¡no existía! Y acá le propongo que piense conmigo: ¿cómo puede ser que con semejante cantidad de datos, uno pueda concluir que la ‘tal’ persona no existía?
Cuando ante un episodio la policía francesa y alemana concluyeron que la mujer había estado en dos sitios distintos, en dos países diferentes, en dos episodios criminales casi al mismo tiempo, entendieron que ‘algo’ que no cerraba. La probabilidad de que las muestras de ADN de dos personas diferentes sean tan similares como para que se confundan con las de una es ciertamente muy improbable. Pero lo que transforma en virtualmente imposible es que estas personas estuvieran asociadas en la multiplicidad de eventos de estas características.
La frase determinante fue la siguiente: “El número y la diversidad de crímenes han levantado la sospecha de contaminación. El material genético humano ha sido transferido al equipo de muestreo forense, lo que llevó a una serie de investigaciones criminales al punto de partida”
Me explico. El ADN encontrado efectivamente condujo a las autoridades policiales a sospechar de una mujer en particular. ¿Dónde estaba esta mujer? (Porque sí, la encontraron.) Estaba trabajando, totalmente ignorante de lo que sucedía alrededor de ella. ¿Por qué? Porque la mujer, cuyo nombre nunca se supo, trabajaba en una fábrica que fabricaba… ¡los hisopos con los que se sacan las muestras de ADN! Ella, inadvertida e involuntariamente, estuvo contaminando con su propio ADN los mismos ‘bastoncitos de algodón’ que se suponen estériles y sirven para la recolección de la saliva o de cualquier otro elemento utilizado para recoger muestras de ADN.
La “Mujer Fantasma” o “La Fantasma de Heilbronn” nunca sería encontrada sencillamente porque no había nada que encontrar. Fueron 16 años de búsqueda, desde 1993 hasta el año 2009. La mujer que ponía en cajas estos hisopos, nunca había usado guantes de latex para protegerlos de su propia contaminación.
¡Y listo! Los muertos no volvieron a vivir, por supuesto, ni los robos o robados fueron resarcidos, pero en todo caso, en un episodio de características atípicas y ciertamente inusuales, una pobre señora, de origen serbio, fue la culpable involuntaria de una confusión ciclópea.
Para terminar, una pregunta: ¿usted sospechó algo mientras leía el relato? En fin... yo no, pero claro, eso no coopera en absoluto. ¿Haría una película usted con esta trama? ¿O le gustaría haber leído el texto en un libro? ¿Se sentiría estafada/estafado si hubiera llegado al mismo final después de leer 300 páginas? Para esto último, no tengo respuesta.
Nota al pie
La empresa que fabricaba los hisopos es una empresa austríaca Greiner Bio-One International AG. Lo notable es que el propio fabricante austríaco declaró que los ‘bastoncillos de algodón de su empresa, no están certificados para hacer análisis de ADN”. Una conclusión de Stefan König, presidente de la Asociación de Abogados de Berlín: “El caso del fantasma de Heilbronn ilustra los riesgos de basar una investigación únicamente en evidencia de ADN. El ADN es una herramienta perfecta para identificar trazas. Pero lo que tenemos que evitar es la suposición de que el productor de las huellas es automáticamente culpable. Los jueces tienden a estar cegados por la evidencia brillante y aparentemente perfecta de las huellas de ADN, pero muchas veces ignoran la imagen completa. La evidencia de ADN en la escena del crimen no dice nada acerca de cómo llegó ahí. Hay una buena razón para no permitir las condenas solo con base en pruebas circunstanciales de ADN”.
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