Por qué Rosalía está de vuelta embarazada si ya tiene cuatro hijos, quién va a cuidar a la criatura si ella trabaja todo el día. La primera impresión es que esas expresiones morales, en rigor las habladurías maliciosas de lxs vecinxs de Argerich, un pueblo cercano a Médanos, a unos 30 kilómetros de Bahía Blanca, no tendrían lugar en la instrucción de un caso, pero para el fiscal Christian Long, sí. Forman parte de cómo se construyó la causa contra Rosalía Reyes. Lo primero a probar para el fiscal es que Rosalía era una mala madre. Nadie investigó al progenitor de la bebé.
Rosalía trabajaba de 5 de la mañana a 9 de la noche en el frigorífico de una cooperativa que dependía de la Universidad Nacional del Sur. Como monotributista, no tenía vacaciones, ni licencia por maternidad, ni días por salud: si no trabajaba, no cobraba. Lo que sí tenía era la certidumbre de la arbitrariedad patronal: el temor de ser despedida si descubrían que estaba embarazada. Ella tenía en ese momento cuatro hijos, dos con su primera pareja, dos con su segunda pareja. Ya trabajaba en ese lugar cuando tuvo a su hijo Brian y la habían hecho volver a trabajar a los quince días de tenerlo. Ninguno de los padres aportaba dinero para la crianza de sus hijos, pero todo bien con la Justicia, nunca un reproche, aunque la violencia machista y el abandono hayan marcado esos vínculos.
Rosalía criaba sola y ocultó en su trabajo la panza. Tenía fecha para junio y avisó en el frigorífico que se iba a tomar unos días para descansar, previendo que iba a nacer su bebé. El 18 de mayo de 2005 fue a trabajar como todos los días. Luego de las 16 horas de rutina en el frigorífico de pollos Gleba, volvió a su casa, le avisó a su hija que no se sentía bien y se fue a acostar. Estaba descompuesta, con dolores muy fuertes porque se había adelantado un mes el trabajo de parto. Fue al baño y, con dos contracciones nació la bebé. Rosalía se desmayó.
Cuando recobró la conciencia todo era un mar de sangre y líquido amniótico. Le pidió a su hija más grande, de doce años, que le alcance un cuchillo para cortar el cordón. Lo hizo como pudo, con la fuerza que le quedaba, y se empezó a desangrar. Lo ató con ayuda de su hija. Cuando fue a asistir a la bebé, estaba muerta, se había desangrado.
Al ver así a la bebé, Rosalía la abrigó con una mantita y se acostó abrazada a ella en la cama, en un ritual de duelo y despedida. A eso de las 4 de la mañana se despertó con un dolor abdominal muy fuerte. No había expulsado la placenta. Su hija mayor estaba durmiendo en el pie de la cama. Rosalía estaba asustada, cuando terminó de despedir la placenta, la puso en una bolsa. Después de darle sepultura a la bebé, le pidió a su hija que buscara ayuda. Le nena llamó a la psicóloga y esta a la policía. Allanamiento. Detención.
En Argerich, un pueblo rural donde la salud queda a kilómetros, y que en 2010 tenía 80 habitantes, muchxs prestaron su palabra al juzgamiento. Porque media biblioteca puede decir que la patria es el otro, pero otra media dice que el otro es el infierno.
Rosalía estuvo detenida un año desde mayo de 2005. En 2006 su abogado defensor de ese momento consiguió una excarcelación extraordinaria y se realizó el juicio. El fiscal Long pidió un peritaje para analizar si ella entendía la criminalidad de sus actos: tenía que entender no que su hija recién nacida murió desangrada mientras ella también corría peligro, sino que había premeditado un plan para asesinar a su hija. No lo entendía y sobre ella pesaba la posibilidad de una condena a prisión perpetua. Las audiencias estaban suspendidas por un par de días para que ese peritaje se llevara adelante. Rosalía agarró a sus cuatro hijos, que hoy tienen 27, 23, 19 y 15 años, y se fue al gran Buenos Aires, no se presentó a la reanudación del juicio. Le dictaron un pedido de captura y nunca más se supo de ella. O sí, porque fue a votar, le hicieron aportes a la ANSES, llevó a sus hijes a la escuela, hizo pareja nuevamente y tuvo una nena que ya tiene 9 años.
Pasaron 13 años de aquellas jornadas. Un día de junio de 2019, cuando viajaba rumbo a Retiro en la línea C del subte, una cámara escaneó su rostro y detectó un pedido de captura vigente. La detuvieron y llevaron a la cárcel de Azul. Se reanudó su pesadilla con el Poder Judicial.
“En julio de 2019 me designan como defensora oficial y rescato aquel peritaje de 2006, que decía que era muy probable que ella no comprendiera la criminalidad, para pedir su sobreseimiento y la libertad”, dijo a LatFem su abogada Fabiana Vannini. El Tribunal en lo Criminal n° 3 del Departamento Judicial de Bahía Blanca contestó que no era evidente el estado de inimputabilidad y que, además, los peritos no se habían expedido sobre la peligrosidad de Rosalía. Vannini junto con Rosalía decidieron ir a juicio, después de atravesar sin éxito instancias judiciales sin perspectiva de género.
En el juicio no se prueba nada que indique culpabilidad alguna, además de que según el criterio de la defensora “la acción del delito está prescripta”. Vannini señaló en su alegato el contexto de vulnerabilidad social, económica y laboral de Rosalía. Marcó cómo el Estado estuvo ausente siempre para protegerla a ella y a sus hijes y cómo la protección de la mujer contra la violencia de género tiene que ver también con realizar políticas activas e integrales que honren las obligaciones internacionales que el Estado Argentino ha asumido. Citó libros y fallos. Pero la perspectiva interseccional estuvo ausente.
Allí donde no hay delito, sino un drama, la Justicia recae con todo el poder moralizador y por lo tanto sancionador, porque la moral se impone siempre por las malas. A Rosalía, en lugar de acercarse con ayuda y contención, el Estado le reprochó no ser la Mujer Maravilla: no haberle brindado a la bebé que vivió unos minutos los auxilios necesarios para que no muriera, aunque ella misma corriera peligro vital. Si Rosalía hubiera muerto, en cambio, sería una heroína.
La jueza Daniela Fabiana Castaño y los jueces Eduardo Alfredo d’Empaire y Eugenio Casas, con la actuación del fiscal Jorge Viego, condenaron a Rosalía Reyes por homicidio agravado por el vínculo, con circunstancias extraordinarias de atenuación, a 8 años de prisión. Para lxs jueces atenuar la pena de homicidio es tener perspectiva de género, no pueden entender que Rosalía no pudo hacer otra cosa. La Ley Micaela no llegó al Poder Judicial.
El Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires tomó conocimiento de la sentencia y sus argumentos. A partir de eso la abogada Sabrina Cartabia se comunicó con la defensora publica de Rosalía, para apoyar la apelación del fallo por medio de argumentos, doctrina, jurisprudencia nacional y documentos de organismos de derechos humanos con el objetivo de que la perspectiva de género sea efectivamente aplicada en el caso. A su vez se ofreció realizar todas las gestiones que permitan articular con otras áreas del Estado para que se monitoreen las condiciones de privación de la libertad de Rosalía. Es que en lo que va de la gestión, ya detectaron varios casos de criminalización de emergencias obstétricas que aún no llegaron a juicio.
El colonialismo en el cuerpo de las mujeres se traduce en la invención de nociones como instinto maternal: una buena madre, una con buenos instintos, da la vida por sus hijes. Y es una evaluación que parte desde el cuerpo de les niñes: es en función de su bienestar que se caracterizan las cualidades de esa madre. El fiscal Viego atribuyó a Rosalía “conductas omisivas configuradas por la falta de prestación de los cuidados necesarios para evitar su óbito”. Los delitos de responsabilidad por omisión se aplican en su gran mayoría a las mujeres que han fracasado en el cuidado adecuado de sus hijes. Ese señalamiento no recae en los padres, como señaló Vannini. Los padres se pueden ir y su conducta ser dañina, pero son las madres, según la configuración moral de la justicia –como práctica social compleja– quienes tienen el deber de cuidar a sus recién nacidos, aun cuando se hayan desmayado luego de trabajar más allá del agotamiento, en un trabajo de parto, en el piso del baño de una casa humilde, en una zona rural de la Argentina.
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