Es de sospechar que el avance del coronavirus agregue kilaje al plato de la romana en el que la opinión pública global pesa la gran desconfianza hacia el sistema de acumulación mundial vigente. Verbigracia: el capitalismo. Esto sugiere un par de trazos del escenario político de la renegociación de la deuda con el mar de fondo de las presidenciales norteamericanas. Si bien en la Argentina los asuntos de virus pasan por el dengue según los especialistas, y aún por suerte sin registro de la pandemia desatada en China, es de lo más probable que aún sin sentir esa presión directa, la opinión pública nacional siga el sesgo de sus pares del planeta. Eso, al menos, se desprende de los resultados del Edelman Trust Barometer (Barómetro de la Confianza Edelman) de 2020, dado a conocer a fines de enero. La corporación Edelman es una de las principales empresas de relaciones públicas mundiales, cuya clientela está constituida mayormente por multinacionales y no por casualidad se dieron a conocer los datos en pleno desarrollo de Davos. Históricamente se repartieron el grueso del mercado de las relaciones públicas con Burson-Marsteller y Cohn & Wolfe. En 2018 estas dos últimas se fusionaron en una nueva corporación: BCW. Burson Marsteller fue la corporación que contrató la dictadura genocida para mejorar su atroz imagen, de acuerdo a los documentos encontrados por la Comisión de Relevamiento de la Memoria Histórica de la Cancillería difundidos a principios de 2014.
Desde hace veinte años que Edelman realiza el Barómetro, para orientar la comunicación pública de las entidades cuyos intereses por definición son globales. El Trust Barometer 2020 se hizo con muestras de poco más de 1.000 personas en cada uno de los 28 países que lo conforman, totalizando 34.000 entrevistas durante 2019. En ese combo están los países del G-20 (la Argentina es miembro) más otros 8 para redondear casi todo lo que importa en el planeta. Lo que constató es que la confianza en el capitalismo retrocede en Occidente. Parece que no sólo en Occidente, que consagró con el Oscar a la película coreana Parásito, que trata de lo mal que vamos con la lucha de clases. Como dijo Warren Buffet, los que la tienen toda –como él— van ganando y eso no está nada bien.
De hecho, de los datos del Trust Barometer 2020 se infiere que el sentimiento de desconfianza lo alienta la percepción de que la desigualdad y la injusticia están aumentando. La sensación creciente es que las instituciones son un freno al bien común y anteponen al interés de la mayoría los objetivos de una minoría que los perjudica. El gobierno, más que cualquier otra institución, es visto como el más inequitativo. El 57 % de la población general dice que el gobierno sirve a los intereses de unos pocos. El 30 % cree que el gobierno sirve a los intereses de todos. Como Pappo, desconfían.
Más de la mitad de los encuestados en todo el mundo piensa que el capitalismo en su forma actual está provocando más daños que beneficios, 56% para ser más precisos (51% en nuestro país), y no creen que su situación personal mejore en los próximos cinco años. En el ámbito mundial, el 48% de los entrevistados dice que el sistema les está fallando, 18 % sostiene que el sistema funciona bien y 34% no se pronuncia ni por una ni por otra opción.
Ante la pregunta de si temen que la gente similar al entrevistado pierda el “respeto y la dignidad de la que disfrutó en su país”, la media mundial del 57% respondió que sí, que teme eso. En nuestro país ese temor es un poco más alto, alcanzando el 59%. Esos datos son consistentes con que el 83% de los empleados entrevistados en la encuesta teme perder su trabajo. Una media mundial del 61% localiza la raíz del miedo en la gig economy y la generalización del trabajo precario. El porcentaje argentino coincide con la media mundial. La potencial recesión preocupa como causa del desempleo al 60% del conjunto y en nuestro país al 65%. La falta de calificación laboral preocupa al 58% y en nuestro país al 57%. Los valores nacionales se alinean también con los globales en arriba del 50% cuando los entrevistados perciben el origen del potencial desempleo en el aumento de las importaciones, los inmigrantes y la localización en el exterior de trabajos que se hacían acá.
Contradicciones
Semejante proporción de ciudadanos que sienten que tienen ante sí un porvenir desnudo y entre desechos, además de constituir una muy seria inquietud para la democracia argentina es una cuestión indigesta global. Entre sus previsibles consecuencias, lamentablemente, no es posible descartar el resurgimiento del autoritarismo como tendencia política dominante. El Trust Barometer registra una pesada crisis en los liderazgos. Aunque el 80% del conjunto de los entrevistados en los 28 países dice confiar en los científicos, no obstante el nihilismo se impone para el resto de los líderes de la sociedad, con el 66% que responde no tener confianza en sus actuales líderes para afrontar con éxito los desafíos de su país. Entre los que más se desconfía con un 64% es de los multimillonarios, pero el 58% desconfía de los políticos, así como el 54% de los líderes religiosos, el 50% de los periodistas, y el 49% de los líderes empresariales.
El Barómetro expone una marcada división de clases: una brecha creciente en la confianza institucional entre las personas más ricas, más educadas y mejor informadas frente al resto de la población. Esto es inédito en las dos décadas del Barómetro. Un número récord de países desarrollados (ocho en total), incluidos Australia, Francia, Alemania y el Reino Unido, están experimentando divisiones de doble dígito en la confianza entre la clase informada y el grueso de la población. Según la encuesta, la disminución de la confianza en los medios también contribuye a la brecha de confianza entre el público informado y el público en general. Así es como el 57% de las personas en todo el mundo cree que los medios que utilizan están "contaminados con información no confiable" y a la gran mayoría (76%) les preocupa la utilización de información falsa o noticias falsas como arma.
El Trust Barometer categoriza que en la actualidad los ciudadanos toman en cuenta dos criterios para aumentar o disminuir la confianza: idoneidad y capacidad para cumplir las promesas y comportamiento ético (hacer lo correcto y trabajar para mejorar la sociedad). Lo cierto es que el porcentaje de personas que piensan que el capitalismo en su avance los tiene en cuenta ha disminuido año tras año en un 3%. Desde que el Barómetro se dio a conocer hace 20 años la confianza ha venido siendo estimulada por el crecimiento económico, de manera que el grado de idoneidad y ética que perciba la opinión pública son un reflejo ideológico de esa base material antes que otra cosa. Este fenómeno de mayorías que creen en el sistema persiste –con sus bemoles— en Asia y Cercano Oriente, pero no en los mercados desarrollados de Occidente, en donde la desigualdad de ingresos constituye ahora el factor más importante.
El Trust Barometer de este año revela que ni el gobierno, ni los medios de comunicación, ni las ONGs ni los negocios entran en la consideración de los encuestados con un grado aceptable de idoneidad y ética. El 69% de los argentinos, en una muestra de 26 países, confía en las ONGs. La media mundial está en 58%. En el gobierno la media mundial de confianza es de 49% mientras que la argentina es de 34%, una de las 5 más bajas de la muestra de 26 países. Es de destacar que en 2019 respecto de 2018 la confianza en el gobierno aumentó en 15 de los 26 países. Las empresas ocupan el lugar más alto en idoneidad, manteniendo una ventaja masiva de 54 puntos sobre el gobierno como una institución que es buena en lo que hace (64 % frente a 10 %). Las ONGs lideran el comportamiento ético sobre el gobierno (una brecha de 31 puntos) y las empresas (una brecha de 25 puntos). Los medios de comunicación y el gobierno ya no se consideran lo suficientemente idóneos o éticos como para abordar crisis como el cambio climático y la atención médica.
Lo curioso por muy contradictorio del caso es que en todo el mundo las empresas son consideradas la institución más confiable. Los ciudadanos en todo el mundo dicen que cada vez confían más en las corporaciones para resolver problemas y al mismo tiempo que no confían en el capitalismo. Un número abrumador de encuestados cree que es deber de las empresas pagar salarios dignos (83%) y proporcionar capacitación a los trabajadores cuyos trabajos están amenazados por la automatización (79%). Sin embargo, menos de un tercio de las personas confía en que las empresas efectivamente lo harán.
Paradoja
Si esta paradoja de confiar en las empresas y repudiar al capitalismo no existiera, habría que inventarla. La acción psicológica global en Occidente al menos desde el último tramo de la Guerra Fría se pasó cinco décadas en el seno de la opinión pública, algo más en la academia, sacudiéndole al Estado como origen de todos los males. Ahora que va quedando cada vez más claro que sin política fiscal no se sale del estancamiento o su recrudecimiento, la opinión pública deposita en las corporaciones privadas una potencialidad de solución que no pueden alcanzar ni tener por definición.
A todo esto, el mito de que los bancos centrales independientes podían manejar la lucha de clases mostró toda su peligrosidad cuando las papas del estancamiento quemaron. Se guardaron la independencia y metieron las manos en el barro. Pero no hay caso, no se rinden. El debate se deslizó por exacerbar y alertar sobre los defectos (que los tiene) de la política fiscal en vez de pergeñar iniciativas para mejorar su efectividad. El último recurso de política monetaria que apareció (en rigor: reapareció) es el del control de la curva de rendimiento, según lo expuso la muy influyente gobernadora de la Reserva Federal Lael Brainard en una conferencia el viernes 21/02/2020. "La nueva normalidad de hoy exige no solo un conjunto más amplio de herramientas, sino también una estrategia diferente”, dijo Brainard. También manifestó que "la generación actual de banqueros centrales enfrenta un desafío clave diferente al de la última generación, con un espacio sustancialmente menor para reducir las tasas de interés para amortiguar la economía y la inflación que es baja y relativamente insensible a la utilización de los instrumentos disponibles".
El chiche de controlar la curva consiste en que la Fed establece un objetivo para los rendimientos de los bonos del gobierno a más largo plazo y se compromete a comprar la deuda que sea necesaria para lograr ese objetivo. Los Estados Unidos lo intentaron por última vez en la década de 1940. Japón lo está probando, con resultados mixtos. Los grandes operadores de bonos ven casi fijados sus ingresos y ya están corcoveando. Ni riesgo ni ganancia a la altura de las expectativas.
Mientras tanto, la Argentina tiene que cruzar los dedos para que alguno de estos artilugios, el que sea, si es puesto en práctica no falle y ya no sólo por la renegociación de la deuda. Las poco y nada efectivas tasas de interés en la frontera del cero desde hace casi una década incentivaron no solo el endeudamiento de todos los mercados emergentes sino también agudizaron el nivel y el perfil de riesgo de la deuda corporativa en los Estados Unidos, mucho más que en el resto de los países desarrollados donde —por cierto—, en este rubro tampoco se anduvieron con chiquitas. En el mundo tal cual es, las condiciones financieras ahondan la vulnerabilidad. En 2018 bastó un leve aumento de la tasa de interés de referencia de los Estados Unidos, lo que llevó a una revaluación del dólar, para que se extendiera la volatilidad monetaria en los mercados emergentes y Turquía y la Argentina vieran volar por los aires cualquier atisbo de estabilidad o crecimiento.
El temor a que la cosa se desmadrara globalmente llevó a las autoridades de los países centrales a aflojar las riendas y ponerse más sensatos. Pero en este clima político, conforme lo describe el Barómetro, donde la austeridad fiscal sigue siendo endiosada, la desconfianza en el liderazgo político es muy grande y el coronavirus promete enfermar también a la economía, de alguna suerte vamos a tener que beneficiarnos para no pagar todo el costo de la enorme hipoteca sobre el porvenir que nos legó la insufrible e insolente miopía estratégica del gatomacrismo.
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