—Ella es la ministra, con la que estabas hablando.
—¿En serio? ¿Ella es la ministra?
Ningún indicio podía hacer sospechar a las vecinas que esa mujer fuera la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad. Elizabeth Gómez Alcorta camina por la Villa 31 como una más, lejos, lejísimos de cualquier protocolo, de cualquier manual que indique los pasos a seguir para una funcionaria nacional. Y no es casual. Es parte de una nueva forma de hacer política, la que aprendió, según ella misma dice, en el territorio y junto a sus compañeras. Esta es la tercera vez desde que asumió que “pisa” el territorio. Primero fue a Moreno, al vagón de la línea 144, después viajó a Chaco y ahora está en la Villa 31, en la primera actividad con eje en el colectivo travesti-trans. No es la primera vez que Eli recorre el barrio Padre Mugica, ese enclave popular en pleno Retiro, frente a los monstruos inmobiliarios, del que todavía las calles son de tierra, la luz y el agua van y vienen y los charcos que inundan las calles son moneda corriente.
Eli y las funcionarias que la acompañan vienen de la militancia de base, del territorio, de las villas. Lo nuevo es ir en calidad de funcionarias. El calor es agobiante y así lo es también la calidez con la que las reciben. Con Eli están Checha Merchán, secretaria de Políticas de Igualdad y Diversidad; Alba Rueda, subsecretaria de Políticas de Diversidad, la primera trans en ocupar un rol de esa jerarquía en la Argentina, y Pilar Escalante, subsecretaria de Políticas de Igualdad. Hay algo que se va a repetir durante toda la recorrida: siempre que hable Eli va a hablar también el resto de las funcionarias. La palabra va a circular continuamente, y la ministra va a decir mucho: “venimos a escucharlas”, “queremos escuchar”. Circulación de la palabra y escucha: cualquiera que haya pisado al menos cinco minutos alguna asamblea feminista sabe que esa es la regla y también la disposición espacial. Todo termina siempre en una ronda, acá también. Más que una visita protocolar de una ministra a un barrio, esto parece una asamblea villera, feminista.
Golazo
El primer lugar que les quieren mostrar es la canchita de Güemes, así se conoce a la cancha principal a la entrada del barrio, en el que viven alrededor de 43.000 habitantes y donde las disputas entre los vecinos y el Gobierno de la Ciudad son históricas.
—Esta es nuestra cancha. Si querés verla, tenés que entrar —la desafía la Flaca, una de las históricas jugadoras de La Nuestra Fútbol Feminista.
—Yo también juego al fútbol, eh. Dos veces me rompí los ligamentos cruzados —le responde Eli, siguiéndole el tono.
Entonces la Flaca le señala a Kuri.
—Ella también se rompió los ligamentos.
Cuando Kuri se lesionó en 2016, sus compañeras organizaron torneos de fútbol para juntar la plata para la operación. Los hicieron ahí, en ese espacio donde en 2007 se fundó la Nuestra Fútbol Feminista, cuando todavía era un potrero.
La Flaca, que es parte del colectivo desde el primer momento —y ahora sus dos hijas también—, le muestra con orgullo esa cancha que pelearon cuerpo a cuerpo con los varones que no querían compartirla, le presenta ese territorio que supieron conseguir y transformar y que ahora, tres veces por semana, es de ellas. Un grupo de más de 120 futbolistas, de entre 4 y 60 años, que entrenan y juegan ahí, en un equipo dirigido enteramente por un cuerpo técnico de mujeres.
Antes de que la cancha fuera refaccionada en el 2018, las jugadoras y entrenadoras de La Nuestra se colgaban del poste para prender la luz y tener iluminación; cada vez que llovía llegaban a los entrenamientos con secadores. En el año que duraron las obras, el gobierno de la ciudad le ofreció a La Nuestra irse a una cancha fuera de la villa. Pero se negaron. Querían seguir jugando en el barrio. Entonces, les dieron la cancha de cinco de una escuela privada. Cuando volvieron al predio, tuvieron que pelear para tener su espacio, de nuevo.
“Queremos un club propio”, dice La Flaca. Y sabe que no se lo está diciendo a cualquiera. Su interlocutora, ahora, es el Estado. En esa cancha no hay baños ni vestuario, no hay lugar donde guardar los materiales y cuando llueve, hay que suspender. El deseo de La Nuestra es colectivo y se lo comparten a la funcionarias, una por una. Lo dicen todas, en canon y también de manera individual, en las casi dos horas que dura toda la recorrida. “Tener un club que sea propio significa un montón de cosas", remarca Mónica Santino, entrenadora y fundadora de La Nuestra. "Los clubes de AFA están dirigidos por varones, existen espacios de fútbol femenino ahí pero no están representados en las comisiones directivas. Imaginate entrar a AFA con un club propio”. Las jugadoras de La Nuestra miran de reojo la especulación inmobiliaria de la ciudad de Buenos Aires y van anotando los terrenos ociosos que encuentran. Sueñan con tener su club ahí en el barrio. Ese es su territorio.
Antes de que se vayan le regalan a la ministra una remera que dice “Me paro en la cancha como en la vida”, una las frases emblemáticas de La Nuestra. Curioso, Eli en la cancha juega de 5: la que distribuye el juego. Nada es casualidad.
La casa trans villera
De la canchita de Güemes al Comedor Diversidad Trans Villera hay unos ochocientos metros. Allí están alrededor de 10 mujeres trans que esperan a las funcionarias con bebida fría y bizcochitos. Antes de entrar y sentarse hay momento para los besos y los abrazos, algo que se va a repetir al finalizar el evento y a modo de despedida. Hay algo en ese contacto físico que también es una manera de hacer política feminista.
La primera en hablar es Martina Pelinco, la referenta del espacio trans, una mujer peruana que armó el espacio sentando un precedente histórico en los parámetros del barrio. Por caso, el 1ro de noviembre se realizó por primera vez la marcha del orgullo LGBTTIQ+ en la Villa 31 y 31 Bis.
El espacio funciona como comedor pero también como espacio de formación y capacitación en derechos. Pero es sobre todo una casa, sinónimo de encuentro y refugio, donde conviven en las paredes un mural de Cristina, Evita, una ilustración de Mónica Santino y las fotos de las compañeras que ya no están. Ahí, en ese lugar, además se están pensando proyectos con el objetivo de brindar salida laboral, una de las principales problemáticas del colectivo travesti trans. Por caso, Martina le transmitió a Eli la idea de armar una cooperativa de comida cuyo principal cliente sea el Estado, una idea que había tenido la histórica dirigenta Diana Sacayán.
“Todo lo que conseguimos hasta ahora fue sin las herramientas del Estado, lo hicimos entre nosotras. Entonces lo que queremos preguntarles: ¿qué proyectos tiene el Estado para nosotras? Porque es hora de que nosotras podamos tener herramientas. De que tantos años hemos sido las señaladas con el dedo, metiéndonos presas. Ahora le queremos decir al Estado que no estamos solas sino que somos un colectivo y que queremos proyectos para nosotras”.
Después le tocó el turno a Elizabeth Gómez Alcorta: “Nosotras somos absolutamente conscientes de la deuda que tiene el Estado con el colectivo trans. Es una deuda que duele mucho. Porque esa deuda son las compañeras que se mueren jóvenes, la imposibilidad de conseguir trabajo. Conocer y reconocer la existencia de esa deuda dolorosa es un primer paso, que no alcanza pero que es un primer paso. Y que estamos experimentando tomar el rol del Estado, ahora tenemos una responsabilidad mayor. Tenemos que ser creativas, inteligentes y sobre todo siempre mantener los pies en el territorio. Eso nos va a asegurar que lo que lo hagamos, lo hagamos bien”. Y siguió: “Nosotras nos nutrimos de lo que ustedes nos cuenten. No tenemos soluciones bajo del brazo pero como siempre pensando juntas y escuchándonos se nos ocurren mejores ideas. Es importante que circule la palabra”.
La ministra la mira a Alba Rueda. “Ella es la responsable de que estemos hoy acá”, dice. Entonces, la presidenta de Mujeres Trans Argentina, actualmente subsecretaria de Diversidad, toma la posta: “Es una de las primeras veces que puedo hablar como funcionaria cuando yo vengo de una organización social. Es un desafío para toda la sociedad tener un Ministerio y sobre todo para nosotras que tenemos una enorme responsabilidad. Honramos la vida de nuestras compañeras y es el compromiso para cambiar nuestras realidades. Hay una violencia estructural hacia las travestis y las trans en nuestra sociedad que es brutalmente genocida. Nuestro recorrido tiene que ver con la resistencia”. Alba también dice, durante todo el recorrido, que el feminismo hay que pensarlo desde la interseccionalidad de clase, género, raza, edad, capacidad.
Y la palabra seguirá circulando. Eli la abraza a la Checha Merchán y dice: “De nosotras, es la más experimentada en el Estado”. La ex diputada nacional, que hoy es Secretaria, sonríe y habla de hermandad. Siempre se referirá a las compañeras como hermanas. “Les veo la cara a todas y sé que nos hemos cruzado en algún momento y eso tiene que ver con las redes que hemos armado durante estos años y no son redes que se puedan romper así nomás”, dice. La cordobesa recuerda el velorio de Diana Sacayán: “Ahí, junto a las todas las travas de La Matanza, que estaban desarmadas, sentí que estaba todo lo que habíamos logrado y todo lo que faltaba”, dice. “Diana está acá y acá estamos todas. Cuando activamos algo, activamos nuestro pasado, nuestra historia y nuestro futuro”.
De qué se trata, entonces, tener un Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. De esto: de la genealogía de las las redes creadas, de la constelación de organizaciones que desde hace tiempo articulan desde los distintos lugares del país. De fomentar que las políticas públicas se nutran desde el territorio y “que sean federales y participativas”, repiten las funcionarias, casi como un mantra. Tener en claro que no existe un solo feminismo, remarcan, así quieren que sea. Desde el territorio, desde las bases, desde abajo. Que quepan en el Estado los recorridos militantes, las distintas trayectorias de vida, que quepa el deseo de transformarlo todo. La clave, dicen: hacer política de una forma diferente. Feminista.
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