LA TRASCENDENCIA DEL DETALLE

Una historia de la antropología forense y de la revolución que desató en Argentina y Latinoamérica

 

“¿Qué hubiera pasado con el atentado a la AMIA o con la muerte del fiscal Nisman bajo un abordaje forense sólido? No lo sabemos porque no sucedió, pero podemos aventurar que tendríamos más y mejores elementos par determinar hechos y eventuales responsables”. Contrafáctico más pleno de sensatez, el múltiple anhelo se dirige a postular la participación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), en el mundo conocido como el científicamente más apto para hacer de la muerte, verdad. Así como donde hay un torturado hay torturador, donde hay asesinados hay asesinos, donde hay desaparecidos hay desaparecedores. En apariencia elemental, semejante lógica rara vez ha sido convenientemente desplegada en todo tiempo y lugar.

 

Padre de la antropología forense, el estadounidense Clyde Snow.

 

En tiempos de violencia y genocidio, encontrar la verdad porta “paz para los deudos y preocupación para los victimarios que suponían sus crímenes sepultados hasta el fin de los tiempos. Los señores de la muerte de la dictadura argentina ni por un segundo supusieron que un grupito de estudiantes terminaría probando con base científica y consecuencias judiciales muchas de sus aberraciones”. Conclusiones que sugiere el filósofo y periodista Felipe Celesia (Buenos Aires, 1973) al concluir su investigación sobre el equipo generado en la Argentina por el creador de la Antropología Forense, el texano Clyde Collins Snow (EE.UU., 1928-2014), que desde 1984 encara todas las dificultades y obstáculos imaginables para esclarecer horrendos crímenes, en su amplia mayoría políticos.

 

Trabajando en una fosa común.

 

Fueron las Abuelas de Plaza de Mayo, el CELS e incipientes organismos de derechos humanos que en las postrimerías de la dictadura (1976-1983) impulsaron la búsqueda de las identidades arrebatadas por los genocidas. Ya se había obtenido por la vía genética el “índice de abuelidad” para hallar a los nietos, pero aún restaba identificar los cadáveres esparcidos en todo el territorio por los genocidas. Hacía falta personal idóneo. El primer escollo con que Snow se topó fue la negativa de los abrevaderos lógicos y naturales: los antropólogos en funciones o en formación. El por entonces fascistoide Colegio de Graduados le dio la espalda, mientras que los radichetas vergonzantes que conducían y poblaban la carrera de Ciencias Antropológicas de la UBA, ningunearon la propuesta que perturbaba el endogámico onanismo intelectual academicista. Inercia que se extiende hasta hoy, cuando aún la currícula de la licenciatura no incluye la especialidad que ha hecho famosos en el orbe a los antropólogos argentinos. Los pocos estudiantes que entonces se sumaron a la aventura fueron por vías indirectas e informales, cuyo eco llego a la Universidad Nacional de La Plata, Rosario y poco más.

 

Miembros fundadores del EAAF, en el laboratorio.

 

Celesia relata aquellos pormenores en detalle; la forma de lo que en principio amenazaba cobrar la forma de un club de amigos, fue estructurándose hasta llegar a convertirse en una organización compleja, con selectos miembros, multitud de voluntarios, sedes en varios países, instalaciones, infraestructura, equipos tecnológicos, laboratorios y, por sobre todo, una profusa producción. Desde su creación el EAAF ha trabajado sobre 9537 víctimas, sólo en nuestro territorio identificado a 917, trabajado en 55 países en una labor que “no devuelve vida. En el mejor de los casos, devuelve la última representación material del ser humano, sus huesos. Pero rescata del limbo de la desaparición y lleva a la muerte, una realidad no menos dolorosa, pero con la que se puede lidiar. A su vez, a la sociedad le devuelven ese miembro sustraído”, señala el autor.

Envés de la frase de Rodolfo Walsh en la Carta a Vicky: “El único cementerio es la memoria”, el libro de Celesia La muerte es el olvido revela ya desde el título revela que se trata de un compromiso político. No sólo releva la asombrosa historia del EAAF, sus fundadores, colaboradores, intervenciones y crecimiento. Se escriben asimismo fragmentos de la historia no sólo de los desparecidos de este país, sino de Bolivia y Cuba con el hallazgo de los retos del Che Guevara y sus camaradas; de las matanzas étnicas de Latinoamérica a África; aún de los crímenes contemporáneos del gatillo fácil, como Luciano Arruga. Tal vez un paradigma del rigor de esa labor lo ilustre uno de los capítulos del prolijo relevamiento de Celesia: el que aborda el destino de los doce secuestrados de la iglesia Santa Cruz, que incluye a las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y a las monjas francesas. Sucintamente; a fines de diciembre de 1977 aparecen seis cadáveres en las playas de Santa Teresita. Siguiendo el protocolo, la policía procura identificarlos y los inhuma en el cementerio de General Lavalle. En diciembre de 2004 el Equipo los exhuma e identifica, corrobora que los cuerpos han sido arrojados al mar desde aviones. Esto permite comprobar el testimonio que presenció al marino Alfredo Astiz marcar a las víctimas con un beso el día del secuestro, vincularlas con su paso por el centro de tortura y exterminio de la ESMA, hasta ser llevados al vuelo de la muerte. Se logró así reconstruir el ciclo completo que va de la infiltración a deshacerse de los cadáveres, comprobándose las sucesivas responsabilidades en cada uno de los pasos, juzgándolos y condenándolos.

 

Científicos del EAAF en las islas Malvinas.

 

Popularmente la idea que se tiene de la actividad del EAAF a veces se reduce a la de desenterradores de cadáveres, ignorando que ese paso es sólo un peldaño, por cierto no tan sencillo. Tampoco llega a describir la intensidad y sistemática de la Antropología Forense las cuatro fases de su procedimiento: investigación preliminar, arqueología, laboratorio, genética. El primer tiempo exige investigar archivos, husmear en juzgados, consultar fichas anatómicas (radiografías, odontológicas, etc.), reconstruir grupos de pertenencia, consultar familiares, determinar usos y costumbres, recabar testimonios, en fin, variables materiales, sociológicas y cotidianas. La arqueología remite al trabajo de campo en los enterramientos; el laboratorio, la labor sobre los restos que determinan causa y condiciones de la muerte, la etapa superior de la autopsia. La genética brinda la identificación indudable: “Es como si un genio viniera y te dijera que te concede un deseo para hacer mejor tu laburo. Eso es la genética para nosotros”, ilustra uno de los fundadores.

Libro de emociones fuertes y datos contundentes, La muerte es el olvido despliega una escritura llana, casi intimista, que al mismo tiempo brinda al lector la impresión de estar junto a los miembros del Equipo durante su gigantesco crecimiento, participar de sus vivencias, conmocionarse con ellos, aún conocer algunas breves intimidades. Ese tono colabora para transitar los muchos momentos de inevitables descripciones cruentas, necesarias a fin de percibir la magnitud del trabajo, la decisión política que de todos lados lo envuelve, la definitoria exigencia científica, las consecuencias jurídicas, la trascendencia histórica del detalle.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

La muerte es el olvido

Felipe Celesia

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2019

310 págs.

 

 

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