El dilema de Furtwängler

 

Esta semana estuve escuchando con insistencia la 9ª sinfonía de Beethoven. La versión que incluyo aquí fue grabada por Wilhelm Furtwängler con la orquesta filarmónica de Berlín entre el 22 y el 24 de marzo de 1942 y deja ver la filiación beethoveniana de Wagner.

Las técnicas de grabación han evolucionado, pero no conozco ninguna versión más conmovedora. El influjo de Furtwängler sobre la orquesta era mágico. En un documental que vi hace muchos años uno de los músicos contó que estaban iniciando el ensayo cuando la orquesta empezó a sonar de otra manera. Levantó la mirada y vio a Furtwängler que avanzaba por el pasillo hacia el podio.

En el último movimiento la imagen no corresponde a esa grabación sino al concierto organizado por el Partido Nacional Socialista el 19 de abril de 1942 para celebrar el cumpleaños de Hitler. Cuando Furtwängler la dirigió en vivo en presencia de Joseph Goebbels yo acababa de cumplir dos meses y estaba en curso el exterminio de toda la población judía de Europa. Se aprecia con toda claridad la cruz esvástica en el escenario. Esto plantea dilemas morales que no han perdido vigencia.

Al terminar la ejecución Goebbels avanzó hacia el palco para estrechar la mano del director. Se cuenta que luego Furtwängler sacó un pañuelo para limpiarse la mano. Eso no se ve en la filmación, pero la seriedad de Furtwängler indica que ese gesto no lo hizo feliz. Su vida bajo el nazismo nunca fue simple. En 1934 se negó a expulsar a los músicos judíos de la Filarmónica y desafió la prohibición de interpretar obras de Mendelssohn y de Hindemith, por lo que perdió su cargo. Pero se lo devolvieron porque su prestigio internacional era útil para la propaganda oficial.

A la muerte de Hitler, Furtwängler fue sometido por los aliados al proceso de desnazificación, del que salió sin que le formularan cargos. Durante el interrogatorio dijo que le preocupaba que su arte fuera mal usado como propaganda, pero prevaleció el deseo de preservar la música alemana, que “debía ser ofrecida por sus propios músicos al pueblo alemán, compatriota de Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert”, que vivía “bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total. Nadie que no haya vivido aquí en aquellos días posiblemente pueda juzgar cómo eran las cosas. ¿Acaso Thomas Mann realmente cree que en la Alemania de Himmler a uno no le debía ser permitido tocar a Beethoven? Quizás no lo haya notado, pero la gente lo necesitaba más que nunca, nadie anhelaba tanto oír a Beethoven y a su mensaje de libertad y amor humano, que estos alemanes que vivieron bajo el terror de Himmler. No me pesa haberme quedado con ellos”.

Barenboim observó una paradoja: los directores que marcharon al exilio “fueron figuras menos desgarradas que Furtwängler, quien no dejó la Alemania nazi”. Tal vez porque “muchos músicos hacen música tal como viven sus vidas. Furtwängler trató de vivir su vida del mismo modo en que hacía música. Esto no es nada cómodo. Hay que desearlo y ser capaz de hacerlo. Pero solo así las cosas podrán salir de un modo diferente a como salen hoy”.

 

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