Los fantasmas ideológicos
La salida de la crisis frente a bonos griegos y subsidios al agro del mundo desarrollado
Que los Fernández tienen enfrente a una coalición reaccionaria que en estos últimos cuatro años mostró una hilacha nada edificante, es un hecho que tiene a todos los interesados –a favor y en contra— con la guardia en alto. Otro problema no menor de la maquinaria política con capacidad de conducir a la Argentina por los senderos que la saquen de la crisis en la que está inmersa hasta las verijas, es que tendrá que lidiar con un par —y quizás algo más— de fantasmas ideológicos que son huesos duros de pelar. Esto no es siempre percibido de una. Posiblemente se deba a la silente inserción que tales espectros tienen en la cultura y la capilaridad por donde se mueven, lo que indica su presente como historia. La prosapia es lo que les posibilita que el estar implícitos resulte su modo de existir. Asunto que puede cotejarse considerando la actualidad de los bonos soberanos griegos y los subsidios al agro del mundo desarrollado, ambas situaciones ligadas directa e indirectamente con el espinoso porvenir de renegociación del endeudamiento externo.
Para comenzar, entonces, el asordinado ruido de fondo en donde talla uno de esos lémures ideológicos con una historia no precisamente de grandes aciertos: la tradición de lo que se llama el estructuralismo latinoamericano; una aproximación a los problemas del desarrollo nacida en los '50 del siglo pasado. A medida que pasan los años devienen más ruidosas sus muy escasas nueces. El alarde de la carencia se observa, por ejemplo, en una de las obsesiones del mentado estructuralismo que son los relacionados con ese factor clave para el desarrollo que es la tecnología. Según esta óptica, una de las razones estructurales que mantiene a la región encadenada al atraso es que la tecnología dominante actual hace necesaria la tutela política de los Estados Unidos para imponerla, pues es generada ahí con precios cuyas bases están asentadas sobre altos salarios, mercados muy amplios, consumismo destructivo de los recursos naturales, protección de intereses privados, etc. Las señales que dan esos puntos de referencia son las que volverían inapropiada la tecnología cuando se trata de dejar atrás la pobreza estructural por medio del desarrollo de las fuerzas productivas.
¿Estas condiciones no se encuentran como tales y cuales en todos los países capitalistas con un cierto grado de desarrollo, y, en este caso, en todos los grandes países industrializados a los que se refiere la tradición del análisis estructuralista? ¿Por qué, entonces, se hace necesaria la tutela política de los Estados Unidos para imponerla a los otros países industrializados y de allí al resto del orbe? No parecen encontrarse razones; ni buenas ni malas. Además, esta tutela política luce haber fracasado en una medida importante en su propósito, que según el abordaje estructuralista consiste en servir a los intereses económicos de los Estados Unidos, ya que es precisamente el desarrollo a la estadounidense de Alemania Federal y Japón hace unas décadas y de China ahora —por mencionar dos de los países desarrollados y ese prospecto del Imperio Medio donde esta tutela fue más fuerte en el período contemporáneo— lo que está en la raíz de los problemas más difíciles de la economía estadounidense resumidos en su tendencia más o menos reciente hacia la declinación.
Pero los estructuralistas actuales insisten, como sus antepasados, en que si la tecnología surgida en otros lugares es introducida en una sociedad dependiente, la lógica de los medios puede fácilmente predominar sobre la de los fines. Esto significa que nuevas necesidades son enclavadas en una sociedad que pasa por un proceso de modernización azuzada por la difusión de la tecnología más común de la actualidad, que es parte de un sistema de división internacional del trabajo que comporta asimetrías considerables. Advierten que este es el único medio de comprender su papel en la orientación del desarrollo que prevalece en las economías periféricas. Este es también el único medio de comprender el fenómeno de la dependencia externa que nunca, pero nunca, terminaron de definir. Ni siquiera comenzaron a hacerlo. Simplemente afirmaron su existencia.
La batalla contra las multinacionales iniciada por los antecesores ha recomenzado un tanto más módica de la mano de sus descendientes. Frente al heroísmo, lástima la realidad, al tenerla en cuenta se constata que es gracias a las multinacionales que el progreso técnico sigue extendiéndose en todo el mundo. Su papel es insustituible. Y no se trata de redactar el manual del periférico perfecto consumidor de tecnología de las multinacionales y sus inversiones, sino de chingarle otra vez a la puerta de salida de la crisis y el camino hacia la consolidación de los grandes objetivos del movimiento nacional, resumidos en la idea de salir del atraso.
Diamantino
Sin embargo esto no es todo, pues esta forma y otras similares de encarar los hechos de la periferia confluyen hacia el fantasma ideológico más diamantino, el de la creencia de que un país que está subdesarrollado es, por definición, uno que probablemente nunca se desarrollará en el marco de las estructuras nacionales e internacionales existentes. La Argentina es un país subdesarrollado, ergo: ni lo sueñen. Es verdad que este es un mundo de desarrollo desigual, el desarrollo de unos pocos países implica la permanencia en la periferia subdesarrollada del inmenso resto, pero cuando se observa más de cerca el funcionamiento de esa ley de fierro de la acumulación mundial se comienza a vislumbrar el potencial efectivo y real que tiene la Argentina de desarrollarse. Toda regla tiene su excepción. Y si a la observación se la tamiza con unos datos coyunturales como los bonos griegos y los avatares de la actividad agropecuaria extramuros con relación a los acuerdos comerciales, se cae en la cuenta de hasta dónde y por dónde puede rendir positiva la renegociación del endeudamiento externo.
Centro y periferia
El desarrollo desigual tiene dos rasgos distintivos. Uno, la escisión del mundo de una vasta periferia de naciones divididas en clases, unas que producen, otras que se apropian de la plusvalía. El otro, un centro minúsculo constituido por naciones compuestas solo por clases apropiadoras, esto es: por empresarios y por la aristocracia obrera. Si centro y periferia son algo más que palabras, debieran designar entonces a las partes integrantes de una estructura, que en un mundo dividido en clases no puede ser otra cosa que una estructura de clases, y las relaciones entre sus partes, relaciones de clases. Bajo esas circunstancias que son las propias del modo de producción capitalista no pueden sino instrumentarse y reproducirse más que por una transferencia de plusvalía. El enfoque del intercambio desigual lo que hace es estudiar el mecanismo de transferencia de esta plusvalía desde el lugar donde es extraída hacia el lugar donde es apropiada y consumida. Y esta transferencia y su consolidación también por medio del movimiento de capitales y la división internacional del trabajo, es lo que hace que el espacio del mundo sea lo que es.
Lo que hace posible este tipo de sociedad de la abundancia en el centro, es un tributo recaudado por la desigualdad en el comercio sobre el resto del mundo. Ahora bien, este tributo no puede constituir un fondo adicional de acumulación debido a que su absorción la hace el mismo factor que le da origen, a saber: el aumento del consumo de los trabajadores en los países que se benefician de tal curso de los acontecimientos. La vía por la cual ese tributo contribuye al super-desarrollo del centro es una vía indirecta. Consiste en volverlo capaz de utilizar sus propios fondos de acumulación y escapar del bloqueo al que se llega cuando se saturan los mercados. Por lo que concierne al capital, ese tributo sólo actúa como un catalizador. Para los salarios de las dos zonas, el tributo constituye una verdadera transferencia sustancial.
De resultas, si la periferia salva al centro, eso no se debe a que le proporciona la salida exterior a la producción interior abarrotada, como lo creía Rosa Luxemburgo. Las salidas del centro hoy por hoy son internas. La realidad histórica así lo muestra. Hasta la recaída del imperialismo en la variante china, que Trump quiere contrarrestar porque puede, el salvataje tampoco se debió a que le suministraba un terreno para inversiones rentables que contrarrestaban la baja de la tasa de ganancia y permitían desembarazarse de los capitales excedentes, como lo creía Lenin. Una vez más el análisis teórico, así como la realidad histórica, muestran que la plusvalía es realizada en el centro e invertida en el interior del centro. Como corolario se tiene que es únicamente a través de los términos del intercambio que la periferia beneficia al centro. Tales términos del intercambio generan el doble efecto de, por un lado, hacer al centro capaz de utilizar sus propias salidas internas y, por el otro, de preservar la razón producto/capital, que es la condición para una tasa de ganancia duradera, o sea: la no saturación de los mercados.
Romper con el destino de periferia con una ecuación política democrática y por eso estable significa hacer crecer los salarios como condición indispensable. Muy pocos países de la periferia, entre ellos la Argentina, pueden hacer eso, pues supone un aumento del consumo de la energía y de los alimentos y como son deficitarios en ambas (la Argentina lo contrario) les explotan las cuentas externas. Y todo intento queda en la nada.
Griegos
Por más que no se tenga el limitante estructural que mantiene a la periferia en estado de tal, ¿hasta dónde nos condena la deuda para mantenernos en el impasse? De lo que resulte de la renegociación y de sortear algunos atavismos, particularmente los relacionados con los acuerdos comerciales. Hay muchos síntomas de que los mercados financieros globales están para alcanzar un tipo de acuerdo muy favorable a la Argentina, empezando por las tasas negativas. El más coyuntural y que deschava en lo que andan es la cotización de los bonos soberanos griegos. Grecia recibió rescates en 2010, 2012 y 2015 del FMI y el BCE, y recortó el 50% de la deuda contraída con bancos privados en 2011. El FMI pronóstico en 2019 un crecimiento del PIB de 2,4 % , aunque seguirá siendo 20% más chico que 12 años atrás. Entre 2007 y 2014 el PIB cayó un 26%. Si la economía mantiene el 2% anual de crecimiento, volverá a su tamaño anterior a la crisis recién a mediados de 2030.
Después de que a fines del mes pasado Standard & Poor's elevara la calificación crediticia de Grecia a BB-, Italia se volvió el país más riesgoso de la eurozona y los bonos griegos consolidaron la tendencia al alza que experimentan desde principios de año. Los bonos del gobierno alemán a 10 años tienen un rendimiento de -0.31% y los bonos de otras economías europeas como Francia y Suecia también tienen rendimientos negativos a 10 años. El S&P 500 ha disfrutado de un año fuerte y las acciones de todo el mundo han generado sólidos rendimientos, pero cada uno de los principales mercados bursátiles del mundo ha tenido un rendimiento inferior al gran campeón de 2019: la deuda del gobierno griego. Los bonos soberanos griegos a largo plazo han sido uno de los activos con mejor desempeño en el mundo en 2019, ya que han generado rendimientos de más del doble del S&P 500 hasta el martes. Los verdaderos ganadores para los inversores han sido los bonos griegos a 20 años, que han generado un enorme rendimiento total del 47% en lo que va del año, según FactSet. Al lado de la Argentina, Grecia no tiene ni para empezar a efectos de ser atractiva para los inversores una vez que ordene el panorama interno y arregle los tantos con el FMI. El mercado está para cualquier hazaña y la Argentina no es cualquier hazaña.
Acuerdos comerciales
Es irónico, pero cuando se demuestra que el desarrollo argentino es posible, que el tropezón del endeudamiento externo por más embromado que sea no es caída, nunca faltan los que llaman al orden recordando que se trata de un mercado chico y hacen falta mercados más grandes. O sea le exigen a la Argentina ser desarrollada antes de que sea desarrollada. Pero tienen el secreto: los acuerdos comerciales, un sentimiento que une a derechistas e izquierdistas. Los primeros son coherentes. Los segundos, contradictorios. Aducir que se necesitan acuerdos comerciales para desarrollarse para a renglón seguido denunciar a la globalización y sus lacras, es lo suficientemente extravagante para tener bien ganado su lugar entre los grandes hallazgos de la izquierda argentina.
Pero esto en la práctica y los tiempos que corren no tiene andamiento. En un acuerdo comercial, la Argentina tiene el agro para dar a cambio de la manufactura. Por más voluntad temeraria y librecambista que se tenga, el agro no sirve como prenda de negociación. Por ejemplo, los subsidios al agro europeo están siendo malversados por los oligarcas y populistas de Europa del este de acuerdo a una investigación del New York Times (03/11/2019). Los periodistas autores del informe, Selam Gebrekidan, Matt Apuzzo y Benjamin Novak, no dedujeron que podría tratarse de un mirar al costado consciente del resto de la UE para calmar las aguas políticas en una zona difícil, donde la política exterior norteamericana no ha venido teniendo su mejor desempeño. Por otra parte, de acuerdo a los datos de American Farm Bureau Federation las bancarrotas entre los agricultores estadounidenses han aumentado un 24% y se proyecta que la deuda agrícola alcance un récord de 416.000 millones de dólares. Si bien se espera que los ingresos agrícolas alcancen su total más alto desde 2014, el 40% de esos ingresos provendrá de subsidios estatales. Los farmers son en general republicanos y parte de la base electoral de Trump.
El agro de los países desarrollados no está para bollos y si lo estuviera nada le quita al sine qua non del mercado interno. El mercado financiero global tal parece de que sí está para bollos y otras proezas. Es cuestión de que las pelotas que van afuera no las metamos adentro encandilados por los fantasmas ideológicos.
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