La semana pasada te contaba que en esta sección me muevo entre recuerdos y descubrimientos. Otra vez te dije que quienes vivimos en esta época horrible somos privilegiados por todas las maravillas que tenemos al alcance de un clic en una tecla de nuestras computadoras. Pocas cosas me gustan más que sumergirme en ese torbellino y dejarme llevar durante horas, conociendo músicos y músicas de cuya existencia no sabía nada.
Ni me acuerdo cómo llegué a estos nueve minutos de asombro, la pequeña ópera El Gran Macabro, que Ligeti compuso en un año tan significativo para la Argentina como 1978. Escuchar música contemporánea requiere paciencia para educar el oído, porque rompe con las convenciones y nos saca de lo que está de moda llamar nuestra zona de confort. La historia de la música está llena de escándalos, de público que se retira indignado durante el estreno de una obra, pataleando y silbando. Le pasó a Rossini con El barbero de Sevilla, a Stravinsky con La consagración de la primavera, a Alban Berg con Wozzek, a Mahler con la primera sinfonía, a Wagner cuando estrenó Tannhaüser en París, obras que hoy son clásicos que nadie discute. Hay que darse tiempo, como también ocurre con la pintura, y escuchar con atención. Ligeti ya me había amansado en discos, cuando me crucé con este video, donde una mujer que gesticula frente a la orquesta, salta, canta y realiza un módico striptease.
Los dos cerebros
Me pareció tan original que quise saber quién es la hiperkinética de las botas y la minifalda. Me enteré que se llama Barbara Hannigan, es una soprano canadiense y no simulaba dirigir la orquesta, la dirigía en serio mientras cantaba. De Art Tatum se contaba que tenía dos cerebros, por las cosas que hacía en el teclado. ¿Qué decir de Barbara?
Pianistas que dirigen al mismo tiempo vi varios, como Gould y Barenboim, y me encanta cómo lo hacen; cantantes sólo conocía a Bobby McFerrin, que grabó varios conciertos de Mozart, con Chick Corea al piano y la orquesta de cámara Saint Paul, de Minnesota, que alguna vez te hice escuchar. Pero apenas canturrea unas partes improvisadas.
No soy el único a quien le gusta Hannigan, porque la han invitado a dirigir y cantar con las filarmónicas de Berlín, Munich, Toronto, Cleveland, Gotemburgo, Praga, donde entienden del tema más que en El Cohete.
Después del shock inicial con Ligeti, vamos con algunas cosas fáciles, es decir conocidas o familiares: para empezar la Suite de la chica chiflada, de Gershwin, con la orquesta de la Opera de Lyon, que incluye temas tan populares como Embraceable You y I Got Rhythm. En una entrevista con el New York Times, Barbara hizo una lectura crítica de esa asociación entre chica y chiflada. "Son palabras que se aplican a las mujeres en forma despectiva. Yo quise apropiarme de esas palabras para usarlas de otra manera".
Todo lo hace de otra manera. Fijate que no empuña una batuta, dirige con su cuerpo y con sus manos. Muy femenina. Who can ask for anything more?
Luego, tres arias de Mozart con la Sinfónica de Gotemburgo, entre ellas una de Las bodas de Fígaro.
Pero ahora la acompañamos en un salto de dos siglos, para escucharla dirigir y cantar Djamila Boupachà (parte de los Canti di vitta e d'amore: Sul ponte di Hiroshima para solistas y orquesta), que Luigi Nono compuso en 1962, en homenaje a una militante del Frente de Liberación de Argelia, violada y torturada para extraerle información sobre un atentado. En el mismo programa, con la sinfónica de Gotemburgo, dirigió La Pasión, que es el nombre por el que se conoce la sinfonía 49 que Haydn compuso en 1768, de vuelta al siglo de Mozart. Aquí no canta, sólo dirige.
Cuando sonríe, decime si no parece la hermana mayor de María Alché. Sospecho que Lucrecia Martel pensó lo mismo, porque en una escema de La Niña Santa aparece un theremin, que es el instrumento preferido de Barbara. Y si no, es una de esas casualidades inexplicables que perturban a J. y J. No me preguntes quiénes son.
No sé si los especialistas lo aprobarán, pero a mí me fascina esa versatilidad de Barbara, que le permite abordar un repertorio antagónico.
Y lo que viene ahora es la impresionante Noche transfigurada de Arnold Schönberg. La escuché por primera vez en mi adolescencia, creo que dirigida por Boulez, en un vinilo que tenía en la tapa El beso, de Gustav Klimt. Qué bien elegido. Pocas cosas transfiguran mejor una noche.
Barbara Hannigan la interpreta con la orquesta Ludwig de la Radio Pública de Holanda.
Detrás o al costado de la obra hay una historia tremenda. Schönberg la compuso en 1899, en el alba de su amor por Mathilde von Zemlinsky, a quien acababa de conocer. El poema en que se inspira, de Richard Dehmel, es el diálogo de dos amantes, en que la mujer confiesa que está embarazada de otro hombre. Siete años después, Arnold y Mathilde le alquilaron una habitación al pintor casi adolescente Richard Gerstl, quien se hizo íntimo de la pareja, que hasta lo llevaba de vacaciones. En agosto de 1908, un mes después de terminar su primer cuarteto atonal, que pondría de cabeza la música del siglo XX, Schönberg descubrió que Mathilde y Gerstl eran amantes. Ante la furia del compositor, Mathilde huyó con Gerstl, pero al cuarto día volvió a casa. Tres meses después, Gerstl se suicidó. En salas contiguas de una galería de arte especializada en el arte centroeuropeo de principios del siglo XX, cuelgan obras de Klimt, de Gerstl y del propio Schönberg. Sus dibujos sugieren esta tragedia, en la mirada hipnótica de su personaje.
Con la misma orquesta podés escuchar la suite Lulú, framentos de la la opera dodecafónica de Alban Berg del mismo nombre, que según Barbara la marcó para siempre. Desde entonces, todo lo que hace pasa por el prisma de Lulú.
Para terminar el periplo, volvemos al Gran Macabro de Ligeti. Ojala te guste más que la primera vez, porque la música puede ser la mejor limpieza para tanta basura como nos tiran todos los días a la cara. No hay mejor venganza que ser felices, como le dijeron los HIJOS a Videla en 2012.
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