ANTIPOPULISMOS
El antipopulismo es contrario a la idea de igualdad, porque privilegia el triunfo individualista
La historia no podrá alterar el hecho de que el Presidente Mauricio Macri y la coalición política que gobernó a la Argentina durante un mandato a partir del 10 de diciembre de 2015, fueron derrotados en las elecciones nacionales del 27 de octubre de 2019. Esa derrota se verificó en que el porcentaje de votos obtenidos por la principal opción opositora –el Frente de Todos— superó lo exigido para triunfar en la primera vuelta de los comicios. De este hecho se pueden postular diversas interpretaciones explicativas y predictivas, pero la realidad de esa derrota política es incontrovertible.
Las diversas interpretaciones que hoy mismo se observan pueden deberse a que dos o más personas toman en cuenta distintos tipos de información verdadera para sus argumentos. Por ejemplo, que el Frente de Todos sacó menos diferencia porcentual en las elecciones presidenciales que en las primarias, que el oficialismo sumó muchos más votos en las segundas, que es la primera vez que un Presidente no triunfa al postularse a un segundo mandato, etc. Pero la derrota seguirá siendo un hecho incontrovertible.
Sin embargo, en muchas interpretaciones que se observan en la disputa política y la opinión pública que ha seguido a las elecciones, hay otras posiciones y pretensiones discursivas cuyas diferencias no polemizan entre sí por las diferentes evidencias que se seleccionan para argumentar, lo cual no puede sino dar lugar a distintas opiniones, pero en la polémica muestran razonamientos defectuosos que conducen a contradicciones y falsedades, o sostienen argumentos cuyas verdades son válidas para ser aplicadas a ellas mismas por las personas que las postulan pero no a otras personas, o se disputan cuestiones morales, como el bienestar de la población, sin otra justificación que los deseos o las elecciones subjetivas porque no se considera criterio interpersonal alguno para los juicios que se proclaman, o incluso se descalifica con fuerte desprecio al triunfo opositor y sus votantes.
Un diputado oficialista decía que se hacía una campaña feroz contra el gobierno porque el porcentaje de pobres había aumentado a un 35% de la población, pero que esos críticos se olvidaban de que en 2015 el kirchnerismo les había dejado un 30% de pobres. El peronismo, decía, es una fábrica de pobres como con Eduardo Duhalde, que había llevado al 55% de la población a la pobreza. Sofismas: si el kirchnerismo redujo la pobreza del 55 al 30% y el macrismo la aumentó de 30 a 35%, el hecho es que los primeros bajaron la cifra heredada y los últimos la aumentaron. Un periodista apela aquí desencajado al “viento de cola” del gobierno de Néstor Kirchner. Sin embargo, las claras contradicciones, falsedades e inconsistencias de esas argumentaciones defectuosas no son inocentes ya que cumplen la función de ocultar el aspecto moral relevante de ese debate: los buenos gobiernos bajan la pobreza y los malos gobiernos la aumentan.
Ese antiperonismo explica no sólo un discurso como el del diputado y el periodista del ejemplo, sino que también explica tanto al núcleo duro de votantes del macrismo como a buena parte del crecimiento en el número de votantes a Juntos por el Cambio en las elecciones presidenciales, y a las violentas expresiones clasistas, discriminadoras y racistas de varios funcionarios y de muchos participantes en las redes sociales.
Es ese antiperonismo el que quizá le ayude a entender a Francisco “Paco” Olveira por qué “tras 4 años de neoliberalismo que ha sumido en la desigualdad y la pobreza a nuestro Pueblo haya todavía un 40% que lo vote”. La incomprensión de Olveira introducía un interrogante ético: ¿cómo se puede elegir a un gobierno injusto? Un interrogante que él mismo respondía con la respuesta del intelectualismo moral socrático: se trata de ignorancia política ya que nadie elige la falsedad y el mal si no es por ignorancia. Una línea explicativa en la que coincidió Pino Solanas en un reportaje. Luego: sería necesario alfabetizar políticamente a la población. Sin embargo, la visión aristotélica del saber, incluyendo al saber político, apunta en otra dirección: nos hacemos constructores, construyendo casas. Y se aprende la política en las prácticas sociales de los ciudadanos, se encuentren estos identificados o no con algún partido u opción política explícita y formal. Practicando la justicia nos hacemos justos.
Y del peronismo, el antiperonismo y el populismo ya hay excelentes estudios. Por ejemplo La razón populista de Ernesto Laclau (2005). Pero me atreveré a sumar una idea en esa línea de reflexión ética sobre un gobierno injusto. Porque desde esa perspectiva, creo que el antiperonismo como variante del antipopulismo es la intensa expresión emotiva (en muchos aspectos irracional, aunque no ignorante) de individuos de cualquier estrato social con aspiraciones de ascender en su situación en cuanto a la posesión y uso de bienes sociales, que se observa en su repudio a todo límite a las libertades individuales por parte del Estado, cuando esos límites se imponen para mejorar el bienestar en condiciones de igualdad de los estratos sociales más desventajados en esa posesión y uso, y que se dirige tanto al movimiento político y su liderazgo, que promueven esos límites, como a todos aquellos que se puedan beneficiar con ello.
En esta visión, el antipopulismo antiperonista defiende una versión reduccionista del concepto de libertad que se limita al no tener interferencias de los otros en la realización de los deseos y elecciones individuales, sin tener en cuenta la libertad de las personas de decidir sobre su propia vida (p.ej. las mujeres sobre su salud reproductiva), o la libertad de trazar sus proyectos de vida sin las limitaciones a la misma de los determinantes sociales que padecen: pobreza, indigencia, necesidades en alimentación, educación, trabajo, salud, etc.
Junto a ese reduccionismo de la libertad, el antipopulismo es contrario asimismo a la idea de igualdad porque privilegia el triunfo individualista aspiracional que para realizarse requiere la identificación con una imagen de “buena posición” a alcanzar (el bon viveur europeo, el oligarca poderoso o el empresario triunfante) y requiere del fracaso de un colectivo que en el malestar de su vulnerabilidad ilumine el poderío de aquel triunfo. Esa diferencia entre “buena posición” y “estar bien” o bienestar, ya fue señalada por Amartya Sen en Bienestar, justicia y mercado (1997). El antipopulismo rechaza así al líder popular por contraidentificación. Y en su supuesto de desigualdad se asocia la carencia de sensibilidad solidaria.
Claro es que es posible aceptar que el primer peronismo privilegió las dos acepciones de “libertad para” y vulneró en parte a la “libertad de” (afiliación forzosa, etc.) Y esto habilitaría a pretender hablar de una “grieta” a partir del concepto de libertad. Sin embargo, como esa vulneración de la “libertad de” no se aplicó en el kirchnerismo a la esfera de la privacidad para seguir sosteniendo concepción de vida, la oposición política y mediática hizo equivalente de la misma a la restricción externa en la compra de dólares y a la imposición de retenciones agrícolas y mineras. Sin embargo, estas restricciones se despliegan en el ámbito de lo público y no en el de la privacidad.
Por eso es que lo que se instaló en el imaginario colectivo no es el concepto de “grieta” como antagonismo sobre criterios de verdad y justicia que siempre quedan sujetos a la deliberación política. El filósofo utilitarista Henry Sidgwick ya había dicho: “Si un tipo de conducta que para mí es correcta (o incorrecta) no lo es también para otra persona, ha de ser en razón de alguna diferencia entre los dos casos que no sea el que yo y ella somos personas diferentes” (Los métodos de la ética, 1874). O sea: un criterio racional. Pero el concepto imaginario de grieta que se instaló fue de tipo ontológico: parte de la sociedad (el antipopulismo) “es” de una forma y otra parte de la sociedad (el populismo peronista) “es” de otra. Y se sabe: las diferencias ontológicas no se resuelven discursivamente (por eso desde ese enfoque un acuerdo social fracasaría). Y los enunciados éticos —el “debe”— no se desprenden del “es” (el ser). Dicho de otro modo: de un pibe con gorra (lo que es) no se desprende que actúe mal (lo que debe hacer).
Ese antiperonismo, o cualquier variante socio-política antipopulista de igual estructura conceptual, se puede comprender como negación de los supuestos fundamentales del derecho internacional de los derechos humanos cuando proclama: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Este es el nudo del problema que queda oscurecido en el debate público mediatizado por la grieta del irracionalismo. Por eso debemos discutir criterios de resultados, y de valores, principios y virtudes éticas de una sociedad fundada en la igualdad, la libertad y la solidaridad.
Se trata, en definitiva, de no caer en las redes discursivas que propone el antipopulismo y debatir un criterio objetivo de bienestar, entendiendo objetivo con Thomas Scanlon, a “un criterio que proporcione una base para apreciar el bienestar de una persona que sea independiente de los gustos e intereses de esa persona” (Preferencia y urgencia, 1975). Un bienestar que depende del poder sostener la identidad personal (el caso Braian Gallo), el poder trazar un proyecto de vida (el reclamo de las mujeres por la interrupción legal del embarazo), y el poder alcanzar las realizaciones de satisfacer las necesidades básicas y gozar de las libertades y derechos fundamentales que permitan desarrollar las capacidades para alcanzar los fines que una persona considera valiosos. Un bienestar objetivo que se ha de iniciar en el estar vivo y no padecer hambre.
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