“Los argentinos crecimos porque aprendimos y comprendimos que, de 70 años de fiesta, sobre todo en los últimos 15 años, no se sale en tres”.
El discurso que nos bajó Macri no tuvo nada de novedoso, ya lo había impulsado el FMI con dureza en los '90 —déficit cero—. Se supone que habían aprendido.
Que no podamos gastar más de lo que generamos es una idea que tiene gancho, que seamos irresponsables si lo hacemos —populistas—, explicarían 70 años de fiesta hegemonizada supuestamente por el peronismo. Entonces Mauricio y los suyos eran la verdadera clase responsable que vino a poner las cuentas en orden para que nos transformemos en un país serio. Suena bien, ¿no?
No vale sólo para Argentina. El FMI y otros organismos similares derramaron y derraman esos discursos y esas políticas en Ecuador, Bolivia, Grecia, España y una larga lista de etcéteras. El problema es que amen de sonar lógico, un Estado no es nuestra casa de dos, tres o cuatro ambientes. El dogma es falso.
Estados Unidos, país admirado por el Newman y por los Chicago Boys, convive con el déficit fiscal; 2,9 de promedio en los últimos 50 años. Para el período 2020-2029, proyectan déficits promedio de 4,4% del PBI.
El año pasado, la administración Trump llevó al déficit a su nivel más alto desde 2012; 3,9%. Para este año esperaban que sume 1 billón de dólares.
Timothy Geithner, Secretario del Tesoro durante la primera presidencia de Obama, declaró en 2011 que en su país, aproximadamente el 40% del gasto del gobierno provenía de dinero prestado.
Sí señorxs, aunque Macri no lo diga y ningún opinador serio lo analice, Estados Unidos es un país populista que vive de fiesta. Una farra peor aún, pues dura más de 100 años. No creo que a nuestro saliente mandatario se le haya ocurrido denunciarlo en la ONU para poder combatir eficazmente la lacra tercermundista del déficit fiscal y el populismo.
Para paliar esta falencia estructural y que el Estado pueda asumir sus obligaciones sin entrar en suspensión de pagos ni aplicar ajustes draconianos, Estados Unidos diseñó luego de la Primera Guerra Mundial una figura legislativa llamada “techo de deuda”.
Este mecanismo le permite al Departamento del Tesoro (Ministerio de Economía) pedir al Congreso un cambio de legislación cuando necesita más recursos para cumplir sus obligaciones, el Presidente ratifica y lo convierte en Ley.
No es un instrumento decorativo, el techo de la deuda ha sido incrementado 74 veces desde 1962. Desde Reagan hasta la actualidad, 18 veces. Un paraguas institucional contra el ajuste y la consiguiente recesión.
Cabría preguntarse por qué el déficit fiscal es un síntoma de un estado irresponsable y despilfarrador únicamente si se implementa al sur del Río Bravo. El planteamiento podrá sonar irónico mientras lo leemos, pero los efectos de las políticas de ajuste que los organismos financieros imponen en nuestra región, son devastadores en términos humanos y de salud pública.
No se trata de hacer loas al déficit fiscal, sino de entender que este mecanismo puede ser en muchas instancias necesario y reglamentado para que nuestras sociedades no se desmoronen con políticas de ajuste atávicas y recesivas como las implementadas por Mauricio Macri. Políticas evidentemente rechazadas puertas adentro por la principal referencia global del capitalismo, por su evidente fracaso en todos los aspectos de la convivencia estatal.
Acaso valdría la pena debatir sobre la necesidad de reglamentar el flagelo del déficit, que parece ser inherente al actual sistema de economía de mercado capitalista en el que todxs debemos coexistir de la manera más armoniosa posible, antes de que logremos inventar algo superador.
Reglas claras y un debate sensato cumplirían una doble función: establecer un marco legal que permita resistir de manera más eficaz a las presiones de los organismos internacionales y terminar con la mentira de los Macri y los Vargas Llosa acerca de que Juan Domingo Perón fue el primer populista despilfarrador.
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