El ocaso de los chetos
El fin del macrismo ocurre en consonancia con la insurgencia en América Latina
“¿Quién está faltando acá?”, le preguntó a la audiencia Diego Santilli —actual vicejefe de Gobierno de la Ciudad— en un tono propio de un animador de fiestas infantiles. La alusión, claro, hacía referencia a Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de gobierno porteño reelecto con más del 50 por ciento de los votos. Apenas subió al escenario, el licenciado en economía confesó: “Me enamoré de esta ciudad, no lo puedo negar”. Hay una línea transversal que une a todos los candidatos de Juntos por el Cambio, y es la marcada desideologización y un reducido bagaje ideológico en el discurso. Uno de los grandes méritos de Jaime Durán Barba, un gurú del marketing político que hoy está más cuestionado que nadie, fue su capacidad para delimitar una identidad política a través de conceptos vagos y valores que apuntan a construir una moral “de personas bien”.
Si los partidos se limitaran a representar a una clase social, no habría dudas de a qué estrato representa el macrismo. Alcanzaba con ver al público. Una mujer de más de 60 años posaba para los flashes. Entre sus manos, colmadas de bijouterie, sostenía un pañuelo amarillo con la leyenda “Sí se puede”. Un pequeño detalle: nunca se dio cuenta de que el slogan estaba al revés. Quizás una premonición de que no todo puede darse vuelta. Mientras tanto, el Mago sin Dientes se paseaba por el búnker y se sacaba selfies con los asistentes. A pesar de su esfuerzo para parecer contento y despreocupado, la rigidez de sus movimientos lo delataba. Por momentos parecía el payaso de alguna película que acababa de quedarse desempleado y, en su desesperación, no había tenido tiempo de quitarse el disfraz. Como en el cuento Esa boca de Mario Benedetti, el maquillaje no era capaz de ocultar la tristeza.
Más que la entrada a un búnker de campaña, el ingreso se parecía a la aduana estadounidense. No por el paisaje cuasi primermundista, sino porque las medidas de seguridad para la prensa alcanzaban un nivel absurdo. Salir a fumar un cigarrillo a menos de un metro de la entrada era motivo suficiente para tener que atravesar el scanner una vez más. Resultaba imposible entender por qué había tantos policías en todas sus formas: federales, de la Ciudad y la policía aeroportuaria. De cualquier forma, sólo un loco cometería un atentado en un sitio repleto de agonizantes.
En 1966, el politólogo alemán Otto Kirchheimer afirmaba que la llegada de los medios masivos de comunicación implicó cambios estructurales en el funcionamiento de los partidos. Para los líderes políticos, la televisión fue la herramienta que les permitió realizar llamamientos al electorado en su conjunto. Gradualmente, los votantes aprendieron a comportarse más como consumidores y menos como sujetos activos de la vida política. El público que ovaciona a Macri parece desconocer por completo su rol en el sistema democrático. Para ellos, la participación en la política se resume a un slogan robado —el famoso #SíSePuede no es otra cosa que una imitación del Yes We Can de Barack Obama—, globos de colores y algún vitoreo desconsolado entre la tristeza incipiente. Ellos, sus seguidores, no se autoperciben como militantes, sino como voluntarios.
La valla que separa a los invitados “por lista” del área de prensa, remiten a una fantasía trumpeana. Un muro compuesto por paneles de plástico que evita el encuentro entre los trabajadores de prensa y los aduladores del post macrismo. Salvo por unos pocos fotógrafos que lograron franquear la seguridad, la mayoría de los periodistas no pudieron siquiera acercarse al epicentro de la caída. Matías, productor de radio y televisión, comentó que se había alegrado al cruzarse con algunos colegas. “Encontrarnos acá quiere decir que, por lo menos, tenemos trabajo”. Desde el 2016 hasta la fecha, se calcula que cerraron más de 20 medios mientras que aproximadamente 2.000 trabajadores de prensa perdieron sus puestos de trabajo.
Pocos segundos después de felicitar a Axel Kicillof, gobernador electo de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal exclamó: “Hoy Dios me dio un descanso para que recupere mis fuerzas”. Desde el inicio de su campaña, Vidal ha sabido capitalizar los recursos propios de discurso evangelista, es decir, la redención del espacio político mediante la lógica de la santificación. A pesar de que la dirigente subrayó la importancia de realizar una transición democrática en conjunto con el nuevo gobernador, no parece comprender que no fue Dios quien decidió no renovarle su mandato, sino el pueblo.
Para despedirse, Vidal profetizó: “No se preocupen, las urnas no matan los sueños”. Sin embargo, la violencia institucional sí lo hace. Según los últimos datos elaborados por la Coordinadora Contra la Represión Institucional (CORREPI), el 7,2 por ciento de los casos de gatillo fácil del último año ocurrieron en la provincia de Buenos Aires. Se trata de la región con mayores índices de asesinatos en manos de la policía de todo el país.
Minutos antes de que Macri saliera al escenario, una joven con la remera de la Juventud Pro bailaba al son de No me arrepiento de este amor, de Gilda. Si Salvador Allende estuviese vivo, afirmaría que aquella escena era un oxímoron perfecto. Si ser joven y no ser un revolucionario es una contradicción hasta biológica, ser burgués y bailar cumbia es directamente una contradicción ontológica. La cercanía a la cultura de las clases populares sólo es posible si ésta es entendida y tratada como un objeto de consumo. Mientras un pelado cincuentón disfrazado de Calvin Klein trataba de seguir un cuarteto de Rodrigo, del otro lado de la valla, un pibe de seguridad lo observaba anonadado:
—No. Con Rodrigo no, por favor.
Apenas pasadas las 22.20, y fuera de lo previsto, Macri salió al escenario, solo acompañado por Miguel Ángel Pichetto:
—Un saludo a Gabi (Michetti), que la perdimos en el camino.
Una frase desatinada para anunciar el ocaso de su mandato político. El empresario y futuro ex Presidente, jamás mencionó la palabra derrota. Solo dio a entender que había perdido cuando anunció que el lunes se reuniría a desayunar con Alberto, “el Presidente electo”. No fue necesario que terminase de hablar para que gran parte de su séquito —con algunas ausencias notorias, como la de Elisa Carrió— se sumara a la despedida. El mito del emprendedor serial habla del hombre solitario que fue capaz de forjarse a sí mismo gracias a su creatividad. Lo que no explica el manual del emprendedor serial es cómo reaccionar ante la derrota, en este caso, en una elección. Antes de retirarse, Macri insinuó unos últimos pasos de baile, aunque esta vez, a diferencia de cuando estuvo en el balcón de la Rosada en 2015, solo atinó a mover un poco los brazos. Al final, Robinson Crusoe jamás logró escaparse de la isla.
Como afirma Gabriel Vommaro en La Larga Marcha de Cambiemos, entre 2014 y 2015, gran parte de su campaña se amasó en base al miedo de la “chavización” de la Argentina. Para muchos, votar a Cambiemos se irguió como la única solución posible para evitar “terminar como Venezuela”. Tal vez no nos gobierne Nicolás Maduro, pero aquellos que hace algunos meses vitoreaban a Juan Guaidó, jamás imaginaron que el fin del macrismo ocurriría en consonancia con la insurgencia en América Latina. Chile despierta, Ecuador lucha, Bolivia reafirma, Argentina gana.
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