Desaparecer bajo bandera
Las contradicciones de Milani en el juicio por la desaparición del conscripto Ledo
El ex jefe del Ejército César Milani afronta su segundo juicio por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. Desde el jueves, un tribunal federal de Tucumán examina su presunta responsabilidad en la desaparición de un conscripto en junio de 1976. Milani ya enfrentó otro juicio este año y fue absuelto. Ahora está sentado en el banquillo junto al coronel retirado Esteban Sanguinetti, quien era su superior cuando Alberto Agapito Ledo desapareció.
El conscripto
La última vez que Graciela vio a su hermano Alberto fue en 1975. Ella ya estaba casada y vivía en Buenos Aires. Se había ido porque integraba la pastoral de Enrique Angelelli y estaba marcada como “marxista”. Lo mismo que su hermano. En Buenos Aires, trabajaba como maestra.
En esa última charla, Alberto –cuatro años menor que ella– le dijo que él también quería enseñar. Estudiaba Historia en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y militaba en el centro de estudiantes. Integraba o simpatizaba con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). También era fanático de Joan Manuel Serrat. Por eso, le hizo escuchar una canción: Tío Alberto.
—Por si alguna vez no estoy.
Pasaron los días y Alberto salió sorteado para la colimba. Le tocó hacerla cerca de su casa, en el Batallón de Ingenieros de Comunicaciones 141 de La Rioja. Se incorporó el 5 de febrero de 1976.
A la madre, Marcela Brizuela de Ledo, no le gustaba la idea de que perdiera tiempo de estudio. Con mucho sacrificio juntaban la plata para que el chico pudiera vivir y estudiar en Tucumán. Le sugirió que pidiera una prórroga, pero él no quiso.
Mucho menos le gustó cuando Alberto le dijo que posiblemente le tocara ir con una compañía a Tucumán – donde todavía humeaba el Operativo Independencia ordenado por el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Marcela fue a hablar con el capellán Felipe Pelanda López, para que no lo transfirieran. Tenía a su marido enfermo, a su hija viviendo en Buenos Aires y no quería ahora que su otro hijo partiera hacia otra provincia.
—No se haga problema, señora. Yo hablaré con los superiores. Serán unos días que lo llevarán a Monteros.
La última carta
En mayo de 1976, Ledo partió junto a otros 140 hombres a Tucumán. Era un integrante más de una compañía vial del batallón de La Rioja que estaba al mando de Sanguinetti.
Desde allá escribió tres cartas a su papá y a su mamá. La última fue el 14 de junio de 1976. Le deseaba feliz día al padre. “Se nos acerca la fecha de convertirnos, de una vez por todas, en soldados. El domingo 20 vamos a jurar a la bandera acá nomás y es menos para volver al querido pago”.
Nunca juró. Desapareció el 17 de junio. Según testimonios, esa noche Ledo había estado en un fogón y se había acostado hasta que lo habría llamado el propio Sanguinetti para que saliera a patrullar. No volvió.
Marcela viajó a Monteros el 4 de julio porque dos días antes Alberto había cumplido los 21 años. Unos soldados le dijeron que no estaba, que había desertado. Lloró. No se acuerda si fue a una plaza o a una iglesia. No sabía cómo decírselo a su marido pero, cuando llegó a casa, él ya sabía que algo andaba mal: le habían devuelto la carta y el giro que ellos habían mandado.
Desde entonces empezó la búsqueda para Marcela. Viajó a Buenos Aires. Habló con organismos de derechos humanos, presentó un habeas corpus ante el juez Roberto Catalán, llevó su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Cuando llegó la democracia, fundó la filial de Madres de La Rioja junto a otras dos mujeres y también se presentó para denunciar la desaparición de Alberto ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). La primera denuncia por la desaparición de Alberto se hizo en 2007 en Tucumán.
La investigación
La causa tomó impulso en 2013, cuando Milani ascendió a la jefatura del ejército. Ese año, el juez Daniel Bejas indagó y procesó a Sanguinetti. Lo acusó por privación ilegal de la libertad y homicidio. También dispuso que debía estar en prisión preventiva bajo la modalidad de arresto domiciliario.
Con Milani no hizo lo mismo. El entonces jefe militar viajó a Tucumán, el juez lo recibió y le dijo que no podía indagarlo por una fotocopia – según declaró esta semana Milani. La fotocopia era el acta de deserción de Ledo que aparece firmada por Milani. Bejas se mantuvo en esa postura hasta octubre de 2016, cuando se excusó y le pasó la causa a su colega Fernando Poviña, que indagó y procesó a Milani. Lo acusó de haber participado del encubrimiento de la desaparición y de haber fraguado el acta de deserción cuando, en realidad, se trataba de una desaparición. Por el tipo de delito, no le dictó la prisión preventiva.
Milani estuvo hasta agosto en prisión preventiva por otra causa: el secuestro y tormento a los Olivera en marzo de 1977 en La Rioja. En ese caso resultó absuelto, aunque la fiscalía y dos querellas pidieron a la Cámara de Casación que revise la decisión del tribunal riojano.
El proceso
El juicio arrancó el jueves y hubo audiencia el viernes también. Así será durante todo octubre y noviembre. Es probable que el proceso se extienda hasta diciembre, asumen desde el tribunal, especialmente porque las declaraciones fueron largas.
El tribunal está compuesto por Gabriel Casas, Carlos Jiménez Montilla y Enrique Lilljedahl – el único que participó del juicio a Milani en La Rioja, pidió su condena en uno de los casos y salió indemne de la denuncia en el Consejo de la Magistratura por parte de los querellantes.
La fiscalía está representada por Pablo Camuña y Agustín Chit. Hay dos querellas: la Secretaría de Derechos Humanos –a cargo de Pablo Gargiulo y Claudio Orosz, que también lo acusó a Milani en La Rioja– y la de la familia Ledo, representada por las hermanas Viviana y María Elisa Reinoso y Adriana Mercado Luna.
En este juicio, Milani no tiene defensa particular, aunque su abogada Mariana Barbitta estuvo en la sala junto a las hijas del militar. Está representado por Adolfo Bertini, defensor público que intervino en otros juicios de lesa de la provincia e incluso defendió a uno de los emblemas de la represión en Tucumán, el policía Roberto Albornoz, el Tuerto. A Sanguinetti lo asiste Vanessa Lucero.
El jefe de la compañía
Sanguinetti fue el primero en declarar. Rechazó estar implicado en la desaparición de Ledo y dijo que, después de analizar la causa, creía que el verdadero responsable era el coronel Héctor Pérez Battaglia, jefe del batallón desde donde el Tercer Cuerpo comandaba la represión en La Rioja. Pérez Battaglia, por supuesto, está muerto.
Según Sanguinetti, él se enteró por la mañana que Ledo faltaba – esto contradice la versión que dice que había salido de recorrida con el conscripto. Llamó a Pérez Battaglia, pero su jefe no se molestó ni interesó en tener más detalles. El Código de Justicia Militar dice que deben esperarse cinco días para iniciarse el expediente por deserción y así se hizo.
Volvió a comunicarse con Pérez Battaglia y, según el relato del coronel retirado, él le dijo que definiera quién debía confeccionar el acta. “Llego a pensar que Pérez Battaglia ya sabía de antemano lo que estaba pasando”, les dijo Sanguinetti a los jueces.
En su declaración, no mencionó haberle ordenado a Milani que hiciera el acta. Dijo que estaba plagada de errores y que su vivac jamás había estado en Famaillá – donde se labraron las actuaciones.
La declaración difiere con la que había dado en instrucción, remarcó el fiscal Camuña durante la audiencia. En 2013, había dicho que le había ordenado a Milani –por entonces jefe del Ejército– que hiciera una investigación profunda por la ausencia de Ledo y que, como no estaban preparados para hacer trabajo de escritorio, Milani tuvo que trasladarse de Monteros hasta Famaillá para dar con una máquina de escribir.
El oficial actuante
Milani tenía 21 años cuando llegó a La Rioja en febrero de 1976. Era su primer destino después de haber egresado del Colegio Militar. Un par de días después de la llegada, se incorporó la clase a la que pertenecía Ledo. Él estaba en la compañía A del Batallón y Ledo en la unidad Comando y Servicios. “A Ledo no lo vi en mi vida”, insistió el general retirado, descartando la versión de que haya sido su asistente.
Durante la declaración, Milani dijo que hizo muchas actas de deserción, pero que no recordaba esta en particular – donde estaba su firma. Concretamente sostuvo que no creía haberla hecho él, porque había errores groseros. “Me cuesta creer que la hiciera un subteniente, con la cancha que teníamos. Me da toda la impresión de que esto no fue hecho por un subteniente o por personal de la escuela de Monteros”, remarcó. También negó que la compañía haya tenido asiento en Famaillá, como dice el acta fechada el 29 de junio de 1976.
Según él, había que mirar hacia la gente de inteligencia que estaba en Famaillá para entender quién pudo estar detrás de la desaparición de Ledo. En ese sentido, mencionó el testimonio de un ex conscripto, Julio César Tello, que se presentó en marzo de 2017 para decir que Milani no tenía nada que ver con el caso Ledo, que él había visto al soldado en un lugar que coincide con la descripción de la compañía de arsenales Miguel de Azcuénaga, el centro clandestino más grande del noroeste.
Tello no es un testigo convencional. Está preso por un femicidio y compartió lugar de detención con Milani en la cárcel provincial de La Rioja días antes de que se presentara a declarar. Sin embargo, hay un sobreviviente que en otro juicio relató que Ledo fue llevado a ese campo de concentración, lo que es una línea probable que se examinará en este proceso.
Las contradicciones
Lo que declaró Milani esta semana es coincidente con lo que dijo en su indagatoria en 2017. Desde entonces, la línea fue despegarse del acta y poner en duda que la firma sea suya. Para eso cuenta con el aval de un perito de parte que sostiene que la caligrafía actual de Milani no se condice con la de la copia. El perito, Héctor Daniel Fernández, está acusado por ser parte de una megaestafa con títulos truchos de una universidad privada de La Plata con repercusiones en distintas provincias.
Después de que terminara la instrucción de la causa, la fiscalía recibió más legajos de deserción confeccionados en el Batallón 141 de La Rioja: dos fueron hechos por Milani en 1977. Camuña y Chit pidieron a los jueces que les permitieran peritar esas actas con la de Ledo para ver si era compatible la firma. El tribunal rechazó el pedido, diciendo que el peritaje debió hacerse durante la instrucción. Como es una prueba clave en un juicio por falsedad ideológica, es probable que la fiscalía lleve la queja hasta la Casación Federal.
Pese a que su testimonio se condice con la indagatoria en instrucción, Milani se separó de lo que había dicho en entrevistas y declaraciones públicas anteriores:
- En 2013 le dijo al periodista Raúl Kollmann, de Página/12, que había firmado el expediente por la deserción de Ledo, que era una tarea que a los subtenientes les tocaba por azar.
- En 2014 le dijo al Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) que había confeccionado el acta por pedido de Sanguinetti y que se encontraba en Famaillá – a 30 kilómetros de Monteros, donde desapareció Ledo. También que había confeccionado el acta con la información que le había facilitado el sargento ayudante Roberto Lotero.
- En 2016, en una entrevista en Radio Del Plata, fue más ambiguo, pero no negó haber hecho el acta. “El acta original no existe. El acta de deserción era un acta administrativa que hice a 40 kilómetros del lugar de los hechos, y pasados diez días. Yo no recuerdo haber intervenido en dicha acta, pero no descarto haberlo hecho”.
Un pedido
Marcela Ledo tiene 88 años y lleva 43 de búsqueda. Anda con un bastón, habla pausado y firme. Tan firme como el pañuelo que lleva en su cabeza y que no se sacó en ningún momento de la declaración.
Lo único que conserva de su hijo son los anteojos que quedaron en el campamento la noche en que lo sacaron. Un compañero, el ex conscripto Orlando Orihuela, se los entregó. Un tesoro que guarda en unos sobres de papel madera y que su hija Graciela exhibió durante la audiencia del viernes.
A su modo, Marcela le respondió al general. Dijo que nunca había participado en una conspiración en su contra. También les reclamó a los jueces: “Espero que este tribunal me dé por fin las respuestas que he buscado sin descanso”.
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