Un aspecto clave del conflicto político que experimenta la sociedad argentina proviene de la rémora que afecta a los ingresos de los asalariados ante las altas tasas de inflación. La coalición gobernante propugnó tal estado de cosas, de ahí su desgaste y salida de escena.
El estudio titulado La Masa Salarial y su Composición Según el Vínculo Laboral. Argentina. 1993-2017 (realizado por el Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo -CEPED- de la UBA, en julio de 2018), presenta unas series actualizadas de la cuenta de generación de ingreso que cubren todo el período aludido e incluye datos del salario promedio a precios de 2017.
- Su objeto es estimar qué fracción del ingreso nacional (el PBI) le corresponde a cada clase social según su función económica, según tres clasificaciones genéricas, lo que todavía en los manuales se enseña como distribución funcional del ingreso : Remuneración al trabajo asalariado,
- Ingreso mixto (correspondiente a cuentapropistas) y
- Excedente bruto de explotación (correspondiente a las demás clases de ingresos).
Este estudio viene a cubrir una ausencia de información que es en sí misma un dato. Es notable lo que parece un interés deliberado de las autoridades nacionales por limitar el conocimiento sobre la situación de los asalariados.
Incluyendo el dato actualizado para 2018, utilizando el índice de salarios del INDEC y el IPC a efectos de mantener la homogeneidad de los valores, en tanto que realizamos una concatenación entre ambas series para poder extender la de CEPED a 2018, observamos que entre 1993 y 2003 el salario promedio tendió a caer sostenidamente, pasando de 19.463 $ en 1993 a 14.094 $ en 2003 (siempre en pesos de 2017).
Entre 1996 y 2001 se mantuvo prácticamente estacionario alrededor de los 17.500$, con leves variaciones. Cuando se trató de un alza se debió a la situación de deflación de la época antes que a cualquier resistencia de la clase trabajadora. Esto significa que los asalariados aceptaron sin mayores problemas la caída del poder de compra del salario, que entre 1993 y 1996 alcanza un 9,7% y entre 1993 y 2003, un 27%. También la sociedad soportó el fuerte desempleo de la época.
Semejante caída, sobre todo luego de la crisis de 2001, no podía menos que venir asociada con la anomia social y económica que caracterizan a la época. Recién en 2004 los salarios iniciaron una recomposición sostenida. En 2007 recuperaron su valor correspondiente al inicio del período y en 2015 alcanzaron su punto máximo, de 25.335$. Durante el kirchnerismo se registra una mejora notable del salario en estos términos, del 30% frente a 1993 y del 80% frente a 2003. También es significativo su aumento como fracción del ingreso, pasando de representar el 44,7% en 1993 y el 39% en 2001 al 51,6% en 2018, lo que da cuenta de una remarcable mejoría en la posición política de la clase asalariada. Sin embargo, para 2018 la situación cambió.
Luego de una caída entre 2015 y 2017, atenuada con respecto a 2016 en el último año, el salario como lo estamos midiendo vuelve a sus valores de 2015. En el siguiente cuadro detallamos cuanto ha sido la caída desde 2015 con los mismos datos del cuadro anterior y agregamos algo más.
Hasta junio de 2019, el salario ha estado cayendo en términos reales también, acercándose a los valores de 2008. Desde entonces nos vemos expuestos a una aceleración de los precios superior a la de ese momento, de manera que no es exagerado esperar que pronto nos encontremos frente al salario de 2007 (y de 1993). Hasta ahora, desde que inició la administración de Cambiemos los salarios reales cayeron en un 17,5%. Nada menos.
Fluctuaciones
Semejantes fluctuaciones nos llevan a reflexionar sobre la plasticidad que la clase trabajadora argentina mantiene con relación a la situación de sus ingresos. Es menester, entonces, inquirir cómo se forma el salario y cuáles son sus márgenes de variación. Los economistas clásicos tendían a sostener que el monto del salario se determinaba por el valor de los bienes que el trabajador requería para reproducir su existencia. Aunque esta definición, que en su acepción más literal lleva a pensar en una base biológica, se revela un tanto limitada para explicar el mundo actual, admite cierta flexibilidad para incorporar un carácter “convencional” de la subsistencia, permitiendo que se reconozcan algunas necesidades básicas como un producto cultural histórico.
Así lo hizo Karl Marx, quien en el capítulo 4 del primer tomo de El Capital escribía que “La suma de los medios de subsistencia […] tiene que alcanzar para mantener al individuo laborioso en cuanto tal, en su condición normal de vida. Las necesidades naturales mismas […] difieren según las peculiaridades climáticas y las demás condiciones naturales de un país. Por lo demás, hasta el volumen de las llamadas necesidades imprescindibles, así como la índole de su satisfacción, es un producto histórico y depende por tanto en gran parte del nivel cultural de un país, y esencialmente, entre otras cosas, también de las condiciones bajo las cuales se ha formado la clase de los trabajadores libres, y por tanto de sus hábitos y aspiraciones vitales”. Marx reconocía que el límite inferior del salario lo constituye la biología pero no habla nunca del límite superior y de la determinación efectiva del salario por medio de su carácter cultural-histórico.
En realidad, el único límite que tiene el salario por fuera del que traza la frontera del abatimiento de la ganancia, es el de la cantidad y la calidad de mercancías que se pueden producir masivamente hasta volverse un patrón de consumo habitual de los trabajadores. Límite que para los países subdesarrollados es lejano, puesto que como la tecnología y el capital son móviles y por lo tanto los bienes nuevos se difunden con relativa rapidez por el resto del mundo, el patrón de consumo de los trabajadores de estos países tiende a asemejarse al de los de los países desarrollados, pero nunca igualándolos. Y entre el límite inferior y el superior son muchas las posibilidades que pueden alcanzarse, determinadas estas por la movilización de la representación política de los asalariados. En relación a esto, Arghiri Emmanuel hace notar en su obra El Intercambio Desigual que “La modificación de la naturaleza del hombre, de su mínimo vital, es un proceso tan largo que ningún desequilibrio puede engendrarlo y conducirlo a buen fin si sus efectos no están al menos consolidados por el acierto y la perennidad de una acción colectiva en alguna forma reivindicativa de los trabajadores”.
La ingenua y peligrosa idea de desmonetizar las paritarias (o mejor dicho, de establecer "salarios reales" como fracción del ingreso) solamente es posible esgrimirla si se niega el hecho más que evidente de que esta tratativa se lleva adelante negociando salarios nominales. Así funcionan las cosas en la práctica. Para que esto tenga el efecto deseado es necesario no solamente que las negociaciones se lleven a cabo, sino que sea posible imponer la voluntad de los trabajadores con respecto a los aumentos de precios, para que exista una ganancia efectiva en la negociación. Esto ha sucedido persistentemente durante las administraciones kirchneristas. Lo contrario ha ocurrido luego.
Estabilizar este cambiante proceso a favor de los trabajadores remite a la idea de John Kenneth Galbraith sobre el poder compensador. Explicando cómo las sociedades modernas pueden hacer frente a las tensiones de intereses que surgen en las economías capitalistas, Galbraith acuñó esta noción para aludir a los mecanismos de defensa que utilizan los trabajadores para no ser perjudicados por el poder de las grandes empresas. Galbraith señala que “El poder económico con que se enfrentaba el obrero al vender su fuerza de trabajo hizo necesario que él organizara su propia protección” y, más importante aún, “no solamente la fuerza de estas industrias [se refiere a la industria pesada americana] ha obligado a los obreros a desarrollar la protección del poder compensador, sino que también ha proporcionado a los sindicatos la oportunidad de ganar algo más. Si tenían éxito podían participar de los frutos del poder de mercado”.
Además de estas observaciones, Galbraith remarcaba que solamente existen sindicatos en aquellas ramas de la industria en dónde la actividad está concentrada. El capitalismo moderno requiere una consolidación de ciertos sectores y no se puede esperar que exista la homogeneidad de la conciencia política necesaria para sostener la elevación del salario en actividades que responden a sectores desperdigados que realizan operaciones pequeñas, como pueden ser las del sector informal. A la vez que la elevación de los salarios es un componente necesario de la integración nacional y el desarrollo, también requiere de un impulso hacia la unidad de los trabajadores en sus centros de actividad. Por otro lado, para que ejerzan sus reivindicaciones se requiere que la política los apoye y no presione contra sus intereses. De manera que la conciencia con respecto a este punto de la clase dirigente argentina es tan importante como la de los asalariados mismos.
Determinante objetivo
Este depender de una conciencia política de notable volatilidad impide saber aún si la mejora que experimentaron los trabajadores durante el kirchnerismo es permanente o puede verse evaporada ante las circunstancias actuales. Lo que sí es factible aseverar es que, por un lado, la recuperación y la mejoría de los salarios están signadas por las ambiciones de los trabajadores tanto como por la aceptación que tenga el gobierno de sus intereses y que, por otro, para pretender cualquier mejora sostenida debe mantenerse la estabilidad económica.
De carecer el gobierno de un programa político para esto, cualquier posibilidad de concreción en este sentido desaparece, y con ella la estabilidad política. Es que el salario es un determinante objetivo del volumen de consumo que pueda alcanzar un país y, por ende, de su nivel de desarrollo. Los datos de las cuentas nacionales permiten comprobar que el consumo y la inversión no están disociados y que, por razones teóricas, la segunda variable depende de la primera. Esto porque en el capitalismo es más difícil vender que producir y se requiere vender para seguir produciendo.
La aguda magnitud del deterioro y sus consecuencias sociales que se vienen experimentando resultan intolerables en el corto plazo, pero la historia enseña que son de resultados inciertos y preocupantes en el largo plazo. No es nada menor la hazaña que requiere la conciencia política para que los argentinos no retrocedan al nivel de vida precedente al alcanzado entre 2003 y 2015.
* Estudiante de economía, FCE, UBA.
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