MALA PRAXIS

El reduccionismo de la práctica política a las planillas de Excel explica la confusión del gobierno.

 

 

Evidencia casuística y evidencia estadística

El ministro Hernán Lacunza, en una entrevista con Tomás Lukin, declaró: “Los resultados de este período (el del gobierno de Macri) fueron inferiores a los esperados en términos de bienestar, pero la configuración macroeconómica es más sana, para que durante el próximo período exista la posibilidad de crecer de manera más estable. (…) Lo primero es estabilizar y después pensar en dar alivio para caminar. (…) Es contraproducente aplicar torniquete y anticoagulante al mismo tiempo... cuidar a los argentinos quiere decir estabilidad y alivio, en ese orden secuencial”. La metáfora médica es explícita y con ella Lacunza habló como Ministro de Cuidados Paliativos de la economía terminal macrista.

Pero el periodista hace lo suyo y pregunta: “¿Cómo puede ser que quien asuma el 10 de diciembre tenga un mejor punto de partida si la economía está en recesión, aumentaron el desempleo y la pobreza, cayó el poder adquisitivo, la inflación se aceleró y los equilibrios fiscal y externo se lograron a partir del ajuste?” Entonces el ministro comenzó a mezclar, bajo una suerte de principio de identidad de los indiscernibles, discurso racional con discurso alienado: “En términos de los resultados que menciona: desempleo, pobreza, inflación, crecimiento y salarios, son muy difíciles de comparar. (…) Presumimos que sí, que hay más pobres. En desempleo, no sabemos. (…) Las estadísticas oficiales muestran que hay más ocupados que en 2015 y que aumentó el desempleo porque…” (Sigue el desvarío.)

Quiero detenerme en una de las afirmaciones del ministro. Y es la de su respuesta a Lukin cuando este le señala que “cierran fábricas todas las semanas en todo el país”: “Eso es evidencia casuística. El INDEC es estadística oficial, veraz y universal”. Por la oposición entre enunciados, Lacunza deja en claro que considera a la evidencia casuística como oficiosa, falaz y particular. Así le enseña al periodista que la economía política debe despreciar la evidencia casuística y guiarse por la evidencia estadística.

 

 

Praxis política

La del ministro es una vieja idea en cuanto a que el conocimiento debe ser estadísticamente significativo, reduciendo el azar a menos del 5%. En esa visión, la evidencia casuística es débil. Pero esa idea reintroduce un antiguo problema sobre las relaciones entre teoría y práctica en campos como la política y la medicina, ya que no se reducen al conocimiento científico aunque este les otorgue el respaldo empírico necesario para sus juicios prácticos. Ese reduccionismo de la práctica política a la evidencia teórica (recogida en las planillas de Excel) puede explicar la confusa mezcla de discursos del ministro y del gobierno.

 

 

Y es que esa alienación se manifiesta cuando se pretende que la praxis política como saber práctico sea reducida por el discurso teórico, negando la dimensión ética de la política. Todo campo práctico, como la política y la medicina, sólo es tal al conjugarse como ética. El saber hacer, de la política y la medicina, es un saber hacer lo que se debe saber hacer. Y ese debe es un condicional ético. Por eso no se trata de la retórica de “haciendo lo que hay que hacer”. No es la evidencia estadística la que define a las políticas públicas como si se tratara de una simple deducción. La praxis del político necesita de las certidumbres de la evidencia casuística para gobernar —el buen político lo sabe—, y cuando esto se ignora, son las certidumbres casuísticas que construyen los gobernados las que se materializan en la estadística oficial y veraz de los votos.

 

 

Importancia de los casos

En abril de 1992 asistí en el Centro de Ética Clínica de la Universidad de Chicago a la presentación del caso de un paciente. Era un pequeño grupo que debía debatir su problematización considerando que la medicina es el “arte” de conjugar ciencia, técnica y ética. Entre los participantes estaba uno de los grandes filósofos del siglo pasado: Stephen Toulmin. Me sorprendió verlo allí, con interés y extrema modestia, atendiendo a uno de tantos casos problemáticos en la práctica clínica. ¿Qué interés epistemológico podía despertar un caso clínico en uno de los mayores teóricos del conocimiento?

Al terminar la deliberación, Toulmin volvió a sorprenderme cuando me invitó a acompañarlo a la librería de la universidad para recomendarme, entre otros, un libro que había sido editado unos años antes (La fragilidad del bien, 1986) y que haría famosa a partir de entonces a la filósofa Martha Nussbaum. Toulmin se había interesado una vez más en un caso, ahora el mío: un bioeticista argentino que recorría Estados Unidos buscando comparar distintas escuelas de pensamiento en ética y bioética. Y lo había hecho con esa suave mansedumbre de la sabiduría. Aquel encuentro me dejó una profunda enseñanza sobre la figura del maestro y sobre la importancia de la casuística en todo conocimiento práctico.

 

Stephen Toulmin (1922-2009).

 

Toulmin ya había publicado cuatro años antes, con Albert Jonsen, El abuso de la casuística, una historia del razonamiento moral (1988), obra fundamental que defiende el lugar de la casuística en la ética y el saber práctico. El libro introduce dos modos de razonamiento moral en la práctica: uno que apela a principios fundamentales, universales y absolutos que no admiten diferencia particular alguna, como el de los argumentos contra el aborto por la santidad de la vida. Es un modo de razonamiento deductivo, tomado de la geometría, a partir de axiomas y definiciones que han de “aplicarse” a la realidad. Y por otro lado, un modo de razonamiento que parte del análisis de casos particulares, para ir estableciendo prudencialmente clasificaciones o taxonomías (peligro para la vida, violación, elecciones particulares), considerando la evidencia científica disponible, los contextos de acción, y los valores y preferencias de los afectados, hasta llegar –inductivamente— a la norma general. Es un modo de razonamiento en el que se basa la ética clínica y al que ha querido aproximarse, para alcanzar una buena praxis médica, la medicina basada en la evidencia.

 

 

 

Teoría y práctica en política

El macrismo ha querido aplicar a la realidad ideas teóricas basadas en algunas definiciones de tipo dogmático: con la plaza seca de pesos desaparece la inflación, con la apertura indiscriminada de importaciones la producción se vuelve competitiva, con la libre flotación el dólar se autorregula. Pero la política es un campo práctico distinto de los campos teóricos. En los campos teóricos como las matemáticas, y en la estadística como una de sus ramas, los argumentos que se postulan son idealizados, intemporales y necesarios, pero en los campos prácticos los argumentos son concretos, temporales y presuntivos.

Los argumentos teóricos son idealizados porque sus conceptos —el triángulo de Pitágoras, digamos— no son la imagen de este, ese o aquel triángulo, sino “el” triángulo perfecto que se aplica a todo triángulo. El conocimiento teórico razona desde la idea hacia la imagen. Pero cuando en la computadora dibujamos un triángulo para que su imagen fuera perfecta, el número de pixeles debería ser infinito. Y la realidad no es infinita. Por eso, el saber práctico-político es concreto y razona desde la imagen hacia la idea. En la protección de los derechos humanos, la igualdad es una idea de perfección hacia la que nos dirigimos desde la imagen de cada ser humano. Y comenzamos por la de un hambriento porque su imagen es la negación misma de la idea de igualdad.

El conocimiento teórico es intemporal. Un teorema como el de Pitágoras supone una verdad para cualquier tiempo, contexto o valoración. Se trata de una verdad universal, como dijo Lacunza para su evidencia estadística, a diferencia de la evidencia casuística que es una verdad de particulares. Pero el saber práctico-político es temporal y por tanto histórico. El gobierno negó una y otra vez la historicidad de la política como cuando aplicó a la propiedad de la tierra patagónica, ante los reclamos de los pueblos aborígenes por sus  tierras “ancestrales”, una visión intemporal como la de los cuadrados de las áreas pitagóricas.

Y el conocimiento teórico es necesario, porque desde los axiomas podemos deducir las consecuencias necesarias. Así, dijo Lacunza que al haber corregido dólar y tarifas: “La trinidad imposible que era corregir al mismo tiempo precios relativos, bajar la inflación y crecer, que se resolvió parcialmente hasta 2017 pero que después se volvió a descuajeringar en 2018, ahora ya no está. No es ese el triángulo inicial”. Ahora, “la configuración macroeconómica es más sana”, luego, debemos pensar, precios relativos (Pr), inflación (I) y crecimiento (C), son ahora, gracias al macrismo, un triángulo pitagórico que se puede aplicar a todos los  triángulos Pr-I-C posibles de cualquier gobierno argentino. ¡Eureka! Pero el saber práctico-político no es necesario (el único camino) sino presuntivo y abierto en democracia (afortunadamente) a la pluralidad de visiones y experiencias políticas.

 

Francisco Javier Blanco González, "Teorema de Pitágoras", 2006.

 

 

Política teórica o mala praxis política

¿Cómo explicar esta reformulación del saber práctico de la política que representa el gobierno de Macri? Quizá la explicación haya que ir a buscarla en el foco financiero de su neoliberalismo que muestra entre nosotros un fenómeno más global. El dominio del mundo social por la concentración del capital financiero supone un predominio del número sobre la palabra en el que la verdad universal (la evidencia estadística de las acciones) puja por imponerse sobre toda presunción particular y concreta (la evidencia casuística de cada vulnerado).

En esa perspectiva, el gobierno de Macri no ha tenido la ambigüedad de la crítica que tuvo Pascal con la casuística jesuítica en sus Cartas Provinciales (1657), al no distinguir del todo si esa crítica lo es a la mala casuística o a toda la casuística. Ministro y gobierno han rechazado toda casuística renunciando a toda prudencia. Por eso no han sabido distinguir entre la evidencia científica como principios universales del saber teórico y la evidencia casuística como certidumbre prudencial de la  sabiduría práctica. El anuncio del “reperfilamiento” de la deuda, con absoluta prescindencia de la situación particular de jubilados, desempleados, pobres y hambrientos, lo hizo más que evidente. El político que no sabe de esta distinción, no es buen político. Y actúa con mala praxis.

Por eso, y como supo decir Joaquín Sabina: Tanto ruido, y al final… ¡Números rojos!

 

 

 

 

 

 

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