¿Cómo ves la relación entre el dolor y el humor?
Están muy relacionados. El humor nace del dolor y también te rescata del dolor, lo vivencié en mi propia historia familiar. No necesariamente te tiene que suceder el dolor, un artista tiene una antena, no necesariamente tiene que atravesar el infierno para poder retratarlo, podemos captar ondas que están dando vueltas por ahí. Personalmente además lo vivencié, mi vieja es sobreviviente de un campo de concentración, del Holocausto. Otro episodio traumático tiene que ver con mi viejo, al que mataron cuando yo era chico.
¿Hay una escritura desde el propio dolor además del registro del dolor circundante?
Cuando era chico canalizaba el dolor a través del dibujo, como un viaje, un escape. Yo dibujaba pero mi vieja me puso un profesor de acordeón y para colmo era un gran hijo de puta, un judío alemán que te gritaba, te apretaba los dedos con el teclado, fue muy traumático. Sin embargo cuando lo cuento parece una cosa graciosa. Lloraba pero me la bancaba, para satisfacer a esa mujer que tanto había sufrido tenía que sufrir yo, no sé... Eso del acordeón fue terrible porque tocaba bien, tengo sensibilidad artística, la música me gusta, tocaba en la escuela, con mi hermano en las fiestas familiares… ¡Era una de Woody Allen, o de los hermanos Coen!
¿Tenías presente el sufrimiento materno, conocías su historia desde chico?
Sí, a los diez u once años leía El gran proceso, de Silvano Santander, me tenía atrapado el tema de los nazis. Hasta el día de hoy siento que pude hacer algo con esa obsesión, con ese episodio familiar.
¿Tu libro “Judíos” es una resultante?
Es de 2015, es un prisma, ahí hay bastante de cómo veo esas cosas, cómo soy judío yo. Hay muchas maneras de ser judío y yo nunca eludí esa condición, esa pertenencia, siempre me pareció que no era algo para esconder, al contrario me atrae el tema. ¡Me gusta ser judío!
Hasta la adolescencia todo mi mundo era judío, el jardín, la primaria, las amistades, el barrio de Once, era todo un ghetto, las tías hablando en idish, mi viejo y mi vieja también.
Mi mamá era rumana, mi padre de Polonia. Mi micromundo tenía que ver con todo lo tradicional, prender las velas en el Shabat, mi abuelo era bastante religioso, iba a la sinagoga, festejaba el Pesaj, me sobornaba, si decía las oraciones me daba Mantecol.
¡Era un buen incentivo ese!
¡Amo el Mantecol!
¿Siempre te sentiste parte, nunca te lo cuestionaste?
A medida que iba pasando el tiempo sentía que tenía que despegarme un poco de ese moco familiar. Naturalmente, para construirte vos tenés que despegarte.
¿Fue difícil manejar una historia tan pesada?
Sí, especialmente la muerte de mi viejo, que fue muy repentina, yo tenía 12 años. Era una familia judía tradicional, el bar-mitzvah —que se hace al cumplir 13 años, a pesar de no ser religiosos— era una tradición. Muere mi viejo y hay una ruptura familiar. Mi mamá, que era una mujer de carácter bastante fuerte, tenía independencia económica porque recibía plata de Alemania, entonces con tres hijos –soy el del medio— no podía laburar y criarnos, el clásico matrimonio donde la mujer trabaja de ama de casa. Por esa ruptura se va de la casa familiar, hace las valijas y nos vamos. Así, a la calle, a un hotel. Mi viejo tenía su negocio y vivía en Río Gallegos, ella se lo había aclarado, nunca quiso ir a hacer el aguante ahí, no quiso ir a un lugar donde no hubiera judíos otra vez, en Buenos Aires se sentía más contenida, había escuela judía, él iba y venía. A mí me parecía que no estaba nunca. Era una mina copada, pero con esa mochila.
¿Cómo fue esa etapa viviendo en hoteles, como otro éxodo?
Cuando nos vamos de la casa éramos como refugiados, lo pude visualizar después, terapia mediante. Era seguir con un enemigo del que tenés que escapar. En ese momento en que se peleó con la familia y se fue, tuvo como un brote. En esa época recuerdo dibujar y dibujar.
¿Hiciste escolaridad judía?
Hice jardín de infantes, primaria y secundaria judía, era realmente una burbuja, creo que hice un buen camino en desapegarme, la mayoría de esos pibes se fueron a Israel, necesitaba abrirme. Me acuerdo cuando tenía ocho años, en el 67, y fue la Guerra de los Seis Días escuchábamos vinilos en un combinado que habían comprado mis viejos, de marchas victoriosas, era un relato sobre el pueblo judío renacido de la masacre, había empezado un relato heavy. A veces el Holocausto es usado para legitimar cualquier cosa que haga el ejército, las peores violencias que puedan ejercer…
¿Mirás con afecto esa pertenencia, pero expresás una condena al belicismo?
De chico quería ser paracaidista, soldado israelí, integrar las fuerzas de elite, pero ¿sabes lo que no me cerraba? Que no sentía que eran mis enemigos los árabes, sentía a los nazis como enemigos, ellos eran verdaderos villanos, los árabes estaban ahí, estaban antes. Cuando iba a la escuela judía cantaba el himno israelí, entonces era como una doble nacionalidad, te preguntaban: ¿qué sos, argentino o judío, o israelí? Eso genera odio en el afuera, dicen: “Estos qué son, tienen plata, van a los clubes con plata...”
Es la precuela de todo esto, todavía no dibujaba sobre el tema, me imaginaba que había que estar en Israel, parecía muy sencillo. Si en Europa a los judíos los masacraron, no había un lugar y nadie se hizo cargo, entonces le preguntaba a mi vieja: ¿Por qué no te fuiste a Israel? Hay una historieta, La vida es bella, donde le pregunto eso a mi vieja. Llega un momento en que la torturo con tantas preguntas, que me dice: “¡Andate a dibujar!” Y yo digo: “Bueno, voy a dibujar una de campos de concentración”.
Es muy impresionante la imagen del tren del holocausto y las frases...
Es que en la escuela judía siempre cantábamos: “Corre el trencito, corre por el prado, llega y se para frente a la estación, aló , aló, que suba otro señor”. Entonces poder dibujarlo ahí, ese otro trencito... El trencito de la alegría… ¡de Auschwitz!
Donde conjugo el dibujo, la política y la historia es muy genuino. Sale de las entrañas, no es una pose.
Uno de los ejes que se ve en tus trabajos es la preocupación política ¿Te atraviesa inexorablemente?
Sí, la política es todo para mí. Era una familia donde charlaban, mi vieja se autodenominaba socialista pero porque decía que el socialismo era “nuestra familia”, todo era de todos, eran anticomunistas acérrimos porque vivieron a Stalin. Si viviste a Stalin no podes ser comunista, era terrible el stalinismo. Pero así y todo había como una especie de magia. El ejército soviético que frenó a los nazis, que es cierto, pero no es menos cierto que Hitler aprendió bastante de Stalin porque fue antes… Conversaba, tomaba whisky con mi tío Iasha que peleó en Stalingrado, charlábamos, me hablaba en idish, tenía una relación muy buena con él que peleó cuatro años en la guerra, lo hirieron en Stalingrado. Lo curaron y lo mandaron otra vez a pelear, otra que Vietnam.
¿Tenías la historia misma en tu casa, en tu propio mundo familiar?
Cuando me cruzaba con alguien, me decían: ¿Tu tío peleó en Stalingrado? No te puedo creer... ¡Quiero conocerlo! Para mí era normal. Me decía mi tío: ¿Cómo vas a ser comunista? No entendía nada, él había sido comunista de pendejo en Rumania, lo habían metido preso por comunista y después vivió el terror del stalinismo en la misma guerra. Estudió ingeniería acá, no les contaba a sus compañeros que había estado en la guerra, porque de algún modo se escapó y tenía miedo de que los servicios rusos lo hubieran seguido hasta acá.
Todo ese lastre de temor y de prevención lo mamabas por todos lados.
El miedo, sí.
¿Cómo transmutaste eso? Porque por tu estilo de trabajo parecés más bien un tipo temerario, que algunos califican de provocador..
Sí, pero es para disimular. Es dual, porque por un lado soy un tipo temeroso y por otro lado no soporto ser temeroso.
Hay gente que me dice: ¿Cómo hiciste ese chiste? Como dibujar el ARA San Juan, dibujé a doble página en la Barcelona el submarino hundido y todos los cadáveres, con un cartel que decía “Welcome, jubilados”, porque coincidió. Entonces recibí insultos y puteadas de un montón de gente, me decían “sos un hijo de puta”, tenés que sintonizar. Yo soy lo contrario de eso.
¿Cómo manejás que se interprete tu humor atribuyéndole una intención opuesta a la que tuviste?
Por un lado me afecta. Me afectó que me acusasen de antisemita o de auto-odio por los chistes, muchos tenían que ver con el conflicto en Israel. Igual yo considero que el chiste tiene que hacer reír, si no es un bajón. No todos los chistes que hice hacen reír, algunos te hacen sonreír, algunos te hacen pensar, algunos son arbitrarios. Me gusta el humor negro, cruel, sardónico, grotesco, es un género, mucha gente lo disfruta, yo lo disfruto, pero no es para todos.
¿Hay quienes no lo entienden porque ven literalmente?
Claro, lo ves literalmente y decís: “Qué hijo de puta”. Es un recurso que tiene que ver con ese género, es tan sutil la línea y está tan en el borde que suceden estas cosas, que lo lee alguien que no es para ese género y lo ve literal. Tampoco soy un kamikaze, es probable que si estuviera viviendo en Europa estaría cuidándome, porque lo de Charly Hebdo fue un antes y después, mataron a doce personas.
El impacto fue como el de las Torres Gemelas, porque está todo relacionado con el terrorismo, el fundamentalismo. Si yo estuviera ahí podría haber sido yo, porque es el humor que hago. Me sentí muy impactado. Entonces decís: ¿Qué está pasando? Conocía a dos de los dibujantes, los conocí en un viaje.
Ahora además, a raíz de algunas caricaturas, echaron a todos los dibujantes del New York Times, no dan más laburo a los dibujantes en algunos diarios, porque hicieron a Trump con Netanyahu como un perro, entonces es considerado antisemitismo, un desastre.
¿Es como el regreso de una censura, una especie de inquisición moderna?
Sí, la corrección política es eso, un chaleco del cual no podes salir, ir por determinados carriles, es “el buen pensar”, “lo que debe ser”, “el consenso”. Una cagada.
En los últimos años se nota más. Cuando cerró el diario Sur, que era del Partido Comunista, tuve la oportunidad de viajar. De cada medio que cerraba tenía una indemnización. Yo había comenzado a trabajar en el suplemento Sátira 12 con Rudy, con Paz, estaba Rep, y también trabajé en el diario Sur en el '89, cuando estaba desmoronándose el muro de Berlín. Era un diario que acogió a un montón de tipos que habían estado presos, que venían del exilio, estaba María Seoane, Polosecki, Pablo De Santis, Víctor Pintos, Tognetti que cortaba cables. Ahí me fogueé, estaba re contento, había un nicho. Pero estaba Pagina 12... ¿Cuánta izquierda hay en el país para tener dos diarios? No daba. Estuvo bueno, estaba calentando motores.
¿Hay una proximidad tuya a lo que sería el progresismo?
Siempre me sentí cercano a la izquierda. Después, a partir de La Nelly, de trabajar en Clarín con Rubén Mira, gané en cantidad de público, popularidad, fue en 2003. Ya estaba en Clarín con viñetas, pero en un momento decidieron renovar su página de historietas, había una posibilidad de hacer una tira diaria, varios nos enteramos y dije me voy a presentar, me pareció una oportunidad.
Venía haciendo viñetas, había hecho historietas también en Sex Humor, siempre en el grotesco, en el under, incluso había hecho un fanzine que se llamaba Lápiz Japonés. Tuvimos un juicio de la Quaker, iba oscilando entre el under y los medios gráficos, pero siempre con una impronta personal. Mi dibujo no era complaciente, si querían hacer una revista para un shopping no me llamaban.
Tenía mucha experiencia en los medios pero en viñetas, no en historieta. Había trabajado en Humor, Fierro, El Periodista, Perfil, Sur, Página 12, Playboy, La Prensa, tenía un chiste a color todos los días, tenía un músculo… Un laburo con impronta no complaciente. ¡No entiendo cómo estaba en La Prensa!
¿Y arrancaste en la historieta para Clarín?
Me dijeron: “Estamos buscando una historieta que sea para toda la familia, bla bla”. Llamé al “Colo” Rubén Mira, con el que habíamos hecho algunas cosas en Olé, y le dije si estaba para eso. ¿Vos estás condenado al éxito? era una frase que había dicho Duhalde. El Colo venía de Letras, habíamos pegado muy buena onda, nos sentamos a pensar una tira.
¿Pensaste que ibas a poder, tomando en cuenta el estilo que tenías?
Tenía a mi favor que ya trabajaba en Clarín, había trabajado en el suplemento de Arquitectura, en Zona, en Olé, en Mística haciendo una página a color en futbol, venía muy fogueado. Pero para una historieta no me animaba a mandarme solo, la pensamos con el Colo, se llamaba Barrio Sur al principio, empezamos a incluir todo el mundo pos menemista: los chinos, los pibes chorros, la boliviana, era real, Clarín nunca había metido una tira realista, estaban Diógenes y el linyera, El loco Chávez, con unas minas despampanantes, inalcanzables. No era el mundo Clarín.
El Colo venía de una familia comunista, tenía una mirada filosa, fatal, provocadora, eso me encantaba. Pasó un tiempo y no pasaba nada después de dejar la carpeta, entonces le digo que me parecía que Barrio Sur era muy general, entonces le pusimos La Nelly y volvimos a hacer una renovación de carpetas.
Los tipos hacían focus groups. Clarín tenía siempre un estudio catalán que le rediseñaba las cosas, me acuerdo que un tal Iñaki me dijo que, según las encuestas, había que bajarle un poco la carga de negro de la tinta, quizá a la gente le resultaba un poco agresivo. Le digo: “Sí, me inyecto Rivotril y te bajo la tinta”. Pero tenía razón, porque era muy under. Lo más parecido eran los dibujitos de Much-Music, que eran sacados.
Nos enteramos de que nos contrataban y que íbamos a estar arriba, en la contratapa, en el lugar mítico donde antes estaba El Loco Chávez. Era como haber llegado a lo máximo a que podes aspirar, sin haber sido nunca complaciente. Yo mismo me sorprendía, fue como tocar en el Luna Park.
¿Con contenidos que ustedes podían manejar?
Nos dijeron: “Esto tiene que ser una tira para toda la familia”, los temas que no conviene tocar son el sexo, la droga, la religión… Te marcan la cancha pero vos lo sabés, no sos gil, sabés dónde estás. Hubo algún esbozo de que sea exclusivo, pero yo ya había empezado a trabajar en la revista Barcelona, la razón de existir de Barcelona era Clarín, era la parodia de Clarín.
¿Era como el antagónico paródico?
El espejo reverso, y yo estaba trabajando ahí muy a gusto. Yo no estaba loco, no era un mercenario, simplemente me estaban ofreciendo tocar lo que yo hacía, tocar mi música en un estadio para mucha gente.
Cuando hicimos la historieta pesamos en la sátira a la clase media, no era un material para Página 12, era para Clarín. Algunos me dijeron: “No nos cierra verte ahí, me gustas más en Barcelona o Página”.
¿Apuntaba a mostrar cosas oscuras de la clase media?
Sí, totalmente, es una historieta pos-menemista, algunos decían: “Hacé una Mafalda más mayor”, pero no, ¡tenía que ser más bien una Susanita con tres abortos!
Refleja la clase media que siempre hubo acá. Nelly es la señora que está barriendo y critica a los pibes chorros, pero después les venden cosas y las compra. Vivir en la “para-legalidad”, la ilegalidad, una casa ocupada, una boliviana a la que por un lado le compra y por otro bardea.
Pero la historieta no era una crueldad. Por ejemplo le dice a la boliviana: “Cuando viajes, ¿me traés un pulover de ahí de Perú, de donde sos vos? La boliviana no habla, piensa: “Le dije mil veces que soy boliviana”. Es una mina piola, Nelly nunca le puede torcer el brazo, era una boliviana que existía, se llamaba Catalina. Nelly no era la clásica facha, era pre Bolsonaro, pre Macri, una precuela de lo que vino después, salía con una motosierra… Es la clase media que hay, que siempre hubo acá, incluyendo su xenofobia. La justicia por mano propia, eso encarnaba. Lo loco es que yo tenía un personaje en la Barcelona que era Mamá Pierri, esa sí era declaradamente nazi, con su álbum de fotos con el Doctor Menguele. Nelly era más literaria, construida con el Colo que venía de Letras.
¿Nelly tenía más complejidad, no es el trazo grueso facho?
Era el menemismo desenfadado, donde podías ir a visitar el departamento de Liz Fassi y su pareja, era una salida de Nelly con su amiga. Esa fascinación por Susana Giménez, por Miami, eso es Nelly.
¿Es un poco más inofensiva que Mamá Pierri?
Sí, Mamá Pierri es más bestial, surge en la revista Inrockuptibles. Le había puesto ese nombre por el diputado Pierri, que dijo que Letjman era un judío piojoso cuando fue lo de la AMIA. Dibujé una vieja y le puse ese nombre. En 2003, cuando empiezo a trabajar en Barcelona reciclé esa tira y me di cuenta que había un personaje para seguir. Todavía lo sigo haciendo, tengo pensado hacer otro libro de Mamá Pierri.
Viendo nuestra situación, habría que decir: “Mamá Pierri nunca muere”
No, es más, está gobernando quizás o está por dar el salto final. Porque si hay un segundo capítulo de Macri ya es Bolsonaro a la Argentina, y puede suceder, yo no lo descarto. Me tomó desprevenido que ganara Macri, dije: ¿Estaba en Babia? Es la suma de mezquindades, uno lo ve. Está bien, la izquierda cometió y sigue cometiendo bastantes cagadas, no está aprovechando bien… pero la judicialización y toda esa operación que se armó dio resultado.
Hay un caldo de cultivo. Muchas Mamás y Papás Pierris, ¿no?
Está lleno, celebran esto, “Yo me levanto a laburar”, “A mi no me regaló nadie nada”, “Les dan un plan”.
¿Funcionan a combustible odio?
Tenés que ponerte del otro lado para mostrar a esos personajes. No puedo hacer a Mafalda, porque Mafalda era buena cuando había un horizonte, una posibilidad, un auto que podías cambiar por otro mejor. Después, chau.
¿Hay una mirada desencantada detrás de tu trabajo, que ya no ve la utopía posible?
No soy un tipo oscuro, en algún punto soy optimista, me gusta rodearme de cosas bellas, me deprimo lo normal o más, pero sigo. Vivo en Agronomía, en el barrio armamos un colectivo de vecinos donde circulan los bolsos ecológicos, lo territorial. Soy el dibujante, participo desde el dibujo, hay una vecina que se postula en el Frente para Todos, estamos en acción.
Desde el arte mi lugar es el de la ironía, no cuenten conmigo para hacer bajada de línea directa.
¿Imaginás algunos de tus personajes en dibujo animado o película?
Si uno no lo propicia, no sucede. Alguna vez lo intentamos con el Colo, la tira pegó muy bien los primeros meses, de hecho agarramos un personaje que era El Bonista, un austríaco, Klaus se llamaba. Andaba en bicicleta, vi la foto y era un personaje. Lo incluimos, fue cuando Guillermo Nielsen estaba renegociando con el FMI, en la tira estaba todo el tiempo eso. Me llamó a mi casa Nielsen diciendo que estaba recopado, que en el círculo hablaban de la tira, en la tira hicimos a Krueger como una malvada, hablábamos de economía porque el Colo la tiene clara con eso.
El Bonista venía de Austria y le ocupaba la casa a Nelly porque quería cobrarse su parte de la deuda. Nelly se enamoraba de él por la plata, Sasturain una vez nos dijo: “Ah, esa tira economicista”. En ese momento se había vuelto el eje.
Un periodista de Wall Street Journal la leía todos los días, decía que así entendía lo que estaba pasando. Nos hizo una nota, salimos en la tapa del Wall Street Journal con una viñeta de La Nelly. Para Clarín era impensado, cuándo una historieta de Clarín iba a estar ahí, entonces pudimos posicionarnos, negociar un poco mejor, podíamos decir, burlarnos, divertirnos, y tenía encima proyección y trascendencia. Fue impresionante la repercusión, La Nelly duró 13 años.
La tira no tenía que ver con lo que el diario proponía, ya antes tampoco, nos sacan de la contratapa luego de estar ocho años y nos ponen adentro, nos dicen que la tira va a jerarquizar esa nueva sección, era sacarla de su lugar, querrían alguien con quien identificar la marca Clarín, no éramos nosotros. Nunca lo explicitaron.
¿Cuándo se termina el vínculo con Clarín?
Cuando ganó Macri, a poco de asumido el nuevo gobierno, en febrero de 2016, me comunican que en un mes deja de salir La Nelly. Nadie me explica nada.
Fue un mes agónico, La Nelly terminó chupada por unos mosquitos gigantes, eran como Cambiemos, el mosquito sojero, del campo, del ser nacional, le terminan chupando la sangre y muere, queda una mancha de sangre.
¿Cómo ves el doble discurso en cuanto a lo que sostenés de un progresismo que termina a la derecha y todos sus matices?
Cuánta gente hay que tiene mezquindades cotidianas, puedo hacer humor con la tipa que va, defiende las causas de izquierda, se va a Europa por un mes y a la señora que la ayuda hace diez años con la limpieza, ese mes no le paga un mango. La mezquindad no está sólo del lado de la derecha, también del lado del progresismo y la izquierda. Más que en los políticos, me gusta detenerme en los tipos que le abren la puerta del auto o que le limpian la manija, se puede retratar la política desde esos lugares, desde el micro-fascismo tan extendido.
Muchos personajes de los medios son fachos y la gente los mira y los disfruta. Mirá el camino de Lanata, que era de los medios más progres, a lo que significa hoy. Y son unos cuantos, entonces mientras la gente siga mirando las 24 horas los canales de televisión, a esa gente no la podes recuperar, están medicados y son muchos.
¿Consideras que hay manera de interpelarlos o son casos perdidos?
Hay gente que está totalmente intoxicada, y es algo a nivel global, son políticas que se desarrollan para el control sobre la gente. Está complicado de revertir, no sé cuánto puede uno modificar poniendo cien o doscientos pesos por mes a medios independientes, es difícil. El blindaje mediático es formidable, entonces el panorama es muy poco alentador, me imagino que un gobierno que suba va a tener que sentarse, porque si tenés enfrente a esos tipos, ¿qué podés hacer? Es terrible, cada invento, cada mentira la reproducen miles de veces, y la gente ve eso miles de veces, incluso hay gente que (reducirlo a la maldad es un poco pobre) labura diez horas y escucha eso. No es por ahí un tipo malo, pero llega y ve a Lanata, Leuco, Fantino, del Moro, y entonces no hay manera de que le puedas hablar.
Lo único que se puede hacer es gestionar medios independientes, que llegan adonde llegan. Entonces te queda el laburo territorial. Desde el humor podés hacer algunas cosas, pero el efecto que modifica lo decisivo no está por ahí.
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