Las elecciones del domingo 11 tuvieron, y tendrán, muchos efectos. El primero y más notable fue el agotamiento del stock de adjetivos. Una recorrida por los medios más conocidos del país y del exterior indica que la ventaja de les Fernandez sobre Macrì les pareció apabullante, severa, devastadora, inesperada, irreversible, brutal, contundente, negra, dura, sin atenuantes, explosiva, estrepitosa, irremontable, escandalosa, sorpresiva, inconcebible, desoladora, shockeante, abultada, humillante, tremenda, demoledora, sorprendente, arrasadora, inapelable, aplastante, definitiva, decepcionante, perturbadora, impactante.
Tampoco alcanzaron los sustantivos para algo comparable a un cimbronazo, un terremoto, una paliza, una pesadilla, un desastre, un desplome, un castigo, un hundimiento, un tsunami, un Waterloo, un estado de pánico, una masacre.
Bien curioso, el mayor regodeo en la catástrofe provino de comentaristas partidarios del gobierno que hasta horas antes anunciaban con optimismo cierta paridad entre ambas fuerzas.
Como es imposible competir con tanto despecho, y además no comparto esa tristeza, me abstengo. Sólo diré, en porteño antiguo, que fue un baile, y le pondré música para quienes deseen recrearlo: D'Agostino con Angel Vargas, Di Sarli, Pugliese y Lucio Demare con Raúl Berón.
Miau.
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