El lado Norita de la Vida
Adelanto del libro de Pablo Melicchio, que reúne charlas con Nora Cortiñas
Nora Irma Morales de Cortiñas, Beba para algunos familiares y amigos, nació un 22 de marzo (un marzo no tan trágico como el de 1976) de 1930 en Buenos Aires. Sus padres eran catalanes. Eran cinco hermanas. Tuvo una infancia feliz. En 1950, a los diecinueve años, se casó con Carlos Cortiñas, que tenía por entonces veinticinco años, y con quien convivió durante cinco décadas. Tuvieron dos hijos, Carlos Gustavo, que nació en 1952, y Marcelo Horacio, en 1955. Nora se encargaba de las tareas del hogar, del cuidado de los hijos y enseñaba alta costura dentro de su casa. Hasta allí, la historia típica de una familia clásica argentina, de clase media trabajadora, la historia de una mujer dedicada por sobre todas las cosas a las tareas hogareñas y a la familia. Pero el 15 de abril de 1977, su hijo Carlos Gustavo Cortiñas, de 24 años, fue detenido, secuestrado y desaparecido en la estación de Castelar, provincia de Buenos Aires, por las Fuerzas Armadas. Es a partir de ese trágico suceso, cuando tenía 47 años, que la vida de Nora Cortiñas cambiará rotundamente. Buscando a su hijo Gustavo, que aún continúa desaparecido, Nora se convertirá en el símbolo que es en la actualidad: Madre de Plaza de Mayo, Línea Fundadora (…)
–¿Cuáles eran tus miedos antes de que desapareciera Gustavo?
–Antes de que se llevaran a Gustavo teníamos miedos porque era militante. Miedo a que se lo llevaran y lo torturaran. Ya habían desaparecido algunos compañeros. Teníamos miedo de que se expusiera. Cuando desaparece Gustavo todavía no había desapariciones masivas, muy a la vista.
–¿Y hablaste con él acerca de esa posibilidad?
–Yo le pedí: “Gustavo, no vayas adelante en las movilizaciones”. Y él me respondió: “Y, mamá, ¿querés que vaya el hijo de otra madre? Es lo mismo, todos somos iguales”. Y después me dijo: “Prometeme que si me pasa algo no vas a sufrir”. Y yo le contesté: “No, eso no te lo puedo prometer”. Todas esas escenas terribles fueron pocas porque él no quería demostrarme que corría peligro, entonces eran escenas fugaces, cortas, de esas respuestas rápidas (…)
–¿Y qué sucedió cuando empezaste a salir en busca de Gustavo?
–Había madres a las que los maridos les decían que no tenían que ir a la Plaza, que corrían peligro, que a ellos no les gustaba que salieran. Y algunas madres aceptaban ese mandato. A mí nunca me dijo mi marido: “No tenés que ir a la Plaza”. Sí se hacía mala sangre.
–Seguramente él también, a su modo, con el dolor por la falta de Gustavo y con tu lucha en la calle y con las Madres, inició un camino de reconversión.
Nora se queda recorriendo su historia, suspendida en algún pensamiento, armando alguna idea. “¿Por dónde andará?”, me pregunto, impaciente, curioso.
Luego de un instante, retoma el diálogo:
–Sí, él cambió... Sufría, tenía al hijo desaparecido. Alguna vez decía: “Por ahí te dicen un día que Gustavo está muerto”. Y yo le respondía: “Voy a seguir peleando, voy a buscar a los asesinos. Voy a estar siempre esperando que haya una respuesta a mi búsqueda…”. Había un intercambio de opiniones.
–Es que las Madres iniciaron un movimiento muy fuerte, y hoy son el testimonio de lucha y de resistencia al gobierno de facto de muchos hombres. Y, además, les dieron un estímulo, una inyección de fuerza a tantas mujeres que no se animaban a salir, a salir del autoritarismo masculino.
–Por eso cada vez que yo hice un hábeas corpus, las autoridades se sintieron molestas. Algunos abogados no querían firmar por cuestiones políticas, como si la política fuera más importante que un hijo desaparecido.
–¿Sigue habiendo miedo?
–Sí, hay miedo… Hay docentes a los que les prohibieron hablar de (Santiago) Maldonado diciendo que eso era política. Era la política… de ese colegio. Hablar de Maldonado era solidaridad, destapar algo que estaba oculto, para que aparezca y que los padres sepan qué pasó. Mirá si habrá miedo que cuando fui el otro día al Hospital Posadas y el camillero me trasladaba, me contó que no le convenía ir a los actos de protesta de los trabajadores porque el hospital está lleno de cámaras. “A mí me están mirando y por ahí mañana me quedo sin trabajo. Yo tengo dos hijos”, me dijo.
- Fragmento del libro 'El lado Norita de la vida', publicado por Marea Editorial.
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