Relación compleja la de madre e hija, dicen los que saben, se tramita con hostilidad. Cada tanto, menos, con fervorosa entrega. Siempre un mix que encandila, va y viene. La muerte de la primera desata un duelo entremezclado, que potencia esas pasiones, las vacía para volver a llenarlas con los pedazos que quedaron por el camino, flotando entre contenidos nuevos. Una lectura pacata, mezquina, ubicaría la nueva nouvelle de Liria Evangelista (Buenos Aires, 1961) en el imposible género “autobiografía” si un tropiezo impidiera apreciar que Sangra en mí transcurre en “el espesor de la lengua” donde la figura materna atraviesa todas y cada una de las preposiciones (a, ante, bajo, cabe, con… según, sin, sobre, tras) que transforma la trama entre ambas mujeres en “una cuestión gramatical”.
Novela experimental, entonces, en la que los fragmentos de realidad percuten la ficción que transita esos secretos pasadizos de la intimidad filial que desembocan en la laguna efervescente que se forma bajo la cascada de la memoria. “El lenguaje es mi casa embrujada”, advierte la autora al trazar los parámetros dentro de los cuales transcurre su relato: “Le decreté a ella la vejez y a mí el espanto”. Entre uno y otro conviven tiempos de cronología quebrada, donde la iniciación sexual precede a la menarca y la educación sentimental comprende a ambas, entre otras muchas. Padre muerto a la vera de un camino, hermano cómplice, tortuga Cleopatra que ronda el tronco del gomero, Parque Chas, el Partido Comunista, Villa Urquiza, Floresta, Villa Pueyrredón, testigos apenas audibles que emergen sin perturbar esos meandros donde “La sangue scorre piú lento dell’ acqua”.
Escenas infantiles, restos de lo visto y de lo oído, resulta indiscernible si han sido efectivamente vividas o remanentes de un relato adulto o afiliados a algún deseo que la imaginación abrochó al recuerdo. Tiempos oblicuos que quiebran toda cronología, demarcan el cuerpo anatómico, prometen amenazas, amenazan con promesas: “Yo siempre voy a saber todo de vos. Siempre se sabe cuando una chica coge. Es una marca que tiene en las caderas. Una madre siempre sabe. Y yo siempre sé. A cada chica la miro y me digo: por aquí pasó el amor”. La educación sentimental se extiende al antes y al después: “Cuando yo llegué a casa me puse a llorar y mamá me preguntó por qué. Yo le dije que no sabía, que tenía muchas ganas de llorar y cosquillas en el sticchio. Entonces me explicó que el ponerse triste se llama congoja y que se puede producir por una afección al hígado o porque me voy a hacer señorita muy pronto”.
Liria Evangelista juega aquí con varias capas de lenguaje: el autorreferente cargado de pronombre en primera persona, propio de la púber; el mentado discurso adulto, la descripción precisa de quien narra, el habla familiar cuyo código señala el carácter sagrado o prohibido de lo erógeno. Sutil virtuosismo que se aglomera en un solo pantallazo panorámico y se multiplica en sucesivas situaciones recortadas en breves capítulos, cada uno musicalizado mediante canciones recortadas en un verso emblemático a la manera de título. Tangos, valsecitos, boleros, canzonettas; Manzi, Contursi, Cadícamo, Cobián, Sciammarella, también Leonardo Favio, por supuesto Gardel. Indicadores que operan “como un leve trazo, como un eco, polvo sobre un mueble que nadie usa” y donde se esconde “el fogonazo del recuerdo, su resplandor certero, su penumbra”.
Danza el lenguaje al ritmo de los tiempos acurrucados en la presencia de la muerte: “Mi madre veinteañera escupe hijos muertos, le limpia el culo al que ya tiene y riega los helechos. Las manos se le hielan refregando el mameluco engrasado de mi padre. Hay jazmines y el sonido de la radio. Tango. Bolero. Un pendejo corretea gritando Poncho Negro. Puqui era el perro de mi hermano. La electricidad la había dado la Fundación Eva Perón”. Foto clavada en la retina que sin embargo tampoco alcanza para diluir los interrogantes donde el duelo se bate con la vida, con lo que queda: “¿Podré mirar como los muertos? ¿Cómo entrar en la casa de sus ojos? ¿Abrirlos como ventanas al pasado? Calzarme tus ojos como un guante perfecto, como un aroma en el que se mece el tiempo. Apenas se escucha tu voz niña (Elenita grita el nombre de sus hermanos. Cuenta hasta cien en la escondida, se ríe sentada en el umbral del barrio)”.
FICHA TÉCNICA
Sangra en mí
Liria Evangelista
Buenos Aires, 2019
96 págs.
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