Sinceramente, Alberto

El Alberto que todos vieron pero pocos conocen

 

Políticamente Incorrecto, razones y pasiones de Néstor Kirchner, el libro que Alberto Fernández escribió y publicó en octubre de 2011, tiene muchos paralelismos con el Sinceramente de CFK que bate récords de ventas. Está escrito en un tono personal —como él le recomendó a ella que lo hiciera—, cuenta el detrás de la escena de muchas decisiones políticas de Néstor Kirchner y desarma mentiras sobre su gestión y su alejamiento.

Ese libro que había llegado a los saldos es hoy una guía imprescindible para entender al candidato a Presidente que le disputa el poder a Mauricio Macri y cómo es posible que un hombre que estuvo tanto tiempo alejado de la ex Presidenta y del entonces Presidente se haya convertido en el elegido para ganarle al modelo de Cambiemos. El libro que Alberto Fernández publicó en 2011 puede leerse, con el diario del lunes, como su propio Sinceramente. Es decir, un libro en un tono personalísimo —al igual que él mismo le recomendó que utilizara a la propia Cristina— contando las verdades después de muchas habladurías que se dijeron tras su renuncia a mediados de 2008. Alberto no solo rinde homenaje a quien supo ser su amigo entrañable, sino que revela y relata el detrás de escena de muchísimas decisiones políticas entrelazadas con vínculos personales. En un tono que denota oralidad, parece ser él mismo quien lo narra. El libro explica y revisa los orígenes del kirchnerismo, su vínculo con Néstor y con Cristina y también desmitifica muchas leyendas de la gestión y de su figura. Por eso es interesante leer —o releer— este libro: se explican muchos de los rasgos por los cuales Cristina consideró que era Alberto quien debía encabezar la fórmula porque reunía las condiciones para ganarle a Mauricio Macri.

 

 

Durante todo el libro se ve de manera clara y explícita la vocación de Alberto por la negociación, la “rosca”, la esencia de la política para la resolución de los problemas, el arte de la persuasión, la búsqueda del consenso. Es decir, queda en detallada evidencia la gimnasia política que tiene el ahora candidato a Presidente para, sobre todo, construir y ampliar horizontes. Es, como se dice en la jerga, un verdadero operador y armador: un animal político. Con el diario del lunes, se resignifica de cara a la contienda electoral. Y por eso tampoco sorprende que él haya sido—según la propia CFK— quien le haya dado la idea de escribir Sinceramente. Es un recurso que el propio Fernández utilizó, ocho años atrás, con menos popularidad y sin boom editorial, para dejar por escrito su versión de los hechos.

Él mismo lo deja registrado en el prólogo: “Este no es para mí tan solo un libro (…) son reflexiones que ayudan a acumular críticamente la experiencia. (…) Así, quise que nada de lo que aquí relato pudiera ser utilizado con el objeto de poner en crisis un proceso político del que fui uno de sus fundadores y al que aún hoy, marcando mis diferencias, sigo perteneciendo para el pesar de algunos”. En el libro, que fue publicado meses después de finalizar el primer mandato de CFK y ya con el 54% de los votos que la consagraron en el segundo mandato, Alberto dice: “A pesar de las diferencias que nos han distanciado y que han sido públicas, tengo por ella respeto por su condición política. También le reservo el afecto que uno guarda para aquel con quien alguna ve protagonizó una etapa importante de la vida”.

 

La soledad de una noche agitada

Curiosamente, el libro arranca de la misma manera que el libro de CFK. También elige, como imagen inicial, la soledad de una noche agitada, la perturbación en el sueño de su último día en el cargo como Jefe de Gabinete de Cristina: “No dormí bien aquella noche. Un malestar persistente perturbó mi sueño. Hoy sé que ese desasosiego se debía a la sensación, todavía no consciente pero claramente instalada en mi ánimo, de que se estaba cerrando un capítulo de mi vida sin tener certezas aún de lo que se avecinaba”, explica en un tono íntimo y deletrea, ya sin rodeos, el motivo de su decisión un mes después de aquel voto no positivo de Cobos: “Néstor y Cristina tenían una mirada y una interpretación distintas y los enojaba mi vocación de revisar lo hecho y de hacer autocrítica, así como mi insistencia en introducir modificaciones en el elenco de gobierno y en la forma de afrontar el debate público”. Y utiliza para cerrar este prolegómeno otra frase que también resuena y mucho en el libro de CFK: “Inicio este recorrido con la mayor sinceridad intelectual”.

 

Punto de encuentro, los derechos humanos

En este primer capítulo relata los orígenes del vínculo con Néstor y posteriormente con Cristina y da cuenta, sobre todo, de cómo se convirtió en la persona de su mayor confianza, esencialmente porque fue el único que creyó que él, desde un principio, podía llegar a ser Presidente de la Nación. Mientras el resto de su círculo —incluso la propia CFK— veían la idea casi como una “locura”. Puntualmente, Alberto y Néstor se conocieron en el año 1996 a través de una persona que, mucho tiempo después terminó siendo Embajador en el Vaticano: Eduardo Valdés. Según relata, su amigo Valdés —ambos pertenecían al peronismo porteño— estaba empeñado en cruzarlos. Kirchner era gobernador en Santa Cruz y Fernández cumplía sus funciones como Superintendente de Seguros —cargo que había asumido en la primera presidencia de Menem—. La cita fue en Teatriz, en el barrio de Recoleta, un restaurante que se convertiría en una locación habitual entre ambos.

“Desde el inicio, los dos advertimos que teníamos muchos puntos en común (…) Kirchner se presentó aquella noche como un defensor de los derechos humanos, un crítico de los indultos y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Se reía porque el mensaje que aparecía en el contestador automático de mi teléfono concluía diciendo: 'Si usted ha sido indultado corte ya, nos sentimos más tranquilos pensando que usted sigue preso'”.

Pero sobre todo, las coincidencias más fuertes tenían que ver con la crítica al que por ese entonces era el ministro de economía: Domingo Cavallo. “Había conocido a un gobernador que planteaba dos cuestiones que yo consideraba muy importantes: una posición crítica y bien diferenciada de Menem y la idea de que Duhalde podía ser una alternativa de cambio en el proceso electoral que se avecinaba”. Dos años después, en 1998, Duhalde lo convocó para que colaborara con su candidatura presidencial que, dentro del peronismo, se oponía al menemismo. Así fue como Fernández comenzó a trabajar en su círculo más íntimo, con el objetivo de convocar al peronismo más “progresista” que estaba huyendo como estampida hacia los brazos de Carlos “Chacho” Álvarez, que más tarde conformaría la Alianza. Alberto dirigía el grupo Bapro —Banco de la Provincia de Buenos Aires— y allí fue la primera sede en la que se sumaron Alberto Iribarne, Julio Bárbaro, Miguel Talento, Norberto Ivancich, Esteban Righi, Carlos Tomada, Mario Oporto, Jorge Coscia. En su mayoría porteños, lo cual generó un odio enorme entre los que militaban en la estructura bonaerense del peronismo. “Cuando Kirchner se enteró me pidió que incorporara a Cristina al grupo. Para entonces, Cristina era una legisladora más conocida por su crítica al menemismo que por su vínculo conyugal con el gobernador santacruceño”.

 

Calafate mon amour

Así fue que para la primera reunión oficial del grupo que trabajaba para la candidatura de Duhalde, la santacruceña ofreció su casa en un lugar paradisíaco: El Calafate. Todos aceptaron gustosos la invitación sin saber que se convertirían allí en el germen del kirchnerismo que primero fue el Grupo Calafate al que el sector más pejotista apodó “grupo cachivache”. El espíritu de ese grupo primigenio es el que toman, veinte años después, los actuales integrantes del Grupo Callao, el think-tank que Alberto constituyó hace un año y medio y que se reunía periódicamente en un bar de la calle Callao. En esa reunión, Fernández rescata una frase que dijo CFK que a la distancia suena tan actual que aterra: “Lo que hay que tener en claro —dijo Cristina— es a quién se representa cuando uno ejerce la política. Porque el mayor problema ocurre cuando buscamos el voto de alguien que luego, cuando se tiene el poder, se deja de representar”.

Sin embargo, Néstor empezaba a tener diferencias con Duhalde por ese momento. Alberto ya pivoteaba entre ambos. En el libro relata cómo, durante uno de esos encuentros, Kirchner se levantó mientras Duhalde hablaba. Asustado, Fernández fue a buscarlo: “No me voy a quedar escuchándolo —le dijo Néstor— es una vergüenza (…) Algún día tenemos que dejar de ser un apéndice de los otros. Siempre somos el ala progresista dentro de un peronismo que se torna menemista o duhaldista. ¿Por qué no dejamos de ser el ala y nos hacemos el cuerpo? Alberto, llegó la hora de trabajar para nosotros”.

 

Un insigne desconocido

Alberto Fernández desmitifica la idea de que se lo vincule al núcleo duro de Domingo Cavallo: “En el Grupo Calafate yo era el único que conocía a Cavallo. Había trabajado en su ministerio en los días que estuve a cargo de la Superintendencia de Seguros. A partir de este dato real, en el imaginario público se construyó la falsa idea de que Cavallo y yo teníamos una relación muy fluida, una apreciación por demás errónea”.

Sin embargo, en el año 2000 Alberto Fernández fue elegido como concejal de la ciudad como resultante de un acuerdo que sellaron Cavallo y Gustavo Béliz —un hombre muy cercano a Alberto—, pese a que Néstor le había manifestado que no estaba de acuerdo con que se postulase en ese espacio. Sin embargo, no dejaron de verse. Es más, el 9 de agosto del año 2000, en el café Ópera Prima, también por Barrio Norte, Néstor dio el puntapié inicial. “Alberto, creo que terminó la hora de las aventuras. Necesito que me acompañes porque en el 2003 quiero ser Presidente. Te hablo a vos primero porque necesito tu ayuda en la ciudad de Buenos Aires. Si estás convencido, nos ponemos a trabajar hoy”. Alberto no dudó: “A partir de este instante hay un diputado kirchnerista en la ciudad”. Para Alberto, este fue el instante fundacional de su amistad, de su vínculo político y, sobre todo, de la confianza entre ambos. Porque acá reside otro punto importante: Néstor, gobernador en los confines de la Argentina, era un personaje de la política absolutamente desconocido en la capital y en la Provincia de Buenos Aires. Fue Alberto quien lo ayudó a foguearse. Sin embargo, el ex jefe de Gabinete reconoce que lejos de ser un lecho de rosas, el comienzo de la travesía con Néstor fue percibido como un delirio. “Cristina misma solía preocuparme, diciéndome que impulsar a Néstor en esa aventura ponía en riesgo el gobierno santacruceño”. El año 2001 se precipitaba difícil, aunque nadie vaticinaba ese final de diciembre. Después de la renuncia de Chacho Álvarez a la vicepresidencia, Fernández publicó un artículo en el diario Clarín donde delineó por primera vez la idea de la “transversalidad” que dos años después sería uno de los pilares del gobierno de Néstor. En aquellas jornadas sangrientas, Néstor y Alberto pasaron casi todo el día juntos. Y fue en esos días cuando se convocó la primera reunión en la que participaron más de doscientos militantes en un local cerca del Congreso. “Hice un análisis de la situación, planteé la necesidad de prepararnos para las próximas elecciones (…) Luego habló Kirchner. Su discurso fue crítico hacia la situación política. (…) Acordamos que Kirchner fuera nuestro candidato a Presidente y que, para lograrlo, había que comenzar a trabajar de inmediato en la conformación de nuestro propio partido político”. Unos días después, el entonces Presidente Adolfo Rodríguez Sáa convocó a Néstor en su carácter de gobernador. Alberto le había advertido que los medios de comunicación lo iban a increpar en la entrada para preguntarle sobre su posible candidatura. Según cuenta, Kirchner se hizo el distraído ante la advertencia de que tuviera alguna respuesta pensada. Y tal como le había dicho, sucedió. A los pocos minutos de su ingreso a la Casa Rosada, Crónica titulaba: “Kirchner será candidato”.

Diecisiete años después, nadie se hubiera imaginado —o sí—  la misma placa roja pero con el nombre de su entonces armador, que miraba la escena de aquel flaco con el ojo desviado, desde un bar cerca de la Casa Rosada. En ese entonces Cristina fue lapidaria con Néstor: “Vos sabes que del ridículo no se vuelve, no sé cómo vas a salir de esto”. Alberto cuenta en el libro que tiempo después se reirían de esa escena.

El ahora candidato a Presidente también refleja las tensiones que vivían en esa Argentina dramática que había asumido Eduardo Duhalde, que le había ofrecido a Kirchner asumir como su jefe de gabinete. Alberto creía fervientemente que tenía que aceptar, que eso lo pondría en el centro de la escena, que su cara se haría conocida y que eso ayudaría a levantar su imagen de cara a las presidenciales. Cristina, por el contrario y también muy vehementemente, decía que no tenía que aceptar, que eso lo perjudicaría. Néstor le hizo caso a su mujer. “Tenés que entender algo —le dijo Néstor a Alberto—. Yo no me voy a hacer conocido a cualquier precio, porque para eso mato a mi madre y me van a conocer todos mañana. ¿De qué sirve que me conozcan en el medio de esta hecatombe?” En ese momento se evidenció lo que venía desde hacía tiempo: la tensión entre Néstor y Duhalde era insostenible. Y Alberto jugaría de mediador durante los años venideros.

 

El candidato

Este capítulo es quizás el más explícito de los que Alberto dedica a su rol como armador político. Es la construcción de Néstor como candidato. Acá Alberto se convierte en un verdadero alfil que conversa con un amplio espectro de políticos. Incluso en algún momento se llegó a barajar la fórmula Kirchner-Carrió y fue el propio Fernández quien tanteó a los asesores más cercanos a la diputada. Sin embargo, la rosca y las tensiones estaban puestas en Eduardo Duhalde, que no veía en la figura de Néstor un posible candidato. Alberto sostenía que había que contar con su apoyo para poder ganar. En ese sentido hay anécdotas riquísimas que reflejan la quirúrgica tarea de Fernández de propiciar encuentros que parecieran fortuitos, terciar contra rumores y contraatacar operaciones mediáticas. Una de ellas fue cuando le ofrecieron a Daniel Scioli la vicepresidencia y lo anunció en exclusiva el diario Clarín para contraponer las noticias del diario La Nación, que jugaban en tándem con Duhalde para imponerle a Lavagna como vice.

También es interesante, a la luz de los hechos actuales, el detrás de escena sobre cómo se pensaron los primeros slogans para la campaña de un personaje desconocido en un país fundido en una profunda crisis. Fue la propia Cristina —al igual que ahora— quien propuso el slogan de aquel 2003 que se parece, y mucho, al de este 2019. “¿Qué es lo que quiere la gente? —se preguntaba— Quiere levantarse a la mañana para ir a trabajar y poder darle un beso a sus hijos cuando se van al colegio y quedarse tranquilos de que, si sus abuelos necesitan atención de salud,  la tendrán, y que al cabo de un mes de trabajo les pagarán un sueldo. En rigor de verdad, lo que la gente quiere es vivir en un país en serio”.

 

Vengo a proponerles un sueño

En esas páginas revela el detrás de escena de la primera presidencia de Néstor. Cómo decidieron aquel primer gabinete y el momento en el que le propone ser su ladero.

¿Y vos adónde vas a ir? —le preguntó Néstor.

—Yo ya llegué a la meta el día que te eligieron Presidente. ¿Dónde querés que vaya, ahora?

Quiero que seas el Jefe de Gabinete, aunque no sé si te animás.

—¿Animarme? ¿Cómo no me voy a animar? ¡Deciles que vengan de a uno!

En 2011 reflexiona sin saber que ocho años después estará ocupando otro lugar: “La tarea no era fácil, pero eso no me asustaba. Toda mi vida había soñado con la posibilidad de ocupar un lugar de protagonismo que me permitiera trabajar para mejorar la vida de la gente. Sentí que estaba precisamente en el sitio”.

En este capítulo cuenta la trastienda de las primeras medidas, de la derogación de las leyes de la impunidad; del recambio de la Corte Suprema; la relación con el FMI —en ese sentido aparece mencionado con mucha vehemencia Guillermo Nielsen, quien era el encargado de renegociar la deuda, y que hoy suena entre los economistas más cercanos al candidato—; la famosa cumbre del ALCA; y sobre todo de su rol como articulador de un espacio de transversalidad.

En este recorrido dos nombres son mencionados por Alberto con los que mantiene diferencias y peleas severas: Roberto Lavagna y Guillermo Moreno. Nombres y vínculos que también se explican en la actualidad.

 

Cristina-Cobos

Como el título del capítulo lo indica (El por qué de Cristina), el actual candidato a Presidente también explica cómo se cocinó la candidatura de Cristina, de la que él fue uno de los artífices. Y sobre todo también acá deja en evidencia ciertos rasgos del vínculo y del afecto entre el matrimonio, lo cual también explica por qué, ocho años después, es Alberto el que le insiste a Cristina para que escriba Sinceramente porque estaba angustiado —él mismo lo dijo—, de escuchar tantas mentiras sobre ellos. Acá también Alberto se hace cargo de haber elegido a Cobos como vicepresidente —algo que le reprocha CFK y mucho en las páginas de su libro— y de algunas medidas cruciales de aquel primer gobierno de Cristina como, por ejemplo, la creación del ministerio de Ciencia y Tecnología que fue recomendado por él. También es interesante leer esto en retrospectiva, desde el presente de ese ministerio degradado  secretaría, uno de los sectores más castigados por el actual gobierno. También confiesa que Néstor le ofreció ser ministro de Economía del gabinete de CFK y que lo rechazó y que fue él el que propuso a Martín Lousteau, a quien finalmente eligieron.

 

Carta Abierta y La Cámpora

El capítulo La 125 es crucial para entender el principio del fin del vínculo entre Alberto y el matrimonio Kirchner. Fernández revisa paso a paso cómo se sucedieron esos agitados meses en que se desató una batalla entre el gobierno y el campo y explica por qué empezó a distanciarse de Néstor y de Cristina, al punto de presentar su renuncia. Es aquí donde se delinean las principales críticas que Alberto tuvo contra este período. “Alguna vez le pregunté a Néstor por qué razón debíamos extremar tanto las posiciones, si durante su presidencia nunca habíamos procedido de ese modo”. Su crítica principal debe releerse desde la actualidad. Alberto deja en claro en estas páginas que debieron tener una actitud más conciliadora, más abierta a otras opiniones, con capacidad de autocrítica. Alberto grafica con varias anécdotas su figura como conciliador entre los dirigentes agropecuarios y el Poder Ejecutivo—relata varias reuniones secretas con los dirigentes de la mesa de enlace— y el llamado de Cobos minutos antes de la votación del “no positivo”.

También hay apartados que le permiten reflexionar sobre el vínculo entre los Kirchner y los medios de comunicación, los intelectuales afines —especialmente Carta Abierta— y la agrupación La Cámpora. Con estos tres grupos Alberto fue crítico en el 2011, pues consideraba que fueron, en definitiva, los que encapsularon más aún a la Presidenta.

 

Horacio González, en Carta Abierta

 

También reflexiona sobre los motivos por los cuales dejó la jefatura de gabinete: “Mi mirada tenía una voluntad autocrítica, reclamaba correcciones a nuestro método de disputa, propiciaba el cambio de algunas figuras desgastadas, entre ellas la mía”. Y revela una carta profunda sobre los motivos de su renuncia que nunca le llegó a entregar a CFK, porque el propio Néstor la rompió. En este capítulo también relata las últimas veces que vio a ambos y cómo se enteró de la muerte de su amigo. Y deja en claro —esto en el 2011— el afecto y el cariño que, pese a todo, mantenía con ambos. Eso explica por qué en 2017 volvió a reencontrarse con Cristina como si nada hubiera pasado —pese a que estuvieron una década sin hablarse— y permite comprender y seguir reflexionando acerca de la jugada política que, una vez más, desestructuró el tablero.

 

 

 

* Licenciada en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y periodista.

 

 

Publicado en Nuestras Voces
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