LOS CANDIGATOS
Entre los condimentos del discurso político, no habría que olvidar la represión sexual
“Macri es el candidato” dijo Rodríguez Larreta el 11 de mayo con sonrisa de bromista, ante un Presidente con sonrisa mefistofélica y una gobernadora con sonrisa de emoticón. Ya lo había dicho antes y ya lo venían repitiendo distintos funcionarios cuando fue creciendo el rumor del Plan V para que Vidal reemplazara en la fórmula presidencial a quien crecía en modo imparable en su imagen negativa, hasta llegar al punto crítico considerado por el Hacedor Jaime Durán Barba como de no retorno: “En las elecciones presidenciales mexicanas de 2006, Roberto Madrazo, del PRI, tenía en las encuestas más del 60% de opiniones negativas. Cuando nos preguntaron qué se podía hacer en este caso, nuestra respuesta fue simple: cambiar de candidato” (El arte de ganar).
El 12 de mayo se difundió una encuesta del Centro de Estudios de Opinión Pública registrando una imagen negativa de 61% para Macri. ¿Qué hacer entonces? Tres días después le preguntaron a Alfredo Cornejo, presidente de la Unión Cívica Radical, uno de los tres socios de la coalición gobernante: ¿Hay alguna chance de que el candidato de Cambiemos no sea el presidente Macri? Descargando una sonrisa nerviosa, Cornejo respondió: “No hay que descartar esa chance”.
Los enamorados
Durante años, Macri sostuvo que en su espacio político eran un equipo en el que nadie era indispensable porque no había personalismos, a diferencia del peronismo que promovía el culto a la personalidad y el autoritarismo. Cambiemos llegaba con los mejores y en esa aristogatocracia no había ningún “primus inter pares”. Sin embargo, cuando el 29 de marzo Vidal inició un retiro en Chapadmalal con su gabinete para analizar la situación política que ponía al plan V en el medio de la escena, Macri cayó de sorpresa al día siguiente para clausurar toda duda interna: el candigato era él. Todos eran buenos pero él era el mejor de los mejores. Y aunque Vidal ya iniciaba su reacomodo, ese día resignó toda ambición y juró lealtad hasta el final.
Esa actuación de Macri fue interpretada por un periodista de meticulosos editoriales homéricos como un “cambio de ánimo”. Es así que Macri, que venía desencantado y enojado por los reveses del gobierno, encontró algo que lo motivó cuando le dijeron: “están discutiendo tu candidatura”, “están pensando que hay uno o una mejor que vos”. Esos dichos habrían funcionado como una suerte de filtro revulsivo, esperanzador y tranquilizante a la vez, que cambió el ánimo presidencial, porque “esto (lo oído), en la psicología de un calabrés puede ser tremendo”.
Aunque nada sabemos de la psicología de un calabrés, esa interpretación de la conducta de Macri, sin embargo, transmitía la candorosa imagen de una suerte de “Marco, de Calabria a los Andes”, que movilizado por una herida a su narcisismo restaura heroicamente su ilusión política, al modo de aquel niño que en la novela Corazón lo había hecho con la ilusión de vivir de su madre. Y ese candor aproximaba a este nuevo Marco con la candidez de la gobernadora Heidi – el Hada Buena. Pero entre los muchos adjetivos con los que alguien pueda calificar a Macri, el decir que es un hombre “candoroso” no indicaría más que un trastorno de la percepción.
Tampoco nada sabemos de los motivos que llevaron a Macri a irrumpir en Chapadmalal. Pero es razonable pensar que haya tenido uno de los temores que suelen tener todos los gobernantes cuando se anuncia la caída de su impunidad y se vislumbra el tiempo de rendir cuentas: que al dejar el poder su sucesor le clave un puñal por la espalda. Después de todo, él conocía desde hace muchos años a quien se ocultaba tras la apariencia de la candigata: “Cuando la llevé a trabajar a Boca me dijeron ‘A esta pendeja no le van a dar bola’ y al mes ya los tenía cagando, todos en filita. Cómo no voy a estar incondicionalmente con ella, amo lo que hace y es una alegría trabajar juntos”. Pero el amor de ayer hoy sólo es desconfianza y lo que fue alegría hoy sólo son negocios.
¿Hasta cuándo, Catilina?
“Candor” tiene el significado de suma blancura, sinceridad, ingenuidad, y pureza del ánimo; y “candidez” –ser blanco, sin malicia— es su sinónimo por excelencia. Y así como resulta difícil asociar a Macri con candor, también resulta chocante que se nos pida asociar a “candidato” (político) con “candidez”. Y sin embargo, candidato deriva de candidez. La asociación en cuestión viene de las elecciones políticas en la antigua Roma y los colores de la vestimenta que usaban los romanos. Los candidatos a ocupar un cargo público debían vestir la llamada toga candida, de un color blanco distinto –logrado por el frote de la lana con tiza— al de la toga pura que vestía el común de los ciudadanos varones adultos. La toga candida simbolizaba dignidad y autoridad del funcionario.
Esos candidatos ya eran asesorados entonces en su imagen para poder triunfar con su candidatura. El documento “Notas sobre la campaña electoral” o “Manual del candidato” (Commentariulum Petitionis), fue dirigido a Marco Tulio Cicerón cuando en el año 64 aC se postuló a cónsul de Roma por un lejano antecesor de Durán Barba aunque con una abismal diferencia: el fin de Cicerón era la vida de la República y la salud de Roma, y el triunfo de su candidatura el medio para alcanzarlo. En El arte de ganar de este irreverente publicista, en cambio —y cómo ha empezado a verlo el radicalismo en la figura de su Presidente—, sólo importa el medio. Después de todo, el fin es el que cada candidato quiera alcanzar y la república nada tiene que ver eso.
Esa diferencia es la que tuvo que asumir Cicerón cuando fue elegido cónsul y debió enfrentarse a la conjura amenazante para la cosa pública de Lucio Catilina, un conspirador rechazado como candidato a cónsul por su mala imagen asociada a varias transgresiones. Los cuatro discursos de Cicerón contra él –Catilinarias—, han pasado a ser ejemplares del rechazo a los atentados contra el orden republicano. Así se ha hecho célebre el comienzo del primer discurso: “¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de la paciencia nuestra?”
Recordar esta asociación entre “candidato” y “candidez”, que se pretende establecer en las figuras de Macri y Vidal, tiene que ver con una nueva regresión de Cambiemos. Porque en sentido contrario a quien ha opinado que sería “ofensivo” que en Cambiemos no dejaran que Macri fuera su candidato, ya que es el actual Presidente y se debiera respetar esa dignidad de su rango; desde la perspectiva de la violación de los intereses comunes y jurados de afianzar la justicia, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, esa falsa candidez en la dignidad de su cargo es la que resulta ofensiva, como queda reflejado en su imagen negativa.
La yegua madrina
“La yegua también trota”, dijo Aníbal Fernández para señalar que a Cristina Kirchner también había que contarla entre quienes se podían anotar como candidatos para la carrera presidencial. Así la había etiquetado una parte de sus opositores apelando al uso despectivo del sentido de mujer mala y de moral cuestionable. Pero esa mujer se presentó Sinceramente y participó en una amplia reunión del Partido Justicialista que la puso en el centro de su orden ecuestre. De inmediato, el orden gatuno se puso nervioso.
“Los pueblos no vuelven para atrás, miran hacia adelante”, dijo Juan Manuel Urtubey, uno de los referentes de Alternativa Federal, para desalentar esa candidatura y diferenciarse en su peronismo, sin que pudiera entenderse cómo compatibilizar la exclusión de esa posibilidad con la noción de peronismo, un espacio político que tuvo que luchar 18 años contra la exclusión de su líder del poder volver a ser candidato presidencial. Diferenciarse por la proscripción de una prescripción temporal no parece coherente con el llamarse peronista.
En su libro, Cristina se pregunta cómo es posible que sus detractores le adjudiquen una suerte de incontenible furia sexual a “una mujer de 66 años, viuda y abuela”, cuyos encantos –si los tuviera— estarían muy disminuidos por su edad. Mientras, de la gobernadora Vidal, “una mujer muy joven, de 45 años y divorciada (…) nunca ningún medio o periodista menciona romance ni noviazgo alguno. Todo lo contrario; la presentan como una mujer casi virginal, angelical, una suerte de hada buena. Y ya se sabe, las vírgenes y las hadas no tienen novio y los ángeles ni siquiera sexo”. E interpreta esa diferencia: “Esto de los medios de comunicación inventándome amantes o novios no tiene que ver sólo con la misoginia, sino también –y fundamentalmente— con la ideología política”.
Pero si una de las acepciones de yegua, dijimos, es mujer mala y de moral cuestionable; otra es la de mujer de buen cuerpo, bien contorneada, objeto sexual atractivo. Por eso creo que un psicoanalista se haría un festín con las pulsiones de quienes ven a Cristina Kirchner como una “yegua” desenfrenada y a la gobernadora Vidal como una “gata” cándida. Y teniendo en cuenta la intensidad de las pasiones que desata la primera, no sería raro que pensara: ¡Cómo los calienta Cristina! Parece que a muchos varones argentinos los calienta más una yegua que una gata. Y quizá concluyera: ¡Cuánta represión sexual en el discurso político!
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí