—¿Vos sos el hijo de María del Carmen, verdad?
—Sí —dijo Pablo Jurkiewicz.
—Tomá, esto lo escribió tu madre.
El hombre le entregó un sobre, lo abrazó y se alejó. La escena es de mayo de 2014. Pablo, recién llegado del exilio, participaba de un homenaje a Carlos Mugica en la capilla Cristo Obrero, en Retiro. Abrió el sobre. Adentro encontró la fotocopia de una carta escrita por su madre, María del Carmen Artero, fechada trece días después del asesinato del cura peronista. Estaba dirigida a su amiga Marcela Estrada, quien residía en Francia.
Pablo y su familia acababan de enterarse, cuarenta años después, de la existencia de ese texto mecanografiado, de gran valor documental, que narra en detalle lo ocurrido frente a la iglesia de Villa Luro.
Durante el fatídico sábado 11 de mayo de 1974, una ráfaga de ametralladora asesinaba a Mugica cuando salía de la parroquia San Francisco Solano, tras celebrar misa. Allí se encontraba María del Carmen, su estrecha colaboradora. Ella ayudó a cargar los cuerpos de Mugica y de Ricardo Capelli, amigo del sacerdote, también herido, en el Citroën de un vecino.
Buenos Aires, 24/5/74
Mi muy querida Marcela
Anoche llegó tu carta al barrio, que leímos allí. Me pedís que te cuente y no sé si voy a poder hacerlo coherentemente, porque desde el 11 de mayo a las 19.40 hs se nos ha venido la estantería abajo a todos aquellos que estuvimos cerca de Carlos, unos en forma más o menos cercana, algunos en actitud crítica frente a su postura política, pero todos con un inmenso respeto por su valentía. (…) Llegamos a la iglesia y Ricardo y Nicolás se quedaron en el coche. Yo tuve el privilegio de oírlo por última vez, de recibir la comunión de sus manos, luego me recordaría cada gesto de esa tarde. Cuando terminó la misa salí a buscar a Ricardo para que habláramos con Carlos. (…) Me quedé junto a él, saludó a Nicolás y a dos metros había un hombre esperando. Carlos le dijo a Nicolás, esperame un momentito que tengo que hablar con este señor. Allí comenzó todo. Está muy confuso para mí ese primer instante. Me parece que aparece alguien más y Carlos retrocede hasta la pared y comienza a resbalar, y cae sentado apoyada su cabeza contra la pared.
María del Carmen Artero nació en Mendoza en 1935. Separada, católica de militancia diaria en la villa —adonde solía llevar a sus cuatro hijos—, era trabajadora del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial). Gracias a su persistencia consiguió crear el sindicato interno y una guardería. Formaba parte de Montoneros cuando fue secuestrada en la calle, el 11 de octubre de 1978, junto a una de sus hijas, Cristina, de 18 años. Ambas fueron trasladadas al centro clandestino de detención El Olimpo. La hija —madre de un bebé al que también llevaron allí—, consiguió recuperar la libertad dos semanas más tarde. En 1981 declaró ante Amnistía Internacional: “Fui llevada a ver a mi madre. Sólo me dejaron verla unos pocos minutos. Me dijo: 'Acostumbrate a la idea de que no vas a volver a verme. Te pido que nunca te olvides de lo que viste acá. Que esto no sea en vano. Contalo'".
"(...) Corrí hacia él y empiezo a escuchar como si fueran petardos y veo junto al cuerpo de Carlos una serie de fogonazos. Vi a un hombre joven que debió estar prácticamente al lado mío, caminar dos o tres pasos hasta un coche que había estacionado en ese instante ante nosotros con la puerta abierta, sube y salen a toda velocidad. Me agacho junto a Carlos y siento que se queja, le paso mi brazo por la espalda para tratar de levantarlo y siento en mi mano correr su sangre tibia y recién en ese momento, Marcela, recién en ese momento, me doy cuenta que lo han ametrallado... ".
“Yo era un adolescente. Nunca voy a olvidar a mi madre ese día, al llegar a la casa de mi abuela. Estaba ensangrentada de pies a cabeza”, confiesa Pablo. En el relicario de la parroquia Cristo Obrero se conserva un trozo del jean que usó su mamá mientras sostenía la cabeza de Mugica en su regazo.
"...Ahí apareció el Padre Vernazza y se agachó junto a él, le dio la absolución y entre los dos lo subimos a un coche, mientras gritaba desesperada su nombre. A Ricardo también le habían alcanzado las balas. Con Vernazza llevamos a Carlos al hospital Salaberry. Apenas llegamos empezaron las transfusiones, le dieron 10 litros. Estuvo consciente durante casi todo el tiempo. Tenía una gran serenidad a pesar de que sufría muchísimo, pues pidió calmantes. Lo llevaron a la sala de operaciones y me hicieron salir de la sala, luego me llevó la cana junto a Nicolás. Nos dejaron incomunicados. Nos dejaron en libertad el domingo a las 14 hs. Corrí al Rawson a donde habían trasladado del Salaberry a Ricardo. Carlos murió en la mesa de operaciones a las 22.10 hs del sábado. (…) Marcela querida, cuando te fuiste tenías un mal presentimiento, ¿te acordas? Algo malo iba a suceder. Me acordé de vos. (…) Durante toda la noche del 12 al 13 estuvieron los sacerdotes turnándose y rezando y cantando frente al cuerpo de Carlos mientras desfilaban sin pausa cantidades increíbles de gente. ¡Cuántos lo amaban, Marcela! ¡Qué contento debe estar él! Me lo imagino frotándose las manos en ese gesto tan característico de él y riéndose con su risa de chico".
A partir del golpe de 1976, la familia Jurkiewicz fue perseguida y su casa allanada. Debieron pasar a la clandestinidad. Pablo, el hijo mayor, militante de la UES, fue secuestrado a principios de 1978 junto a su abuela y un amigo de ellos; los trasladaron al CCD El Banco. Otras dos hijas María del Carmen, Cristina y Alicia, partieron al exilio.
Cristina Jurkewicz reside en Holanda. Lucha por mantener viva no sólo la memoria de su madre, sino además por mantener su ejemplo de entrega, generosidad y compromiso hasta el final. La difusión de la carta en Facebook durante estos días reaviva la emoción del hallazgo: “Por una vez mamá va a volver a estar en el lugar que le corresponde, el barrio que tanto caminó, y en el que los que nada tienen, tanto le dieron.”
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