El carácter flotante de lo plebeyo  

Roberto Carri reflexiona sobre la leyenda del rebelde Isidro Velázquez

 

En su libro Isidro Velázquez, formas prerevolucionarias de la violencia, Roberto Carri investiga las rebeliones populares espontáneas a partir del caso formado por el dúo del bandolerismo social chaqueño Isidro Velázquez y Vicente Gauna. Velázquez, “honesto peón rural de origen correntino, sufrió una serie de hostigamientos por parte de la policía de Colonia Elisa (Chaco), que culminaron con su detención y posterior fuga de la cárcel local”. Desde entonces “comenzó una vida fuera de la ley y durante más de seis años tuvo en jaque a toda la policía provincial”. Aunque la acusación oficial contra él habla de robo, reiteradas versiones hablan de una persecución arbitraria, “un típico acto de violencia policial injustificado” que deriva en un alzamiento contra la ley. Prófugo de la justicia y acompañado por Gauna (un “salvaje irreductible”), entre los años 1962 y 1967 los bandidos roban a los ricos (secuestran estancieros) y se burlan de las fuerzas del orden (con fugas desopilantes y acciones espectaculares). La leyenda oriunda del pobrerío rural y la comunidad indígena de la zona que les brindaba apoyo atribuye a Velázquez poderes especiales, tales como volverse invisible para escapar de las emboscadas y capacidad de dominar al enemigo con la mirada.

El fenómeno que Carri quiere desentrañar es el de la popularidad de Velázquez, la enorme simpatía y la solidaridad activa que despertó entre los sectores más pobres de la población: “criollos de origen correntino, santiagueños e indígenas”. Es el odio de estos sectores el que se proyecta sobre Velázquez, un rebelde individualista, convirtiéndolo en un héroe que enfrenta al régimen colonial dominado por grandes propietarios blancos y sus fuerzas armadas. Estos trabajadores pobres que apoyan a Velázquez vienen caracterizados por Carri como un “proletariado total”, muy diferente a las fracciones obreras urbanas integradas en la industria moderna, a las que la teoría revolucionaria atribuye el papel central del proceso emancipador. Junto a la desposesión total, este proletariado se caracteriza por su condición deambulatoria, migrante. En la página 44 puede leerse el siguiente texto: “Los trabajadores del monte, en su mayor parte provenientes de la provincia de Corrientes —principal exportadora de carne humana del país junto con Santiago del Estero— y en segundo término paraguayos y santiagueños, no pueden volver a su lugar de origen y deambulan por la provincia en busca de trabajo. Los más audaces van hacia las ciudades cercanas o al sur a engrosar la población de las villas miseria. Esta población que ha dejado de ser rural, todavía no se ha incorporado a la actividad económica urbana, forma un semiproletariado flotante de carácter semirural y semiurbano a la vez. En estos hombres y en los integrantes de las colonias indígenas va a encontrar Isidro Velázquez el mayor apoyo”.

Hay en Carri elementos para una teoría no populista de la rebelión plebeya, ligada a la desposesión de la tierra. Una teoría que desconfía de la inclusión del proletariado en las estructuras del estado y se interesa por los modos de politización de una población flotante cuyas revueltas, a pesar de calificadas de “prepolíticas”, expresan el fracaso de la violencia por fijar al indio y al pobre a un espacio colonial inamovible. La guerra contra el indio, dice Carri, fue la tentativa por imponerle la racionalidad del sedentarismo y del obraje. Y la posterior implantación del chacarero migrante, proveniente de Europa, introdujo un sistema de parcelación y explotación intensiva de la tierra incompatible con el nomadismo indígena.

Carri escribe sobre Velázquez siendo un joven sociólogo de 28 años. El libro, publicado en 1968 por la editorial de Ortega Peña, tiene un sentido polémico contra los reformadores progresistas, un tipo de pedagogía moral, modernizante, que pregona la extensión de las buenas formas sin reparar en la necesaria reforma de las estructuras materiales; contra izquierdas formalistas, que conciben la revolución según un prolijo guión o modelo que se despliega según reglas predeterminadas; y contra los bandoleros sociológicos “que utilizan el conocimiento técnico al servicio de la coacción y el mantenimiento del orden”.

Leyendo a Frantz Fanon y al Eric Hobsbawm de Rebeldes primitivos, la sociología tercermundista de Carri se interroga por el papel de las revueltas en las condiciones específicas en las que un moderno capitalismo prolonga relaciones sociales de tipo coloniales, basadas en la división de dos sociedades sin comunicación entre ellas; en la utilización de la violencia policial como principal instrumento público de estabilización y en la racialización de la pobreza, estrechamente asociada al color de la piel. Para Carri, la violencia de quienes soportan la desposesión total es justa.

La peligrosidad política del fenómeno Velázquez es mejor percibida por las fuerzas del orden. “Después de muerto Velázquez se producen impresionantes desfiles populares frente a sus restos y los de Gauna”, que la policía prohíbe. Y no sólo eso. A partir de entonces se adopta la fecha del 1° de diciembre como día de la policía local: “Es una revancha que toman los vigilantes ante el desprecio y el dolor del pueblo”.

¿Y Gauna? Carri lo describe como un “delincuente total”, un ser asocial que sigue a Velázquez —hombre de buenas formas y sensibilidad popular— por razones puramente delictivas, y que desempeña, sin embargo, un rol fundamental en la constitución del sentido radical de la campaña: “El carácter irreductible de Gauna, en cierta forma, impide a Velázquez arribar a acuerdos con la ciudad, con la civilización”, preserva al héroe de la política local. Gauna, sujeto cruel y enemigo de la sociedad, bloquea la posibilidad del pacto y la traición, y garantiza la fidelidad de Velázquez al pueblo, al tiempo que es él quien pone en peligro la vida de los hacendados y comerciantes. “Velázquez es más peligroso desde que Gauna está junto a él”.

La fuga al monte, el apoyo popular, la vida nómada, la capacidad de escondite y las acciones espectaculares hicieron de Velázquez un precursor capaz de encender e intercomunicar un sentimiento de rebelión colectiva. Velázquez fue la expresión de la rebeldía comunal, encarnación del odio popular y de un profundo sentimiento de redención, la personificación más acabada de un deseo de venganza largamente postergado.

La edición en la que leo a Carri es de Colihue, a cargo de Horacio González, con un epílogo en el que Eduardo Luis Duhalde recuerda la trayectoria militante del autor, su paso por el Peronismo de Base y Montoneros y su desaparición, a los 36 años, en manos del terrorismo de Estado. El libro fue publicado en 2001. Seguramente sea una casualidad.

 

 

 

 

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