Estos ojos... ¿de quién son?
¿de quién son mis deseos de hoy?
y éste insomnio ¿de quién es?
(Los Redondos, Luzbelito, 1996)
Este año electoral incluirá a un millón y medio de jóvenes que votarán por primera vez. El dato nos exige definir qué ámbitos de diálogo se construyen para crear una dialéctica entre la dirigencia política y las nuevas generaciones, en donde esos jóvenes que crecieron en el calor de un estado presente observen un futuro en un tiempo histórico que no lo vislumbra ni permite gestarlo.
Esta experiencia social sin futuro nos colocó en un contexto histórico que nos repolitiza frente a una modernidad en donde las viejas costumbres de la política tradicional no nos interpelan, no nos sirven, ni tampoco son fiables. Sin embargo, esa nueva situación, más efectiva, más adecuada, más transversal no se ha inventado todavía. El movimiento feminista ha dejado pistas claras en ese sentido. La transformación de las pibas fue la apertura para revisarlo todo y nos enseñó que la herramienta para participar en política tiene que empezar por un recorrido identitario desde lo personal a lo colectivo.
En este contexto que describimos la palabra política perdió carne, significado y legitimidad entre pares. La consecuencia de eso es una política cada vez más líquida que diluye la confianza en las instituciones. Esa liquidez nos coloca en un abismo que siempre nos encuentra atados en dos posibles decisiones que podrían resumirse en aquellas pasiones que expresa el filósofo francés Alain Badiou: quemar o construir.
Quemar nos reduce a acciones de lo inmediato, de la presencia sobre la sustancia. Por el contrario, construir nos habla de una organización en el tiempo.
En esas pasiones constatadas resulta clave debatir sobre nuestra identidad. La identidad como un proceso, porque sabemos que no se construye de una vez y para siempre. Sin embargo, este tratamiento actual señala a la juventud como la culpable (o responsable) de los males. La culpabilización de la que venimos hablando es cuando se nos aparta del campo de decisiones, de protagonismo, como efectivamente sucede y para poder controlarla y reprimirla, se la culpabiliza de varios problemas. Entre ellos, la inseguridad. La consecuencia de eso —a diferencia de otros sectores sociales— es que somos hablados y nunca tenemos el rol de ser hablantes.
La llegada al poder político de la derecha pulverizó un futuro que se articulaba en un periodo donde los derechos obtenidos marcaban una hoja de ruta de nuevas condiciones, nuevas oportunidades y nuevas promesas. Acaso, ¿no tuvimos una juventud digna de inscribirse? El día crece en la noche como una victoria en donde somos protagonistas con el anhelo de construir otro futuro que transforme el proceso de identificación. En este escenario, el rol de la juventud vuelve a ser un factor determinante para torcer el rumbo de la historia del país. Pero en este presente la política tradicional tendrá que revisar las reglas del juego para llegar a esa identidad politizada y por politizarse.
*Colectivo Estudiantil de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Moreno
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí