En los últimos años el tango ha reaparecido entre las preferencias juveniles. He escuchado a varios conjuntos y orquestas con simpatía y asombro. Con simpatía porque esa fidelidad constituye un fenómeno cultural valioso. Con asombro porque algunas de esas formaciones reproducen el estilo de algunas de las más célebres de un tiempo en que los abuelos de estos músicos no habían nacido o eran pibes.
En otros lugares es usual la existencia de conjuntos tributo, en general formados por músicos que tocaron con la figura recordada, a quienes se van sumando otros. En una época el Lincoln Center de Nueva York, todas las semanas podía escucharse a una banda tributo a Thelonious Monk, organizada por su viuda. Acá es menos común.
Una de esas orquestas celebra a Osvaldo Pugliese. Otra, a Carlos Di Sarli. Los recuerdo con los anteojos oscuros que cubrían la timidez de ambos.
Después de escuchar a una de esas orquestas, me dio por dar vuelta el mecanismo y volví a los originales.
Primero, la presentación de Osvaldo Pugliese en el Teatro Colón, poco después de la dictadura que lo incluyó en sus listas negras porque era comunista. Aparte de ser una joya, muestra que su evolución no se detuvo nunca. Ese Pugliese de los años '80 se parece menos al Pugliese de los '40 que las orquestas tributo de hoy.
Después del programa en el Colón, incluí dos versiones raras de Pugliese. Un solo de piano de Flores Negras, el gran tema de Francisco De Caro, el hermano de Julio; y una versión del gardeliano Día que me quieras, con el piano y las cuerdas.
La otra gran orquesta que volví a escuchar esta semana es la de Carlos Di Sarli, quien fue silenciado durante muchos años porque circulaba la voz de que era mufa.
Me da tanto placer, que desafío la leyenda sin temor.
A diferencia de Troilo, ni Pugliese ni Di Sarli se caracterizaron por un gran trabajo con los cantores, pese a lo cual Pugliese tuvo algunos que quedaron en la memoria colectiva, como Roberto Chanel, Jorge Vidal o Alberto Morán, y otros que dejaron al menos algunas versiones canónicas, como el Antiguo reloj de cobre o el Acquaforte de Miguel Montero. No creo que ocurra lo mismo con los que lo acompañaron esta noche en el Colón, pero es un dato menor.
Troilo era tan grande en ese aspecto que tomó en el ocaso a uno de los cantores de Di Sarli en su apogeo, y lo hizo sonar como si fuera otro Roberto Rufino.
Todo esto es arbitrario, como el gusto personal, y lo último que quisiera es que se interpretara como una crítica a los conjuntos que me suscitaron el deseo de volver a los originales. Los recrean con amor y talento. Nadie sabe mejor que ellos lo grandes que fueron Pugliese y Di Sarli. No creo que se ofendan si digo que son insuperables.
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