La semana pasada te hablé del violinista Jascha Heifetz pero lo único que se me ocurrió decirte del violín fue que era el instrumento preferido de los músicos judíos de Europa Oriental porque en época de cosacos y progromos para salir de raje era más práctico que un piano. En cambio me detuve en el cello, que para mi gusto es el instrumento más dramático y más dulce que existe.
Nada me conmueve más que las suites de Bach para cello solo, en la versión de Pau Casals grabada hace más de ochenta años, que te propongo escuchar de nuevo. Ojalá no te canse nunca, como a mi. Si preferís saltearlas y seguir adelante hacelo sin culpa. Aquí sólo vale lo que da placer y cada quien es cada cual.
Además de ser un instrumentista descomunal, Casals era una persona de un temple y unas convicciones sólidos como una roca. En julio de 1936 ensayaba la Novena Sinfonía de Beethoven en el bellísimo Palau de la Música de Barcelona cuando un funcionario irrumpió para anunciar el alzamiento militar. Pese a la amenaza de bombardeos insistió en terminar el ensayo, para no darles el gusto.
Una vez vencida la República, marchó con millones de compatriotas a Francia y mantuvo una intransigencia absoluta con la dictadura, igual que Picasso. Ambos se negaron a pisar el suelo español mientras viviera Franco, que los sobrevivió. Ambos genios murieron en 1973 y el dictador dos años después. Recién entonces pudo exhibirse en España el Guernica, la obra de Picasso sobre el primer bombardeo de la historia sobre una ciudad y sus habitantes, que hoy tiene sede permanente en el museo Reina Sofía.
En 1999, Carlos Saura dirigió Goya en Burdeos, una película que no tuvo una gran aprobación crítica pero que a mi me gustó como pocas. Estoy averiguando si podemos subirla al Cohete y si lo conseguimos creo que me lo vas a agradecer. Con escasos recursos, sin respetar las fronteras entre los géneros, y con una secuencia entre pictórica y teatral con la Fura dels Baus, Saura trazó un retrato expresionista de una época sombría (la de la contrarrevolución y las cadenas, como vivaban los partidarios del oscurantismo) y de otro de los cuatro grandes de la pintura española.
(¿Te quedaste pensando? Por supuesto no es más que una opinión personal de alguien que no tiene ninguna autoridad en la materia. Los que a mi me parecen impresionantes son, por orden de aparición, Velázquez, Goya, Picasso y Dalí).
La banda sonora de Goya en Burdeos gira sobre la obra de su contemporáneo Luigi Boccherini. Después de ver la película por segunda vez me quedó sonando durante días, meses y años. Buscando la música para esta nota me encontré con datos biográficos que no conocía: Boccherini nació en Italia en 1743, tres años antes que Goya, pero a los 25 se fue a España detrás de la soprano Clementina Pelliccia, de la que se había enamorado como un orate y con la que vivió hasta la muerte de ella, 17 años después. Pero en España se quedó para siempre y en su música se nota.
Primero te invito a ver una escena de la película de Saura, con dos trabajos imponentes. Paco Rabal se estaba despidiendo, y Maribel Verdú parece consciente de ser mucho más bella que la duquesa de Alba que personifica. Se me ocurre que con la verdadera duquesa, que posó para La Maja Desnuda, sería menos comprensible la chaladura del Goya joven, que interpreta José Coronado.
La película lo muestra en sus años finales, en el exilio en Francia, cuando el regreso del absolutismo hizo España irrespirable para los liberales como Goya (y como San Martín), pero va y viene en el tiempo con una libertad fascinante.
Y luego las sonatas para cello de Boccherini, por Luigi Puxeddu y los Virtuosi della Rotonda .
Agrego el quinteto que Boccherini tituló La música nocturna en las calles de Madrid, por la música pero también por la idea de quien lo subió a YouTube, ilustrado por obras de Goya.
Boccherini se lleva bien con el Goya ligero y jovial de sus primeras obras, cuando retrataba la vida del pueblo en los espacios públicos de las afueras de Madrid y con el Goya pintor de la Corte que puso para siempre bajo sospecha a todos los borbones. En cambio no llegó a conocer su obra más dramática, porque murió en 1805, tres años antes de la guerra de la independencia y los fusilamientos del 2 de mayo, que Goya reflejó con una obsesión única, en la serie de grabados Los desastres de la guerra, y luego en sus Pinturas Negras, que zampó directamente sobre las paredes de La Quinta del Sordo, como le llamaban a la quinta donde vivía el sordo Goya, bien a la española.
(Quienes hayan pasado por España sabrán de la inutilidad de preguntar qué son las violetas escarchadas o la horchata de chufa porque le responderán que son violetas, escarchadas; y una horchata, de chufa. No se si te conté la historia del español que hace fortuna en California y de regreso a su pueblo le preguntan cómo se arregló con el idioma. Responde que bien, pero que no es lo mismo. "A la lechuza le llaman owl. Pero tu dices lechuza, y que la estás viendo").
Cuando ya había terminado la nota me enteré que esta semana se abrió en Buenos Aires una exposición de cuadros y dibujos de Saura, que podrá verse hasta el 30 de abril, de martes a viernes de 13.30 a 20; sábados, de 15 a 19 en ArtexArte, Lavalleja 1062, con entrada libre y gratuita. Una de las obras que se exponen es una osada versión de una de las pinturas más estremecedoras del último Goya, Saturno devorando a su hijo, una transfiguración monstruosa de la España de pesadilla que le tocó vivir.
Una cosa que me alegró fue descubrir que quienes entienden de música consideran que Boccherini es un gran músico subvalorado. Eso mismo pensé cuando me topé con él, en la película de Saura.
Pensaba incluir también un concierto de Haydn para cello, por Rostropovich; el concierto de Elgart por esa loca desatada que era Jacqueline Du Pre y unas sonatas de Beethoven a duo por Friedrich Gulda y Pierre Fournier.
Pero me arrepentí. Con Casals, Boccherini y Goya basta y sobra para una semana.
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