El salvavidas de Washington
Ni la buena voluntad del FMI, que también juega su destino, garantiza la estabilidad de Macri
La semana pasada el dólar volvió a tomar impulso y marcó otro récord. El riesgo país acarició los 800 puntos, la Bolsa perdió en un sólo día todo lo ganado en el año y en Wall Street, los ADR (las empresas argentinas que cotizan allí) fueron las más castigadas de todos los países emergentes. Si hablamos de la economía real, de los salarios, de la inflación o de la situación fiscal, todo es incluso infinitamente peor. El plan económico está haciendo agua por todos lados y parece tener las horas contadas. No por nada la revista Forbes tituló que la “Argentina está a un paso del colapso económico”.
El gobierno lo sabe y acuerda con el diagnóstico. Por eso tras una de las peores semanas económicas, una vez que advirtió que el Apocalipsis estaba llegando, remitió al ministro Nicolás Dujovne a Washington a negociar que el Fondo Monetario les afloje la soga y les habilite más herramientas: de seguir así el destino ya está sellado.
Dante Sica dijo que al gobierno no le preocupaba la suba del dólar, una ridícula e inverosímil puesta en escena para mostrar tranquilidad frente al mercado. Pero todo el futuro del gobierno depende de qué pase con el dólar: las tarifas, la nafta, la inflación, el nivel de actividad, los salarios y hasta el resultado electoral están atados a la divisa norteamericana. Ya todos sabemos qué puede pasar si se escapa.
Dujovne fue entonces con urgencia a Washington para negociar cara a cara con la titular del Fondo, Christine Lagarde, porque a la distancia la cosa estaba tensa. Ya no le alcanzaban ni la delegación que el FMI tiene en las oficinas del Banco Central ni el teléfono. Además, para sumar dramatismo también se reunió con el Secretario del Tesoro norteamericano, Steven Mnuchin, y posteriormente con el Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno. Ninguna de estas reuniones estaban programadas y todo se arregló de apuro.
El oficialismo quiere tapar lo desesperante diciendo que son charlas en las que se hablaría de cuestiones energéticas. Pero nadie consigue reuniones de improviso con Lagarde, Mnuchin o Moreno sólo por ese tema. La cosa está que arde. Porque Dujovne sabe que todo viene muy mal y que su suerte, la del plan del económico e incluso la supervivencia política de Macri dependen de ello. Las metas acordadas con el Fondo una vez más no se están cumpliendo y lo prometido debe renegociarse (otra vez) con el organismo.
El primer acuerdo (firmado en junio de 2018) duró tres meses: se prometió que la inflación no superaría el 32% anual, que la economía no caería y que sólo necesitaban los dólares del FMI de manera precautoria para asegurarse la confianza del mercado. Nada de eso se cumplió. La inflación de 2018 fue de 48% (un 50% arriba del máximo tolerable), el derrumbe económico fue de 2,3%, mientras que el gobierno dilapidó los 15.000 millones de dólares originarios para tratar de frenar las corridas (e igual el dólar pasó en dicho lapso de 25 a 40 pesos). El fracaso del plan fue absoluto y en tiempo récord.
El segundo acuerdo de fin de septiembre fue otro: se pidió más dinero (ya no precautorio sino para uso efectivo porque era evidente que tendría que usarlo todo), no se incluyeron esta vez metas de inflación (pues ya ningún número era creíble) y se prometió más ajuste que nunca. A la par que el Fondo pasó a calcular que la economía en 2019 podía caer con este segundo acuerdo entre 1,7% (para el “escenario optimista”) o un increíble 6,3% (en el “escenario pesimista”).
Pasaron otros cinco meses desde el segundo acuerdo y ya queda claro que tampoco se podrá cumplir. Tras el desmoronamiento de la recaudación, la meta del déficit cero ha quedado archivada. La cláusula de aumento del gasto para ayuda social “por si todo salía muy mal” ya fue anunciada por el Presidente Macri hace dos semanas. El control de la inflación no está resultando, pues se está recalentando mes a mes: en diciembre fue de 2,4%, en enero de 2,9%, en febrero 3,8% y en marzo en torno de 5%. Y eso que el dólar estuvo quieto y las tasas por las nubes. La fuga de capitales se viene duplicando desde noviembre y en marzo amenaza con marcar un récord y hacia adelante puede generar consecuencias impredecibles.
Las herramientas que tiene disponibles el gobierno, según lo firmado en el segundo acuerdo con el FMI, son entre pobres y nulas. Pues confiar en que la sola suba de la tasa de interés será suficiente para calmar todo es una ingenuidad absoluta. La historia ha enseñado que el dólar siempre termina imponiéndose en la carrera con la tasa, y descuajeringa todo a su paso: en noviembre de 2001 las tasas de interés llegaron a superar el 1.000% anual y sin embargo las corridas fueron indetenibles, con tanta fuerza como para desembocar en el corralito, la devaluación y el default. En la hiper del 1989 ocurrió lo mismo: no hubo tasa que pudiera calmar la corrida. Necesitan que le dejen vender dólares de manera directa, que se achique la banda de no intervención, mayor margen para la venta a futuros y que el plan monetario y fiscal sea más laxo.
El gobierno tuvo el pírrico logro de que le autorizaran a utilizar los 9.600 millones del Tesoro a un ritmo de 60 millones diarios desde abril y bajo mecanismo de subasta. Baste recordar que ese fue el mecanismo que usó Luis Caputo cuando estuvo en el Central, dilapidó con ello 15.000 millones en tres meses y en algunas jornadas se llegaron a demandar más de 1.500 millones en un día. Ahora que le dejan vender sólo 60 millones como máximo, sabemos que tampoco va a funcionar.
Por su parte, el gobierno más que nunca depende de que el FMI le gire efectivamente los 11.000 millones de dólares comprometidos para fin de marzo y a su vez que le dé un perdón por los incumplimientos, a la par que le permita también flexibilizar lo comprometido. Pues sino todo terminará realmente muy mal. A tal punto necesita redefinir todo que algunos analistas ya hablan de la necesidad de un tercer acuerdo.
El Fondo pareció dar tres señales sutiles pero determinantes recientemente. La primera fue haberse reunido con todas las fuerzas opositoras para saber si pensaban cumplir lo acordado (kirchnerismo, Lavagna, CGT, peronismo federal) y repagar los dólares que el FMI estaba entregándole a Macri. En todos los casos recibió la misma respuesta: había voluntad de pago pero no capacidad, pues el acuerdo era incumplible y debía ser renegociado indefectiblemente. El Fondo tomó nota de ese diagnóstico común, porque está en riesgo la posibilidad de recuperar el préstamo más grande de la historia del organismo y un default argentino sería peligroso para la supervivencia de la propia institución.
La segunda señal fue más clara todavía: cuando el jueves 7 de marzo el dólar parecía escaparse y marcar un récord, el FMI emitió un comunicado diciendo que sostendría su apoyo a la Argentina más allá del signo político y de lo que pasase hacia adelante. Esto último es clave por dos cosas. Una de ellas es que el Fondo empieza a mostrar un juego cada vez más independiente del gobierno, demostrando que ya le abre la puerta a los partidos de la oposición y que intenta manejarse con ellos, disminuyendo a su interlocutor oficial, casi como dejándolo de lado o incluso dándolo por muerto. La otra es que la institución parece tener claro que el mercado le está soltando la mano a Macri y necesita dar por lo menos alguna señal para contener una virtual explosión en puerta. La economía y el gobierno caminan por la cornisa.
De hecho, hay voces que dudan de que Macri llegue competitivo a octubre o incluso a presentar su candidatura. Mientras que otras por lo bajo temen que no pueda completar su mandato si el dólar se dispara. No es casualidad que todos los socios políticos del Presidente quieran despegarse de él, desdoblar las elecciones o considerarlo un peso muerto para la campaña. Pues con la situación económica actual parece imposible que algún oficialista logre imponerse en las urnas. En épocas de incertidumbre como las actuales es casi imposible anticipar qué ocurrirá dentro de apenas un mes. Y octubre queda a una eternidad y el temor es que si no explota en marzo, lo hará en junio o en agosto. Pero el estallido es inevitable. El dólar no podrá mantenerse en este nivel todo el año.
Por todo esto, la respuesta final para que ni el gobierno ni la economía se terminen de desmoronar depende del Fondo. Ni hablar de la supervivencia política de Dujovne. Pero es una decisión cruzada, pues el organismo también depende de lo que suceda en el futuro con la Argentina. Lo prudente para el FMI sería limitar su exposición a los riesgos que se proyectan sobre la economía del país, no enviar el dinero y dejar que el gobierno se arregle solo. Ya en otros colapsos argentinos del pasado la reputación del organismo en el mundo quedó muy dañada. Ahora va a pasar lo mismo: el FMI va a otro papelón internacional y muchos de sus funcionarios verán el fin de las carreras por las cuales trabajaron durante toda su vida por no saber lidiar con la Argentina.
Sin embargo, tampoco es tan fácil para el FMI borrarse ahora sin más. Ya que ha atado también su destino a Macri y no puede sufrir otro fracaso con nuestro país. Además sabe que si no gira el dinero comprometido en marzo, niega algunos perdones por los incumplimientos o rehusa flexibilizar algunos puntos más del acuerdo, el gobierno no sobrevivirá. Y el Fondo sería responsable, de todos modos, de otro desastre. Por ello, como otras veces en la historia argentina, el futuro del país depende de lo que suceda en Washington. Ya la pelota no la tiene el gobierno sino un organismo que está afuera del país.
@JulianZicari
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