Cuestión de estilo, por si hay 2019
Un debate sobre tecnología entre nacional populistas y desarrollistas
No es que se viene el agua. El agua está. Si se sanciona el agotamiento del gatomacrismo como experiencia política, quienes se hagan cargo del gobierno van a encontrar la sala de máquinas del país inundada. Ninguna novedad. No obstante, vale como recordatorio de que el espacio y tiempo político del reemplazo no está para otra cosa que la velocidad de respuesta. Su éxito es el nacimiento de un sistema de precios cuyo eje está en el mercado interno con vistas a consolidar la trayectoria del desarrollo. En el parto de las encrucijadas, se registran objeciones a las necesidades de recurrir a la inversión externa (greenfield) porque ahonda la dependencia, a pesar de que acelera –de conseguirse, lo cual no es nada fácil— en mucho la salida del marasmo. Nunca está muy claro a qué se quiere aludir con dependencia. Cualquiera sea el significado que se le quiera dar, entre estas arenas movedizas una cosa es firme y segura: se tiene la dependencia del subdesarrollo y no el subdesarrollo de la dependencia. Como la inversión externa es parte de la estrategia que apunta a liquidar el subdesarrollo, la objeción es vana.
Pero no, no hay caso, se alerta que recorrer el último tramo del escarpado y huidizo camino clásico del desarrollo (industrias de base con capital de donde venga y cuando no viene, del Estado) es un error estratégico. Se le antepone para vetarlo, por ejemplo, la categoría estilo tecnológico debida al matemático Oscar Varsavsky (fallecido en 1976). Tal categoría está tratada, entre otras obras, en el ensayo de Varsavsky titulado: “Estilos tecnológicos. Propuestas para la selección de tecnologías bajo racionalidad socialista”. (Las citas que siguen son de ese ensayo).
Como aquí y ahora y en lo que vendrá se trata de racionalidad capitalista, la “racionalidad socialista” vuelve, por decir lo menos, este planteo abstracto frente a la realidad política argentina. Más aún cuando en una suerte política que se juega en meses, el horizonte temporal que postula Varsavsky para su estilo tecnológico “no se extiende más allá de veinte o treinta años, de modo que el tiempo resulta también un recurso muy escaso para hacer los milagros técnicos necesarios”. (pág. 212).
Con sentido práctico, el propio Varsavsky reconoce que “no cabe duda que mientras no cambie la actual estructura de poder es absurdo creer que pueda imponerse un nuevo estilo tecnológico.” (pág. 33). Reconocido el absurdo, Varsavsky tiene muchas dificultades con su criatura epistemológica y confiesa que “en este librito no hemos logrado avanzar mucho en cuanto a la definición concreta de un ET [Estilo Tecnológico] y una GET [Gran Estrategia Tecnológica], pero estimamos que allí está el mayor aporte de la obra, aunque sólo consista en algunas sugerencias para despertar el interés de otros”. (pág. 36).
Mayor sinuosidad epistemológica transita cuando en un ensayo sobre estilo tecnológico dedica nada más que dos líneas a definir lo que es tecnología. Dice que “usaremos la palabra 'tecnología' en su acepción más amplia: receta y medios para lograr un resultado deseado, de cualquier tipo”. (pág. 30). Huelga aclarar que la tecnología es un conglomerado de conocimientos y la técnica un conglomerado de procedimientos. Siendo así, las técnicas se sustituyen unas con otras mientras que las tecnologías sólo pueden enriquecerse y desarrollarse. Tecnología es diferente de técnica, en tanto la primera hace al potencial inherente de un objetivo y la segunda al cumplimiento de dicho potencial. Las cosas funcionan cuando el nivel de tecnología general relacionado con la fabricación y la adopción real de las máquinas permite cumplir con los requisitos de la nueva técnica y así se resuelven los problemas planteados por el acto mismo de establecer una unidad productiva.
A partir de las definiciones dadas, se entiende que la difusión internacional de la tecnología es en sí misma un atajo para y un acelerador del desarrollo. En su categorización rudimentaria y sin matices, Varsavsky confunde técnica con tecnología y da a inferir que la independencia tecnológica es algo así como que César Milstein o Federico Leloir debieran prescindir de Gregor Mendel y Alexander Fleming a fin de seguir todo el camino de desarrollo ya seguido por otros, y evitar la dependencia. ¿Suena muy ridículo? Lo es, pero no porque lo ridiculicemos. Apenas se intenta colegir las consecuencias necesarias de las premisas desde las que se parten. Y esto a pesar de que Varsavsky, advirtiendo al callejón donde está arribando, señala que “ese estilo tecnológico de los países dominantes tiene demasiado de mito. No es el único posible ni el más adecuado para construir una sociedad nueva y mejor. No puede ser rechazado en bloque pero menos aún aceptado en bloque, tanto en sus resultados como en sus métodos y modalidades”. (pág. 27-28).
Por eso llama la atención que uno de los dos prólogos del ensayo reeditado en 2013 (original 1974), el correspondiente a la doctora Ruth Ladenheim (el otro es del doctor Horacio González) afirme que “esa definición aguda y precisa de los problemas de fondo, que pese a los cambios de contexto continúa vigente, puede interpretarse como una de las razones que explican la trascendencia de estas ideas, que las dictaduras militares y el proyecto neoliberal que comenzaran a instaurar, no lograron obstaculizar”. Parecería ser que la cuestión de establecer un Estilo Tecnológico o una Gran Estrategia Tecnológica, es meramente una especulación como un fin en sí mismo, sin atender a objetivos concretos. Sin embargo hay algo más, bien específico, enraizado en las corrientes ideológicas argentinas.
Heckscher-Ohlin-Samuelson
Varsavsky explica que "el concepto de ET permite hacer un filtrado previo, rechazando todas aquellas propuestas que no 'guarden estilo'". Luego de este 'filtro puramente cualitativo', y antes de la evaluación definitiva, en un nivel intermedio “se trata de introducir de manera general el problema de los recursos disponibles […] Esta disponibilidad, o su inversa la escasez, se considera simultáneamente para todos los recursos, todos los proyectos y toda la duración del plan de largo plazo para el sector productivo (pág. 34). Varsavsky acepta la alternativa de sustituir importaciones “cuando se trata de bienes materiales”, pero “no ocurre lo mismo cuando en vez de bienes se trata de tecnologías, marcas, experticia, modas y pautas de consumo; aquí, para la mayoría, la importación parece ser la única alternativa en la práctica. Ese es el gran argumento del desarrollismo y un lazo profundo de nuestra dependencia”. (pág. 45).
La hilacha a la que lleva todo esto aparece clara en las últimas páginas del ensayo, en el capítulo final destinado a ilustrar con casos concretos la propuesta. Se trata de una matriz que resume “una versión embrionaria de nuestros criterios de decisión, propuesta en marzo de 1971 al organismo planificador de un país sudamericano con un proyecto nacional de transición al socialismo” (pág. 257). 17 proyectos en fila y 30 criterios en columna y una valoración de 0 a 5. La industria pesada sacó 0, energía 1, bienes durables por empresas privadas 1 y las alimentarias, cooperativas, entrenamiento técnico, comunidades rurales entre 3 y 5. La invitación a las mañanas campestres –perfumadas de azahar— es a causa de querer producir de acuerdo a la dotación de factores que se poseen. Y así comprobamos que Varsavsky y sus partidarios escribían conforme el modelo llamado HOS (por Eli Heckscher, Bertil Ohlin y Paul Samuelson), el más frecuentado modelo neoclásico redomado librecambista, creyéndose originales sin saberlo (no hay ninguna mención del HOS en el ensayo). De acuerdo al HOS, la Argentina produce granos y Portugal vinos porque tienen mucha tierra y poco capital. Es la escasez o abundancia relativa de los factores la que determina el patrón de especialización.
Lo cierto es que la elección social y políticamente viable es diferente pues, en lugar de ajustar nuestra elección de especializaciones a nuestra variedad de factores, se trata de ajustar esa variedad a las necesidades de nuestras especializaciones. Y esta viene dada por el modelo de consumo que fija la sociedad civil. El asunto es alentar una producción sustitutiva de importaciones una vez que una mercancía se ha convertido en parte del patrón de consumo, así sea una baratija. El tema que nos concierne es el de asegurar las fórmulas y los medios técnicos de su fabricación una vez que su consumo y producción se han convertido en una realidad. No es el caso de Varsavsky, que quiere a toda costa cambiar el modelo de consumo por uno menos alienante y solidario, según propio entendimiento.
Podría suceder que para que nuestra producción sea acorde a nuestra dotación en factores, en lugar de elegir lo que vamos a producir con una técnica dada, podemos optar por la técnica (proporción de los factores) que vamos a utilizar (entre las disponibles) para la producción de ese algo que proviene del modelo de consumo occidental adoptado por nuestra sociedad. Esa es la primera de las dos consideraciones que desacreditan el modelo HOS. La segunda es que la mayor parte de los factores no son ni tan inmóviles en el exterior, ni tan inmutables en el interior, como la teoría HOS lo postula. Es posible modificar las cantidades relativas importándolas y exportándolas o aumentando y disminuyendo su producción en el lugar. Precisamente de esto se trata el desarrollismo. Y esto es lo que hace tan importante la política de ciencia y técnica emprendida y desenvuelta entre 2003 y 2015. Porque uno de los obstáculos más serios que enfrenta la transferencia de tecnología aparece cuando en ciertos países y circunstancias la afluencia de capital extranjero intenta aplicar más conocimiento del que es localmente producido. Es la política científico-tecnológica la que contrarresta el hiato entre la aplicación real del conocimiento que siempre está rezagada, con respecto al reservorio de conocimiento potencialmente susceptible de ser aplicado.
Lenin, Lenin, qué grande sos
En medio de un proceso de crisis de balanza de pagos, poner en práctica una política que invocando la independencia tecnológica quiera cambiar el modelo de consumo, no recurrir al capital extranjero, impulsar valores socialistas (en una sociedad que en 2015 votó lo que votó), está fuera de la realidad. Incluso, aún sin crisis. ¿Pero por dónde viene dada la realidad? Por hacer funcionar la tecnología común existente. Por caso, ahora en el parate del sector automotriz. Atender la coyuntura con vista a estructura nos dice que la Argentina produce un auto más o menos cada 55 habitantes. Un país de dimensiones físicas asimilables a la Argentina como Canadá hace un auto cada 16 habitantes. Para llegar al número canadiense la Argentina necesita quintuplicar su producción de acero y sextuplicar su generación de kilowatts. Además, sin sustituir importaciones (autopartes) eso no se puede hacer. ¿Cómo realizarlo sin la tecnología occidental y sin el capital multinacional, en los tiempos y formas que requieren perentorias la realidad política y económica?
Y llegar a ese número de autos por habitante es lo que está detrás de volver a orillar el valor promedio anual alcanzado entre 2003 y 2011 por el producto per capita de 4,77%. El promedio anual de crecimiento del producto per capita entre 1950 y 2011 fue de 1,37%. Ese valor argentino que metaboliza las largas crisis que vivimos y nos mantuvo estancados es similar al de Inglaterra en el siglo XIX, donde se vieron obligados a inventar el agujero del mate porque sencillamente no existía. Ese es el escenario del estilo tecnológico. Venimos a descubrir que es de estilo victoriano. Es esa falta de apego a la realidad y a la necesidad política lo que lo lleva a preguntarse retóricamente a Varsavsky: “¿Y Lenin no se dio cuenta de que con esta tecnología no se podía construir otra sociedad?” según la cita que hace la doctora Sara Rietti en el “Estudio introductorio” (pág. 19) para dar justo con el tono del ensayo.
Lenin se dio cuenta de otra cosa: la importación de la tecnología más moderna desde los países capitalistas avanzados era el incuestionable objetivo permanente de la estrategia de desarrollo hasta cerrar la brecha. Prioritario, por encima de todos los demás y, en particular, por encima de la entrada de capital. Todo esto a raíz de la consciencia de la responsabilidad política que pesaba sobre su espalda.
Así es que Lenin promovió la sanción de la "ley de concesiones", el 23 de noviembre de 1920. Esa experiencia rusa fue la que recogió la ley de inversión externa china del 8 de julio de 1979, con la que se inició el despegue del panda, y cuya nota la daba que exigía la tecnología más avanzada a cambio de las concesiones. En términos de conferir ventajas a los inversores extranjeros, la anterior experiencia rusa y la posterior china fueron bastante más lejos que Frondizi y Frigerio. Pero acá funcionó y más vale superarla sobre su propia lógica. Y funcionó tan de acuerdo a los intereses nacionales que en la Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina editada por la Cancillería, se refiere que el embajador inglés, Sir John Guthrie Ward, tras una entrevista con Rogelio Frigerio (el abuelo), opinó que éste era: “Una figura siniestra y una mala influencia […] Un ejemplo de su nefaria influencia es su acción reciente de forzar a los empleadores de la industria química a pagar los salarios completos por una huelga reciente de tres semanas.” (Foreign Office (FO), 371/131964, 31-10-1958). Ward expresaba la mala digestión inglesa de que se haya obligado a la Shell a producir petróleo en vez de importarlo. Ward cesó como embajador del Reino en nuestro país en 1961. A partir de 1962 fue designado embajador en Italia. El 27 de octubre de 1962, en la localidad de Bascapè, Pavia, se estrelló la avioneta que llevaba como pasajero a Enrico Mattei. El petróleo y Ward no manifestaron un destino conjunto de buen talante.
Trigo, petróleo, tecnología no importan como valor de uso, importan como valor de cambio. Un valor de cambio mayor implica una clase trabajadora inmersa en una economía avanzada. Entonces, el verdadero asunto es el de negociar con el imperialismo realmente existente, que no necesita poner capital y tecnología en la periferia, salvo que sirvan para desvalorizar a su propia fuerza de trabajo. Ahora, todo esto necesita poder político y realismo en las decisiones. Con vaguedades estériles y vacías no vamos ni a la esquina.
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