Combatiendo al capital productivo
¿Por qué las empresas extranjeras comienzan a fugar de Argentina como moscas?
Las últimas noticias económicas muestran una novedad cualitativa: la creciente cantidad de empresas extranjeras (Hitachi, Nidera, entre otras), muchas de ellas con una larga trayectoria en el país, que están optando por cerrar sus instalaciones o reduciendo drásticamente sus inversiones, para terminar abandonando el mercado argentino.
Lo que podía ser una situación puntual de algún grupo extranjero que debido a su estrategia global decidía abandonar el espacio local —que no correspondía que fuera interpretada como una tendencia—, empieza a constituir un flujo constante de capital extranjero que decide desinvertir en Argentina.
Durante el gobierno de Cristina Kirchner se había verificado la retirada de diversas multinacionales –hecho muy remarcado por la prensa opositora—, lo que guardaba relación con 1) los efectos contractivos de la crisis financiera internacional en la periferia, 2) las dificultades crecientes que encontraban las firmas extranjeras –a medida que se acentuaban los problemas externos de la economía— para remitir utilidades; y 3) el conflicto político, el clima de confrontación y las predicciones apocalípticas que realizaban los propios factores de poder locales anti-gubernamentales.
El macrismo se presentó ante lo que ellos llaman el mundo (Estados Unidos y Europa del Norte) como el modelo político y económico exactamente opuesto a la caricatura que habían inventado del kirchnerismo (un cuasi-chavismo): libertad para hacer negocios; eliminación de controles, trabas y regulaciones; transferencia de poder público a los grandes jugadores corporativos y financieros; excelente disposición oficial ante las necesidades de los conglomerados y otros requerimientos de los países centrales.
El “neo-desarrollismo” del presidente Macri, según algunos acólitos, lograría efectos similares a la gestión de Arturo Frondizi. Eso no ocurrió, sino casi todo lo contrario.
Luego de tres años de gestión neoliberal explícita, el éxodo de empresas extranjeras productivas parece una contradicción flagrante con la filosofía y las expectativas que despertó el “modelo de Cambiemos” en parte del público local.
¿Qué falló?
Mitos neoliberales sobre las multinacionales
El macrismo, y parte de la fantasiosa derecha argentina, pensaron que con la llegada de un gobierno “amigo de los mercados”, compuesto por CEOs optimistas y cancheros, nutrido de académicos al tanto de la última sanata pro-mercado acuñada en el norte, las empresas multinacionales se entusiasmarían, se desataría la ya mítica “lluvia de inversiones”, y el desarrollo se daría de una forma fácil y espontánea (como no se dio en ninguna parte del planeta).
No se trataba de una de las tantas imágenes electorales inventadas para responder a las aspiraciones de ascenso social de tantos argentinos. Parte de la derecha local cree en serio que las multinacionales forman sus expectativas y toman sus decisiones como si fueran un sucedáneo de la derecha local, intoxicadas de ideología y sofismas sobre cómo funciona el mundo.
Debemos decir que las firmas multinacionales por lo general no toman sus decisiones producto de impulsos ni de arrebatos emocionales, ni para bien ni para mal. Y que miran con prudencia los escenarios, sin creerle demasiado a lo que los líderes locales dicen de sí mismos. Buscan diversas fuentes y miran la trayectoria. Eso no quiere decir que tengan evaluaciones sofisticadas de países y regiones, o que no tengan lecturas sesgadas políticamente de los escenarios. Pero, para mejor salud de sus negocios, no consultan exclusivamente a Clarín, La Nación o InfoBAE para buscar información relevante.
El capital productivo internacional en el siglo XXI busca, por supuesto, escenarios de rentabilidad y estabilidad política.
En lo económico, las multinacionales buscan la combinación de factores que les permitan maximizar sus beneficios y abrir nuevas oportunidades de negocios. Para eso buscan instalarse planetariamente en aquellas zonas donde cuenten con mano de obra barata y calificada, materias primas baratas, escasa legislación de protección laboral, bajos impuestos y aranceles, baja regulación y control ambiental, disponibilidad de energía abundante y barata, adecuadas capacidades logísticas, buenas locaciones geográficas para acceso a los mercados principales, acceso a crédito local barato y facilidad para el envío de utilidades, entre otras.
En lo político, las multinacionales necesitan sociedades que estén plenamente controladas u ordenadas, con sus sistemas políticos –sean cuales sean— comprometidos a garantizar la previsibilidad de sus negocios, buen acceso a los tomadores de decisión públicos, clase política amistosa y permeable a las necesidades empresarias y una cultura social que haya naturalizado no sólo la lógica y valores individualistas del capitalismo neoliberal, sino la presencia de las empresas multinacionales en sectores fundamentales de la economía local como parte del paisaje.
La ideología de la globalización –entendida como la creencia de que el predominio indisputado de las corporaciones transnacionales sobre todo otro ente político es el camino a un mundo de abundancia y prosperidad—, es la amalgama que en el mundo periférico permite que todas las clases sociales y los políticos que las representan encuentren algún resquicio de fantasía en el porvenir de las neo-colonias.
Describir qué es lo que buscan las firmas multinacionales para invertir, no es lo mismo que decir que eso es lo que debe hacerse. Como podrá deducirse, muchas de las condiciones requeridas implican sociedades que están en las antípodas de lo que se considera una sociedad desarrollada, donde vale la pena vivir.
Obsérvese, por otra parte, que es un largo listado de condiciones políticas, económicas y sociales, no un pestañeo de ojos azules.
¿Por qué se van?
No cabe duda de que algunos requisitos de índole política para la atracción de las multinacionales el gobierno de Cambiemos los cumple. Fundamentalmente su porosidad extraordinaria a las necesidades de las grandes empresas y su alineamiento incondicional con los Estados Unidos. Incluso su disposición a firmar mediante el Mercosur un ruinoso tratado de libre comercio con la Unión Europea. Pero ese requisito no alcanza en absoluto para generar una lluvia de inversiones, y mucho menos para auto-calificarse como desarrollistas.
Es claro que las firmas multinacionales están siendo afectadas por todos los desastres económicos provocados por el macrismo en sus tres años de gestión: hundimiento del mercado interno, inestabilidad agravada de los precios, incertidumbre cambiaria (lo que significa para las multinacionales dudas sobre los fondos que podrán girar al exterior como ganancias y otras transferencias, a pesar de que Macri los liberara del “cepo”), altísimas tasas de interés y un panorama cercano de alto riesgo macroeconómico debido al elevado endeudamiento promovido para los equipos económicos macristas. Sin embargo, por lo general las firmas multinacionales no se asustan por una coyuntura —por más pésima que sea—, tienen espaldas financieras más amplias que las locales y más respaldo externo, y las casas matrices no se dejan llevar por los microclimas bipolares locales.
Se pueden formular al menos dos hipótesis para explicar la salida del capital productivo multinacional de la Argentina.
Dado que no son coyunturalistas, que no toman decisiones instantáneas sino que realizan evaluaciones de mediano y largo plazo, puede haber dos posibilidades para explicar la retirada creciente de firmas multinacionales:
- Están previendo que en los próximos años (varios) el mercado local va a estar muy menguado y por lo tanto el volumen de negocios no será suficientemente atractivo como para justificar el mantenimiento de una estructura local. Este escenario supondría que las políticas de ajuste, quiebra de empresas industriales y deterioro social tendría efectos perdurables sobre sus mercados y rentabilidades.
-O en su defecto advierten que se está avecinando una crisis cambiaria que –como ocurrió entre el 2001 y el 2002— produjo una fuerte desvalorización de sus activos locales en dólares. Los bancos españoles, por ejemplo, que habían comprado a fines de los '90 casas bancarias locales, sufrieron enormes pérdidas patrimoniales al devaluarse fuertemente la moneda y en consecuencia el monto de las ganancias que podrían girar en dólares en los años subsiguientes. La valuación patrimonial de las empresas está en relación con el flujo de fondos que pueden generar en el futuro. Si el mercado interno se hunde, y encima el dólar –que es el vehículo para enviar las ganancias obtenidas en el mercado local al exterior— se va a las nubes, la rentabilidad en dólares se pulveriza. Y arrastra al valor de la firma.
En todo caso, ninguna de las hipótesis que se verifique será muy confortable para los argentinos de a pie, y deberían ser consideradas por quienes constituyan la oposición al macrismo para elaborar sus propuestas programáticas.
De Frondizi a Macri
Macri no es Frondizi. La distancia es descomunal, tanto entre los individuos como en el estado del país y el funcionamiento del capitalismo global.
Por empezar las personas: Frondizi fue un hombre de la política, animado por una visión nacional y una pasión que era la idea de lograr una Argentina desarrollada. Macri es un empresario y dirigente de fútbol, con una visión micro de los negocios, complementada con una vulgata de conceptos pueriles sobre la economía, la política y el orden mundial. Para quien quiera tener emociones fuertes, escoja al azar un discurso de Arturo Frondizi y de Mauricio Macri, y compare.
El desarrollismo frondicista ha merecido ricos debates y numerosas críticas. No cabe duda que el objetivo del desarrollo pleno no se logró, que el proyecto tuvo enormes limitaciones, entre otras la carencia de un estado capaz de modelar el proceso en una dirección precisa, la falta de apoyo político ni social suficiente, el boicot por parte del liberalismo pro agrario…
Los pensadores críticos de aquella época vieron al proceso desarrollista como una nueva modalidad de la dependencia económica, ya que si bien se incorporaban nuevas eslabones industriales a la matriz productiva argentina, se sumaban nuevos condicionamientos al sector externo (vía maquinarias importadas de segunda generación, pagos de royalties y remisión de utilidades de las firmas multinacionales), en tanto se obstruía la posibilidad de desarrollar una industria local en las ramas que iba ocupando el capital extranjero. Se permitía que las multinacionales entraran, para acceder a un mercado interno protegido, sin que pensaran en exportar al mundo ya que implicaba competir con sus casas matrices. Las multinacionales en esa lógica gastarían muchas divisas, pero no aportarían un dólar. Además, las decisiones de las nuevas firmas que se incorporaban al panorama local se tomarían en el exterior, sin consideraciones sociales locales.
Hay que decir que el debate estaba planteado en términos absolutamente diferentes a los actuales: en el desarrollismo frondicista había crecimiento económico, debido a la ampliación de la base productiva del país; había industrialización, porque se convocaba al capital extranjero para que construyera plantas más modernas que las que existían localmente y suministraran bienes requeridos –entre otros— para mejorar la producción agropecuaria, y había fuerte inversión extranjera productiva.
El macrismo, por supuesto, carece de toda perspectiva nacional. Nació en otra etapa del capitalismo, dónde las multinacionales miran a Asia como la gran fábrica mundial, y es el capital financiero el que reclama traspasar las fronteras para hacer negocios en los mercados locales, actividades especulativas que no necesitan largos procesos de producción o de desarrollo tecnológico: basta apropiarse de riqueza generada por el esfuerzo de otros.
El gobierno mostró capacidad para atraer capital financiero global, pero todo el sector productivo cruje. No sólo las víctimas tradicionales, las PyMEs, sino hasta las grandes empresas, tanto locales como extranjeras. Ganan algunos sectores agrarios, empresas de servicios públicos monopólicas, bancos y especuladores financieros.
Hoy la discusión de los '60 sobre si nos conviene o no —desde una perspectiva nacional—, que venga el capital extranjero productivo parece un lujo, dado que estamos en un esquema que parece prescindir de la necesidad de producir bienes y servicios locales y generar empleo masivo para la población.
No sólo es que se ha desplazado la rentabilidad empresaria hacia sectores rentístico-financieros, poniendo en crisis al resto del entramado productivo; sino que, además, la sociedad argentina parece haber extraviado los parámetros centrales con los que discutía política y economía en los años '60. Hoy la propia idea de la existencia de un destino común para el conjunto de los ciudadanos o de la necesidad de que exista bienestar colectivo para garantizar la propia realización individual requieren ser explicados, como si se trataran de novedades difíciles de entender.
El macrismo usó los residuos que quedaban en la memoria colectiva de un período de indudable expansión productiva y de mejora de condiciones de vida de las amplias mayorías y disfrazó su plan de negocios de “desarrollismo”. Vendió la magia de que el progreso se logra con un chasquido de dedos y permitir que “el mundo” venga presuroso a desarrollarnos.
Las cosas no ocurren así. América Latina no es Asia y no está en la agenda productiva de las multinacionales, como lo ha estado China. La ampliación de la producción y del bienestar sólo será resultado de un esfuerzo local, sistemático y colectivo, o el país seguirá pagando la ignorancia de una dirigencia mentalmente colonizada que nos ha llevado al punto en el que estamos hoy.
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