“¡Oh, Ford, Ford, Ford!”, reza Bernard, el protagonista de Un mundo feliz, novela que Aldous Huxley publicó en 1932. Entonces, según la ficción del escritor inglés, la era cristiana había terminado para dar paso a la era fordiana. Todo había cambiado en 1908, cuando la compañía automotriz presentó el modelo Ford T. La T reemplazó a la cruz y Ford, a Dios.
La histórica condena a los ex directivos de Ford por delitos de lesa humanidad durante la dictadura argentina no ha dado muerte a Dios. Pero a ciento diez años del comienzo de la era fordiana y tras 42 años de una larga y solitaria marcha, un valiente grupo humano logró rajar la investidura divina y se lo comunicó al mundo.
Apenas dictada la sentencia, la prensa internacional transformó el hecho en una noticia de alto impacto, que se leyó en ruso, español, inglés, suizo, alemán, chino y en euskera, entre otros idiomas. En criollo no tuvo el mismo impacto, demostrando cuán herido de muerte (sino ya sepultado) yace el criterio periodístico de los grupos empresariales del rubro.
Mientras tanto, con la expectativa de que se abran nuevas vías judiciales, los ex trabajadores de Ford, sus esposas e hijxs siguen con los festejos. Para ellos, hoy, el mundo feliz no es una distopía como la de Huxley, ni siquiera una ficción.
La violencia
Huxley creía en la existencia de dos pesadillas para los individuos, ambas impulsadas por el excedente de población en la sociedad de masas. Una era la totalitaria, que decía estaba bien representada por la novela 1984 de George Orwell y que lo llevaba desde el stalinismo al fascismo. La otra, la socializante y alienante que representó en Un mundo feliz. Una de las diferencias fundamentales radicaba en el método de dominación. Escribiría tiempo después: “En 1984 se satisface el ansia de poder infligiendo daño; en Un mundo feliz, infligiendo un placer apenas menos humillante”.
Huxley representó tempranamente el modo de vida y de dominación que se había abierto con la nueva forma de producción impulsada por Henry Ford, que ensamblaba una nueva organización científica del trabajo e innovaciones productivas centradas en la cadena de montaje. Cómo hacer de la servidumbre un acto voluntario fue el tópico que, más tarde, se convirtió en materia de estudio para lxs investigadorxs del mundo del trabajo.
Según Huxley, el mundo feliz de la nueva era fordiana era en realidad una “pesadilla del orden excesivo”, donde los castigos era algo poco frecuente y generalmente moderados. La sociedad estaba organizada en un sistema científico de castas, no había libre albedrío y la servidumbre se garantizaba con dosis regulares de un bienestar químicamente inducido. En pocas palabras, funcionaba de manera óptima un método de lavado de cerebros que hacía de los subordinados sujetos no conflictivos y lograba entonces la estabilidad de una dictadura no tan brutal.
Para la misma época de entreguerras, el político marxista italiano Antonio Gramsci, que sufrió la primera de las pesadillas temida por Huxley, no podía evitar maravillarse por la eficacia de la segunda. Atraído por la racionalización de la fuerza de trabajo en Estados Unidos, observó que el uso de la violencia para la destrucción del sindicalismo obrero se combinaba con la persuasión basada en la política de altos salarios, beneficios sociales diversos, propaganda ideológica y lo que llamó una “política habilísima”. La potencia de la nueva era radicaba en una hegemonía que nacía en las fábricas y se expandía a toda la sociedad, creando “un nuevo tipo humano”.
Gramsci falleció en 1937, después de más de diez años de sufrir horribles condiciones de salud en la cárcel fascista. Huxley murió sin ser perseguido en 1963, casi treinta años más tarde, lo que le permitió conocer, a diferencia del primero, los horrores del nazismo y los crímenes estadounidenses en Hiroshima y Nagasaki. Ninguno de los dos negaba la importancia de la violencia en el sistema. Sin embargo, ninguno pudo llegar a observar los profundos cambios del capitalismo del último cuarto del siglo XX, ni el uso neurálgico que el capital hizo de la violencia para eliminar las impugnaciones a su orden y los obstáculos que impedían nuevas transformaciones.
Para quienes sí vivieron esos procesos y para las generaciones posteriores, no resulta sencillo identificar en las grandes empresas que habían sido agentes de una supuesta dominación consentida, a los violentos verdugos de la inquisición capitalista. Y ello aun cuando se conocía el rol que muchas de ellas tuvieron durante el nazismo o el apartheid, por poner dos ejemplos. Fueron otras las aristas que se destacaron de las siempre complejas tramas históricas. Todavía hoy, y por muy distintas razones, son fuertes las dificultades que existen en el mundo para alcanzar una comprensión integral de esa violencia extrema.
Vuelta al mundo
Sin duda, una de las grandes razones de las dificultades recién mencionadas radica en el rol de los conglomerados de información, que tienen, por supuesto, intereses económicos que defender. “Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, es el silencio sobre la verdad”, escribió Huxley poco antes de morir.
Desde Nepal, pasando por Japón, El Salvador, Uruguay y Nueva Zelanda, hasta Rusia y los países de Europa continental, se informó de forma inmediata sobre los resultados del “Juicio a Ford”. Radios y canales de televisión como Russia Today, Al Jazeera, la BBC o el canal WSOC-TV de North Carolina, incluyeron la novedad en sus informativos.
La inmediatez de la repercusión obligó a ciertos medios locales, aunque reacios, a no quedar rezagados. Esto sucedió con Clarín, que recién un día más tarde le hizo lugar en su portal, con texto y fotos tomadas de la Associated Press de Nueva York. En términos de cobertura, hizo lo mismo que la prensa de Taiwan, con la diferencia que las oficinas del Taiwan News están a más de 18.000 kilómetros de los hechos y las del multimedio local a sólo un remise de distancia.
La Nación e Infobae, por su parte, no sucumbieron. El tradicional diario argentino supo informar en mayo de 2013 sobre el procesamiento de los ex directivos, pero nada dijo ahora. La censura o autocensura, por motivos económicos, se replicó en medios como C5N y Radio Metro, donde Ford sabe oficiar de sponsor. La noticia apenas trascendió en la radio y en la televisión local, aunque llegó a ser hashtag de Twitter durante algunas horas.
Quizás lo más interesante de la difusión internacional haya sido la repercusión en la prensa estadounidense. Medios como Washington Post, New York Times, CNN y Voice of America, entre otros, y diarios estaduales desde San Diego hasta Detroit, publicaron la noticia, tanto en inglés como en español, para la comunidad hispana. Importantes revistas del sector automotriz como The Drive o Automotive News también se hicieron eco de los hechos.
Esta prensa optó por destacar las posibles derivas judiciales que conlleva la sentencia. Para ello consultaron a dos profesores especialistas en leyes, Kevin Clermont de la Universidad de Cornell y Ralph Steinhardt de la Universidad George Washington. El primero aseguró que una demanda ante los tribunales civiles de Estados Unidos podría no prosperar por el límite de seis años impuesto por el tribunal federal. Además, recordó que el Tribunal Supremo falló negativamente en casos de presuntas violaciones de empresas de su país en el extranjero. El segundo advirtió: “Los trabajadores necesitarán probar que la acciones de la subsidiaria argentina fueron ‘completamente controladas’ por la casa matriz”.
Estas preocupaciones están en línea con las argumentaciones de los abogados de los condenados, que pretendían reducir el reclamo de las víctimas a una cuestión monetaria. Sin embargo, lejos de deslegitimar su anhelo de justicia, estas prevenciones refuerzan las convicciones de ir a fondo para demostrar que Ford Motor Company tenía un control total sobre su subsidiaria argentina.
Motivados por la noticia y por estas posibles derivas, los medios intentaron comunicarse con la compañía. Pero incluso la CNN advirtió que lo único que obtuvieron fue un escueto comunicado, el cual ni siquiera aparece entre las gacetillas oficiales de la empresa en Argentina o en Estados Unidos. Dicho comunicado señala:
“Ford Argentina no es parte del caso, pero es consciente del veredicto sobre la supuesta participación de los empleados de Ford Argentina en hechos relacionados a asuntos de derechos humanos en los ‘70. Ford Argentina mantuvo siempre una actitud abierta y colaborativa con las autoridades, proveyendo toda la información requerida para clarificar esta situación. En tanto el veredicto no es final y puede ser todavía objeto de apelación ante la Cámara Federal de Apelaciones, nos abstendremos de hacer mayores comentarios”.
Los vergonzosos comentarios oficiales se caen por su propio peso. Solo por mencionar un caso, cuando la CONADEP requirió en 1984 información sobre los crímenes ocurridos, lejos de denunciar haber sido víctima de la dictadura, el presidente de Ford rechazó la ayuda, “a fin de preservar la consideración hacia nuestro personal, archivo y libros societarios y la circunstancia en muchos casos de la ignorancia y el conocimiento superficial de lo solicitado”.
Es cierto que el proceso judicial que ahora acabó con una condena histórica no tuvo formalmente a la empresa como parte, pero es más cierto aún que determinó toda su responsabilidad.
Después de Ford
Los hechos que Huxley ficcionó en 1932 estaban situados en el siglo VI o VII después de Ford, lo que sería algo así como el año 2500 Después de Cristo. Sólo veinticinco años después, el escritor inglés planteó que aquella pesadilla vaticinada con tantos siglos de anticipación ya estaba presente en gran medida. La de Huxley no fue la primera ni la última distopía. Caída la URSS, este subgénero ficcional ahonda ahora principalmente en la profundización de un realismo capitalista que reúne las características despóticas de un gobierno unitarista, la mercantilización de todas las dimensiones de la vida y la megaproducción de sujetos dóciles sin conciencia social.
En todas las distopías, sin embargo, siempre hay espacio para la resistencia, por más desesperanzadora que parezca la realidad. Esta es la enseñanza que dejan los ex trabajadores de Ford y sus familias. Lejos de la ficción, resistieron a las pesadillas en todos sus formatos: la que alimentó la novela de Huxley, las del tipo que hicieron posible 1984 de Orwell y las que dan lugar ahora a las nuevas distopías.
Parodiando a Huxley, los ex trabajadores y sus familias pueden contar los días desde cero a partir del 11 de diciembre de 2018. En su día quinto D.F., esto es, el domingo pasado, se convocaron en un recreo del gremio SUTEBA en el Tigre para compartir su alegría por la victoria.
Se reunieron con sus abogadxs, compañerxs por los derechos humanos e investigadorxs, con quienes comieron, brindaron, cantaron y bailaron.
En las conversaciones durante los festejos, el tema Ford se abordó sin la sensación de injusticia que sufrieron durante cuatro décadas. Mientras se preguntan si habrá más conquistas, aprovechan el envión para proyectar deseos. Las mujeres tienen intención de escribir los avatares que sufrieron desde una mirada de género. Uno de los ex trabajadores del comedor quiere recopilar todas las anécdotas que recuerda y que no pudo relatar ante los jueces. Arcelia cuenta sobre los nuevos cuadros que piensa pintar. Entre desconcertada y alegre, Roxana dice: “Todos los años brindábamos cada 24 y 31 y pedíamos que se haga justicia y este año vamos a chocar las copas para agradecer que lo conseguimos”.
Esas resistencias encuentran su fuerza principal en la memoria. En un momento de reflexión el domingo en el Tigre, Arcelia contó que desde el día en que el teniente coronel Antonio Molinari le mostró la lista de los trabajadores secuestrados con el logo de Ford, juró que jamás se la olvidaría. Cada noche desde ese día, cuando de rodillas daba sus oraciones sui géneris, traía la imagen de ese listado a su cabeza. Ese recuerdo fue una de las principales pruebas que condenó a los ex directivos de Ford.
Fuerzas vitales de integración y felicidad. No importa si los ex directivos condenados conservan la libertad hasta que se confirme la sentencia. Ahora hasta sus vecinxs saben quiénes son y qué hicieron, y pueden descolgar de la pared la T que guiaba sus rezos.
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