@JulianZicari
Está terminando 2018 de manera deplorable. Eso no hay quien lo discuta: la economía viene en caída libre, el gobierno tambalea en las encuestas y la situación distributiva está cada vez peor. A su vez, si este año fue un año muy malo, 2019 será infinitamente peor, yendo todos los indicadores en picada. Es por ello que bajo este contexto y dinámica muches se preguntan si el año próximo será otro 2001.
En efecto, desde que asumió Macri se hicieron sentir voces que han emparejado a su gobierno con el de la Alianza. Las similitudes a veces han superado a las diferencias. Ambas son coaliciones que sólo las une su ambición de vencer al peronismo, tienen como horizonte llevar adelante un programa neoliberal, usaron el discurso anti-corrupción y al republicanismo como epicentro de su identidad y repiten el mismo elenco de poder (con figuras centrales como Patricia Bullrich, Federico Sturzenegger, Nicolás Dujovne, Hernán Lombardi, Elisa Carrió, Oscar Aguad, Horacio Rodríguez Larreta, Darío Lopérfido y demás).
Por su parte, utilizaron exactamente la misma secuencia económica con cinco etapas:
- “ajuste tolerable” (o gradualista) basado en el endeudamiento externo;
- una vez agotado el crédito exterior recurso al FMI para obtener un blindaje;
- no obstante eso, debieron realizar megacanjes por el ahogo financiero en el que estaban;
- terminan por aplican un ajuste abismal y sin anestesia con una ley de “déficit cero”;
- finalmente dependen únicamente de los salvatajes del Fondo para no caer en default y de la tolerancia popular para sobrevivir.
Pero para entender si el país puede volver a explotar como en 2001, debemos diferenciar ante todo las lógicas económico-financieras, por un lado, y las político-sociales, por el otro.
Las dinámicas económico-financieras
Las cinco etapas económicas de ambas coaliciones, como las mencionamos, fueron idénticas. El diagnóstico en común es el mismo: el déficit fiscal es el principal problema económico. Resolverlo, entonces, permitiría mostrar “responsabilidad” frente a los mercados para ganar su confianza. Por eso se recurrió sistemáticamente a políticas de ajuste como único elemento de política económica.
Sin embargo, es obsesión con el déficit genera las condiciones de su propia autodestrucción. Los recortes del gasto son recesivos, hacen caer la actividad económica. Así, finalmente, termina por bajar la recaudación, sin resolver la cuestión fiscal: no hay ajuste que solucione el problema que querían resolver.
Esta secuencia de ajuste/recesión/nuevos ajustes, genera –como no puede ser de otra manera— caídas del consumo, desempleo, suba de la pobreza, menores salarios y demás padeceres. Pero lo que es más llamativo de todo, es que no sólo fracasan en el terreno fiscal y en el de la economía real, sino que sobre todo lo hacen donde más les duele: en el de la confianza de los mercados.
Durante el gobierno de la Alianza, tanto los ajustes de Machinea, el intentado luego por López Murphy, como todos los posteriores de Cavallo, no lograron la paz financiera, sino una desconfianza que no paró de crecer: el índice riesgo país aumentó durante todo 2001. Con ello se dieron todos los ataques especulativos contra el gobierno hasta finalmente hacer estallar la crisis económica: con el nerviosismo en suba, se daba la salida de depósitos de los bancos, caída de las reservas en el Banco Central y de ahí la fuga de capitales que hizo implosionar todo: vinieron el corralito, el default y la devaluación.
Ni el superávit comercial que hubo en 2001 ni la majestuosa cosecha de ese año fueron suficientes para evitar la debacle. Y lo que llama más la atención, tampoco los desembolsos financieros del FMI: ese dinero sólo sirvió para financiar la fuga de capitales y para mantener con vida artificialmente un tiempo más al gobierno de la Alianza. Pero igual cayó.
La secuencia actual es la misma: las políticas de austeridad no están resolviendo la cuestión fiscal pues el derrumbe económico es todavía mayor. Por eso tampoco hay ajuste que valga. A su vez, las políticas ortodoxas tampoco sirvieron para ganar la confianza del mercado, que se supone debe ser lo principal: el riesgo país era de 350 al comenzar el año y hoy más que se duplicó (está en torno a los 750 puntos básicos). Al comenzar 2019 estará seguramente entre 800 y 900 puntos, para luego superar los mil con el ciclo electoral.
El gobierno tuvo fuertes entradas de divisas este año: 9.000 millones de dólares en enero gracias a la última colocación de deuda que pudo tener de los mercados, otros 15.000 que le dio el FMI en junio y un segundo desembolso de 6.000 al comenzar noviembre. Recibió en total 30.000 millones de dólares, sin lograr nada con eso: el dólar se disparó, la economía viene en derrumbe, las tasas están altísimas y la fuga de capitales se aceleró. Un calco del pasado.
Otra vez como en 2001, sin la ayuda del FMI el gobierno ya debería estar en default: le están dando sangre a un muerto y la economía está a punto de estallar. Ayer como hoy, las corridas cambiarias y los ataques especulativos le darán el empujón final a la economía. Es evidente que el año que viene será una pesadilla infinitamente peor a la actual. Sin embargo, la explosión económica venidera no será suficiente para pensar en un 2001. Pues la lógica político-social es diferente.
Las dinámicas político-sociales
Si hay algo que separa a la dinámica de 2001 de la actual es el campo político. En el 2001 existía un gran desprestigio de la clase política (traducidos en el “voto bronca” y el “que se vayan todos”) que hoy no se da de esa manera. Podrá haber desencanto y frustración en algunos sectores políticos. Pero no existe un vacío de poder ni crisis de representatividad como entonces. Podrá haber críticas, pero es difícil decir que ahora los políticos “son todos iguales”.
La razón fundamental de esto es clara: existe el kirchnerismo. Hoy los sectores populares están organizados: hay cuadros, líderes y un programa. Esto redefine todo el campo político, ya sea para bien como para mal. Pues la existencia de este polo de poder genera a su vez un efecto reactivo: obliga a los otros actores también a organizarse y a tratar de cohesionarse para evitar el predominio peronista.
De hecho, el único capital político que tiene hoy del macrismo simplemente es el de mantener un bloque de poder capaz de abroquelar un polo anti-kirchnerista. Sin eso, no sería nada. La existencia de estos dos polos políticos es una diferencia central con el 2001, pues estructuran todo el campo político. Con eso, no hay ni vacío de poder ni crisis de representatividad. Pues podrán gustar o no, pero la grieta señala que hay alternativas: que no todos los proyectos políticos son iguales. Hay modelos en disputa.
A su vez, los otros actores políticos, ya sea por un aprendizaje del 2001 o por la polarización, también están ubicados de una manera distinta. Por empezar, el sindicalismo burocrático hoy es mucho menos combativo que en aquél momento: negocia y da tregua, porque no quiere pasar a la historia como un sector “golpista” o desestabilizador. No sólo la CGT no es aquella encabezada por Ubaldini contra Alfonsín en los '80, sino que ni siquiera Daer ni Moyano son los mismos Daer y Moyano que enfrentaban a De la Rúa.
Los medios de comunicación actúan igualmente de un modo diferente: si en 2001 fueron un actor central para demoler la imagen de De la Rúa y acabar con su legitimidad –ridiculizándolo a un nivel de no creer—, hoy son el principal sostén del macrismo: lo arropan y cuidan porque saben lo que puede pasar si no lo protegen. Para dar un ejemplo, si Clarín fue el principal medio antagonista de De la Rúa porque quería la devaluación, hoy es un defensor central de Macri porque no quiere la vuelta del kirchnerismo.
Por su parte, en la actualidad las organizaciones sociales conformadas por los sectores excluidos tienen más herramientas y recursos que antes. Eso les da fortalezas y debilidades: porque si bien es verdad que contienen e institucionalizan la lucha, obteniendo mayor asistencia por parte del Estado, por otro lado eso las hace menos aguerridas, terminando por evitar los desbordes sociales y las explosiones. Algo similar pasa con los sectores medios urbanos: si en 2001 fueron indispensables en la pérdida de legitimidad de la Alianza, hoy aún desencantados sostienen al macrismo.
Es claro entonces que el campo político es otro, lo que genera que la traducción social también sea otra: si bien el deterioro social es abismal y en algunos casos tan profundo como los existentes en 2001, por ahora no se vislumbra en el horizonte un clima de estallido. Aunque habrá que ver cómo se desencadena la explosión económica final.
En todo caso, la resolución de esta crisis parece ser muy parecida, antes que a la de 2001, a la de 1989. Por dos motivos claves. Por un lado, porque la debacle económica está gestando un golpe de mercado muy parecido en sus dinámicas y actores a los de 1989: el problema es cambiario antes que bancario y la lógica especulativa es similar. Pero por otro, porque aún en lo peor de aquella crisis y con el evidente fracaso económico del gobierno, el candidato oficialista (Eduardo Angeloz) sacó nada menos que el 37% de los votos: el sector antiperonista y liberal prefirió eso antes que a Menem. El miedo y el odio fueron muy fuertes. Tanto como lo soy hoy.
Eso quiere decir que no alcanzó una feroz explosión económica para desarmar al polo antipopular, ni tampoco hubieron explosiones sociales letales: los saqueos empezaron después de las elecciones y no fueron lo que forzaron el adelantamiento de las elecciones, aunque sí lo hicieron para adelantar el traspaso del poder. En suma, si cada crisis y cada etapa histórica tienen sus propias particularidades, el 2019 no será ni un 2001 ni un '89. Sino algo con elementos de ambas crisis. Y también algo con mucha novedad.
* Economista. Doctor en Ciencias Sociales. Autor del libro Camino al colapso. Cómo llegamos los argentinos al 2001.--------------------------------
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